Feriantes

[Foto: Pablo Gómez]

A la gran explanada la llamábamos “los montones”; corríamos allí después del colegio y antes de los deberes. No había nada: solo tierra y alguna cueva sin nadie. Nos daban miedo las bandas y por eso jugábamos poco tiempo en la calle por las tardes. Pero los sábados eran mañanas enteras de sol y de amigos, hasta en el invierno: no había tele. En otoño los feriantes llegaban a los montones de noche, a escondidas. Montaban ciudades en horas y nuestro campillo cerraba sus puertas. Los niños feriantes eran gente rara. Navajeros, decíamos. Recuerdo los autos de choque: las fichas amarillas, las luces azules, la sirena, la emoción, la ilusión, la magia de esos cinco minutos. Y después, sin dinero, las casetas, el azúcar, los milvoltios de música…

Recuerdos de infancia, en unas 100 palabras.

10 thoughts on “Feriantes”

  1. Cada año en Lahore, durante el verano, se celebra un gran festival que coincide con las vacaciones de la escuela. Vienen feriantes, cantantes, danzantes, tenderos que ponen tiendas de dulces, los magos, hombres y los payasos de circo procedentes de todas las ciudades de país y se juntan en una gran plaza de la ciudad. Vienen mucho tiempo antes para montar sus tiendas, y también levantan pequeñas cabañas para vivir mientras dure la fiesta. Cuando venían el león, el oso y otros animales del circo, íbamos a verlos. Empezábamos a ahorrar y a reunir dinero para la feria. La espera del día de la inaugración nos hacía palpitar. Casi no volvíamos a casa durante los siete dias de feria. Comprábamos juguetes, veíamos películas en un pequeño cine, jugábamos al bingo, escuchábamos musica, asistíamos a los espectáculos de magos y payasos, íbamos a circo, a la casa del fantasma “bhoot-bhangla”, al pozo de la muerte… Siempre comiendo dulces, ese era nuestro plan. La noria y los paseos nos encantaban. Nos poníamos tristes el último día de la feria, porque teníamos que esperar todo un año hasta la siguiente.

  2. Allá por los 90s cuando el mundo aún era mundo, los niños aún eran niños y la maldad humana no proliferaba como hongos…

    Este antiguo niño (sí, yo también lo he sido) ignorante de la vida, disfrutaba por aquel entonces de uno de sus mayores placeres: un relajante baño, acompañado de sus muñecos de la Warner y sus cochecitos Hotweels que cambiaban de color dependiendo de la temperatura del agua.
    De fondo sonaba Burbujas de Amor de Juan Luis Guerra, que igual fue el desencadenante de este imborrable recuerdo visual que perdura en mí como una enfermedad incurable.
    Aún soy capaz de verme sentado en la bañera con esas piernecitas tan cortas jugando con mis juguetes, sumergiéndolos en un abundante baño de espuma, o bañándolos en tremendos tapones de plástico de los envases de gel. Recuerdos que me transportan a un pasado sin complicaciones ni estrecheces económica de por medio y que a uno le da para pensar y valorar todo lo que ha tenido.

    Tal vez todo ha cambiado demasiado como para no hacer hincapié en antiguas vivencias, pero me gusta mi presente y no lo cambiaría por nada del mundo.

  3. RECUERDOS DE INFANCIA

    Tragar humo
    Y revivir la infancia
    Bañada en sal
    Y salpicada de nostalgia
    Que se acerca y se aleja
    Como las olas del mar

    Subir rocas
    Y saltar la juventud
    Secada al sol
    De domingos al campo
    Y austera felicidad familiar
    Que con el tiempo perece

    Recoger conchas
    Con dibujos del pasado verano,
    Tardes de toboganes y columpios
    De abuelos y nietos
    Que hoy, unos son tierra de paz y sosiego
    Los otros ceniza de cenicero.

