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Pared con pared, buenos días buenos días, secretos a voces, lacónicos de ascensor. ¿Quién era ese? ¿A qué piso vas? Como parientes lejanos, como primos segundos, ellos saben de nosotros, quizás poco o quizás nada. Levantamos murallas o tendemos puentes. Ya nadie necesita una pizca de sal, pero en alguna ocasión, intercambiaremos favores. Odiamos sus pisadas, nos avergüenzan sus riñas, celebramos sus ausencias. Los vecinos aparecen y desaparecen de repente, sin previo aviso y sin hacer apenas ruido. Nuestra vidas -la suya y la nuestra- corren a la par, puerta con puerta. Y todos en comunidad, vidas de mirilla.
Tus impresiones sobre tus vecinos, sobre la vida en comunidad. Extensión libre.
A mí mis vecinos no me caen bien, por muchas razones y actos desagradables que hacen. Suelen despreciarnos por el hecho de tener otra vida y siempre buscan un motivo sin importancia o una excusa más pequeña para quejarse. Solo los que viven enfrente de nosotros son quienes realmente nos entienden y no nos juzgan por quienes hemos sido. Porque las condiciones de vida son diferentes y cada uno tiene la suya y nunca se sabe cuándo puede girar la ruleta de la vida.
Todos somos hermanos y hermanas, y nuestras diferencias de idioma o en el color de la piel nunca deben ser un motivo para la discriminación. Tampoco hay que pensar mal de los demás y debemos ser buenos con nuestros vecinos.
Estoy viviendo en el mismo edificio desde hace cinco años. Allí hay muchas familias que tienen niños y también ancianos que viven solos. Nunca hemos tenido problemas de ningún tipo porque nosotros nos entendemos los unos a los otros. Mi familia y yo siempre preguntamos a nuestros vecinos si ellos necesitan algo. Al principio tuve problemas con ellos para entendernos pero después de poco tiempo nos fuimos conociendo y todo fue fácil. Yo siempre intento respetar las reglas para mantener normas del convivencia en mi bloque. Así, no hago ruido por la noche para no molestar. Y camino muy despacio por la noche. Siempre, cuando tengo algún problema, lo comparto con mis vecinos. A veces, los invito a mi casa para cenar y conocerlos más.
En mi edificio, en la cuarta planta, vive una mujer sola. Un día ella estaba esperando en la calle a que alguien le ayudara a subir un horno. porque no hay ascensor en el edificio; yo pasé por alli y le pregunté si le podía ayudar en algo, me dijo que sí y yo inmediatamente le subí el horno. Ella se alegró mucho y me lo agradeció mil veces, pero yo le dije que era mi deber porque tenemos que ayudarnos los unos a los otros siempre. ” El vecino en la necesidad es un vecino de verdad. “
Los vecinos, durante una época, eran casi una extensión de la propia familia. Estaban ahí cuando necesitabas cualquier cosa, ya fuese un poco de sal o alguien que cuidara de tus hijos cuando surgía algún problema. Con el paso del tiempo y la trasformación en el estilo de vida todo cambió. Los vecinos se fueron convirtiendo en personas extrañas que te cruzabas por la escalera e incluso a veces ni tan siquiera estabas seguro si era un vecino o no, porque permanecían muy poco tiempo en la finca, saludabas por educación pero sin saber siquiera a que piso se dirigía.
Ahora ya no están Palmira, Pepito, Jandro, Carmen (la gallega) Carmen (la verdulera), Virginia, Kimeta y tantos otros que se han marchado o nos han dejado para siempre. Pero están, Gerard y Anna, hermanos y estudiantes de arquitectura que viven en el entresuelo y que siempre me ofrecen su ayuda cuando vengo muy cargada. Mija, de origen polaco y el “chapucillas” de la escalera, que no duda en acudir a casa de cualquier vecino a reparar lo que necesiten y siempre por el simple hecho de ayudar. Mariví y Oscar con sus dos pequeñas, Julia y Abril que han vuelto a dar un toque de alegría a la escalera y que todos estamos encantados de quedarnos con ellas cuando es necesario.
