Alerta naranja

[Foto: Xuanxu]

Me gusta el parque de Berlín, donde me estoy instalando para pasar la noche. Es un gran sitio: abierto, con estanques, con laderas, con buenos bancos y con un rincón dedicado a Beethoven. Yo empecé tarde en esto del vagabundeo, a los 42 años, y me costó hacerme con los trucos del oficio. No obstante, ya he aprendido a distinguir mis toses. Y la que sufro desde noviembre me da mala espina. Nace de abajo y me abrasa, al pasar, la campanilla. Qué cosas: aquí mismo, hace pocas semanas, murió un hombre. Dios, qué frío está el césped; qué débil, qué delgado.
[Extraído de El País]

Noches al raso. Breve relato en primera persona. Extensión libre

19 thoughts on “Alerta naranja”

  1. Todavía recuerdo como si fuese ayer mi verano en Mallorca. Solo de recordar esos hermosos paisajes me muero por volver. Ese verano fue diferentes a todos. Me encantaba pasear por sus calles, sentir el calor acompañado de una pequeña brisa, pasar mis dias tumbada en la arena de cualquier cala impresionante, sentirme relajada y libre. Y es que para mí siempre estará Mallorca.

  2. Recuerdo como si fuera ayer el blanco de la nieve que podía ver a través de la ventana de mi casa. Con ganas de jugar, reír, correr y poder disfrutar de un buen momento con mis grandes amigos. Berlín durante todos aquellos años había sido mi refugio, con el frió del invierno y los buenos momentos al lado del fuego, escuchando a mi abuela con los cuentos de cuando ella era joven.
    Ahora añoro todos aquellos momentos, pero se que por lo menos me queda el recuerdo de haber vivido en una ciudad mágica.

  3. Eso es lo que pensé antes de irme a Berlín. Cuando cogí el avión, hace tan solo cinco años. Recuerdo que en el vuelo hubo turbulencias durante todo el viaje. Había una tormenta y todos estaban nerviosos y asustados, menos yo. Cuando no se tiene nada que perder, cuando te da igual todo, solo pienso; y entonces tampoco quiero estar yo. Ahora estoy de vuelta, tengo una señora al lado, veo a la gente nerviosa por el aterrizaje, y a la azafata hablando; y solo puedo pensar en las miles de cosas que se me van a pasar por la cabeza cuando vuelva a Londres, recuerdos, imágenes, palabras…

  4. La semana en Berlín está siendo muy fría, esta mañana al levantarme de la cama y al mirar por la ventana, he visto esta maravillosa estampa berlinesa. Estoy instalado en casa de mi amiga Laura, que vive enfrente de este parque tan bonito. Ahora iremos a pasear por él, tengo ganas de tocar la nieve recién caída, la temperatura exterior es de -5ºC, pero bien abrigado no es problema. Lo primero es desayunar fuerte porque con tanto frío se queman muchas calorías y hay que alimentarse bien.

  5. ¡Ya no aguanto más! Es más de media noche y no consigo dormir. Da igual cuantos cartones reúna, ni cuántas mantas pueda llegar a tener para afrontar este frío que llega sin avisar. Seguidamente decido levantarme y caminar a paso ligero; dicen que es la mejor receta para combatir este frío y la manera más rápida de entrar en calor. Comienzan las calles a verse desiertas y el sonido de los coches cada vez es menor. Y yo aquí a la espera de encontrar donde pasar la noche para refugiarme de este día de alerta naranja, que de hecho, cada vez que nos visita y se va, consigue desaparecer con facilidad a miles de personas que durante su lucha con ella no logran ganar. Y mi pregunta es hasta cuándo.

  6. Son apenas las 6 de la mañana y el gélido viento que entra por la ventana recorre todo mi cuerpo; desde que llegó esta ola de frío no hay manera de poder dormir una noche entera. Solo sé que una pequeña brizna de aire que entre por la ventana ya me desvela de mi plácido sueño y se me hiela el cuerpo entero. Así que cada mañana, sobre las 6.30 tengo ya como rutina tomarme mi vaso de leche caliente y volverme a dormir.

