Malalties infeccioses i epidèmies

Marta Ricart (magazine LA VANGUARDIA, 18 de març de 2012).

NINGÚN ENEMIGO ES PEQUEÑO

Una epidemia pudo ser uno de los motivos que empujaron a los primeros homínidos a emigrar de África, han señalado algunos estudiosos. Otra epidemia, de peste, certificó el fin del gran imperio romano. El sida y otras infecciones lastran hoy en día muchos países africanos. Los microbios acechan a la humanidad desde su origen, y la medicina no logra acabar con ellos. ¿A cuáles temen más los científicos?.

 

 

Recreación de un virus de la gripe AH1N1, causante de la pandemia del 2009 Getty

Recreación de un virus de la gripe AH1N1, causante de la pandemia del 2009 Getty

 

 

Bacilos (bacterías de forma alargada) de tuberculosis en una célula sanguínea Getty

Bacilos (bacterías de forma alargada) de tuberculosis en una célula sanguínea Getty

 

 

 

En la historia ha habido epidemias terribles. ¿Podrían repetirse en pleno siglo XXI? “Sí, pueden”, reconoce Johan Giesecke, director científico del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC en sus siglas en inglés), la autoridad científica europea en enfermedades infecciosas y epidemias, con sede en Estocolmo. Microbiólogos, especialistas en enfermedades infecciosas y epidemiólogos coinciden en que seguirá habiendo epidemias. Y lo peor, subrayan, es que es muy difícil, por no decir imposible, preverlas.

“Es imposible predecir las futuras infecciones y epidemias. La experiencia demuestra que sólo en las últimas décadas, las que se han previsto no se dieron y en cambio, otras pillaron por sorpresa: el sida y su virus VIH, el mal de las vacas locas, el síndrome respiratorio SARS o la gripe aviar”, asegura Didier Raoult, director de la Fundación Mediterránea Infección y quien, desde su laboratorio de alta seguridad en Marsella, maneja el mayor presupuesto de Francia para la investigación en enfermedades infecciosas.

Raoult es, además, uno de los pioneros de la paleomicrobiología: analizando muestras de ADN en restos de tejido dental de soldados muertos confirmó que la campaña del ejército de Napoleón en Rusia en 1812 seguramente más que por el frío, fracasó por el tifus,
que afectó a muchos soldados.

“Las enfermedades infecciosas han determinado la historia de la humanidad y, en algunos casos, aún la siguen condicionando”, asegura el médico español Pedro Alonso, director de Instituto para la Salud Global (ISGlobal), un organismo de investigación médica con sede en Barcelona y compartido por instituciones públicas y privadas. Alonso trabaja desde hace años, a caballo entre España y África, en una vacuna contra la malaria que el año que viene se acabará de ensayar y a partir del 2014 ya se podría aplicar.

La malaria, junto al sida y la tuberculosis, pesa como una losa sobre el progreso de muchos países, sobre todo en África. Entre las tres enfermedades infecciosas suman unos cinco millones de muertes al año en el mundo; muchas, de niños. Estas infecciones pandémicas son un auténtico desafío porque favorece su expansión la pobreza y, a la vez, son causa de pobreza. De hecho, donde se dan condiciones sociales deprimidas, sea en países ricos o pobres, brotan las enfermedades infecciosas.

“En pleno siglo XXI seguimos siendo vulnerables”, advierte Alonso. El médico e investigador es el comisario de una exposición de la Obra Social La Caixa que se abrirá el día 28 en el Cosmocaixa de Barcelona –donde estará hasta febrero del 2013 para viajar entonces a Madrid– y que pretende explicar esa vulnerabilidad a los virus, bacterias y otros microorganismos patógenos. La muestra, ¡Epidemia!, repasa las enfermedades infecciosas más graves y las de mayor incidencia, su impacto histórico, cómo infectan a las personas y cómo se combaten.

