Texto: Mayte Ríos. La Vanguardia. Estilos de vida nº 5
(Sábado, 20 de septiembre de 2008)
En el cartel del presidente de la comunidad de vecinos, en las instrucciones de un juguete, en la carta de un restaurante, en un folleto publicitario, en los SMS, en publicaciones oficiales, en las páginas de los periódicos y hasta en algún libro de texto. Es fácil toparse con faltas a diario. ¿Importa? ¿Ha perdido sentido la ortografía?
“(…) Debería jubilarse la ortografía”. La frase no es de ningún estudiante perezoso ni de ningún bloggero vanguardista. Corresponde al Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. La pronunció en el Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Zacatecas, en 1997, donde matizó: “Me refiero, por supuesto, a la ortografía vigente”. ¿Quiere eso decir que quienes usan arbitrariamente la b y la v, omiten las haches y los acentos o sustituyen la qu por la k son unos pioneros, unos adelantados a su tiempo? ¿Está la ortografía realmente en crisis?
“Como casi todo hoy día”, responde José María Echauri, profesor de lengua y director del instituto Albéniz, de Alcalá de Henares (Madrid). “No podía ser de otra forma siendo la ortografía una normativa que se aplica en una sociedad en cambio permanente”, justifica. Y recuerda que la ortografía castellana actual se estableció en el siglo XVIII para una realidad completamente distinta a la actual, en la que asistimos a una generalización de la enseñanza y a cambios en la foma de comunicarse derivados de las nuevas tecnologías.
Sin embargo, Echauri no comparte la visión catastrofista de quienes sostienen que los jóvenes de ahora cometen muchas más faltas de ortografía que los de anteriores generaciones como consecuencia de la degradación de la enseñanza. “No puede hablarse de degradación porque nunca ha habido un momento idílico; yo todavía he tenido muchos padres de alumnos analfabetos; lo que ocurre es que mitificamos mucho, y cuando algunos comparan y dicen que ellos dominaban la ortografía con 10 años, cuando ingresaron en bachillerato, lo que no cuentan es que sólo hacían ese ingreso un grupo minoritario de chavales, porque la mayoría abandonaba los estudios a los 10 o 12 años para pasar al mundo laboral; no se pueden comparar los resultados escolares de ahora con los de esa época”, explica. Por no mencionar que entonces no se estudiaba la ortografía catalana, gallega ni vasca.
Tampoco Agustín Vera Luján, catedrático de Lengua Española y Lingüística General de la UNED, tiene claro que la situación actual de la ortografía y su grado de conocimiento por los jóvenes sea peor que en el pasado. Lo que sí observa es poca consideración social por los usos lingüísticos correctos. “En un gran almacén vi un cartel que decía ´recoga el número de la máquina´, y sugerí que lo cambiaran; diez o doce años después el cartel continúa igual”, comenta a modo de ejemplo. Agrega que, además, la enseñanza de la lengua se ha focalizado más en los últimos años en su uso oral, en enseñar a hablar en público, a organizar discursos coherentes, y ello puede haber ido en detrimento de la enseñanza de las normas de escritura.
A este respecto, Echauri considera que la ensañanza de la ortografía presenta hoy otras dificultades añadidas, como el aprendizaje simultáneo de dos idiomas -con sus respectivas normas- en algunas autonomías, la llegada de alumnos inmigrantes, la generalización entre los jóvenes de nuevos códigos de escritura los utilizados en SMS o el messenger-, y la proliferación de medios de comunicación más inmediatos donde los errores ortográficos se deslizan con más facilidad. También los profesionales de la corrección de textos opinan que si vemos más faltas ortográficas que antes es porque el lenguaje escrito se usa mucho más. “No se sabe menos ortografía, ni esta está en crisis; lo que ocurre es hay más autores, más lectores, más recursos, y se escapan más erratas; pero también hay más mecanismos para resolver dudas”, afirma el presidente de la Unión de Correctores (UniCo), Antonio Martín.