  7. No recuerdo un invierno tan gélido como este, quizás hubo algún otro cuando aún era pequeña. ¡Mallorca nevada!, es maravilloso lo que la naturaleza nos regala. Pero no todos estaremos de acuerdo: aquellas personas sin hogar lo estarán pasando francamente mal, estarán deseando pasar a una nueva estación la cual nos aportará nuevas maravillas. En cambio unos pocos congelaríamos el tiempo para disfrutar de este frío y maravilloso invierno.

  8. Suena el despertador y abro los ojos, un nuevo día empieza. Solo con poner el primer pensamiento en mi cabeza, sobre la rutina del día a día, aparece la pereza. Aún así me levanto, hay que poner ganas en estos tiempos tan complicados. Hay que sonreírle a la vida para que te devuelva la sonrisa. Me ducho, necesito notar el agua de buena mañana para despejarme, seguidamente me visto y desayuno mientras miro algunos periódicos por internet. Ya estoy listo para el nuevo día y citando a uno de mis grupos de música favoritos “salgo de casa con la autoridad del Sol” y sigo mi camino. Venga lo que venga, sea lo que sea que me depare este amanecer, estoy preparado.

  9. Observo, desde hace un rato, el gentío que entra y sale del centro comercial que hay justo enfrente. No recordaba ya un invierno tan frío como este; quizás porque no lo sentía, tenía cobijo, no gran cosa, un pequeño pisito, pero que me resguardaba de las inclemencias del tiempo. Todo eso ahora forma parte del pasado, ya llevo seis meses durmiendo al raso y no sé mi destino final. A lo mejor muero helado, sin despertar, entre los cartones que he hecho míos y que ahora son mi hogar.

  10. En los últimos tiempos, la alerta naranja se ha puesto ante nuestros ojos cada vez que un fenómeno meteorológico excede en tiempo y en dureza al considerado normal. Pues bien, para mí, la alerta naranja es permanente y en todo el mundo. Hace tiempo que una catástrofe derrumba, congela, desertifica una zona, pero lo que varia es dónde se produce. Un terremoto en América del Norte apenas hace daño en un edificio, mientras que en el sur derriba barrios enteros; un temporal en el llamado primer mundo genera destrozos, en el tercero apenas queda nada tras su rastro; una sequía se puede ir solucionando en estas lindes, en el cuerno de Africa. ¡¡ALERTA ROJA PARA TODOS LOS GOBERNANTES!!

  11. ¡Uf… qué frío!
    Nada más pensarlo ya se me ponen los pelos de punta. El tener que despertarte pronto y salir de entre tus edredones, sabiendo el frío que vas a tener, pocas ganas te da el estar en pie y tener que pensar en todas las capas de ropa que vas a llevar con tal de combatirlo. Así es el invierno, pero a su vez es bonito: pasar más tiempo con tu familia, ver películas… esos momentos siempre los vas a recordar. Pero no hay nada mejor que el calor.

