[Foto en urbanoutfitters]
Estoy venciendo la tentación de llevarme todas las amenidades (palabra inexistente) de los baños de hotel. ¿Para qué un gorro de baño o una esponja, un peine o un gel de veteasaber? Ese control sobre mí me asombra. La última vez, me fui sin nada en mi neceser, o casi, porque no me resistí a un cepillo de dientes minimalista, transparente, muy recto. Vuelvo a mi cuarto de baño y suspiro: ¡Es todo tan soso! Amigos excéntricos que uno tiene necesitan en su aseo de la presencia de plantas, cuadros o de una pequeña biblioteca; otros de un Muy Interesante antiguo o de un ambientador en espray autónomo, de esos de cada 38 minutos. Una vez vi una caja de mixtos, sobre el lavabo de un conocido. Al preguntarle, me aseguró que al prender una cerilla, el olor que desprende disipa cualquier otro más reciente. Lo capté a la primera. Mi baño no tiene nada de especial, ni siquiera el color. Solo tiene tostados y beis porque me convencieron de que el mármol blanco no se llevaba aquel entonces y yo tenía ganas de acabar las reformas. El jabón en pastilla es mi secreto: no me gusta en gel, ni siquiera para champú. ¡Ah!, y después, unas bolas de golf que hacen las veces de tapón inútil, pero que llaman la atención.
Secretos en tu cuarto de baño. Real, inventado…qué más da. Extensión libre.