“La exposición –detalla Alonso– intenta explicar cosas como por qué en la Primera Guerra Mundial, en la península Balcánica, los ejércitos quedaron bloqueados por la malaria y hasta se debían posponer operaciones de heridos de guerra por el colapso, y en cambio, dos mil años antes, en la misma zona, en la batalla de Actium lidiada por Marco Antonio y Cleopatra, no se dio este problema. La razón es que el vector (el insecto portador) del parásito de la malaria cambió en el siglo V. Si antes hubiera sido tan efectivo como a partir de entonces, quizás la civilización sería distinta”.

La historia de las epidemias es paralela a la de la humanidad (los microbios son anteriores a los humanos), se constata en la citada exposición: algunos científicos han especulado con que una epidemia de tripanosomosis africana (la enfermedad del sueño transmitida por la mosca tse-tse) fuera una de las razones que empujaron a los primeros homínidos a salir de África. Se han hallado evidencias de tuberculosis en restos del neolítico, en momias egipcias o yacimientos romanos. A la primera epidemia de peste de la que hay constancia, en el año 541, se atribuye en parte que el emperador Justiniano no pudiera reconquistar el imperio romano occidental –el historiador Procopio escribió: “En esa época se produjo una plaga, que prácticamente acabó con toda la humanidad…”–. Epidemias de viruela y sarampióneliminaron la mayoría de la población indígena americana en el siglo siguiente a la llegada de los conquistadores… Y así, en todas las épocas.

Aunque como epidemias más devastadoras de la historia rivalizan la de peste (llamada bubónica o negra) de 1346-1353 que, con una mortandad del 25-30% acabó con cerca de un tercio de la población europea; y la gripe de 1918, que, en dos años, mató a entre 50 y 100 millones de personas en el mundo, según explica Antoni Trilla, epidemiólogo del hospital Clínic de Barcelona.

La peste llegó con el ejército mongol al mar Negro y de ahí se extendió por vía marítima. Ratas y pulgas ayudaron a la transmisión de la bacteria causante de la enfermedad. Sólo en Europa dejó unos 15 millones de muertes, y se estima que hasta 60-75 millones en Asia y África. A España llegó en 1348 y tuvo una incidencia desigual.

La gripe de 1918-1919 (mal llamada “española” al ser el primer lugar donde se comunicaron casos, aunque había surgido en soldados estadounidenses que la extendieron por la Europa en guerra) tuvo una mortandad del 1% de la población. En España causó 260.000 defunciones.

La mayoría de estos patógenos siguen activos hoy –incluida la bacteria de la peste, contra la que se dispone de antibióticos pero no de vacuna y de la que hubo un brote en el 2006 en la República Democrática del Congo; o la lepra, de la que hay 250.000 casos al año–. Sólo la viruela se ha logrado erradicar (en 1979). Otros microorganismos patógenos, como el cólera, la poliomielitis o el sarampión, han estado cerca de erradicarse, pero en los últimos años han rebrotado. Y han surgido otros.

“En la situación actual en Europa, una de las mayores amenazas son las bacterias resistentes a los antibióticos. Decenas de estas bacterias (enterobacterias como la Klebsiella pneumoniae,Escherichia coli, pseudomona, acinetobacter…) afectan a miles de personas cada año sin poder ser tratadas, teniendo en cuenta que los antibióticos están dejando de funcionar. Esto ocurre principalmente en hospitales, pero no quiere decir que no se den brotes fuera de ellos”, asegura Johan Giesecke. “Es una epidemia lenta –continúa el director científico del ECDC–. También son una amenaza el sida o la tuberculosis, más en países en vías de desarrollo, pero en los industrializados tampoco logramos erradicarlas”.

Otra amenaza, apunta, son las enfermedades reemergentes como el sarampión, del que el año pasado hubo 30.000 casos en Europa con 10 niños muertos (y otros muchos graves). “Con una vacuna barata y accesible no debería enfermar nadie”, se lamenta Giesecke. Otro caso de fallo de controles y prevenciones fue el brote de cólera en Haití, tras el terremoto de hace dos años, que causó al menos 4.800 muertos. La bacteria la portaron al país mercenarios nepalíes. También han rebrotado la difteria en Rusia, la rubeola en Francia o la sífilis en muchos países.

