Cronología de la migración a Estados Unidos

Immigracio a EUA_Història

Inmigrantes aguardan tras su llegada al centro de Ellis Island.

Exámenes médicos en Ellis Island, abierto en 1892 en Nueva York. / National Archives

EE UU vuelve a reconciliarse con su pasado como nación de migrantesLa reforma de Obama responde a la realidad de un país impulsado por la inmigración

Las escrituras nos dicen que nunca debemos oprimir a un extranjero, porque conocemos qué hay en su corazón: un día, nosotros también fuimos extranjeros”

El presidente Obama, en un discurso desde la Casa Blanca, justificaba así las medidas aprobadas esta semana y con las que puede regularizar la situación de casi cinco millones de indocumentados. El mandatario demócrata también recordaba a los ciudadanos que Estados Unidos es y siempre será “una nación de inmigrantes” que se ha nutrido, desde sus orígenes, de las aportaciones económicas, sociales y culturales de millones de personas que decidieron marchar a otra orilla.

¿Somos una nación hipócrita en la que aquellos que cosechan nuestra fruta o nos hacen las camas nunca tienen la oportunidad de regularizar su situación ante la ley?”

Los primeros asentamientos de británicos en las orillas de lo que es hoy el Estado de Virginia, en el siglo XVII, junto con las siguientes oleadas de alemanes y holandeses, configuraron el origen migrante de los Estados Unidos. El comercio de esclavos traería más de 600.000 africanos durante dos siglos. En 1820 comenzó la segunda oleada migratoria que conociera el país, con más de siete millones de personas en apenas cinco décadas. Uno de cada tres recién llegados procedía de Irlanda, azotada por la pobreza, y optó por quedarse en la costa Este, definiendo su carácter hasta el día de hoy. El otro tercio era alemán y apostó por las tierras agrícolas del centro del país.

Cada oleada multiplicaba los efectos de la anterior. Entre 1880 y 1920, en la tercera oleada, llegaron a EE UU más de 23 millones de personas. Ese impulso, como los que vendrían después, tenía sus causas tanto en la eterna promesa del país de destino como en las circunstancias económicas en el lugar de origen. La hambruna en Irlanda o la pobreza en el sur de Italia empujaron a los europeos a apostar por América. Su llegada tuvo especial impacto en las ciudades de la costa Este norteamericana, donde británicos y holandeses ya asentados rozaron con los europeos más pobres.

Alan Kraut, historiador de la inmigración en EE UU y autor de obras como ‘El inmigrante en la sociedad americana’ defiende que las oportunidades económicas motivaron a los migrantes tanto como la libertad política y religiosa, especialmente importante en el caso de las minorías religiosas, como los judíos de la Europa del Este.

“La mayoría de los inmigrantes pasaron por las ciudades, aunque luego se dedicaran a la agricultura en el interior”, explica Kraut en el documental de la cadena PBS, ‘First Measured Century’, sobre el papel de la inmigración en EE UU durante el siglo XX. “Esa concentración de inmigrantes cambió para siempre la naturaleza de la vida urbana, nacieron periódicos en diferentes idiomas, las tiendas repartían comida de otros países para satisfacer las demandas de los recién llegados”.

Todos ellos, como la emigración latinoamericana que a finales del siglo XX inició una huida hacia el norte que ha cambiado para siempre el futuro demográfico -y lingüístico de EE UU, fueron recibidos en un primer momento, integrados silenciosamente entre la clase trabajadora, pero a la sombra, como una fuerza subterránea cuyo impacto se ignora hasta que ya es demasiado tarde. Hasta que el país ha vuelto a cambiar.

Las imágenes de las avenidas de Nueva York, Chicago o Filadelfia que bullían con la actividad de los pequeños nuevos empresarios a comienzos del siglo XX, no son distintas de las que perviven en esas mismas urbes en la actualidad. Y también son las mismas que desde el interior del país, en Estados como Arizona, Alabama, Nevada o Georgia, donde se disparó la población hispana a principios del siglo XXI por la última oleada migratoria, convencieron a muchos legisladores de que había que expulsar a los indocumentados, competencia directa para las oportunidades económicas locales.

