Uno de los más socorridos resortes del poder en la seducción política consiste en aplicar la extensión re– a un verbo, para alterarlo, para esconderlo mediante la sustitución del concepto verdadero. El alcalde «reajusta» la tarifa de los autobuses, porque antes ya estaba ajustada. Ahora se vuelve a ajustar, sí, pero casi como una rutina, porque ese verbo y su prefijo no implican semánticamente un cambio cualitativo. Así, se pueden «reajustar» los precios continuamente, y arrinconar los verbos más transparentes para ese caso: «subir» o «incrementar». [. .. ] Con cierta frecuencia, una determinada línea de gobierno ha devenido infructuosa, pero el político no admitirá que la va a abandonar para buscar otra, porque eso implicaría acciones nuevas que atraerían la atención. Acudirá entonces como salvavidas al prefijo re-: la situación se «reconducirá», habrá un «relanzamiento», una «reactivación», un «realineamiento», una «refundación», una «renovación», una «reestructuración». [. .. ] La fuerza de los prefijos se puede apreciar sin barreras. Parecen inocentes, insignificantes. y, sin embargo, entran en lo más hondo del cerebro de modo que ni siquiera los percibimos. Anti–, por ejemplo, se arroja a menudo contra alguien con la compañía de palabras prestigiosas [. .. ] en detrimento de quien haya pretendido desprestigiarlas; así, cualquiera que critique el catalanismo se convierte en «anticatalán», y si censura a un nacionalista de Euskadi puede convertirse en un «antivasco», o en un «antiespañol» si busca fórmulas de aumentar el autogobierno, y así sucede con «antieuropeo», «antiatlantista», «antiliberal», «anticomunista» … Anti– ejerce aquí una potencia devastadora, porque condena con facilidad sin acudir a insulto alguno. Ni siquiera resulta descalificador. Parece enunciativo y, sin embargo, descalifica.
Álex GRIJELMO “La seducción de las palabras”, Punto de Lectura