Escaleras

Foto: Héctor Mila

El encargado cerró todas y cada una de las puertas del gran almacén. El sistema de alta seguridad conectó las alarmas a la hora acostumbrada, sobre las 23:15. Un único vigilante empieza su jornada con un paseo lento y descuidado por Complementos. Le gusta rozar la porcelana, pellizcar el cristal de bohemia, acariciar el frío acero de las cuberterías. Sube despacio hasta Mujer, dejándose invadir por el perfume ya casi extinto de las clientas. Sube hasta Deportes con paso dormido, inmerso en el silencio. Su mirada perdida reconoce cada esquina, cada probador. Pero es entonces cuando un ruido tenue, de maquinaria, se aprecia en ese espacio muerto. Viene de Oportunidades, o de Cafetería, de más arriba. Se hace más continuo, más fuerte. Algo pasa, ¿qué es esto? “¿Quién anda ahí?”, grita. El vigilante confirma que oyó murmullos, risas, movimientos. Y que después, de golpe, el ruido desapareció. Los agentes contradicen su declaración: no encontraron nada. “Normalidad absoluta”, rezaba el parte.

Esta quincena probamos con un minirelato sobre escaleras, de extensión libre.

11 thoughts on “Escaleras”

  1. Cada mañana me encuentro con Julien, en las escaleras de la Universidad, bellas escaleras coloniales. Es el mejor momento del día. Mientras comentamos la lección comiendo el bocata vemos subir y bajar por las escaleras a un montón de personas; otras, están como nosotros en los escalones, estudian y se enamoran. Atentos a la hora de clase subimos por las escaleras como un cohete. Mientras estoy en clase solo puedo pensar en rozar la mejilla de Julien y en las bellas escaleras de la Universidad.

  2. Había sido un día de perros: el coche me dejó tirada y tuve que coger el tren,que para colmo venía con retraso y llegué tarde al trabajo. Me peleé con un directivo por diferencia de opiniones y casi me despiden. Tuve que salir a la calle y me pilló una tormenta descomunal. El maquillaje corrido, el peinado deshecho, el traje empapado y mi moral por los suelos fue el resultado de un día desastroso.
    Esperando en la estación me puse a mirar algunos libros y me llamó la atención uno en el que hablaban de cómo superar el estrés. En la portada se veían unas enormes escaleras que bajaban a un lugar lleno de luz y color. Me reí para mis adentros y le eché una ojeada. Decidí que sería una buena lectura de vuelta para casa.
    Pronto me di cuenta de que el relato giraba en torno a esas escaleras grandiosas. Mentalmente debías situarte al inicio de ellas con todo el equipaje de preocupaciones, ansiedades, miedos,etc., dejarlos allí en un rincón y empezar a bajar despacio.
    Era importante imaginarte que fueran las más bellas, las más acogedoras, llenas de luz y color.
    Daba igual si los peldaños eran más grandes o más pequeños, si el pasamanos era de marfil, de madera o de metal, si eran mecánicas o no. Lo que sí importaba es que para ti fuera apetecible el bajarlas. A cada lado tenían que verse imágenes de lugares paradisíacos y oírse melodías tranquilas. A medida que se iba bajando, el peso del cuerpo menguaba, la ropa se aflojaba, la temperatura era la ideal y un olor a flores silvestres debía envolverte con su aroma. Peldaño a peldaño era necesario saborear cada segundo de ese descenso que nos llevaba hacia una luz más y más cálida…
    De pronto una voz neutra informó que mi parada era la siguiente. Miré el reloj sorprendida, mi trayecto dura cerca de 1 hora y apenas me había dado cuenta, enfrascada en la escalera.Pero lo más curioso fue que había subido al tren con cara de preocupación y bajaba, al fin, con una sonrisa de oreja a oreja.
    Ahora cada vez que el estrés hace acto de presencia me imagino esa escalera que nunca se acaba y en la que me siento tan a gusto. Me dejo llevar, desciendo poco a poco y siento cómo me lleno de paz…
    La escalera del “desestrés”.

  3. Es el mejor momento del día. Es cuando me olvido de este mundo y consigo llegar a otro. Entonces empiezo a subir por la escalera que me aleja de los malos momentos y de la incertidumbre.
    Esta escalera tiene muchísimos peldaños, todos los que yo quiera. Los subo y los bajo a mi antojo, unas veces pisando fuerte y otras suavemente. Me paseo por sus escalones de mármol cuando no son de terciopelo. Estos cambian de color. Me caigo y me levanto. Corro y luego me siento. Paseo, pregunto, respondo. Sugiero, exagero, siento…
    Es una interminable cadencia del día a día. Llega cuando me siento delante de la gran escalera, delante de él. Esta escalera son sus teclas y él es un piano.

  4. Abrió los ojos.Todo estaba oscuro. No sabía dónde estaba ni recordaba nada de lo que había pasado con anterioridad, ni sabía por qué estaba allí.

