[Fotógrafo sin identificar]
La joven del Corsa siempre fue simpática conmigo. Nadie me había saludado hasta entonces, a media tarde, sonriente como ella. Aquí es normal. No pido saludos ni agradecimientos. Porque mi trabajo es vigilar. La chica del Corsa no logrará saberlo nunca, pero su pequeño coche azul siempre ha estado y estará a punto, en las mejores condiciones. Cuando todo está en calma, cuando sale de aquí el último de los clientes, de noche limpio sus faros, intermitentes, embellecedores, toda la chapa. Tengo un programa de lunes a domingo, de pequeñas tareas. Repaso el aire de sus neumáticos, soplo las lunas de los retrovisores, repaso los cierres. Se extrañará, seguro, de que nunca se ensucie ese pequeño opel -“Claro, está siempre en garaje“- pensará. Pero se olvida de que aquí, en el subsuelo, se cuelan las motas grises de la polución, el barro de los días de lluvia, la destructora humedad de los años sin aire, el aliento podrido de los fumadores. Ella me saludó la primera aquel primer día oscuro hace ya tanto tiempo. Me dijo “Buenas tardes, ¿qué tal?“, sonriendo y sin detenerse. Pero me bastó. Su coche siempre estará a punto. Cuidaré de su opel, cuidaré de ella. De lunes a domingo, de dos a tres de la madrugada. Yo.
Juego de rol literario. Ponte en el lugar de un vigilante, comparte una confidencia. La noche es cómplice. Extensión libre.
Con la crisis no encuentro trabajo. Llevo días mirando el periódico y mi mujer me dice que no me desanime, que pronto encontrare uno. Pero en lo único que pienso es que tengo que pagar una hipoteca, el coche y todos los gastos que tiene una casa. Quisiera también darles un buen futuro a mis dos hijos hoy, como cada mañana, tomo mi café y salgo a buscar empleo; he visto un puesto de vigilante en el periódico: a ver si hay suerte. He llamado y me han dicho que me presente a la entrevista; ahora estoy aquí con muchos nervios pero este puesto tiene que ser mío.¡Qué alegría más grande! Me han contratado y después de un año en paro por fin tengo trabajo. En mi primer día me llevaron a un almacén supergrande a una nave. Me dijeron que solo puedo parar para comer y con un breve descanso para ir al baño. Lo extraño es que no tengo que proteger nada de valor, solo he de estar todo el día de pie allí dentro. Pero no me importa, ahora estoy trabajando. Han pasado seis meces y las piernas se me cansan, pero no me importa la hipoteca se está pagando y sí sigo así de bien, podremos este verano irnos de vacaciones, algo sencillo, tampoco gastar mucho que nunca se sabe. He cumplido un año y me han subido un poco más el sueldo, por lo que ahora los chicos van a actividades extraescolares. Mi mujer, que me dice que se aburre, se anotó a un gimnasio, lo que son más gastos pero bueno, el sueldo que ahora gano me permite pagarlo. Llevo dos años en este trabajo y el sueldo subió de nuevo pero estoy todo el día metido aquí. No veo a mis hijos, no me he podido ir de vacaciones porque solo me subían el sueldo si me quedaba en vacaciones y acepte porque mi mujer me dijo que comprásemos otra casa en la montaña para al menos irnos allí de vacaciones. Otra vez a empezar con otra hipoteca y a eso le tengo que sumar el nuevo coche que hemos comprado, porque el viejo lo utilizo yo y mi mujer dice que ella necesita uno para llevar a los niños. No lo soporto más, estoy aquí solo, sin poder hablar con nadie, sin qué mirar o qué vigilar y con el escaso tiempo para ir al baño. No lo aguanto más, pero tengo tantas cosas que pagar…Mi mujer me dejó, me dijo que no aguantaba más estar sola todo el día y tener que hacerlo todo ella sola y tener que ocuparse de los niños, de la casa. Se fue con su entrenador a la casa de la montaña con los niños y con el nuevo coche que aún he de seguir pagando yo, como la hipoteca y además la manutención completa de los niños, porque yo trabajo todo el día aquí encerrado como un preso, sin poder casi moverme por un sueldo que ahora paga todo lo que no es mío.
