Durante la Guerra Civil española y la posguerra muchísimos españoles se vieron obligados a abandonar España y desplazarse a otros países por motivos ideológicos y de conciencia o por miedo a las represalias por parte del bando vencedor y del régimen político autoritario instaurado en España.
Gran parte de los primeros refugiados, 440 000 en Francia (según un informe oficial de marzo de 1939), afrontaron duras condiciones de vida, agravadas posteriormente por el estallido de la Segunda Guerra Mundial . El exilio republicano “permanente” quedó constituido por unas 220 000 personas de las cuales muchas eran excombatientes, políticos o funcionarios, pero también parientes y civiles, junto con un gran número de niños, intelectuales, personalidades de la cultura, artistas, científicos y docentes, y personal cualificado.
Los primeros meses de la guerra estuvieron marcados por los episodios de violencia sistemática contra la población civil, la represión por parte de las fuerzas sublevadas y el avance de las operaciones militares. Fue entonces cuando se realizaron los primeros desplazamientos de refugiados y exiliados (principalmente hacia Francia) de forma provisional. A medida que se desarrollaba el conflicto, el carácter provisional fue volviéndose más permanente y masivo, y desde el gobierno republicano pretendían ordenar algunas de las evacuaciones, particularmente las de menores. La Oficina Central de Evacuación y Asistencia al Refugiado fue creada en octubre de 1936, en vísperas de la Batalla de Madrid, para de realizar operaciones masivas de evacuación hacia la costa mediterránea, mientras que en noviembre fue creada en París el Comité d’accueil aux enfants d’Espagne por la CGT.
Las operaciones militares en el frente del Norte, desde dónde progresaron las unidades franquistas, desde Vizcaya hacia Santander en 1937, provocaron una oleada de miles de exiliados, la mayoría niños, esta vez exclusivamente republicanos. Un año después, tras la batalla de la Bolsa de Vielsa y la retirada de la 43ª División del Ejército Popular, tuvo lugar un nuevo desplazamiento de personas en Aragón que se refugiaron al otro lado de la frontera. Al finales del mismo año,en suelo francés permanecerían unos 40.000 emigrados.
La mayor avalancha se produjo a causa de la pérdida de Barcelona por la República (en febrero de 1939). En esos momentos, más de medio millón de personas huyeron a Francia. Sobre todo al principio, una gran parte fue internada en los campos que el gobierno francés de Daladier habilitó para el caso. Una vez cruzada la frontera, los exiliados eran seleccionados en un campo de selección y luego eran ubicados en campos improvisados conocidos como “centres d’accueil”. El primer campo de este tipo en Francia fue Argelés, inaugurado el 1 de febrero de 1939. Debido a la entrada masiva de refugiados entre el 5 y el 9 de febrero, se abrió, el 8, el campo de Saint-Cyprien. Los dos campos estaban destinados a los exiliados que pasaron por los puestos fronterizos de Le Perthus y Cérbere. Para los que entraron por otros puestos fronterizos, se abrieron los campos de Vallespir y de la Cerdaña: Arles-sur-Tech y Prats de Molló. Las condiciones en tales campos fueron deplorables, como por ejemplo, en el Campo de concentración de Gurs. Por esto, en esos primeros meses se produjo el regreso a España aproximadamente la mitad de los que se refugiaron inicialmente en Francia.
La acogida de los Españoles exiliados fue diferente según el lugar dónde fueron acogidos; unos fueron bien recibidos y objeto de acciones de solidaridad, mientras que otros fueron vistos con desconfianza y hostilidad.
Semanas antes del fin de la guerra, el “informe Valière” realizado a petición del Gobierno francés estimaba la presencia de unos 440.000 refugiados en Francia, de los cuales 170.000 eran mujeres, niños y ancianos, 220.000 soldados y militares, 40.000 inválidos y 10.000 heridos.
Los campos dónde se aglomeraban los refugiados fueron evolucionando con el tiempo. Frente a la retirada, las autoridades francesas, reagruparon a los refugiados en centros de “control” o de “clasificación” en la frontera, más tarde en campos de concentración o de “internamiento”. Estos campos de internamiento fueron creados bajo tierra en febrero de 1939 en los departamentos vecinos del Rosellón, para evitar aglomeraciones en los demás.
Los exiliados fueron convertidos en trabajadores forzados, constantemente vigilados por la policía francesa y por tropas coloniales. La mala alimentación, la promiscuidad y el hacinamiento, la falta de higiene, la contaminación del agua debido al propio detritus de los exiliados en las playas. Estas condiciones provocaron avitaminosis, sarna, disentería la muerte a muchos por cólera y inanición. Estos campos, pues, expusieron a un régimen brutal a numerosos trabajadores que sucumbieron al hambre, las enfermedades y la tortura. Los enfrentamientos ideológicos derivados de la guerra civil española se reprodujeron en los campos entre los prisioneros y estos fueron explotados por las autoridades francesas, que utilizaban las tensiones entre anarquistas y comunistas para controlar a estos últimos, como en el caso de Vernet d’Ariege, que se convertirá en un campo disciplinario para prisioneros políticos bajo el régimen de Vichy.
Hubo un endurecimiento de la política de internamiento bajo el régimen de Vichy y una «lógica de exclusión». El régimen de Vichy obligaba a los republicanos al esfuerzo de guerra, en las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE) y más tarde en los Groupements de Travailleurs Étranger (GTE) (1940). Entre 1942 y 1943, 26.000 españoles trabajadores, fueron enviados, encuadrados en el STO, a las canteras de la Organisation Todt en la fachada atlántica.
Anna Aceña Milán