    Se reincorporó, miró a su alrededor, lo único que podía ver es que se encontraba tumbado en el rellano de una inmensa escalera que se erguía inexorable delante de él. Pudo divisar muy lejos, al final de todo, una tenue y cálida luz que iluminaba los últimos escalones. Se giró, finalmente miró hacia abajo,y al mirar hacia lo más profundo del negro abismo, sintió un frío estremecedor. No sabía explicarlo, pero de repente sintió miedo, terror.
    No sabía dónde estaba, ni por qué estaba allí, solo sabía instintivamente que tenía que subir, más bien, que huir lo más rápidamente hacia arriba. Intuyó que su vida dependía, de alejarse lo más rápidamente, de aquel vacío que habitaba en aquel fin del mundo escaleras abajo.
    Sin dilación, se levantó, comenzó su camino apresuradamente. Estaba en forma y empezó la ascención: los peldaños eran enormes, a duras penas podía subirlos. Cada vez que subía uno, parecía que la intrincada escalera se desdoblaba y se producían otros nuevos, borrosamente parecía que los peldaños se reproducían, y cada vez más, la luz parecía más lejana.

    No sabía cuánto tiempo había pasado, parecían horas, pero seguía subiendo, solo sabía que estaba muy cansado, ya no sabía, si subía escalones, escaleras o el qué. Ya no sabía si su percepción del entorno era fruto del cansancio, de la naturaleza del lugar donde se encontraba, o de sus emociones, todo era muy confuso. Solo podía seguir, alimentado por el miedo de que algo o alguien, una extraña presencia le perseguía. No podía parar. A pesar de todo su cansancio seguía huyendo escaleras arriba. Llegó a pensar que todo era un mal sueño, una pesadilla, de la cual no conseguía despertar.
    Después de lo que pareció una eternidad de eterna ascensión, sin saber por qué empezó a sentirse mejor, dejó de tener miedo, sintió que ya nadie le perseguía y el final de la escalera había llegado a su fin. Pudo ver delante de él, la luz. Finalmente, después de un camino tan difícil, alcanzó la luz. Al llegar allí, sintió una tremenda sensación de paz interior.
    De repente lo entendió todo, había llegado al cielo. Había conseguido llegar al walhalla.Todo lo que había experimentado todo ese tiempo era lo que le habían contado en las leyendas desde pequeño en su poblado. Había recorrido el camino de la ascensión de su alma que pasaba del limbo al paraíso.
    Solo entonces pudo recordar lleno de orgullo que había muerto en batalla.

  5. Le gustaba la provocación, el reto, “a que no tienes” le dijeron. Él más que nadie tenía un “buen par de” así que la idea le resultó de lo más atractiva.
    Metro, hora punta, estación plaza España, uno de los tramos más largos de escaleras.
    Prisas, caras de mala ostia, estrechez, “escalelos” ocupando el lado izquierdo del escalón.
    El momento era ideal, se situó entre empujones en la posición de salida y emulando el retorno a casa del salmón, empezó a bajar a gran velocidad en sentido contrario. Escuchó todo tipo de improperios, sintió algún que otro empujón. Pero valió la pena, lo había conseguido.

  6. Subiendo por esas crujientes escaleras de madera, se oye el andar de los ya, lejanos tacones de aguja; recordando cuanto dolor al pisarlas con esos afilados tacones, que bien, podrían ser cambiadas por unas suaves y silenciosas zapatillas.
    Sumergidos en el olvido, aquellos piececitos traviesos y juguetones, subiendo o bajando sin armonía, envueltos en sonrisas con un toque dulzón, a causa de las gominolas.
    Cuantos recuerdos afloran al ver, como se desmorona esa vieja escalera, que tanta gente vio pasar

  7. La noche siguiente, el vigilante continuó con su rutina. Alguna vez recordó lo sucedido, pero intentó no darle importancia. Seguramente, el cansancio le había hecho una mala pasada.

    Comenzó su ronda por los diferentes niveles cuando advirtió una silueta zigzagueante que jugaba entre los pasillos del sector Librería. Aquello ya no eran sólo ruidos extraños, como los de anoche. Una sombra rápida y desafiante lo invitaba a una persecución enfermiza, en la cual no era conveniente participar. Sería algún niño gracioso que no habría advertido que el centro comercial estaba cerrado y que querría llamar su atención…

    Esto no se acercaba a la normalidad absoluta que declaraba el parte policial.

    Golpes secos, desde diferentes sectores, empezaron a atemorizarlo. Algunos libros de gran porte cayeron. Enciclopedias, atlas, diccionarios… La caja registradora comenzó a expulsar tickets, acompañándose del sonido característico del total de una compra.

    El vigilante intentaba encontrar explicaciones lógicas, pero más se aturdía… Mientras, aparecían más ruidos. Libros cayendo, desde diferentes sectores. Uno, otro y otro… Las risas parecían completar esta orquesta macabra. Las luces se apagaban y volvían a encenderse, al compás de los objetos que se precipitaban.

