La noche más larga

gasolinera

[Foto: autor por descubrir]

Un congreso ecuménico nos dejó sin cama en un albergue de Siena; al responsable no le dimos ninguna pena, no le impresionó nuestra juventud, nuestra inexperiencia, nuestro torpe italiano: pasó por delante a las monjas y curas que se congregaban en la ciudad sin reserva previa. Aspettare, aspettare nos decía el cretino y allí los dos, mirando el reloj, rogando que no llegara el último cuervo o la última urraca que nos quitara la última litera del ostello della gioventù. Pero llegaron, claro que llegaron. Eran las doce de la noche y entonces teníamos que dormir en la puta calle; pensamos que sería buena idea acercarnos al bar de una gasolinera, un poco hacia las afueras, porque allí, no se cerraban las puertas en toda la noche. Tomamos un café que alargamos entre los dos bajo la mirada torva del dueño; eran casi las tres cuando ya no pudimos luchar contra el sueño, derrengados y también entonces nos sacaron a gritos de allí, porque qué era eso de estar así. No nos resistimos, pobres de nosotros. Acabamos dentro de los sacos, refugiados en el acceso pestilente a los lavabos subterráneos del área de servicio. Maldormimos en las escaleras, si dormimos, esperando, por un lado, al desalmado que nos robara lo poco que llevábamos encima y por otro, al nuevo día, aquel que nos permitiría disfrutar al fin de la ciudad, de la Piazza del Campo, de la catedral de Pisano, del Campanille. Esa fue nuestra noche más larga, apenas cumplidos los dieciocho.

Tu noche más larga, buena o mala, en unas 150 palabras. Cuéntanos.

16 thoughts on “La noche más larga”

  1. 14 de febrero del 2015, esa noche sin duda fue la más larga de mi vida… Preparé una cena improvisada y romántica a mi expareja: un salmón delicioso y una crema de puerro que a él le encantaba; estábamos tan bien, riendo y bromeando… Todo estaba saliendo a pedir de boca.
    Entonces pasamos a la intimidad, como cualquier pareja en el día más dulce. La puerta de la habitación se quedó abierta, estábamos despistados. De repente, la gata entra y se sube a la mesita y como buena ladronzuela, coge con la boca el preservativo que teníamos preparado y se lo empieza a comer.
    Corriendo como locos tras ella, no pudimos pillarla a tiempo se lo tragó.Lamamos de urgencias, porque es un material que el animal no puede digerir y nos dicen que le demos agua con sal, con una jeringa haciendo pasar el agua. No resultó.
    Vuelvo a llamar y me indican que la tengo que llevar.son las tres de la mañana, cojo el animal y de urgencias al hospital veterinario; allí la observan durante un buen rato, nos llaman y nos dicen: “Rezad… y venid a recogerla a las seis de la mañana”. Cuando llegamos a casa eran los cuatro. Yo no duermo, preocupada…A las cinco y cuarto vuelvo a por el coche y hacia el hospital. Nos la devuelven y nos dicen que no pueden hacer nada, pero me cobran trescientos euros. Les pido un medicamento para que el animal pueda expulsarlo, me lo prescriben y funciona. No fui a trabajar al día siguiente, porque estuve vigilándola. Fueron la noche y el día más largos de mi vida.

  2. Teníamos 16 años, éramos inocentes, adolescentes e idealistas. Tres amigas de vacaciones, al final del verano, en un pueblecito de la costa. Llevábamos días pensando en hacer algo diferente y se nos ocurrió que ninguna había visto salir el sol en la playa. Pensábamos que era la forma más romántica y original de terminar aquel verano. Pero ninguna quería madrugar para ver el amanecer. Así es que decidimos salir de fiesta, como todas las noches, y en lugar de ir a dormir al apartamento, coger un pareo, algo de bebida y pasar la noche en la playa. Empezamos la noche tal y como habíamos previsto, pero a las dos de la mañana la amiga más sensata de las tres, decidió irse a dormir a un lugar más confortable, seco y cálido. Nos quedamos solo dos. En aquel entonces no existían los programas de telerrealidad. Ahora, gracias a Supervivientes sabemos que por la noche no es aconsejable quedarse en la playa sin tomar algunas precauciones. Nos acribillaron los mosquitos, no teníamos luz y pasamos mucho frío. También teníamos hambre. No sé por qué pero el alcohol abre siempre el apetito. Avanzada la noche nos tumbamos las dos, acurrucadas bajo el pareo y vencidas por el sueño. A las 10 de la mañana nos despertaron los gritos de los primeros bañistas. El sol resplandecía descarado en lo alto del cielo.
    Y nosotras ahí estábamos, despeinadas, el rimel corrido y la ropa arrugada. ¿Y lo peor de todo? Nos perdimos el último amanecer en la playa.