En 1986, Reagan firmaba la conocida como “ley de amnistía”, que dio a más de tres millones de indocumentados el permiso para obtener la ciudadanía

Arizona, Georgia y Alabama aprobaron en 2010 algunas de las leyes migratorias más restrictivas con la inmigración de la historia de EE UU. Arizona prohibió a sus ciudadanos trasladar a un indocumentado en su vehículo. Alabama obligó a preguntar si los padres de los estudiantes de sus escuelas públicas eran residentes legales. Georgia persiguió a los trabajadores agrícolas, poniendo en peligro la cosecha de todo un año. Los tres rectificaron, no sin antes pasar, como en el caso de Arizona, por una derrota en el Tribunal Supremo.

Antes habían cerrado las puertas las leyes de cuotas contra los inmigrantes asiáticos o los provenientes de naciones comunistas. Desde 1892, los brazos abiertos de Ellis Island, el centro de procesamiento de inmigrantes recién abierto en Nueva York, no dejaban paso a la tierra prometida sin antes superar un examen médico para determinar si los inmigrantes estaban en las condiciones de salud adecuadas para unirse a la fuerza trabajadora. Después de la primera Guerra Mundial, los máximos defensores de los test de inteligencia intentaron determinar que los emigrantes de Italia o Rusia tenían capacidades inferiores que los estadounidenses.

Cada oleada migratoria que ha recibido EE UU ha dado paso a un período de ajuste como el que recordaba este jueves el presidente Obama. “¿Somos una nación hipócrita en la que aquellos que cosechan nuestra fruta o nos hacen las camas nunca tienen la oportunidad de regularizar su situación ante la ley? ¿O somos un país que les da la posibilidad de rendir cuentas, asumir su responsabilidad y dar a sus hijos un futuro mejor?”

Esa pregunta era el eco de los mismos pasos dados por algunos de sus predecesores. En 1986, Ronald Reagan firmaba la conocida como “ley de amnistía”, que dio a más de tres millones de indocumentados el permiso para obtener la ciudadanía si cumplían varios requisitos, desde haber residido en EE UU durante los cuatro años anteriores a carecer de antecedentes criminales. Dos décadas antes, el presidente Johnson creó el sistema de inmigración moderno, acabando con las cuotas por países y para recibir a aquellos profesionales que más demandara la economía estadounidense. Después llegarían las loterías de ‘green cards’ o permisos de residencia, para traer a EE UU a los ciudadanos de países con menor representación.

Entre todos ellos, las fronteras estadounidenses han funcionado como un filtro para hacer de su cultura el conocido como ‘melting pot’, una mezcla de idiomas, nacionalidades y experiencias en personas “que nunca estuvieron atadas a su pasado, sino que fuimos capaces de reinventarnos” como dijo Obama este jueves, y que han impulsado la primera economía del mundo.

“La mayoría de estos inmigrantes lleva mucho tiempo aquí. Trabajan duro en muchos puestos mal pagados. Sostienen a sus familias. Pertenecen a nuestras iglesias. La mayoría de sus hijos nacieron aquí y sus sueños, su esperanza y su patriotismo son los mismos que los nuestros”, dijo Obama. Inmediatamente después, citó al presidente Bush, su predecesor tanto en el mando como en la iniciativa de regular la inmigración. “Ellos son parte de la vida americana”.

Obama, como Bush, expresaró así la realidad de que, detrás del puñado de votos que puedan haber logrado las políticas anti-inmigrantes, esa estrategia debe enfrentarse siempre a la realidad de un país que sabe que se ha beneficiado de sus aportaciones y que sigue necesitándoles. Pero tan real es esa dependencia como el temor de muchos ciudadanos, en una tradición tan extensa como la de la migración a EE UU, de que la llegada de extranjeros va a cambiar el tejido social y cultural de esta nación, por mucho que fuese fundada por inmigrantes.

El presidente abrazó esa preocupación con apenas cuatro líneas de su discurso: “Sé que algunos piensan que la inmigración va a cambiar aquello que somos, que los inmigrantes se quedarán con nuestros trabajos o perjudicarán a la clase media cuando ésta ya siente que ha sufrido durante la última década”. Pero zanjó el debate como cualquiera de sus predecesores, apelando a la historia: “Un día, nosotros también fuimos extranjeros”.