    Él miraba hacia todos lados y caminaba con pasos torpes. Sin advertirlo, estaba de espaldas a las escaleras de emergencia cuando un mal movimiento lo hizo rodar hasta la planta inferior…

    “Normalidad absoluta en el centro comercial. Cuerpo sin vida del vigilante, en las escaleras de emergencia”, declaraba el reporte policial.

  8. Hoy te toca a ti“.
    Cuando entré al centro de control, ya supe dos cosas importantes; la primera, que mi compañero de trabajo aquella noche sería Alejandro, un chico de carácter agradable, y la segunda, que esa noche sería yo el que daría por concluida la tarde de trabajo en el hospital, cerrando puertas, activando alarmas y apagando ordenadores que otros habían dejado encendidos.

    Subí por las escaleras de las visitas a la segunda planta, y me dirigí a paso ligero hacia los mostradores, solo unas palabras, las mismas de cada noche y continuaría con la ronda. -“¿Por aquí todo está bien ?” dije, “Todo bien” dijo alguien. Y como si supiera que solo era eso lo que importaba, se marchó hacia el office.

    De nuevo hacia las escaleras para acceder a la planta inferior; en ella, solo un ligero ruido que procedía de la sala de resonancias, pero eso era normal. Estaba siendo una ronda tranquila, como era de esperar, afuera llovía.

    En el otro extremo del hospital se encontraban las oficinas y los despachos más ambiciosos. Accedí a ellas y apagué aquellos ordenadores que como faros en la oscuridad, tenían la pantalla encendida.

    Esto era lo que más podía molestar a cualquier vigilante, lo que más trabajo daba, lo que más tiempo se llevaba.

    Solo me separaban unos minutos… y ya podía sentir el latir del corazón…

    A través de una puerta lateral y haciendo uso del manojo de llaves que normalmente me acompañaba, accedí a las escaleras de evacuación; no me sorprendí que el agua se hubiera filtrado desde el exterior por una segunda puerta, en el exterior llovía abundantemente y en el interior, el agua descendía por los escalones que conducían a las terrazas superiores. Sergio, el chico de mantenimiento, debía estar informado, pues algunas de sus herramientas se encontraban en el alféizar de la ventana, y él debía estar arriba. Yo debía bajar hasta una planta situada dos niveles por debajo del que me encontraba, del nivel cero, a la altura de la calle.

    Bajé despacio, más despacio de lo que podía, y más despacio de lo que quería, las escaleras en ese nivel también eran extrañas.
    Solo notaba la extraña sensación… las manos sudorosas me delataban, y los pies fríos más fríos aún cuando accedí por fin a la planta inferior que constituía los cimientos del viejo hospital; era silenciosa, oscura pero amplia, se notaba que era un lugar poco transitable; los escasos cuadros estaban torcidos; los modestos letreros, rotos, solo uno que anunciaba mi pánico permanecía integro al fondo, donde yo me dirigía, este anunciaba una sola palabra: morgue.

    Alberto de Fábregas Ugalde

  9. Todo el mundo piensa que la vida es como un camino,con sus montañas, piedras y planícies.
    La vida es como la ascensión de las escaleras a un templo encima de una montaña.Es la ascensión a un nivel más alto de cosnciencia y de aprendizaje.
    En el camino,subiendo estas escaleras hacia el cielo cada peldaño es una prueba que hay que pasar.Sólo se te permite subir un peldaño una vez haya sido superada la prueba.En esta ascensión al éxito hay momentos de desánimo,cansancio y angustias.
    Si te dejas vencer por el desánimo,caerás rodando al vacío escaleras abajo,donde sólo encontrarás frustación e impotencia.
    Por lo cual, solo queda subir,subir y seguir subiendo porque una vez alcanzada la cumbre en lo más alto encontrarás el placer de deleitarte con el paisaje de la recompensa del trabajo bien hecho.

  10. Escaleras que suben. Busco la salida, no era por ahí. Media vuelta y veo una puerta que parece estar cerrada, dispuestas en la misma pared ocho puertas, réplicas unas de otras. Al fondo, un tabique de cristal opaco que deja pasar la luz que entra de fuera. Quisiera romper el cristal, al menos sabría dónde estoy, ni siquiera sé cómo he llegado hasta aquí. No tengo noción de dónde me encuentro, parece un edificio de oficinas o de apartamentos donde la gente solo viene a dormir. Por la luz que entra, diría que es mediodía. Escaleras que suben, tampoco es aquí. Sigo viendo puertas, recorro el pasillo que me lleva al fondo como el insecto que es atraído por la luz azul. Cuando vuelvo la mirada solo veo partículas de polvo que, desenmascaradas, vuelan de la moqueta en una danza hipnótica marcando la estela de mis pasos. Subo y subo. Entre el ejercicio y la ansiedad mi respiración se ha convertido en lo único audible. Ni teléfonos ardiendo, ni el rumor de un televisor, nada. Quiero gritar. Quiero salir. Oigo un ruido, es un zumbido persistente que aumenta cuanto más me acerco a la escalera, no sé de dónde viene, subo, subo, subo…busco, busco y sigo buscando.
    Abro los ojos, estás a mi lado y el despertador no deja de sonar.

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