Quizá no me creas, pero me gusta ir al dentista. En BCNDental solo hay recepcionistas chicas, de blanco impoluto. Todas aparentan un gran dominio odontológico, y al cerrar suavemente la puerta, te preguntan dulcemente qué te ha pasado. Yo las miro sonriente y busco las palabras precisas, a suerte de contraseña, que me hagan pasar sin más a una de las salas: Me comía un bastón cuando me saltó el esmalte. Después, minutos de vacío: solo, tumbado, con el vasito de agua listo para el fin de fiesta. Diplomas de marco fácil, gradulux blancas, ni rastro de polvo. Minutos musicales. Bryan Ferry relaja de verdad. El dentista aparece por detrás, sin avisar, vestido de verde y con mascarilla. ¿Qué tal? Y simultáneamente, el motor del sillón Infinity Dental Cross Inc. empieza a sonar. Descenso a los infiernos. A mi lado Verónica, una chica de blanco; sobre mí, la luz cegadora.
Dentistas y tú. Ese pánico o no. Extensión libre.