Mundo aeropuerto

704351_496538220380661_368875916_o[Foto: Ho-Yeol Ryu]

Como tu vuelo llegó con retraso, el vaivén y el trasiego me trajeron antiguos recuerdos. Mi amiga María se enamoró de un madrileño y cuando nos dijo que se iba a vivir a Barajas nos quedamos estupefactos. Ya sé que es también un pueblo pero no puedo evitar buscarla por los pasillos, en las tiendas, en las cafeterías del aeropuerto homónimo. También recordé a PT, que trabajaba en megafonía en El Prat y le llamábamos el please passengers proceed y nos partíamos la caja cuando se imitaba a sí mismo. Un año recriminé a una alumna que no entregaba tareas de castellano y se excusó pidiéndome que la entendiera, que con la nueva terminal, estaba muy liada en su trabajo en el aeropuerto. «Vaya morro tiene», pensé. Y también recordé aquella vez en Almería cuando tuvimos que correr como nunca por la pista porque se iba el avión y nos dijeron que nos estaban esperando para salir, y que las maletas ya llegarían al día siguiente. Y también cómo me mirabas cuando me metía en aquellos cubículos apestosos llenos de humo para bañarme en nicotina. Me mirabas con tanta pena…

 Aeropuertos y tú. Extensión libre

16 thoughts on “Mundo aeropuerto”

  1. Hace unos 9 años, por cuestiones laborales, estuve cinco meses en Francia. Venía a Barcelona una vez al mes y aprovechaba para ponerme al día con los amigos y la familia. Al partir, era la segunda vez que volaba en avión; fue muy emocionante y a la par estresante, al no conocer muy bien el idioma. Al tercer mes volví a Barcelona con la maleta vacía para aprovechar y llenarla nuevamente de ropa. Normalmente en el transbordo daba una vuelta por el aeropuerto o me tomaba un café, pero esta vez por lo visto habíamos llegado con retraso y yo no me enteré, y a los 5 minutos oí mi nombre por megafonía. Vinieron a buscarme un par de empleados del aeropuerto con unos de esos minis coches del aeropuerto. A mí me dio tiempo a enlazar pero a mi maleta no; ¡suerte que me pasó de vuelta a Barcelona y no al revés!, si no, no sé cómo habría hecho para reclamarla.

  2. A pesar del típico ajetreo de los aeropuertos, es en lugares como este donde uno puede llegar a experimentar con más claridad ese leve sentimiento de soledad; esa melancólica sensación, apenas perceptible, de que la gente está allí pero al mismo tiempo no está. Todos tienen la mente en otra parte: en la facturación del equipaje, en un esperado reencuentro, en los inolvidables momentos vividos en una ciudad extraña, en la inquietante idea de encontrarse a diez mil metros de altura sobre un océano infinito… Inmersos en su incesante diálogo interior, las personas van de un lugar para otro del recinto, o se sientan aquí y allá, como presencias etéreas, ausentes; pues el presente inmediato, el momento, el aquí y ahora se ha convertido en un simple trámite.

  3. Una de mis primeras aventuras la viví justo en el mundo aeropuerto.Tenía 10 años y, como cada verano, había viajado desde Milán -donde vivía- a Barcelona, para pasar las vacaciones con mis abuelos. Siendo una menor siempre me acompañaba una azafata durante el vuelo para, se supone, cuidar de mí. A la vuelta, como de costumbre, mis abuelos y yo esperamos a la azafata en la zona de facturación, donde tenía que venir a recogerme para llevarme hasta el avión. Esperamos un buen rato y de la azafata ni rastro. Fuimos a preguntar pero nos dijeron que no nos preocupáramos, que ya llegaría….Esperamos y esperamos, hasta que anunciaron por megafonía el despegue de mi vuelo. En ese momento tuve la ligera sospecha de que, a menos que la azafata no fuera Wonder Woman, había perdido el avión. No tuve más remedio que esperar el siguiente vuelo hacia Milán. Como en esa época aún no había móviles, mis abuelos pidieron a los de la compañía que llamaran al aeropuerto de Milán para avisar a mis padres de que yo no llegaría en el avión que ellos esperaban, sino en el siguiente. Evidentemente ese día todos sufrieron algún ataque de amnesia o simple pasotismo ya que nadie informó a mis padres del incidente y cuando llegó el avión sin mí,nadie sabía nada. Estuve desaparecida durante más de una hora, que fue el tiempo que tardaron en informar a mis pobres, asustados y ya histéricos progenitores. Increíble, ¿no os parece?
    Mientras tanto, para seguir con la racha de acontecimientos poco afortunados, la niebla invadió el aeropuerto de Milán, fenómeno meteorológico frecuente en esa ciudad;por dicha causa tuvieron que desviar el vuelo hasta Roma,donde me pareció estar esperando una eternidad hasta que se disipara la maldita niebla, prodigio que jamás se produjo (al menos no esa tarde). Así que me montaron en un autobús rumbo a mi destino, donde llegué 9 horas más tarde de la hora prevista. Afortunadamente la heroína de la historia -o sea, yo- estaba acostumbrada a viajar sola y no era una niña asustadiza.