  3. Barcelona 1997.
    Historias del barrio las describe hoy en día mi amigo Xavier. Con unas risas algo tristonas.
    Era un viernes, tarde de julio. Yo estaba en casa de mi madre reposando la comida cuando escucho de fondo: “Amili al teléfon!. Era mi Xavier que con voz energética me espetó: “Tío tenemos que vernos”. Me pareció extraño su tono.
    -Vale nen, ¿quedamos sobre las 7?
    -¡No, ahora, que tengo algo que contarte
    La intriga me consumia así que acepté.
    -Venga, ¿por dónde andas?
    – ¡En casa! ¡Vente para acá!
    Me cambié y fui corriendo. Resulta que su padre era camello, vendía marihuana. Nada extraño en el barrio en el que me crié. Aquel día me explicó que a su padre lo habían detenido y que tenía que pasar el fin de semana en el calabozo. Pero este no fue el verdadero problema. Lo peor era que tenía que pagar un dinero a los que le vendían la hierba al por mayor y había acordado devolverla el Lunes. Si no lo hacía, las relaciones entre el padre y los otros “señores” se iban a complicar y a mi entender, ya debían estar algo revueltas. Haceos la idea: dos niños de 16 años en un percal como este.
    -¡Solución! -pensamos con nuestro gran conocimiento y entendimiento de la vida (entiéndase de forma irónica)- Vamos a vender la hierba y sacamos a tu padre del lío.
    Al no tener experiencia en nada similar, no entendíamos quién nos la iba a comprar, ni tampoco dónde ir a venderla. Disponíamos de poco tiempo, así que estuvimos paseando por toda la ciudad, buscando en plazas, parques, bares y discotecas. Sin darnos cuenta nos dieron las cuatro de la madrugada y no teníamos ni la mitad vendida. Larga fue la tarde pero más larga fue esa noche que acabamos a las 6 en el famoso Bar Estudiantil de plaza Universidad desayunando, con un montón de pájaros nocturnos algo pasados de vueltas. Todavía recuerdo la impresión que me daban los personajes que vi en aquel sitio.
    La historia no acaba aquí; sin ir a dormir, proseguimos con la misión a lo largo del día y la noche del sábado. La noche más larga se convirtió en las noches más largas de mi vida. Por suerte, lo vendimos todo. El padre salió de prisión. Devovió el dinero. Y después de explicarselo a mi madre, ella le consiguió trabajo en un restaurante y dejó de dedicarse a ese tipo de actividades.

  4. Cuatro años de sufrimiento y de dormir a escondidas

    El día que salí de casa fui a la estación de autobuses de Casablanca para comprar un billete hacia Tánger -una cuidad que está en el norte de Marruecos-; a la hora de comprar el billete tenía mucho miedo y mis manos temblaban, estuve en la sala de espera durante una hora hasta que llegó el autobús. Tuve mucho miedo a la hora de subir y por otro lado lo tuve también de volver a casa. Durante el viaje estuve llorando por dentro para que los pasajeros no se dieran cuenta.
    Llegué a Tánger al atardecer, no sabia hacia dónde iba: primero estuve más de dos horas dando vueltas por las calles amplias como un loco, no sabía dónde estaba desde el primer minuto. Pregunté a una persona mayor que dónde estaba la playa.
    -¿Cómo te llamas hijo? -me preguntó.
    -Me llamo Khalid, ¿ y usted?
    -Me llamo Mustapha.
    Me preguntó de dónde venía y por qué había llegado a Tánger. Le dije que de un pueblo cercano a Casablanca y que ni yo mismo sabía por qué había ido hacia allá. Volvió a preguntarme: si tenía familia allí o alguien en quien poder confiar, “No tengo nadie aquí”, le respondí . Me dijo si sabía dónde dormir y si tenía hambre. Me compró un bocadillo de pollo con patatas fritas, muy rico. Él tampoco tenía dinero; a la hora de comer fuimos a sentarnos en un banco cerca de la playa y comenzó a darme consejos: “No vayas con cualquiera, esta es una cuidad de lobos que duermen de día y por la noche salen con muchísimo hambre y buscan personas como tú; no duermas en el puerto”. Y se levantó y se fue dejándome estas últimas palabras: “No soy de esta cuidad pero llevo veinticinco años viviendo en la calle y sé qué pasa”. No volví a verlo jamás.