Puestos a desmitificar la mala salud de la ortografía en la sociedad actual, algunos recuerdan que Juan Ramón Jiménez, todo un Nobel de Literatura, incumplía las normas establecidas y escribía con j las sílabas ge, gi (májico, por ejemplo), no escribía p, b y n en posición implosiva adelantándose a ortografías hoy admitidas (setiembre, oscuro, trasparencia), no colocaba la x ante consonante (esquisito), ni la s en el grupo sc (conciente) y suprimía la h en oh.
Pero que desdramaticen la actual proliferación de errores no quiere decir que los expertos resten relevancia a la ortografía ni sean partidarios de eliminarla. Ni mucho menos. “La ortografía es necesaria y útil, porque sin unas normas comunes sería difícil comprender lo escrito por otras personas”, coinciden la mayoría de los lingüistas, literatos, correctores y profesores consultados.
En lo que ya no son tan unánimes es en si las normas que se han de respetar tienen que ser las vigentes, pues hay muchas voces cualificadas que piden que se revisen y simplifiquen. “Tienen que existir unas reglas que escritor y lector compartan, pero esas reglas deberían regirse por un sentido práctico y ser más sencillas”, indica Celia Romea, presidenta de la Sociedad Española de Didáctica de la Lengua y la Literatura (SEDLL). La simplificación que propone, como otros muchos profesores, pasa por equiparar al máximo letras y fonemas “porque muchas de las grafías que se mantienen vienen de una visión diacrónica de la lengua”. Opina que hay normas que podrían eliminarse, como la distinción entre palabras con be o uve, muchas haches mudas, la distinción entre c-q-k para un mismo sonido… Pone como ejemplo la ortografía italiana y enfatiza que, por polémicas que resulten, sus propuestas no son nada novedosas, pues especialistas como Jesús Mosterín o José Martínez de Sousa ya las plantearon a principios de los ochenta.
Los partidarios de reformar a fondo la ortografía argumentan que con ello se facilitaría su aprendizaje y su uso por más ciudadanos, y se liberaría el tiempo que se consume por las inconsecuencias de las actuales normas. También ven ventajas relacionadas con el uso de las nuevas tecnologías. En cambio, los detractores de una gran simplificación ortográfica advierten que provocaría una gran confusión a quienes han aprendido con las anteriores reglas, implicaría un gasto excesivo para reeditar multitud de libros y escritos y, como resultaría polémica y suscitaría críticas tanto desde los sectores conservadores como desde los reformistas extremos, acabaría por no contentar a nadie. También son muchos los que sostienen que la dificultad que puedan tener los jóvenes o los inmigrantes para interiorizar las normas no puede ser un argumento para cambiar la ortografía. “La ortografía española es relativamente sencilla; lo que ocurre es que no se le presta suficiente atención en la enseñanza escolar, porque la sociedad actual no es muy amante del esfuerzo y cuando se ve que algo es relativamente problemático, se opta por saltárselo”, señala Agustín Vera Luján. El catedrático de Lengua de la UNED advierte que algunas diferencias ortográficas no responden sólo a criterios gráficos, sino que llevan asociadas diferencias de significado -como basto (tosco) y vasto (amplio)- “y si arrasamos con esas diferencias empobrecemos nuestra capacidad de expresión”.
Tampoco José María Echauri se muestra partidario de una reforma radical de las actuales normas ortográficas para adaptarlas a las fonéticas, y recuerda que hay distintas maneras de hablar el castellano. “Si optamos por la fonética más utilizada, habría que adoptar como regla el seseo, porque pocos hispanohablantes utilizan la z”, ejemplifi ca. En cambio, opina que sí se podría avanzar en las reglas de la j y la g, en simplificar las normas de acentuación… Celia Romea, en sintonía con García Márquez, empezaría por suprimir las haches mudas. “No dije que se elimine la letra hache, sino las haches rupestres. Es decir, las que nos vienen de la edad de piedra. No muchas otras que todavía tienen algún sentido o alguna función importante, como la conformación del sonido che”, comentó el escritor colombiano tras su discurso en Zacatecas. Desde la Unión de Correctores, priorizan cambios en las reglas referidas a los diptongos y los hiatos.
