Relato afilado

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[Foto: autor desconocido]

Necesitaba pensar, replantearse su vida, quería cortar. Este año optó por vacaciones separadas. Tras ellas, los niños y yo regresamos morenos y estruendosos a una casa silente. Me dispuse a organizar una cena rápida, quedaban huevos en la nevera y patatas sin grillar. Con las prisas no hallé el cuchillo de pelar, supuse que estaba en el lavaplatos y opté por otro cualquiera, aunque, sin filo, la tarea resultó incómoda. Mientras se freían las patatas me dispuse a vaciar la maleta, la bolsa de ropa sucia estaba tan bien atada que necesité una tijera para abrirla, busqué en el cajón de la cocina pero no estaba, busqué en escurridor y tampoco la hallé, entonces rebusqué a fondo en el friegaplatos, no había rastro de ningún cuchillo con filo, ni el jamonero, ni el cebollero, ni siquiera los de sierra con mango de madera, que tan bien seccionaban el entrecot. Se había llevado toda la cubertería cortante. Todo lo demás sigue aquí, incluso su colección de fósiles. No me fue fácil convertir en girones su ropa con los dientes, hoy han terminado la reconstrucción de mi incisivo derecho, el hueco del colmillo está cicatrizando bien. Más laborioso y tedioso, pero sencillo, fue reducir manualmente a pedacitos todas sus revistas y documentos. Ahora estoy probando con el silex, pero todo me queda muy tosco, los niños se atragantan con los tropezones, creí que se me daba bien tallar, pero mi arte se limitaba a afilar cuchillos, quería cortar.

por Arqui, en antoniomuñozmolina.es

Un pequeño relato con filo, que corte. Extensión libre.

14 thoughts on “Relato afilado”

  1. Recuerdo que durante un tiempo trabajé de cocinero en un restaurante lujoso, de categoría. Allí era el encargado de preparar los entrantes y primeros platos. Es decir, los fríos. Mi responsabilidad era la de dirigir el cuarto frío, ese pequeño departamento que existe en las cocinas de los restaurantes con más de 5 tenedores. Pero antes de continuar mi relato, me gustaría recalcar que una cocina está compuesta por una serie de departamentos dirigidos por encargados que son a la vez supervisados por el chef del restaurante. Recuerdo que todavía era principiante. Un principiante con poca experiencia pero con demasiadas responsabilidades, miedoso aunque con mucho valor, predisposición y ganas de aprender. Era mi primera vez que trabajaba en una cocina y recuerdo aquellos cuchillos, esos que no suelen estar en tu casa cuando te dispones a preparar algo para cenar y menos aún a una edad en la que todavía estás bajo la tutela de tus padres. Por aquel entonces también estudiaba bachiller por la mañana y trabajaba de tarde en la cocina. Mi tarea allá solía acabar hasta después de haber servido las cenas. Llevaba cerca de seis meses trabajando. Era algo inevitable, todos los jefes de los otros departamentos me lo advirtieron, decían que sucedería, que no sería cocinero sin antes bautizarme con sangre y metal afilado, aunque a mí eso me sonaba a rito africano o a la circuncisión que practican los judíos, situaciones que sabes que sucederán pero contra las que no puedes hacer nada por impedirlo. Efectivamente, una noche, mientras cortaba pimientos justo en medio del caótico, ordenado y frenético servicio ocurrió lo que más temía: un corte limpio de aquellos en los que la sangre tarda algunos segundos en salir. Sin darme cuenta un compañero me advirtió de lo que había sucedido; cuando vi el final recto de mi dedo me di cuenta de que los cocineros están todos destinados a ser circuncidados. El resultado fue la paralización de todo el servicio, un desastre higiénico y un show de campeonato. Algo que no desaparece fácilmente de la memoria.