    Mi primera noche en la calle fui a dormir a un jardín: me escondí entre unas flores altas para que nadie me viera. En realidad no dormí en casi toda la noche, porque tenía miedo de los lobos y hacía mucho frío. Por la mañana fui hacia el puerto, allí había muchísimos chicos que se metían debajo de los camiones. Yo no sabía por qué, hasta que se lo pregunté un chico de mi edad: intentaban llegar a España . Me quede allí hasta el atardecer, no sabía dónde ir y tenía mucho hambre. Pedí comida en un restaurante y no me la dieron, pero en otro, pregunté por el encargado y acudió el dueño. Le expliqué que no había comido desde el día anterior, me dio comida y luego me propuso trabajar con él. Se aprovechó de mí: fregaba los platos sucios y barría y fregaba el suelo del restaurante a cambio de comida y techo. Yo era un niño de 10 años. Por la noche, cuando se iban todos, me encerraba en el restaurante, en una habitación del almacén. Me quedé ahí durante un año sin decir nada, sin hablar con mis padres… Pasé las fiestas fregando platos, y cuando veía a algunas familias que venían a comer al restaurante con sus hijos, me iba al baño y me ponía a llorar.

  5. Carnavales 2013
    Habíamos quedado en la parada de Paseo de Gracia; como de costumbre en un grupo de amigos, unos llegan tarde, otros más temprano pero al final, todos acabamos juntos. Nuestra misión era acudir a los carnavales de Sitges como cada año, Como teníamos para rato empezamos a tomarnos las primeras copas en el tren juntamente con gente que íbamos conociendo en el trayecto: en un día como ese los trenes están todos a petar, sea cual sea la hora que decidas siempre hay mucha gente. Pero por suerte nosotros estábamos sentados. Era todo un espectáculo… nos reíamos de nosotros mismos por las pintas que llevábamos y de las pintas de la otra gente, en fin, hablando, hablando se nos pasó volando. Cuando llegamos a nuestro destino esperamos a unas amigas que ya estaban por ahí y nos juntamos cerca del paseo marítimo para empezar la noche.
    -¿Y té de qué vas disfrazado?
    -Adivínalo.
    y así durante un buen rato, con la coña íbamos bebiendo y hablando hasta que ya íbamos con el puntillo. Decidimos dar una vuelta, ver las carrozas y bailotear un buen rato, nos lo pasamos increíble. Perdimos medio disfraz por el camino y luego… tocaba volver a nuestras casas. Fuimos hacia la estación y podría asegurar que la gran mayoría de gente que estaba hacía media hora en los carnavales se aglomeraba en aquella estación. Fue un infierno porque éramos demasiados para los estrechos andenes y además el tren tardó como una hora en llegar, tirando bajo. Subimos rápido para coger sitio, pero no, nos apretamos todos como si fuéramos en una lata de sardinas. Una amiga propuso esperarnos al siguiente tren pero no hubiera servido de nada porque estaría igual o peor que el primero; pasamos todo el trayecto de vuelta fatal. Un amigo se mareó, casi vomita y no podíamos separarnos para darle espacio. Bajamos en la estación de salida, nos despedimos y al llegar a casa sobre las 8 de la mañana. Fue caer en plancha en la cama y coger el sueño en tres segundos. La vuelta de los carnavales de Sitges se me hizo eterna. Por eso este año hemos decidimos cambiar un poco y organizar una fiesta en casa de unas amigas.