Te despides de tus hijos cuando te piden. “Quédate con nosotros a pasar la noche”, se te hace un nudo en la garganta y tragas saliva; les dices que hay que trabajar para poder comprarles lo que necesitan. Es el 31 de diciembre, Nochevieja y debo empezar la jornada laboral en turno de 12horas. Son estas fechas donde uno pasa la noche celebrando la entrada de Año Nuevo con las personas queridas: hijos, madre, esposa y hermanos.
Son estos días en los que te das cuenta de que estás en la más absoluta soledad y te invade la tristeza, añoranza de no poder estar junto a ellas. Empiezas a pensar, a darle vueltas a la cabeza sobre si merece la pena tanto
sacrificio, el no poder disfrutar y celebrar con ellos los días entrañables que van marcando el paso de los años, consciente de que no podrás recuperarlos jamás. Transcurren las horas y uno empieza a ponerse melancólico, recodando vivencias pasadas. Cae una lágrima. Vuelves a la realidad y al presente; es la hora de hacer la ronda por los puntos marcados del recinto. En el transcurrir de las horas y pensamientos llega la hora de celebrar la entrada del Año Nuevo con el compañero que te hace el relevo.
Cada tarde cuando pasa por mi lado se despide con un adiós levantando la mano y me desea buenas noches, él ha acabado su turno y está cerrando la joyería y yo … me quedo sola, aquí, vigilante de la tienda. A veces me pregunto vigilando qué, ¿las joyas del escaparate? Para mí eso ya no tiene importancia, si él no está. Sin embargo, se me pone siempre una sonrisa tonta cada tarde cuando me saluda, y espero impaciente la mañana siguiente para verlo aparecer de nuevo. Cuando llega …, nos tomamos un café junto a la máquina que hay cerca de los vestuarios -esa cafetera automática que hace unos cafés malísimos-, pero me conformo porque estoy a su lado durante unos minutos. Anhelo el día que en vez de un café, pueda ser algo más. Mientras tanto aquí estaré todas las noches vigilando, esperando ese fugaz momento de estar a su lado.
La primera vez que lo hice fue con intención de morir. Un poco, por lo menos. Dicen que muchas personas, antes de suicidarse, se quitan la ropa y la dejan a un lado, plegada, bajo el resto de pertenencias, como la cartera o las llaves. Yo me arranqué el cinturón con la defensa y el uniforme y los lancé lejos, por eso pienso que mi decisión no era tan firme. Desnuda, de pie, en el borde la piscina, miré fijamente el agua. Por la noche es casi negra. Cerré los ojos y di un paso al frente.Ya sumergida los volví a abrir, no quería perderme el espectáculo de mi propia muerte. No me hubiera importado si me esperara un final tan mediocre como lo venía siendo mi vida, pero ser devorada por una orca, eso era grandioso, merecía ser saboreado lentamente. Devorada o ahogada o lo que fuera que hiciese conmigo el animal. Sólo tuve que esperar suspendida unos segundos antes de poder distinguir una sombra, una sombra que crecía a gran velocidad. Cuando amenazaba con inundarlo todo, alcé la vista y los brazos. Unos metros de una piel tan suave y lisa que no podía ser piel y tan brillante que se distinguía en la oscuridad me acariciaron las palmas de las manos. Las repentinas e impetuosas ganas de coger aire me llevaron de nuevo a la superficie.
Por supuesto sobreviví, y además conservé mi trabajo. Ahora cada noche, cuando sólo quedamos nosotras, me cambio el uniforme por el neopreno. Sigo siendo la vigilante del zoo, y el zoo mi vigilante.