  2. Sonaba el timbre que anunciaba el fin de las clases. Ese era el momento en que cada tarde volvía a la realidad, a afrontar una casa vacía donde sabía que no habría nadie esperándola. Eso ya no le causaba ningún sentimiento. Se había acostumbrado a no sentir nada, a estar sola, a no tener a nadie que la consolase, con quien compartir sus miedos, sus sueños, ni tan siquiera con quien explicar cómo había ido el día. En el colegio no tenía amigos, pero eso para ella no era un problema: le encantaba estudiar y literatura era su asignatura preferida. Algunas veces tenía que soportar los insultos de algunos alumnos, pero a vista de los demás parecía no afectarle, aunque en el fondo sabía que era solo otra mentira más el hecho que le diese igual no tener amigos o que la insultasen por ser lista y aplicada.
    En cuanto puso un pie en su casa el silencio reinó y la soledad se apoderó de nuevo de ella. Aunque eso era normal, pues sus padres se pasaban la vida fuera de casa, ya sea trabajando o con sus amigos. Y es que no parecía que le tuviesen mucho cariño, todo lo contrario, parecía que el tener una hija no era más que un estorbo para ellos. Pero claro no podían deshacerse de ella ni mandarla lejos, ya que al ser gente de alta sociedad tenían que aparentar ser unos buenos padres, aunque en realidad solo era un tormento y una carga para sus vidas.
    Ese día estaba dispuesta a dejar todo atrás, porque ya hacía mucho que nada la retenía allí. Así que fue hacia un estante del salón y cogió, además de una botella de alcohol, una de las muchas cuchillas que había usado para cortarse anteriormente. Al principio solo lo hacía para sentir algo. Notar como la cuchilla le hacía pequeños cortes en las muñecas, brazos, piernas… para ella era satisfactorio. Le hacía sentir algo, aunque tan solo fuese dolor. Pero ese día decidió que ya había tenido suficiente. Con la cuchilla en la mano fue hacia su habitación, abrió el grifo de la bañera de su cuarto, cogió una hoja en blanco y un bolígrafo, y escribió unas pocas palabras dirigidas a sus padres, y con ello, así conseguir un poco de sufrimiento y remordimiento en sus vidas. Una vez escritas esas palabras se despojó de su ropa y se metió en la tina junto a la carta que ahora yacía a un lado de esta. En cuanto se bebió una buena parte de la botella de alcohol, cogió la cuchilla y se fue practicando pequeños cortes pero esta vez más profundos a lo largo de su muñeca y brazo hasta conseguir el resultado que ella deseaba: morir. Paso un rato así, debilitándose poco a poco aunque sabia que todo acabaría en muy poco tiempo. Para cuando la puerta principal se abrió ya era muy tarde; hacía segundos que se había despedido de su vida para siempre. Nada quedaba ya allí, tan solo el recuerdo de las cuchillas clavándose en su cuerpo y liberándola de ese injusto mundo que le había tocado vivir.

  3. Estoy harto del mismo corte de pelo de todos los sábados. Algún día cambiaré el aire de mi peinado; ese peluquero es viejo, tiene temblores y siempre me hace cortes. Me moja el pelo y yo asustado, le veo coger el peine y las tijeras y en mi mente le amenazo una y otra vez. “No me cortes”. Al final acaba pasando y yo, asustado, ya le aviso de que, cuando termine, no le pienso pagar.

  4. Las heridas producidas por una navaja se pueden curar, incluso podrían desaparecer con el tiempo, mientras que las de la infidelidad y la traición causan en el corazón cicatrices imborrables. Es el ejemplo de un samurai que prefería recibir golpes de espadas a herir los sentimientos de su sensible corazón: prefería afrontar un dolor físico que un dolor silencioso que perdurarse en su corazón. La vida es dura cuando nos traicionan, cuando se pone a prueba nuestra confianza. Y también es difícil reconocer que la navaja está aún clavada en tu espalda.

  5. Echo de menos al afilador, aquel personaje con aspecto de hombre de campo que, cuando yo era niño, paseaba por plazas y avenidas de pueblos y ciudades montado en su ciclomotor, esgrimiendo todo un arsenal de cuchillería y una enorme mola afiladora. Como antaño hicieran juglares, tenía la curiosa y casi circense manía de anunciar su llegada con la melodía de un instrumento musical, en este caso una harmónica, con la que aprovechaba para divertir a los transeúntes que con él se encontraban. El cuchillo de la modernidad, como en tantas otras veces a lo largo de la historia, sesgó la vida de su oficio y profesión, condenándolos al recuerdo en la memoria de quienes tuvieron la suerte de poder disfrutar de tan curiosos individuos. Sirvan estas líneas como homenaje y recuerdo a todos ellos.

  6. Los miércoles no solía haber mucho trabajo en el bar, pero ese día se jugaba el clásico, lo cual hacía que calles y bares se llenaran de banderas y camisetas de ambos equipos y aumentaba la demanda de quintos y tapas calientes. Clara estaba muy cansada, tenía ganas de llegar a casa y darle su regalo a Laia: hacía un año y seis meses que estaban juntas. El jefe de Clara vio el regalo en el almacén y le preguntó a qué se debía; cuando ella se lo explicó él le propuso que se fuera antes, ya que era una trabajadora muy eficiente y nunca pedía favores. Con una sonrisa de oreja a oreja, Clara llegó a casa con el regalo y una bolsa de M&M’s que había comprado por el camino para Laia. La casa estaba a oscuras, solo se dejaba ver una astilla de luz debajo de la puerta de su habitación. Se acercó lentamente pensando que estaría Laia esperándola en la cama. Abrió la puerta y ahí estaba: pudo contemplar la piel más hermosa que jamás había visto en su vida, la luz de las velas dibujaban su espalda y …unos brazos que la rodeaban. Sus ojos se hundieron en los suyos y ahí sintió cómo se le clavaba el cuchillo más afilado en la espalda, haciéndole una herida que llegaba hasta el corazón. Solo fue capaz de dejar el regalo encima de la cama con una frialdad que cortaba el aire. Dio media vuelta y sin derramar una sola lágrima se fue de casa rumbo a las calles de una Barcelona tan bella que parecía burlarse de su alma rota.