Pero unos y otros asumen que los cambios han de ser graduales y, sobre todo, consensuados para no poner en peligro la unidad de la lengua. “El interés mayor de una lengua es ser un código que permite comunicarse a un número elevado de personas; el español sirve a casi 400 millones de personas y, si se reforma, para seguir siendo instrumento de comunicación tendrían que ser cambios acptados por todos los hablantes”, subraya Agustín Vera Luján.
Romea, desde la SEDDL, insiste en que “hay que ser respetuoso con la lengua para que nos entendamos, pero no hay que tener miedo a los cambios, porque el mundo varía, la lengua evoluciona y hay usos que ya están muy consensuados”.
Con reforma o sin ella, lo que tienen claro los expertos es que hay que mejorar la enseñanza de la ortografía. “Hay que seguir insistiendo, no podemos acostumbrarnos a ver faltas en los folletos, en publicaciones universitarias, en los libros de instrucciones o en los diarios; no es cuestión de escandalizarnos, sino de extremar las medidas para evitarlas”, dice el profesor Echauri. Su receta es exigir el cumplimiento de las reglas ortográficas pero con cierta flexibilidad. Así, no es partidario de suspender a los alumnos que cometan muchas faltas, aunque sí de penalizarlos y darlos la opción de que rectifiquen. “Hay que evitar que un buen alumno al que se le da mal la ortografía se desanime a estudiar porque va a suspender igual el examen por culpa de sus faltas”, explica.
Vera Luján considera que el grado de exigencia ortográfica puede flexibilizarse en la enseñanza primaria y secundaria, pero se muestra inflexible en el caso de estudiantes universitarios. “No concibo que un alumno de Filología Española pueda aprobar la asignatura si comete faltas de ortografía”, declara. En su caso, si un estudiante presenta un examen con faltas, le explica la nota que le correspondería por su conocimiento de la materia pero le suspende con un 4, y le ofrece la oportunidad de recuperar la nota inicial examinándose de ortografía a final de curso. “Si se corrige, le reconozco la nota inicial, pero con faltas no aprueba; no me cabe en la cabeza que un profesional de la lengua ejerza sin saber esas normas”, indica.
Muchos estudiosos opinan que el problema de la ortografía es que suele enseñarse de forma aislada del resto del aprendizaje, con ejercicios descontextualizados, repetitivos, que tienen un escaso rendimiento. Hay consenso en que debe ligarse la enseñanza de la ortografía a la oralidad y la escritura, y que la mejor receta para mejorar la ortografía no es otra que leer, leer y leer, porque la memoria visual es fundamental para fijar la escritura, y el ver una y otra vez una palabra escrita correctamente ayuda a que su forma se grabe en la mente.
“Si cometo pocos errores gramaticales es porque he aprendido a escribir leyendo al derecho y al revés a los autores que inventaron la literatura española y a los que siguen inventándola porque aprendieron con aquellos. No hay otra manera de aprender a escribir”, explica Gabriel García Márquez.
¿EL INGLÉS COMO EJEMPLO?
Los anglosajones no tienen una academia de la lengua que fije normas sobre el uso correcto del inglés, ni escrito ni hablado. Hay quien se pregunta si, más allá de las cuestiones económicas, esa puede ser una de las razones de su expansión. Pero son muchos los expertos que opinan que si un idioma se deja muy a su aire tiende a fragmentarse. La noticia de que en Estados Unidos ya han creado una cátedra de spanglish vendría a darles la razón. “Es cierto que el inglés ofrece muchas variantes y eso causa problemas”, admite Celia Romea. Pero no considera que esa sea razón para considerar inamovible la actual ortografía castellana. “Para escándalo de los puristas, la lengua está viva y cambia, y la realidad es más tozuda que las opiniones conservadoras; hay que ser respetuoso con las normas para que nos entendamos, pero también aceptar que el mundo evoluciona y es preciso modificar las normas”, añade.