  12. Son las 7, hora de levantarse. Hoy me espera un día duro de trabajo, clases y luego el voley por la noche. Me lavo los dientes, me visto y cojo todas las cosas que había preparado la noche anterior para no tener que madrugar tanto. Chaqueta, bufanda, gorro; bien abrigado para que no pasar frío. Bajo al portal y…¡coño!,¡qué frío, esto no es normal! A medida que voy en dirección al metro, me doy cuenta de que los calcetines no son lo suficiente gordos, la bufanda muy fina,¡mierda!, no he cogido los guantes, me niego a fumarme un cigarro, los labios me empiezan a arder al expirar…
    Por fin en el trabajo, tomo asiento después de haber dejado en el perchero las cosas.¡Esto no es normal, qué frío!. Pregunto a mis compañeros a cuántos grados está la calefacción, -está a tope Carlos-. Justo en ese momento escucho una conversación que mantienen dos compañeros sobre el anticiclón de frío siberiano que estaba entrando en Cataluña y sobre lo que le apetecía que nevara para hacer con sus hijos un muñeco de nieve.
    A medida que iba pasando la mañana, las conversaciones sobre el parte meteorológico de última hora eran la noticia del día…- Me acaban de llamar del colegio que en Sabadell esta nevando y tengo que ir a buscar a la niña. Silencio en la oficina, todas están deseando que les suceda lo mismo para salir corriendo y hacer ese preciado muñeco de nieve con sus hijos y así ver sus caras de sorprendidos, o simplemente tener un cambio en su rutina, aburrida, esperando que les suceda una anécdota para contar.
    Son las 6 y por suerte no ha nevado, ¡hora de plegar! Qué ganas tenía de salir de la oficina y dejar de escuchar ya tantas conversaciones, ese espíritu “nevadeño” iba a acabar desquiciándome. A medida que iba saliendo de la oficina , en el ascensor escucho, sin poder evitarlo, la conversación por el móvil de dos compañeros con sus familiares; nunca entenderé por qué se ponen a hablar por teléfono cuando saben perfectamente que en la cuarta y quinta planta se quedan sin cobertura. ¡Mamá, mamá!, se cuelga, ahora te llamo cuando salga. Alivio, a lo que sin ya poder evitar pregunto. ¿ No os cansáis de hablar todo el rato de lo mismo? ¡No habéis parado de hablar del anticiclón siberiano y de que nevera para que los niños puedan ver la nieve! Si queréis que vuestros hijos se hundan en la nieve a tan solo una hora encontraréis toda la que queráis. Madres que disfrutan, que desean las nevadas con más fuerza que sus propios hijos. A mí por suerte, creo que me queda mucho….

  13. Hoy te has pasado. Tanto, que no voy a dormir contigo. Voy a salir solo, sin ti, sin nadie. Quiero alejarme, no puedo ni hablar. No tengo ni hambre. Ahí te quedas. No sé qué haré, pero primero me refugiaré creo, en unos grandes almacenes hasta la hora del cierre: no quiero pensar en nada, solo esperar. Quiero saber qué se siente cuando te invitan a salir, cuando a nadie le importa qué harás tras cruzar la puerta y lo de afuera es más grande que nunca, inabarcable. Después daré vueltas, más vueltas. Llevo algún billete en el bolsillo y mi móvil se queda ahí, para que no me llames. Buscaré gasolineras, opencores y si no puedo vagar más y tengo fuerzas, buscaré una barra, un club nocturno, un burdel cutre. KissMe Club. Por esta noche voy a volver a fumar. Voy a resistir el frío, voy a ser valiente y si es necesario, correré por las calles sin parar hasta entrar en el calor que tú desprecias, sin parar hasta que abra el metro o el primer bar; voy a correr y a gritar hasta que se me pasen el frío y mi enfado. Correr, huir, correr, huir. Hasta saber con certeza si podré perdonarte.