  6. Fue en el invierno frío de 2012 en Donostia.

    A un amigo y a mí se nos ocurrió hacer un viaje de aventura y así resultó. Llegamos con el coche al centro de la ciudad y recuerdo que fue horrible, porque no encontrábamos aparcamiento; de pronto vimos un hueco y a partir de ahí comenzó la fiesta, lo típico, pinchito y vinito para arriba y pinchito para abajo… Así hasta que el cuerpo dijo se acabó. El problema vino cuando decidimos ir para el coche a descansar y tras la emoción de llegar a una ciudad nueva y con ganas de aventuras, ¡¡ no recordábamos dónde lo habíamos dejado !!

    Fue una noche larguísima, ebrios como cubas pero con alegría. Conocimos a mucha gente aquella noche, gente muy divertida y agradable y dentro de lo malo lo recuerdo como inolvidable. Todo pasó hasta que se hizo de día y pudimos ver con claridad hacia dónde teníamos que ir para encontrar el coche. ¡Tremenda alegría al verlo ahí solito, esperándonos! ¡¡Imaginate!!

    A partir de aquel día, cada vez que voy a un sitio que desconozco con el coche, siempre le hago una foto con el mobil al nombre de la calle, así seguro que no me vuelve a pasar.

  7. Aquella noche larguísima y llena de tristeza.

    Todo empezó cuando yo aún no había nacido. Mis padres viven en la casa de mi abuelo, en el campo, en un pueblo cercano a Marruecos que se llama Had Soualim. Mis papás trabajan para mi abuelo. Mi padre suele pasar los siete días de la semana atareado en el campo, desde las siete de la mañana hasta el anochecer; solo se sienta para comer, merendar o beber agua. También a veces trabaja los festivos y las fiestas. Mi viejo trabaja para su padre pero sin salario. Como sabéis, el trabajo de campo es durísimo: todo el día cultivando maíz, cereales, alubias, lentejas, patatas. Para que mi abuelo sea alguien y rico.

    Mi madre suele pasar todo el día haciendo tareas de casa para viente personas, para mis tíos y mis tías y mis abuelos y para los trabajadores del campo de mi abuelo. Prepara la masa del pan, calienta el horno del campo, friega, hace el desayuno, la comida, la cena, lava la ropa de todos, cuida de todos. Además, no le dan las gracias, siempre le están diciendo cosas feísimas, a veces le pegan aprovechando que no está mi padre en casa .

    Aquella noche, cuando pensaba en todo esto, me dolía tanto… Cuando tenía ocho años quería estudiar pero mi abuelo me daba a cuidar las vacas y otras tareas; no podía estudiar por ellos; como mi padre no está, hacen conmigo lo que quieren; yo nunca quise cuidar las vacas, quise estudiar pero me dijeron: “No”. A los diez años me fui de mi casa , porque no podía aguantar lo que me hacían. Me fui a la calle; el día que me marché mi madre no estaba en la casa, ni tampoco mi padre. Aquel día me pegaron, me hicieron de todo. Y por su culpa pasé cuatro años durmiendo en la calle…

  8. Fue un sábado aquel día, tan solo tenía 14 años y estaba eufórico; a esa edad cualquier excusa para socializar con los amigos y conseguir el permiso de tus padres para poder salir de fiesta se convierte rápidamente en un acontecimiento, pero aún más si coincide con una quinceañera.

    La quinceañera es uno de los eventos sociales de América, es la celebración de las 15 primaveras de la joven mujer de la familia y es tan grande como una boda; se ofrece una misa de agradecimiento, se reúne a toda la familia, amigos, y se realiza un banquete con la mayor fastuosidad posible que culmina en un baile. Esta celebración era un poco diferente a las convencionales: la cumpleañera gozaba de plena confianza de sus padres y le permitieron hacer la celebración sin adultos en el club privado que frecuentaba la familia. Como era de esperar, el protocolo del evento se redujo al baile acompañado de un pequeño banquete y muchísimo alcohol, al mismo solo asistimos amigos cercanos, la hermana de 18 años que haría de chapetona o carabina y el personal del club que estaría trabajando para el evento.

    Durante la fiesta todo parecía bastante normal: la misma música, los mismos bailes, todos disfrutando al máximo. Fue sobre las tres de la mañana cuando nos dimos cuenta de que la fiesta estaba dividida en tres grupos: el grupo de el exnovio, el grupo del novio y nosotros, que éramos los amigos del instituto de la cumpleañera. Tanto alcohol ayudó a que algunos invitados se tornaran muy belicosos y en cuestión de segundos la fiesta, el baile y todo se convirtió en una gran batalla con golpes, gritos y botellas volando por todo el recinto; el grupo del exnovio se volcó contra el del novio y los que formaban este último salieron rápidamente del lugar.