Como casi todo en la vida las viejas costumbres vuelven. Aunque esta vez no ha sido la moda quien nos las ha traído, sino la crisis. Con un tema tan duro hemos recuperado, algo positivo como lo es sin duda, la vuelta de la solidaridad entre los vecinos. La ayuda entre las personas, ya no solo de la misma escalera sino del mismo barrio, se ha vuelto algo habitual. Ojala esta crisis nos abandone pronto pero nos deje como herencia la vuelta a una vecindad solidaria, a esa otra familia, que está siempre ahí de forma desinteresada. ¡Bienvenidos nuevos vecinos!
Cerramos esta entrada.
Vivo en una escalera con un total de 40 vecinos. Han ido cambiando con los años pero hay algunos que perduran en el tiempo. Aún recuerdo algunos de ellos cuando ibamos a la misma escuela y al salir nos perseguían a las niñas, para meterse con nosotras … ¡Qué tiempos aquellos! Ahora cada uno hace su vida y nos vemos para cualquier problema que surja en la comunidad. Ayer nos dejó un vecino que seguía en el mismo barrio a pesar de haber cambiado de domicilio. ¡Qué recuerdos me trae! Cuando era pequeña, tenía más o menos 10 años, él y su esposa, como todavía no tenían hijos, me llevaban de aquí para allà y yo estaba superfeliz de ir con ellos porque me llevaban “en bandeja” y me sentia una personita importante. Qué bien que cuando nos deja alguien nos acordamos de todas aquellas vivencias que mantuvimos antaño. Que descanse en paz.
Desde hace un año y por circunstancias personales muy penosas me cambié de vivienda; pero ha sido un acierto total, tanto en lo personal como por el entorno. Primero porque vivo cerca de mis hijos; además, algo muy importante al menos para mí es la suerte de haber ido a parar a una comunidad de vecinos pequeña, en la que somos una gran familia tanto para lo bueno (comidas, cumples…) como en lo malo (ayudas de toda las clases). Tenemos la suerte de trabajar o de haber estudiado distintas materias (un arquitecto, una sanitaria, una peluquera… ) con lo cual cuando a alguien necesita algo ya sabe dónde llamar y sin ningún problema ni reproche sino todo lo contrario, consigue que se le ayude. Unos vecinos donde hay respeto, donde los horarios se cumplen para no molestar al resto y sobre todo y, muy importante, donde hay muchos niños con unos padres que saben educarlos. En fin, una suerte de vecinos.
A lo largo de mi vida he vivido en muchos pisos diferentes y en consecuencia he tenido muchos vecinos. Si me paro a pensar apenas puedo recordar a una decena de ellos, pero a los que puedo recordar es por algún motivo en concreto. A algunos los recuerdo con cariño, a otros, con rencor. Por eso mismo me gustaría relatar una de las tantas caras del prisma. Cuando era pequeño, vivía en una casa de campo y cerca de mi casa había un conjunto de adosados con muchos niños de mi edad. Mi mejor amigo era uno de ellos y entre trastada y trastada nos hicimos con el cariño de algún que otro vecino, por lo que mi relación con la mayoría de los vecinos era parecida a la de Tom y Jerry.
Años después mi padre se mudó a un piso, por lo que empecé a descubrir un mundo diferente: el mundo de los incesantes ruidos. Concretamente puedo recordar a una vecina del primer piso que siempre dejaba a dos perros en el jardín ladrando día y noche, sin tan siquiera preocuparse por los demás. Muchas veces mi padre dialogó con ella para llegar a un acuerdo pero nunca funcionó. Con el paso de los días, nuestra desesperación fue tan grande que empezamos con bromear con secuestrar a los perros y regalarlos a otras personas que viviesen en el campo. Lamentablemente – al menos para mí – mi padre decidió volver a abordar la vía diplomática y conseguir que la dueña entrase en razón. En mi opinión era más divertido lo del secuestro.
En fin, pese a que los vecinos pueden ser una gran molestia, al menos nos dejan grandes anécdotas que recordar.