  4. Desearía tener una bonita historia que explicar relacionada con los aeropuertos, que hiciera que al lector se le dibujara una gran sonrisa en los labios durante la lectura. Pero no es posible: a mis 23 años solo he viajado en avión en tres ocasiones, todas ellas con destino a Ibiza. Un corto trayecto, en el que apenas uno tiene tiempo de acomodarse. Sin embargo, sí que podría hablar de los viajes que he hecho en mi querido Clio azul metalizado, cargado a más no poder, con la compañía de mis perros y buena música; sin ningún destino y a ningún lugar. Esos son los viajes que me apasionan, los que no tienen un principio ni un final, los que se construyen sobre la marcha y están llenos de imprevistos.

  5. Es Navidad. Como todos los años voy al aeropuerto para tomar un vuelo y así pasar las fiestas junto a mi familia y allí, en la salida correspondiente a mi destinación, la veo. Llevamos siendo amigas más de 15 años; somos tan amigas que nos venimos juntas desde el pueblo a vivir a Barcelona, somos tan amigas que cada cuatro o cinco meses nos peleamos y pasamos una temporada sin hablarnos y obviamente sin vernos. Claro, ella también hace lo mismo que yo: vuelve al pueblo para pasar las fiestas. ¿Qué hago? ¿Me escondo? No será fácil en un avión. ¿La ignoro? No,la quiero y ya llevamos demasiado tiempo enfadadas por una tontería. Me acerco, la miro, ella también me ve. Nos ponemos a reír al unísono. Ya está, amigas otra vez. Subimos abrazadas al avión y riendo le pedimos a la azafata que nos deje sentar juntas porque tenemos muchas cosas que contarnos.

  6. Maleta, bolso de mano, y más manos harían falta con tanto bulto.

    Billete en el bolsillo interior del bolso, a mano de la mano izquierda,
    sólo que no eres zurda.

    Taconeo de tacones cómodos en la superficie brillante
    perdida entre gentes perdidas a su vez.

    Perdida en pasillos con señales señalizando a la perfección
    Miradas aunadas en una misma dirección,
    todos y cada uno de los viajeros: mi vuelo, mi pasillo, mi billete

    ¡Estás tan hermosa!,
    ¡Tan perdidamente hermosa!
    que podría capturarte un director de cine para su película

    o podría, tal vez,
    un escritor de novelas hacer que te raptaran

    o un poeta enamorarte
    y escribirte una canción.

  7. Mi experiencia en aeropuertos ha sido breve. No he tenido problemas ni con las azafatas, tampoco con los vuelos; se puede decir que he tenido suerte viendo la norma, siempre he tratado de hacer una planificación acorde con mis pretensiones observando con antelación la evolución de los precios de los vuelos, el estado social político del país al que me desplazo y el momento en el que salgo del mío. Teniendo en cuenta fechas sin huelgas ni posibles tensiones entre los trabajadores de los aeropuertos. La mayoría de las veces he llegado al aeropuerto con el tiempo justo y medido para entregar las maletas y embarcar, con el chequeo ya hecho de casa siempre. He creído que las cosas con calma salen por sí solas. No puedo evitar, en contra de la mayoría, tener buenos recuerdos de mis viajes en avión a destinos variados en los que he disfrutado de mi experiencia con otras culturas. he llegado a alargar el viaje para no perderme un detalle de fiestas populares o momentos clave en los que estar ahí marcan la diferencia entre entender una cultura o simplemente ir a hacer el turista. Odio serlo, pero es algo inevitable y te ayuda de alguna manera a ser más empático con los japoneses, chinos, rusos, alemanes que pasean de una manera perdida por nuestra capital e intentan comunicarse contigo de una manera distendida en un inglés caótico no mucho mejor que el propio.