  14. Un ruido sordo me despierta. Reconozco el olor a cartón. Entreabro los ojos y me encuentro con el color pardo de la caja aplastada donde tengo apoyada la cabeza y, a pocos centímetros, un sucio suelo vertical que se deja iluminar por una farola lejana; todo lo demás es noche. Ahora distingo, un poco más allá, la silueta de un grupo de personas que hablan con el entusiasmo absurdo de la embriaguez. Fue una botella… sí, fue el sonido de una botella al romperse lo que me despertó; se murió contra el suelo desparramando un montón de antipáticos trocitos de existencia superflua. Botella, botella, botella…; nunca hablo con nadie, y poco a poco las palabras van desprendiéndose de su significado: flotan sin rumbo en mi cabeza; y a mi alrededor, me empiezan a ignorar las cosas que ya no necesito nombrar.
    Cada vez vivo más… ¿cómo decirlo?…sí, cada vez vivo más hacia dentro, y el mundo también va perdiendo su sentido; sucederá como con las palabras: primero va perdiendo suavemente su sentido para después desgarrarse dolorosamente de su significado. Es el mundo con el cual mantengo el mínimo contacto necesario para sobrevivir, y este contacto es como… es como un sangriento e incómodo cordón umbilical que me fastidia, que permanecerá ahí hasta el día de mi muerte; pero el mundo también me necesita para ser cómo es, así que no le debo nada. Quizás llegue el día en que mi vida se reduzca a un conjunto de ideas abstractas, nada más que conceptos, inteligibles únicamente por mí. Qué estupideces, aprovechemos que la noche no es fría para dormir un poco.

  15. Mi madre decía que los humanos somos animales de costumbres, asi que me imagino que me acostumbraré. Me parece un buen lugar para tumbarme, debajo de este puente al lado del parque, desde donde veo perfectamente este cielo cubierto de millones de estrellas, y pienso lo pequeños que somos y cómo he acabado aquí, en qué momento todo cambió, en qué momento.
    Bueno, la realidad es que hace demasiado frío y no sé si con estos cartones bastará, espero soportar esta alerta naranja.
    Ya sé, lo mejor será emigrar a un clima cálido; si me tengo que acostumbrar a dormir al raso, que sea en un clima tropical: siempre soporté mejor el calor.

  16. Estoy en la cama, hace mucho frío y nunca me ha gustado el invierno. Pongo la radio, anuncian nevadas en cotas bajas, siento que va a ser un largo fin de semana. Me levanto y me preparo el desayuno, me siento frente a la ventana y veo caer los primeros copos de nieve. Observo cómo, poco a poco, los tejados se van tiñendo de blanco y escucho las risas de algunos niños jugando en la calle, ante la novedad de la nieve en el centro de la ciudad.
    Entonces pienso que me tomaré un día de tregua; voy a dejar de lado las prisas y obligaciones y disfrutaré del paisaje que me brinda este frío invierno. Me echo en el sofá frente la ventana, escucho música y leo un libro, mientras la nieve cae insistente, copo a copo; las casas se van cubriendo de una gruesa capa de helada.
    Pero no puedo evitarlo, el frío me provoca una gran tristeza, me siento sola y atrapada. Por eso, a pesar de la belleza del entorno, espero que mañana salga el sol, que le gane la batalla al invierno, que derrita la nieve y me proporcione la energía que necesito para dejar de sentirme cautiva de sus caprichos. Pongo la radio y escucho: “Fin de la alerta naranja”.

  17. Una letra de JM Serrat que, en esta entrada,
    no puede faltar.

    Al verle caballero, le dije aquí al Benito:

    “…Ese es de los que nunca niega una ayuda…”
    No deje que le engañe mi abrigo descosido…
    Paso por una racha negra y peluda

    pero tengo mi casa, no soy un muerto de hambre,
    sólo que últimamente ya no la empleo.
    No soy como el Benito… Tengo familia, sabe,
    aunque hace mucho tiempo que no les veo.

    Si es su gusto invitarme tomaré una copita…
    Hace un frío que pela por esas calles.
    Acércate Benito, el caballero invita…
    Ponga dos de lo mismo y Dios se lo pague.

    Tanto tienes, tanto vales
    y pare usted de contar.
    Hoy respiramos,
    mañana dejamos
    de respirar.

    Como le iba diciendo, fue el cabrón de mi yerno
    el que me buscó la ruina y les comió el tarro
    a toda la familia… Que si esto, que si aquello…
    Mentiras, se lo juro… ¿Me invita usted a un cigarro…?

    La gente, jefe, es mala y el mundo, un desatino.
    Mire, sin ir mas lejos, este sujeto
    vendería a su madre por un cartón de vino.
    ¡Siéntate aquí Benito y estáte quieto!