  4. La llegada de la feria a mi barrio, el Poble Nou, era esperada con impaciencia y ilusión por mis hermanos y yo. Cuando se acercaba el mes septiembre las calles del barrio se adornaban y los vecinos las cubrían con sus mejores galas. Las calles competían entre sí por llevarse el
    premio a la mejor decoración.
    También empezaban a llegar los feriantes, que acudían con sus armoniosos tiovivos, sus escandalosos autos de choque, las tómbolas ( el feriante voceaba ” siempre toca”)… Como sucedió aquella noche que mis padres nos llevaron a la feria: mi hermano insistió ( era muy
    cabezota) para que mi padre probase suerte en la tómbola. Y tocó el premio. Eran dos premios a elegir entre todo lo que había en la tómbola. Mis padres nos dejaron elegir y escogimos un gran oso de peluche y una guitarra ( mi ilusión de pequeña era aprender a tocarla). Aquella noche nos fuimos super contentos de la feria. Ahora espero que venga la feria en septiembre para ver con la cara de ilusión a “mis tres soles”, mis sobrinos.

  5. Errantes son los feriantes y volátiles como aquellas nubes de azúcar que se deshacían entre los dedos… Esperábamos su llegada y sabíamos de su inevitable marcha. Eran ilusiones efímeras en un mundo dulce y llenos de estímulos que se desvanecían en unas horas. Pero mejor así, porque lo que no se desvanece son nuestros recuerdos, como tampoco desaparecen aquellos llaveros horteros que ganábamos en el tiro al blanco y que conservamos en nuestro querido baúl de los recuerdos infantiles…
    Era el tiempo de compartir con familiares y amigo unos momentos en los que no cabía nada más que la espontaneidad. No habían responsabilidades ni deberes. Era un gran patio con adultos incluido en el que lo que más sorprendía era que ellos, disfrutaban como niños…

  6. Pepi Núñez

    Hacía muchos años que no pisaba una feria y el verano pasado estuve en la que montaron en las fiestas de Montornés.
    Pasé una tarde emocionante, no por la calidad o exuberancia de los puestos y atracciones, sino más bien por la mezcla de sensaciones y sentimientos que acudieron a mí, el recuerdo de mi infancia que reviví a través de las caras de sorpresa, emoción y alegría de mis tres nietos.
    Nerea, quería saltar en las colchonetas. Ainara, subirse al tren y al autobús del tiovivo y Erik, que solo tenía año y medio, corría al lado de su prima Ainara y mientras daban vueltas en el tiovivo nos miraba con una expresión de asombro muy dibertida,
    Fue como una vuelta al pasadso. Pero lo más asombroso fue descubrir, que los niños siguen maravillandose de la magia de los tiovivos, los autos de choques, el algodón de azucar o el tren de la bruja.
    Los feriantes nos demuestran que, para hacer reir a un niño, no hacen falta grandes cosas.Basta con una combinación de colores, música alegre, una gran dosis de cariño y entusiasmo.
    Ojala sigan llegando cada año los feriantes, con sus caravanas, sus ruletas de la suerte,las pelotas, las muñecas peponas y sobre todo con ese toque mágico con el que consiguen hacer feliz a los niños.

  7. Cuando se acercaba la fiesta mayor era todo un festín para los sentidos. El pueblo se llenaba de color y de música; se daba paso a ese mundo fantástico que a mí tanto me atraía: el mundo de la magia donde todo era posible, desde volar hasta recibir un escobazo en el tren de la bruja.

    Era sobrecogedor ver cómo en unas horas se levantaban los gigantescos poblados de los feriantes.
    Mi vida aburrida se convertía, por unos días,en un ir y venir a la feria constantemente. Dejaba que las
    luces y la música me “emborracharan” por todas partes. Parecía que repiqueteaba dentro de mi pecho y me llevaba poseída por un extraño conjuro de aquí para allá. No tenía descanso. Los ojos muy abiertos y la emoción a flor de piel.

    Me extasiaba delante de las paradas con esos enormes muñecos y me deleitaba con la cantinela: “otra chochona, ha tocado otra chochona y un perro piloto”. Me preguntaba cuándo me tocarían a mí, yo era la seguidora más fiel…

    ¿Y el olor dulzón de las manzanas caramelizadas o de las nubes tan deliciosas?
    Aún recuerdo el nerviosismo que sentía esperando la hora de ir a la feria para entrar en ese mundo.