    De nosotros nadie peleó, pero la fiesta se suspendió y nos echaron del lugar. No teníamos coche, por lo que decidimos caminar hacia una parada de taxis; a poco de llegar, cuatro coches se acercaron a toda velocidad y nos rodearon. Solo recuerdo los insultos, y así como si nada, comenzaron a disparar en todas direcciones. Todos corrimos sin ningún rumbo, yo no sabía qué hacer, no paraban las detonaciones… Me tiré al suelo, me toqué por todas partes porque no sabía si me habían alcanzado, en cuestión de segundos todo se había convertido en una pesadilla. Desde el suelo logré ver a uno de mis amigos que caminaba hacia mí; ya no se escuchaban disparos, me paré y corrí a abrazarlo; estaba llorando, lleno de sangre, y tenía una herida de disparo en el cuello. Corrí a por ayuda, logré montarlo en un taxi, lo llevé a urgencias, no sabía de los otros…
    Al ser menores de edad, en urgencias llamaron a nuestros padres; el resto del grupo llegó al hospital, con otro amigo también herido durante el tiroteo. Al final fuimos víctimas de la venganza del grupo del novio, nos confundieron con el otro grupo y toda la euforia de la fiesta y la celebración se convirtió en tragedia. A las 6 de la mañana aún estaba sentado en el sucio suelo de aquella sala de urgencias, con las manos manchadas de sangre, temblando del miedo, llorando por mis amigos, lamentando haber salido esa noche y a la misma vez, agradecido de estar con vida.

  9. Mi noche más larga fue aquella en la que me quitaron el carnet de conducir. Todo empezó al salir de fiesta: la noche fue muy bien, pero al volver cogí el coche, y claro, serena, lo que se dice serena, tampoco estaba. Un coche radar me hizo una foto, y el control de más adelante me paró. Se acerca el mosso (guapísimo por cierto), me pide carnet y los papeles, venga. Se los doy, me pregunta si sé por qué me han parado. Le digo: ¿Iba rápido? Me dice: A 147, señorita, vamos a proceder a hacerle una prueba de alcoholemia. y yo le dije: Vale. Doy positivo, claro: 0,34 o por ahí. Me hace salir del coche y me dice que quitan no sé cuántos puntos con una multa y tal. Pero como se me ocurren ideas de bombero, voy y le intento sobornar. Casi lo pasa por alto, pero una mossa me vio y el resto os lo podéis imaginar. Tuve que esperar que unos amigos me vinieran a buscar ya que al coche le pusieron el cepo, y bueno en fin, una multa de 2500€, retirada de carnet de conducir, y denuncia por intento de soborno. El carnet me duró seis meses. Fue una noche que nunca olvidaré.
    Por cierto, el mosso me llamó y quedamos. Algo bueno tuvo aquello.

  10. Barcelona, mayo 2013

    Estoy en casa, hoy es mi cumpleaños, ¡¡ya han llegado los 40!! Me estoy arreglando porque vamos a cenar todos juntos, bueno, mi familia más cercana. A las nueve es la cena, creo que me van a sorprender porque no vamos al restaurante de siempre. Cogemos la carretera que va para la costa, mi marido asegura que por ese camino llegaremos antes. Tenemos la mala suerte de que siempre nos perdemos, pero hoy no puede pasar. Lo que tenía que ser en teoría un trayecto de 15 minutos se convierte en dos horas y solo hacemos que dar vueltas por una urbanización y todo el rato aparecemos en el mismo lugar. Mis hijos: “¿Que no llegamos? , ¡Tenemos hambre!” Y mi marido cada vez más nervioso.
    Yo, resignada, pero bueno, es mi cumpleaños… para qué nos vamos a enfadar. Mi marido agobiado llama por teléfono para que le vuelvan a indicar el camino. Mis amigos me habían preparado una fiesta pero las indicaciones fueron: “Primera gasolinera, no, la segunda a la derecha y todo recto.” La carretera estaba muy oscura y giró por donde no tenía que girar. A pesar de que teníamos que estar a las nueve y llegamos a las once y media, pude celebrar mi cumpleaños durante toda la noche. Y fue un cumpleaños, de verdad, para recordar.