  7. Al filo del filo afilado
    despacito
    de puntillas
    no sea que me hieras

    Al filo del filo afilado
    despacito,
    dulcemente
    no sea que me duelas

    Al filo del filo afilado
    despacito
    como sin querer
    no sea que me alejes

    Al filo del filo afiliado
    despacito
    de cuclillas
    no sea que me veas

  8. Me regalaron un pollito de esos que regalaban en las pollerías de los mercados locales cuando comprabas muchos huevos. Yo tenía una terraza muy amplia y allí lo crié, alimentándolo bien, hasta que estuvo bien crecido. Pasó de ser el “bonito pollito amarillo” que te hacía cosquillas en la palma de la mano al picotearla a convertirse en un pollo adulto, digno de estar en una cazuela. ¡Ah!, pero el problema era que tenía que matarlo. Cogí un cuchillo, me acerqué al pollo y lo envolví en una toalla para dejarlo inmóvil. Al acercar el cuchillo a su cuello, mi mano tembló y, justo en ese momento, del picotazo que me dio tuve que soltarlo inmediatamente. Al final, tuve que dárselo a una vecina, de la cual yo sabía que había vivido en el campo y que a ella la mano no le temblaría.

  9. Era un día cualquiera, llegaba a mi casa por la tarde después de una jornada de trabajo y cerré la puerta dejando atrás el bullicio del tráfico y la gente. Por aquel entonces vivía en una planta baja de la calle Pi y Maragall, frente a la plaza Joanic de Barcelona. Me quité la chaqueta dispuesto a relajarme, y a seguir disfrutando de aquel día corriente que, por cierto, resultó ser mucho más oscuro de lo previsto. Desde el comedor percibí unos gritos escalofriantes que provenían de la calle y salí corriendo a ver qué sucedía. Un hombre se hallaba tendido en el suelo sobre un charco de sangre delante del portal, después de ser apuñalado en la arteria carótida con un cuchillo cebollero. Era el dueño del Poncho Colorado, un bar situado a dos pasos de mi casa. Me quedé helado, viendo cómo a ese hombre se le escapaba la vida por momentos, y así fue. Al día siguiente el barrio estaba afligido y los vecinos nos volcamos a participar en un acto que apoyaba a los familiares de la víctima.

  10. “Córtame la cabeza con destreza de capitán: ven a acabar una vida vulgar con un corte limpio, un corte limpio. Las partes de mi cuerpo que detesto, despedazar. Acabar una vida vulgar con un corte limpio. En las manos de un experto cirujano, en la hoja de un experto tasador, en el sótano de un asesino experto, un cielo abierto, la salvación.” Tan hartos estábamos de los cínicos que planeamos su final al más puro estilo dexter. La canción de aquella banda de nombre ridículo que se instaló en nuestras mentes aceleró el hartazgo y la respuesta. Y llegó el día de abrirles el cielo. A los cínicos, claro. Hoy el país nos lo agradece.

  11. Otra vez volvió a hacerlo. Otra vez no pudo controlarse. Otra vez volvió a quitar la vida a una persona. Era la tercera vez que lo hacía y siempre supo ocultarlo con frialdad, sin sospechas, sin remordimiento; pero esta vez lo hizo con un objeto punzante, jamás había utilizado nada, simplemente sus manos, con ellas más placer le daba. Clara estuvo dos horas y media frente al cuchillo brillante, puntiagudo, largo y grueso, observándolo, imaginándose lo imaginable hasta que tomó la decisión de, esta vez, arrancar la vida de alguien conocido. Esperó, esperó y esperó durante cuatro largas horas a que volviera su esposo y tras un repaso mental de todas las infidelidades descubiertas, decidió actuar contra él, en silencio, impredecible, tanto que él ni siquiera la escuchó y aún menos pudo enterarse de que se fue de este mundo. De las dos señoritas con las que él se estuvo viendo, ya se había encargado Clara de quitarlas de en medio, dos semanas antes.

  12. En estos momentos mi imagen de cortar no es un cuchillo con el que pueda hacerme daño, sino unas tijeras para poder cortar esa cuerda que ata un paquete lleno de obligaciones, responsabilidades y retos asumidos para los que no sé si estoy preparada. Después de la tormenta viene la calma, las nubes desaparecen y dan paso al sol. En la vida …una oportunidad es para aprovecharla. Un reto es para afrontarlo. Un deber para cumplirlo.

  13. Es igual el lugar donde se produzca el corte, sea una yema, un nudillo, cerca de la uña. Si utilizas cuchillos, la reacción siempre es la misma, un escalofrío que provoca el susto. Pero aquella vez Marcos sintió pánico. No acertó a ver del todo qué parte de su mano se había visto herida o seccionada, pero percibió claramente dos hechos: que nada volvería a ser como antes y que su estómago reaccionaba tan violentamente que su cuerpo se dobló para que el vómito fluyera con menos obstáculos. Golpe de sudor, mucha tos y la sangre que se mezclaba con el serrín del sueño y el cuchillo, el cuchillo…¿dónde he dejado el cuchillo? ¿Qué me he hecho? ¿Qué me he hecho? ¡Por favor, por favor…!

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