  8. Durante unos años, los aeropuertos de medio mundo fueron para mí como mi segunda casa. Me pasaba meses viajando de un lugar a otro a causa del deporte, y llegué a conocer todos los trucos y cómo desenvolverme dentro de ellos casi a la perfección. Al principio parecía divertido: pasillo arriba y pasillo abajo, esperas aquí y esperas allí, retrasos de unos vuelos y cancelaciones de otros… Aunque no estaba solo: siempre acompañado de mis compañeros de equipo. Después de los primeros viajes nos cansamos de la misma rutina, así que tuvimos que empezar a buscar recursos para no aburrirnos de tanta espera. Nos encantaba encerrarnos en el lavabo a fumar a escondidas, siempre corriendo el riesgo de que alguien nos pudiera ver, entrábamos en todos los dutty free a probar los nuevos perfumes que salían a la venta, usábamos maletas deterioradas para poner una reclamación al llegar al aeropuerto de destino y así conseguir una nueva. Hoy en día ya no puedo disfrutar de aquellos momentos que, aunque al vivirlos eran bastante caóticos e incluso agobiantes, para mí siempre serán inolvidables y me es imposible no acordarme de ellos cada vez que me adentro en un aeropuerto.

  9. El personal del aeropuerto comenta que se la puede ver en los aseos cercanos a la terminal dos. Siempre por la noche. Todo el mundo que trabaja en ese turno la ha visto o ha notado su presencia.
    Todo empezó hace unas semanas, justo después de ese suceso tan abominable, la desaparición y posterior descubrimiento del cadáver de aquella muchacha de diecisiete años que viajaba con sus padres hacia un destino vacacional, idílico. Clara era una joven inteligente, con los problemas normales de su edad; en los estudios iba bien, aunque podía mejorar; tenía amigas y la relación con sus padres era muy buena; estaba sana y era feliz. Lo que no imaginaba -cuando solo faltaba media hora para subir al avión- es lo que le deparaba el destino: un final demasiado cruel para una vida tan breve. Necesitaba ir al baño, lo comentó con sus padres y se encaminó al aseo más cercano. Al llegar vio que había un cartel colgado en la puerta que indicaba que estaba cerrado por avería, así que con urgencia se encaminó hacia el otro, el que justo está al lado de la terminal dos, y entonces le vio. Solo reparó en él un momento, lo justo para sentir un pequeño escalofrío de disgusto; no sabía por qué pero le resultaba incómodo que aquel desconocido la mirase así. Él tan solo la miró una vez en esta ocasión, lo justo para ponerle el vello de punta a Clara pues se perfilaba la intención en su mirada y en su boca asomó una sonrisa estudiada que ella no le. La estaba vigilando desde que había llegado. Ella entró en el aseo y fue entonces cuando oyó un silbido; era como una cancioncilla infantil. Después todo ocurrió a cámara lenta: la acorraló en el cubículo del lavabo y la agredió de todas las maneras imaginables, ella sufrió y él se deleitó hasta que se dio por satisfecho y finalmente acabó con su vida. La encontraron en el cuarto de la limpieza que está justo al lado del servicio de mujeres donde la habían asesinado, con los ojos abiertos de par en par y una expresión en ellos de profundo miedo y dolor.
    Desde entonces su espíritu vaga por las noches allí donde su vida finalizó porque sabe que solo fue la primera de muchas. Solo quiere alertar del peligro y su lamento exige Hay que pararlo.

  10. Tenía doce años cuando mi familia y yo esperábamos un vuelo hacia Madrid. Tanto mis padres como mi hermano estaban agotados y casi dormidos en la espera. Fue entonces cuando me centré en un grupo de estudiantes que esperaba su vuelo hacia París; estaban llenos de bolsas y cargados de equipaje para pasar sus próximos siete meses en una ciudad desconocida para ellos. Unos comentaban que se habían dejado algunos libros y parte del equipaje, mientras yo pensaba: «¡Cómo vas a dejarte algo con todos esos bultos!», otros llamaban a sus familias para comunicarles que pronto iban a embarcar, y yo, anonadada del cariño y la ilusión que desprendían hacia sus seres queridos en ese preciso instante, me ilusioné pensando que quizás algún día podría hacer algo parecido: vivir una experiencia similar a la de ellos. Aún no puedo olvidarme de sus caras pletóricas y de sus cuerpos moviéndose, llenos de nervios, sin sentido, mientras hablaban de su esperado viaje expresando la emoción de su nueva etapa y su decisión de cambio como locos. Así qué puedo decirte, aeropuerto. Que la mayoría de veces que paso a visitarte me voy llena de alegría y algunas otras con el corazón encogido, pues yo solo conozco tu lado más tierno y profundo, aquel en el que las familias y amigos comparten momentos de felicidad y tristeza, de cansancio y desesperación. Un lugar lleno de pérdidas y reencuentros.