LOS SMS NO TIENEN CULPA
Kyt en lugar de cállate, ymam en vez de llámame, k en lugar de que, kls para clase… El envío de SMS ha creado un nuevo lenguaje que no tiene en cuenta la ortografía. Y lo mismo ocurre con los chats y otros sistemas de mensajería instantánea por internet. Pero a los expertos no parece preocuparles en exceso, ni responsabilizan a estas prácticas de la generalización de faltas en los escritos. “En todas las épocas se han utilizado diferentes lenguajes de comunicación: los escribas medievales ya utilizaban abreviaturas y, en la universidad, todos nos las arreglábamos con simplifi caciones y abreviaturas para coger apuntes y seguir el discurso del profesor; son lenguajes fruto de la edad o de las circunstancias que no tienen por qué afectar al futuro de la ortografía”, dice Agustín Vera. José María Echauri cree inevitable que el lenguaje de los SMS acabe contaminando con el tiempo al resto, como ocurre con el lenguaje coloquial, “pero no se puede controlar; lo que hay que hacer es seguir insistiendo en la enseñanza y no ceder en ese terreno, porque son contextos distintos que exigen actuaciones distintas: en una redacción o un examen no vas a permitir que escriban k en lugar de que”. Celia Romea destaca que el nuevo lenguaje SMS tiene su propia ortografía y en breve contará con un diccionario: “Exo x ti y xa ti”.
CÓMO SE APRENDE
Leer, para ver una y otra vez las palabras y recordar su forma, y escribir, para reforzar y fijar esos recuerdos. Ésas son las reglas de oro para el éxito del aprendizaje ortográfi co. También hay que conocer y memorizar las reglas, pero sabiendo que las excepciones se adquieren poco a poco y que es la lectura la que facilita la memorización visual y el recuerdo de la ortografía, según explica la presidenta de la Sociedad Española de Didáctica de la Lengua y la Literatura (SEDLL), Celia Romea.
El mejor método, según la SEDLL, es enseñar la ortografía contextualizada, atendiendo a la forma y signifi cado de las palabras, con especial énfasis en las palabras homófonas – haya, halla, allá-, en las homógrafas – vino (bebida), vino (de venir)- y en las familias de palabras como referencia de forma común. En las comunidades bilingües debe atenderse a las semejanzas y diferencias entre lenguas para facilitar el aprendizaje, y tener en cuenta las variantes dialectales para resaltar su correspondencia escrita (por ejemplo, el seseo). Y se han de reforzar las sílabas que engañan (ce, ci, que, qui)
A la hora de practicar, los profesores de lengua opinan que los dictados han de ser muy breves y con objetivos claros que conozca el estudiante, y han de prepararse con lecturas previas para ver y reconocer las palabras. Y no sirve luego una corrección mecánica, ha de ser contextualizada. Aconsejan fomentar el uso del diccionario y llevar a cabo trabajos en grupo que permitan resolver dudas también en grupo. Todo ello sin perder de vista que, según Romea, “ciertas nociones gramaticales no se asimilan antes de los nueve o diez años”.
La ortografía tiene una parte fonética, por lo que hablar bien ayuda a escribir correctamente muchas palabras. En el caso de los niños, infl uye el habla de los adultos: tener buenos modelos facilita el aprendizaje.
También cuenta la calidad de audición y visión, de modo que ante un fracaso reiterado en ortografía es aconsejable revisar la agudeza auditiva y visual.
Los profesores de lengua recuerdan, por otra parte, que a la hora de escribir no sólo importa la ortografía. También hay que cuidar la sintaxis, la coherencia del discurso; es fundamental para emplear la puntuación adecuada, que también tiene un sentido ortográfico.
Y según la experiencia de los docentes, parece que las niñas tienen más facilidad de asimilación ortográfica que los niños.
Fin de “Ortografía ¿Pa ké?”