Javi pasantes CFGS
Yo vivo en un bloque de cuatro pisos de una calle peatonal de Es castell, un pueblo de Menorca. La verdad es que tengo unos vecinos muy agradables y silenciosos; no sé si la edad influye, porque todos superan los 70 años. Estoy muy contento de llevarme bíen con todos los vecinos de mi comunidad, porque son personas con las que convivimos desde hace muchos años…
El otro día vi en la tele que empezaba una serie nueva titulada Vaya vecinos, cuya trama transcurre en una urbanización llena de extraterrestres donde acaba de llegar a vivir una familia humana. Es interesante porque explica los pormenores de las relaciones de estos extraños vecinos y las diferencias con nuestra cultura. Están acostumbrados a no salir de la urbanización e intentan integrarse de una manera cómica a nuestro día a día. Se puede trasladar a nuestro presente, cuando convives en un gran edificio de pisos y no sabes quiénes son tus vecinos; a lo sumo puedes conocer a alguno en el ascensor y cruzar cuatro frases hechas.
Aún recuerdo aquella época en la que para salir a pasear a los perros tenía que intentar parecer invisible -caminar de puntillas y sin hacer mucho ruido- si no quería que mi vecina la pesada decidiera acompañarme, convirtiendo mi paseo diario en una avalancha de chismorreos. Ahora que se ha mudado puedo caminar tranquila, hasta puedo permitirme hablar con los perros sin temer encontrarla. Después estaban aquellos vecinos a los que todo les molestaba, de esos que hacen pero no dejan hacer. Aunque vivimos en casas separadas por un gran terreno, por una gran valla y por altos árboles, siempre encontraban alguna cosa que les molestaba. Finalmente decidieron mudarse a una casa en el mismo pueblo, aunque alejada de las demás viviendas. Ahora siguen quejándose, pues les molesta un gallo que hay por los alrededores. Creo que lo que en realidad les gusta es quejarse.
También teníamos un vecino peculiar, ese típico vecino que es un desastre, que siempre se mete en líos, que siempre necesita sal, azúcar, arroz, leche… Hace un mes vino la policía a buscarle, y aún sigue en la cárcel.
No sé qué extraña fuerza hace que los vecinos a los que odio se vayan de allí, juro no hacer nada contra ellos, simplemente se marchan. Ahora, las casas que rodean a la mía están vacías, por lo que podría hacer una fiesta en el jardín cada noche, sin que nadie se quejara.
El ascensor. Allí, en aquella angosta caja, se descubren muchas cosas. Hay algunos vecinos reticentes a hablar ni allí, pero la mayoría se siente con el deber de compartir unas palabras. Y entonces, descubres que el del quinto es claramente argentino, que la señora del tercero que lleva un broche con forma de nota musical es una exprofesora de piano, que la vecina del rellano es una adicta a las rebajas… También se manifiestan cosas menos agradables como quién fuma, quiénes se lavan y quiénes no. Nunca los vecinos son tan vecinos como en el ascensor.
Me despierto por la mañana y lo primero que hago me preparo mi taza de café con mis galletas. Entonces me siento en la mesa junto al ventanal, desde donde puedo observar mi patio. Las ventanas de fino cristal dejan traspasar todos los ruidos que proceden de fuera. Como cada mañana, escucho la primera charla mañanera de mi vecina Isabel, del patio de al lado, sus buenos días al vecindario con su voz enérgica y el saludo a sus gatitos con sus expresiones siempre iguales, sus galanterías dulces… Poco después se puede oír como mi otra vecina Carmen sale a su patio para saludar. Así durante media mañana las puedo escuchar hablando entre ellas de diferentes temas de la vida, oír el eco de sus risas; ni en los días de frio dejan esa costumbre. Bueno… creo que es un gozo saber que aún existen vecinas que se conocen, que se hablan, que son amigas; lo triste en los grandes edificios es que uno se cruza con un vecino y aún tiene uno que agradecer que le saluden con una sonrisa al cruzarse, que le espere para entrar en el ascensor.. Pequeñas cosas que se han perdido y no apreciamos. Lo frías que se están volviendo las personas.