  11. Izquierda, derecha, arriba, abajo; este es el trasiego que lleva uno en un aeropuerto cuando va de viaje. Anécdotas, ¡uf, muchas¡, desde pasar toda una noche en vela en uno de ellos, a estar el día de la huelga de Aena en medio de un montón de maletas amontonadas o no volar por culpa de fuertes vientos. Os explicaré una. Volvía a Barcelona desde Eslovenia vía Madrid. Estábamos llegando a Barajas, contentos de haber visitado un país tan bonito y a la vez tan desconocido todavía por mucha gente y cuál fue nuestra sorpresa cuando el piloto anuncia: “Señoras y señores, el clima en Madrid es bueno y en estos momentos estamos a la espera de que nos den la orden para el descenso al aeropuerto de Barajas. No sabemos qué está pasando…”. Como veníamos contentos de nuestro viaje simplemente pensamos en el overbooking de los veranos. Al cabo de diez minutos descendimos y aquí no ha pasado nada. Salimos de la pasarela a todo tren para no perder el puente aéreo. Teníamos claro que a las maletas no les daba tiempo de hacer el cambio de avión; efectivamente, llegaron al día siguiente a casa. Éramos de los últimos pasajeros y estábamos esperando en la cola de embarque para subir al avión. Oí unas voces y sin darme cuenta me giré y qué alegría al ver quienes estaban: Piqué, Puyol y Valdés. Me quedé como cortada y a la vez emocionada de tener a apenas dos palmos a los jugadores de nuestro querido Barça. Ahora ya sabía por qué llegábamos tarde: los jugadores de la selección española acababan de llegar de Méjico y tenían preferencia. Pensé en pedirles un autógrafo, hacerme una foto con ellos, pero la verdad es que me daba un poco de corte y pensé que ya se los pediría dentro del avión. Algunos más hábiles que yo pudieron hacerles fotos, pero no fue mi caso. La azafata me aconsejó que no les molestara. Mala suerte.

  12. No quería que llegase aquel momento. La despedida. Ya hacía tiempo que sabía que Lucas quería ir unos días a casa de su padre, pero no esperaba que se fuese todo un mes. Le ayudé a terminar de preparar las cosas antes de coger el coche en dirección al infierno del aeropuerto. No dejaba de poner cosas y cosas en la maleta: ropa, bambas, juegos y la miniconsola dichosa que tantas discusiones con él había originado. Salíamos tarde de casa según la hora prevista que programé una semana antes; tuvimos que apresurarnos un poco en la carrera porque no quería que Lucas perdiera el vuelo, más que nada por los llantos que acompañarían a esa situación. En el coche el estrés no desvaneció; para rematar, discutimos. Yo no terminaba de entender el motivo de irse precisamente aquel día si su padre no llegaría a casa hasta dentro de una semana. En vez de quedarse conmigo, que soy su madre, decidió irse a casa de su padre y estar una semana con su madrastra. Este tema ocupó todo el trayecto, pero decidí no discutir más porque él se iría de todas formas y no quería que lo hiciera con mal sabor de boca. Cuando llegamos y conseguí dejar el coche, fuimos corriendo a embarcar la maleta e hicimos una carrera hasta la puerta de embarque. Mientras entregaba los billetes en la taquilla de la puerta escuchamos por megafonía el anuncio de su vuelo. “¡Justo a tiempo!”, me dije a mí misma. Me despedí más fría de lo que hubiese querido y dejé que se marchara. Cuando lo vi marchar y supe que no podía verme, dejé caer dos lágrimas. No verlo en un mes sería duro, ya que nunca me había separado de él tanto tiempo. Me lavé un poco los ojos con un pañuelo que llevaba en el bolsillo de la chaqueta; fue entonces cuando me percaté de algo extraño dentro del bolsillo: lo saqué y era un llavero donde estaba escrito “SIEMPRE CONTIGO MAMÁ”. Rompí a llorar porque no me esperaba esa sorpresa. Tengo un hijo que vale lo impagable. Le echaré de menos durante todo el mes e incluso hasta las discusiones con él. Se hará largo.