    Un mundo maravilloso que venía una vez al año para colmarnos
    a grandes y pequeños de un poco de ilusión.

  8. Peregrinación forzosa por la España profunda para pasar las vacaciones de agosto en las fiestas del pueblo de los abuelos, como todos los años.
    Los feriantes, también nómadas peregrinos como nosotros, se adueñan e instalan en la plaza mayor para diversión de todo el pueblo, aunque solo sea por unos días.
    El vestido de los domingos esperando para lucirlo elegantemente conjuntado, en la atracción principal de las fiestas, en la feria.
    Disfrute de mayores y niños. Por un lado, varias generaciones de adultos y parientes que desconoces, saludándose y contándose las novedades, después de tanto tiempo sin verse.
    Y por el otro, los niños que se muestran más interesados en las atracciones y en los dulces que en la conversación de los adultos. Sumergidos en un mundo de cadenas, autos de choque, almendras garrapiñadas, algodón de azúcar, o en la botella de Mirinda a la que ya sabes que te invitará tu tío.
    Retahíla de besos y comentarios sobre cuánto has crecido, lo gorda, rubia o flaca que estás…con el clásico apretón de mofletes del “gracioso” mejor amigo de tu padre.

    Nunca tuve ni he tenido especial añoranza por estos recuerdos, ni por mi infancia. Es un pasado muy lejano. Hace ya mucho tiempo. Ni me acordaba. Estos recuerdos ya estaban practicamente desvanecidos. Por desgracia, casi tan desaparecidos como la botella de Mirinda o como la mayor parte de la gente que asistía a aquellas ferias, y que tristemente, por el paso del tiempo ya no se encuentran entre nosotros. A ellos sí que se les añora.

  9. La música de moda sonaba, me gustaba mirar el chisporroteo eléctrico de la antena del coche al rozar el entramado metálico del techo. Cuando paraba la música y sonaba la señal, corría a gran velocidad para saltar dentro del coche elegido. Este era mi primer logro, el más rápido, el que se deslizaba mejor, insertaba la ficha en la ranura y tomaba posición.

    De nuevo la música, pisaba con fuerza el acelerador y maniobraba con destreza y placer el volante de “mi coche”. Con maestría sin igual esquivaba a todos y cada uno de los que intentaban chocar contra mí. Pero no le vi venir, percibí su impacto cuando ya era tarde. Sentí el dolor en mi flanco izquierdo, le miré con rabia y con ganas de vengarme. Perseguí su bólido por toda la pista hasta que por fin llegó mi momento. Nunca antes me había puesto en píe para descargar mi placentero desquite. Choqué maquiavélicamente, sonriente y desahogada. Casi se le cayeron las gafas al pobre, le sonreí llena de malicia y entonces miré sus ojos desnudos. Sentí haberle golpeado, su reacción fue lanzarme un beso. En ese momento se paró el tiempo, el sonido se hizo lejano y sentí por él algo que antes no había sentido.

  10. En los días de la Fiesta Mayor. La plaza del Ayuntamiento se convertía en un cuento. La llegada de los camiones con las maderas, las telas y todo tipo de adornos para construir l’envelat era todo un festival de vivencias que nos hacían vibrar de emoción.

    No nos era permitido entrar en el recinto mientras se construía, por varias razones; la primera porque nos podíamos hacer daño, cosa que nosotros no lo entendíamos, y otra que era toda una sorpresa para todo el pueblo: la belleza que se escondía bajo l’envelat. A pesar de ello nos convertíamos en unos enanitos metidos entre las telas para mirarlo todo, ante los gritos de los trabajadores y vigilantes. Aún puedo oler a madera y sentir, bajo mis pies, el crujir de los tablones.

    El día de la noche de gala era todo un estallido de color, olor y alegría. El baile estaba apunto de comenzar. Tres días por delante llenos de sorpresas. Desde la distancia siento una gran añoranza de aquellos tiempos.

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