*********************************************************************************************

La derecha acusa a Obama de abuso de poder por la reforma migratoria

[Marc Bassets, El País, 22-11-2014]

Será una batalla larga. En el Congreso y los tribunales. En la opinión pública. Definirá el ambiente en el que Estados Unidos elegirá al sucesor de Barack Obama en noviembre de 2016. Las medidas de Obama para regularizar a hasta cinco millones de inmigrantes indocumentados —y la respuesta de la oposición republicana— amenazan con elevar la crispación que paraliza Washington desde hace media década.

El problema, para el Partido Republicano, es medir las fuerzas. La derecha, dividida entre un ala dura que instintivamente querría la destitución del presidente y unos líderes pragmáticos que saben que la gesticulación excesiva puede resultar contraproducente, duda.

La primera respuesta a la acción ejecutiva de Obama —medidas adoptadas sin el Congreso— fue doble. Primero, una enmienda al método y al supuesto abuso de poder que revela, pero sin ningún anuncio de represalias concretas. Y segundo, una denuncia ante la justicia federal, preparada desde hace meses pero que hasta este viernes no se efectuó, por las acciones ejecutivas de Obama en otro logro de su presidencia: la reforma sanitaria.

El argumento del Partido Republicano es que Obama ha excedido los límites constitucionales de su cargo y exhibe una tendencia peligrosa a convertir la presidencia de EE UU en un poder imperial que revienta los equilibrios de poder establecidos en la Constitución.

“Si el presidente puede salirse con la suya y hacer sus propias leyes, los futuros presidentes también tendrán la capacidad de hacerlo”, dijo el líder republicano John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes.

“Las acciones que he adoptado no solo son legales, sino que son el tipo de acciones que todos los presidentes republicanos y todos los presidentes demócratas han adoptado durante el último medio siglo”, dijo Obama en la noche del jueves al presentar sus reformas. Obama ha firmado este viernes las acciones ejecutivas en Las Vegas (Nevada), el Estado con una mayor proporción de sin papeles de EE UU, para presentar las decisiones.

La medida más controvertida evitará la deportación de unos cuatro millones de inmigrantes sin papeles que, además, podrán obtener un permiso de trabajo. Los beneficiarios son indocumentados que llevan más de cinco años en el país y cuyos hijos son ciudadanos estadounidenses o residentes legales. Otro millón de personas se beneficiará de las otras medidas del plan de Obama. Quedan unos seis millones de indocumentados que se mantendrán fuera de la ley.

En un memorando difundido por la Casa Blanca, el Departamento de Justicia responde a las críticas por abuso de poder que el presidente disfruta de la discrecionalidad a la hora de deportar a unos inmigrantes y permitir a otros seguir en EE UU.

Otra justificación es política. El presidente sostiene que no le ha quedado más remedio que recurrir a las medidas unilaterales por el bloqueo de cualquier intento de aprobar una ley de inmigración convencional en el Congreso. Desde 2011, los republicanos son mayoría en la Cámara de Representantes. Como resultado de las últimas legislativas, en enero serán mayoría en el Senado.

En el discurso, el presidente esgrimió que EE UU es un país de inmigrantes. “Todos fuimos extranjeros una vez”, dijo, tras citar el Antiguo Testamento (Levítico, 19.33.34).

Los argumentos morales colocan a los republicanos en una posición delicada. La retórica antiinmigrantes cada vez es menos aceptable en el discurso público. Y saben que los votantes de origen latino cada vez serán más decisivos en las elecciones.

De ahí que los argumentos contra las medidas Obama sean jurídicos. Si esgrime que la identidad de EE UU es indisociable de la inmigración, la derecha replica que este país se fundó en la división de poderes, destinada a frustrar cualquier tentación monárquica del presidente.

El Partido Republicano sopesa dejar sin fondos a los programas responsables de aplicar el plan de Obama sobre la inmigración. Otra posibilidad es llevarlo a los tribunales, como ha hecho con la reforma sanitaria. Aunque el Congreso la aprobó en 2010, el litigio sigue abierto. Con la inmigración, que divide Washington como la sanidad, puede ocurrir algo similar.