  13. Un día, sin previo aviso, me comunicaste que te marchabas a Tenerife, para hacer el servicio militar. La oficina de reclutamiento había extraviado la documentación y te obligaron a incorporarte dos días después, bajo amenaza de proclamarte prófugo. No estábamos preparados para distanciarnos tanto, ya que nos casábamos en dos meses y esperábamos a nuestra primera hija. Partiste de la estación de Francia, sin un solo soldado más y como única compañía el petate, pues ibas fuera de reemplazo. Después de un día en el famoso borreguero– aquel tren de mercancías- y tres días de barco llegaste a tu destino. Corrían otros tiempos y la carta o el teléfono – para los más privilegiados- era la única forma de comunicación. Así que cada día nos escribíamos. Enviábamos nuestros sentimientos y deseos en una hoja de papel, en un sobre blanco, con rayitas azules y rojas y un sello que ponía avión: era la forma de correo más rápida y nuestro primer contacto con un aeropuerto, pues por él pasaban esas noticias que tan ansiosos esperábamos. Después de unos cuarenta días regresaste, por problemas de salud. Decidiste viajar en avión, deseábamos tanto estar juntos… Llegaste en el vuelo de una noche de octubre, el viento soplaba muy fuerte, y la llegada, que se preveía para las once, se demoró, lo que para mí resulto una eternidad. Mis ojos se clavaron en los paneles informativos los cuales anunciaban alternativamente:
    -Vuelo procedente de Tenerife no puede aterrizar por causas meteorológicas.
    -Vuelo procedente de Tenerife va intentar el aterrizaje.
    Por fin, después de varios intentos, el avión aterrizó y te vi a lo lejos: estabas tan guapo y tan moreno… tus ojos y los míos se encontraron, soltaste tu bolsa y viniste corriendo a abrazarme. Mi vientre empezaba a manifestar la vida que se estaba formando dentro, tus manos lo acariciaron con ternura y nuestros labios se juntaron, como promesa de viajar por la vida siempre juntos. Pero llego un momento en que decidiste viajar sin mí y partiste en un borreguero, o al menos eso quiero pensar yo. Cuando voy al aeropuerto mi corazón viaja treinta años atrás y te atrae hacia mí, igual que entonces, tan guapo y tan moreno…

  14. Recuerdo cuando vine a España: fueron todos mis familiares y mis seres queridos al aereopuerto a despedirme. Ese día quedará siempre en mi mente, ya que desde entonces hasta el día de hoy no he vuelto a verlos, y eso ocurrió hace ya casi siete años. Salí desde el aeropuerto de Quito -la capital de mi país- por la mañana; no era la primera vez que viajaba en avión pero sí la primera vez que viajaba tan lejos. Las horas se me hicieron eternas; fueron doce horas de viaje desde Quito a Amsterdam. Dio tiempo para todo: vi varias películas, me quedé dormido no sé cuánto tiempo, pero miré la pantalla del mapa y vi que seguíamos aún en la mitad del viaje. Como fui sentado al lado de la ventana del avión, lo único que se veía era el mar y las nubes. Vamos, que fue un aburrimiento. Llegué al aeropuerto de Amsterdam como a las cinco de la mañana; me sentí muy extraño porque todo el mundo hablaba inglés y yo no me enteraba de nada, ya que ni siquiera mi azafata hablaba bien el español. Me llevaron a una sala de espera porque aún tenía que aguardar hasta el mediodía, pies en esa hora no había vuelos a Barcelona disponibles.

  15. La mayoría de veces que he acudido a un aeropuerto ha sido siempre para recoger a alguien, a excepción de dos o tres veces que he podido viajar, a muy bajo precio. La poca experiencia que tengo en estos sitios la recuerdo entre mares de confusión, de gente corriendo para arriba y para abajo. Encontramos al que acude por primera vez y no sabe a dónde debe ir junto a aquel que lo hace a diario y se permite tomarse una coca cola de cinco euros antes de embarcar. Hoy en día le tengo un poco de pánico a los aeropuertos: temo que me pase lo que suelo ver por televisión. Alguna huelga o cancelación de vuelos que me obliguen a pasar la noche en el frío suelo de mármol o perder el vuelo y quedarme en algún aeropuerto de algún país que desconozco. Por eso siempre intento anteponer el tren al avión, ya que el primero es un medio de transporte que domino y a la vez, te permite viajar por toda Europa sin límites y a bajo precio.

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