  11. Hacía ya un tiempo que le echaba en cara lo rutinarios que me resultaban los fines de semana. Él siempre se decantaba por los clásicos viernes de cañas, sábados de copas y domingos de resaca, y toreaba mis pataletas vendiéndome planes tan transgresores como… un nuevo bar. Pero llegó una fecha muy señalada que él olvidó que lo era y entonces yo fui a matar y propuse un fin de semana de acampada libre. No hubo respuesta porque era innecesaria; empezó a organizarlo sin demora.
    Llegó el sábado. Plantamos la tienda en un rinconcito discreto, bajo unos chopos y cerca del río, para poder escuchar el ruido del agua por la noche. Muy bucólico todo. Empezó a dejar de serlo cuando, con la caída del sol, aparecieron de la nada cientos de mosquitos del tamaño de un pulgar y sedientos de sangre. A eso de las once apenas quedaban mosquitos, ni centímetro cuadrado de piel que no nos picara rabiosamente. Imposible conciliar el sueño. Como es sabido que el insomnio agudiza la imaginación, ocurrió que los chillidos que emitían las aves nocturnas sonaron exactamente igual que gritos de niños desesperados, y que los animalillos que paseaban a nuestro alrededor removieron la maleza como lo harían hombres acercándose armados con navajas o, más entrada la noche, con motosierras. Para cuando salió el sol no había pegado ojo, pero sí había inventado mil maneras de morir.

  12. Albaladejo (Ciudad Real), agosto de 2014

    Era una noche de verano en mi pueblo, cuando mis amigos y yo nos disponíamos a ir a cenar al pueblo de al lado para cambiar un poco la rutina. Yo no quería acabar tarde, ya que al día siguiente tenía que levantarme a las seis de la mañana para acabar de hacer el tejado del porche de mi cortijo con mi abuelo; si madrugábamos, a las once de la mañana ya habríamos acabado, que es cuando el sol aprieta y las avispas se alborotaban.
    Retomando la cena, diré que cenamos muy bien y por cuatro duros; al costarnos tan barato, empezamos con los cubatas y la cosa se le fue de las manos a algunos. Eso sí, Volvimos al pueblo sanos y salvos, ya que estábamos a solo a tres kilómetros. Todos sabemos que cuando llevas unos cuantos cubatas, lo que quieres es más.Yo no tenía ganas de irme a dormir y además, sabía que si lo hacía, después a las seis moriría en el intento de levantarme. Entonces le reté a un amigo: “¿A que no hay huevos de comprar un lote de whisky y bajarnos al cortijo y acabar el tejado?” A todo esto, ya eran las tres de la mañana.
    Mi amigo, más basto que un arado, me respondió con un “No hay huevos”. Total, compramos el lote, cogimos el coche y bajamos al cortijo, en mitad de la sierra. Tuvimos suerte porque había un poco de luna; abrimos la botella y empezamos a beber. Al segundo cubata empiezo a montar el andamio, y a preparar el cemento a mano, ayudado de dos velas clavadas en arena que iluminaban la tarea. Cuando ya la liamos, nos caemos un par de veces y hacemos un par de hilos borrachos perdidos, charlando un poco; a las seis me voy a buscar a mí abuelo todo contento para que viera lo que había hecho su nieto, pero cuando bajo al cortijo otra vez, mi abuelo se espera a que haya un poco más de luz. Al subir y ver todo lo que habíamos hecho con toda la buena fe -aunque bajo los efectos del alcohol- la que me cayó fue chica: todas las tejas estaban partidas y a todo eso mi amigo estaba durmiendo dentro del cortijo, donde lo había dejado a que durmiera la mona.
    Me tocó arreglar todo hasta las doce de la mañana, con el sol apretándome en el cabezo y sin haber dormido nada.