¿Quiénes son vuestros vecinos? ¿De dónde vienen? ¿Quá hacen? Nadie los conoce, os toca compartir con ellos ruidos, peleas, alegrías, fiestas, música y otro tipo de sonidos que pertenecen a la vida cotidiana-o no-porque, hoy en día, lo que separa vuestras vidas de las suyas son paredes hechas de papel y…¡se oye todo! Es como si los tuvierais en casa, en la misma habitación. Así que tened cuidado con lo que decís o escuchais y, sobre todo, no les deis demasiada confianza, mantened las distancias, no sea que os encontreis delante de una telecámara del telediario afirmando eso de: “Parecía buena persona, era educado y saludaba siempre”.
Mis vecinos son un tanto extraños: un día te los encuentras, te saludas con ellos e incluso mantienes una pequeña conversación; pero al día siguiente ni te miran, para no saludarte. Pero lo más gracioso fue lo que me ocurrió un día: después de un entreno, empecé a hablar con mis compañeros y al decir que era de Abrera y en qué zona vivía, cuatro de mis compañeros me dijeron que también eran de allí. Aunque a ellos yo no los conocía, ellos a mí sí y lo mejor fue que mi mejor amiga conocía a mis vecinos y había sido amiga de ellos.
Vecinos, los hay de todo tipo. Está el ruidoso, el silencioso, el discreto, el desmadrado, el limpio, el sucio, el impaciente, el hablador o el más callado. Desde pequeña mantengo una amistad con una vecina, jugábamos juntas en los pasillos del edificio a mamás, enfermeras, administrativas, modelos y a cantantes porque no nos permitían poner música que si no, también. Nos hacíamos siempre con el primer pasillo del edificio, el más luminoso, el único sin plantas u otros obstáculos para practicar nuestros oficios preferidos. Ahora, parece mentira, seguimos haciéndonos con ese pasillo para nuestras charlas que pretendemos que duren tres minutos y terminan en una hora.
De cuando era niña tengo buenos recuerdos de los vecinos que teníamos, me sentía muy querida por ellos.
Pasaba horas en su casa, jugando al parchís o viendo “La Casa de la Pradera” en televisión.
Tenía la suerte de ser la única niña pequeña de la escalera y por ello en Navidad cosechaba regalos de buena parte de los vecinos más cercanos.
Nada que ver con mis vecinos de la actualidad, los tiempos cambian y el pasado no vuelve más que en el recuerdo.
Aunque no me quejo, se agradece una convivencia tranquila y tolerante aunque con distancia.
Vecinos: Los vecinos pueden ser una bendición, una auténtica pesadilla o simplemente pueden brillar por su indiferencia. Es díficil encontrar personas que poco a poco a base de encuentros inesperados por el rellano, saludos cortos, sonrisas amables, intercambio de frases de cortesía terminen estableciendo una verdadera amistad. A veces se da esa magia, se juntan las infancias de los hijos que terminan compartiendo juegos. Las madres se hacen íntimas, inseparables, respetuosas de la mutua intimidad de cada casa. A veces los vecinos son una bendición; a mí me ha pasado, ya no somos vecinos, se fueron a vivir a Sitges, pero siempre serán también mi familia.
Son las cuatro de la mañana y la pesada de arriba empieza a taconear por el parqué. Está todo en silencio, por lo que sus pasos retumban en toda la planta. Es tan poco el sentido común que tiene… nunca ha pensado en los demás. Era yo bebé y mi padre tenía que llamarle la atención del escándalo que armaba y que en casa, sus ruidos, parecían un concierto en mayúsculas. Yo he crecido y sus hijas también, y se han reproducido y demás. Ahora no son tacones los que arman el escándalo, sino los juegos de los nietos y carritos y pelotas…
En mis ratos libres llegué a pensar en crear artilujios para hacerle experimentar esos momentos agónicos. Pero ahora soy yo la que tengo bajo mis pies un bebé y no permitiré que sufra los estruendos que padecí yo. Es gracioso… pero mientras escribo esto se puede oír perfectamente el rodar de unas canicas. Dulces sueños, a quien pueda.