    ¿Otra copita…? Bueno. ¡Por la gente rumbosa!
    Este clarete abre el apetito.
    ¿No le apetecería comer alguna cosa…?
    El cuerpo lo agradece. ¿Verdad Benito…?

    Despiértate Benito… Se nos mojó la leña
    y así no hay quien encienda un fuego decente.
    Baja crecido el río… Ya cubre hasta las peñas…
    Tendremos que mudarnos bajo otro puente.

    ¿Sabes Benito? anoche, tuve un sueño virguero.
    Me la pasé de charla y tomando copas
    en un sitio divino, con todo un caballero
    y tú también venías Benito… Y había sopa

    y gambas y chuletas y alubias con chorizo
    y café, copa y puro… Como en los buenos tiempos
    ¿Benito… No me escuchas…? ¿Qué te pasa Benito…?
    No vayas a morirte. No me hagas eso.

    Y pare usted de contar…
    Hoy respiramos,
    mañana dejamos
    de respirar.

    No creo que te importe que encima de los míos
    me ponga para siempre tus calcetines.
    Al fin y al cabo, amigo, tú ya no tienes frío.
    Perdona que te deje, sigue creciendo el río.

  18. La vista es impresionante. Se puede ver cualquier punto de la ciudad. A medida que subía me iba faltando el oxígeno. La montaña está a unos cuatro mil metros de altura de la ciudad de Quito que, a su vez, está a unos cuatro mil metros más, es decir, unos ocho mil metros sobre el mar. Mientras más pasaba el tiempo, más niebla y frío hacía. Vale la pena, ya que una experiencia así te hace olvidar en qué mundo vivímos. Sentí por unos minutos paz y libertad interior. Hasta el momento no logro encontrar ese momento vivido allí arriba. Quizás soy egoísta por pensar o recordar esta experiencia. El frío de estos días se ha llevado mucha gente en diversos países.
    Personas que duermen en la calle intentando refugiarse del frío, buscando un poco de calor. Es curioso como el mismo tiempo meteorológico me hace pensar en algo alegre, divertido y a su vez en algo triste. Igual no tiene que ver mucho con el tema expuesto pero es lo que he sentido en este momento y así lo expreso.

  19. Me llamo Philippe Dubois. Tengo 78 años, nací en Normandía y ahora vivo en el paraíso. La Provenza es el paraíso para un paisajista; porque soy paisajista, no jardinero. Jardinero me llamaba la esposa de mi nieto, pero es normal, viene de Barcelona, se entera lo justo. El año pasado, debía ser el mes junio, vino a visitarnos. Me dijo que mi jardín era precioso. “Qué sabrás tú”, respondí. Pero es un poco impertinente, como todas las mujeres de hoy en día, y no tuvo suficiente: “Pues quiero saberlo”.
    Aquel día cenamos tarde, en la mesa de fuera. Le ofrecí una última copa de rosado pasada la media noche, cuando todos los demás habían entrado para ir a acostarse. Aceptó, que educada sí es. Le hablé de mis malvarrosas, de las mareas del norte, de la lavanda, de mi querida Janine. Me escuchó estoicamente, quizás interesada, o quizás embriagada por el aroma de los jazmines. Le hablé de la guerra, le hablé de De Gaulle, pero también de mi hijo y de su violín. Un hilo de luz perfiló las viñas en el horizonte, aún no eran las seis. Poco después nos pusimos en pie y avanzamos entre los hibiscos, los pensamientos y las rosas, hasta las petunias. Cuando el día despunta la luz es naranja, horizontal, mate. Y las flores, húmedas, brillan en perfecto contraste. Cuando el día despunta, las flores tienen luz propia. Más tarde, cuando el sol es despiadado y la luz cegadora, solo son multicolor. Aquel amanecer ella supo que mi jardín era precioso.

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