  13. La última noche de vacaciones

    Era nuestro último día de vacaciones así que decidimos pasarlo de una manera diferente.
    Decidimos ir a un castillo abandonado a hacer vivac (dormir al aire libre). Llegamos, pasamos el día de excursión haciendo fotografías, admirando el paisaje, y realizando diversas actividades de montaña; casualidades de la vida que ese día estaba de fiesta mayor el pueblo de abajo, Salomó.
    Ya intentando dormir y después de montar el trípode de la cámara y el equipo de fotografía (ya que nuestra idea hacer fotografías del cielo nocturno) empezamos a oír una música un tanto estridente; pensamos que eran las fiestas del pueblo, pero dieron la una, las dos… hasta que llegó el día y lo que tenía que haber sido una noche tranquila mirando las estrellas resultó ser una tortura.
    Días más tarde, después de explicarles la anécdota a unos amigos, nos explicaron que nuestra peculiar noche fue debido a que algunos desdichados estuvieron celebrando una fiesta rave cerca de donde pretendíamos pasar una noche tranquila.

  14. Zaragoza, junio 2009, Metalway.
    Mi amiga y yo nos encontrábamos en un festival de música heavy, esperando ansiosamente la salida de un grupo. Debido al calor y a las largas horas que allí pasamos durante el día viendo a diferentes bandas, teníamos mucha sed, pero claro, el problema era que si nos íbamos podíamos perder el sitio en primera fila. Cuando nos dimos cuenta de que ninguna de las dos llevábamos dinero, la opción de comprar agua tampoco era viable. Decidimos, sin mucho acierto, ir a beber agua a una fuente pública, que el amable ayuntamiento de Zaragoza había instalado en la zona de conciertos, pero sin exponer un cartel que dijera que esa agua no era potable; cuando la gente bebe no recuerda las cosas como debería, y tuvimos la genial idea de quitarnos la sed en esa fuente maléfica; nos pusimos las dos malísimas, era como si nos estuvieran clavando cuchillos por dentro… Fue una experiencia terrible y puedo asegurar que jamás he vuelto a beber agua de una fuente pública, sea potable o no.

  15. Llegábamos tarde a la discoteca. Al bajarnos del tren, ya estábamos cansados y aún teníamos que caminar por una carretera oscura para llegar al local. Una vez allí, la gente, como siempre, pasándolo lo mejor posible. A la media hora de entrar, unos conocidos nos comentaron que había una pelea en la calle. Y yo, no sé por qué, me ofrecí a ayudarlos, sin tener idea de qué iba la cosa. No hacía falta, pero mis dos amigos y yo decidimos salir fuera a ver qué pasaba. La pelea no era pelea en sí, era un abuso, y yo, aunque me hacía el valiente, no estaba acostumbrado a situaciones violentas. Nos limitamos a mirar. Le hicieron mucho daño a un chico, al que acabaron pegándole entre cuatro. Los mismos cuatro a los que yo tenía intención de ayudar. Poco después, dentro de la sala, alardeaban de cómo le habían zurrado. Yo no sabía dónde meterme para evitarlos, pero durante toda la noche me los encontraba en todas partes y me abrazaban como si fuese yo amigo suyo.

    Mis amigos, tampoco estaban a gusto, y decidimos marcharnos. Pero llovía, y teníamos que esperar al tren en la estación. Volver por esa carretera con curvas, a altas horas de la madrugada, y sin más iluminación que la de la luna y algún coche que pasaba de vez en cuando, era una mierda. Al llegar a la estación, la encontramos cerrada, y el siguiente tren no pasaba hasta dos horas más tarde. Mientras esperábamos, cansados, mojados, con frio y hambre, llegaron dos borrachos que discutían entre ellos. Y más tarde empezaron a aparecer chicos de la discoteca que habían estado antes con nosotros. Y entre ellos, los cuatro valientes. Nunca vi pegar a una persona mayor de aquella manera. Le pegaron sin ningún motivo a uno de los dos borrachos. Yo no podía ni mirar. Pero tampoco tenía valor para evitarlo.

    Ya dentro del tren, iban metiéndose con algunos pasajeros. Y pasaron al vagón de al lado, para molestar a alguien más. Entonces vino uno corriendo y nos pidió a algunos que fuésemos a ayudar. Yo ya había visto bastante y no quería participar en nada de eso. Mientras insistían, vinieron los demás: esta vez les habían zurrado a ellos. El más gallito venía con las narices reventadas y toda la camiseta llena de sangre.

    Desde aquel día, cambié mis lugares de ocio.

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