Álvaro Pascual Hernández, jefe de microbiología del hospital Virgen Macarena de Sevilla y presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología (SEIMC), considera, como Giesecke, muy grave la resistencia de las bacterias a los antibióticos, los fármacos para combatirlas. “Es algo de lo que todos somos culpables en parte, porque se llegó a abusar de los antibióticos y, como no aparecen muchos nuevos, ya empieza a haber patógenos resistentes a todos” (se intentan combatir con cócteles de antibióticos y no siempre con éxito), indica.

El jefe científico del ECDC confiesa que hace diez años estuvo “realmente preocupado”, temiendo una grave epidemia, cuando surgió en el este asiático el síndrome respiratorio agudo (SARS en inglés), una infección nueva causada por un coronavirus (un tipo de virus) y que se contagiaba como otros virus respiratorios. Después de una semana se vio que el riesgo no era tan alto como se anticipaba.

El SARS causó más de 8.400 infecciones en 30 países y de 800 muertes hasta prácticamente desaparecer en el 2004, una evolución que los científicos aún analizan. Poco después, surgió la gripe aviar, un virus de gripe (el H5N1) que habitualmente afecta a aves y se dieron contagios de personas. Estos ya suman 592 casos y 349 muertes, la mayoría en Indonesia. Una letalidad elevada (del 59%), pero la amenaza sigue estable porque ha demostrado ser un virus que raramente se transmite de persona a persona, lo que reduce el riesgo de epidemia.

Sin duda, predispuso para que la alarma se disparara de nuevo en la primavera del 2009 cuando se detectó en México otro nuevo virus de gripe (el AH1N1), mezcla de virus porcino y humano y que, este sí, se transmitía fácilmente por el aire entre personas. Se la llamó gripe A, y a finales del verano del 2010 se dio por acabada la epidemia. Afectó a más de 200 países y causó 18.449 muertos. Ante la gripe A se pusieron en marcha todos los planes y recursos mundiales contra epidemias y se generó una gran polémica en torno a si la amenaza se había exagerado.

“La amenaza de una gran epidemia existe. La cuestión es calibrar bien el riesgo cuando aparece un nuevo patógeno”, apunta Giesecke. Y aquí, y más desde la gripe A, hay un debate abierto, no hay consenso entre los científicos sobre qué criterios deben prevalecer para catalogar la gravedad de una epidemia: si el virus es muy letal o si hay muchos casos, aunque el virus sea menos dañino. Giesecke opina que, en el segundo caso, “supone también un enorme problema de salud pública y social”.

Didier Raoult sostiene que el problema con la gripe A es que se erró al aplicar el modelo de epidemia del H5N1 y pensar que el AH1N1 sería igual de letal –además, era de la misma familia que el virus de 1918–. “Se pensó –resume– que la vacuna debía hacerse con cultivo celular, que serían necesarias dos dosis (lo que supuso más gasto), se aplicaron unos mecanismos no ajustados a la realidad y luego la gente pierde la confianza y dice que sólo se buscaba un beneficio farmacéutico… y no es así. No es fácil, los gobiernos quieren que se les diga qué ocurrirá, cuando una epidemia es impredecible y la sociedad debe aprender el principio de precaución. Por ejemplo, se ha comprobado que ante una epidemia como la de gripe, para reducir drásticamente los contagios, lo mejor es vacunar a los escolares, uno de los grupos de población que más expanden el virus, pero muchos sectores se oponen”

“De las lecciones que aprendimos de la gripe A, una es que los planes antiepidemia deben ser más flexibles. Se aplicaron automáticamente, pero luego era muy difícil modificarlos en función de la evolución de la epidemia. Sin embargo, hay que estar preparados, porque habrá más epidemias”, afirma Giesecke.

Antoni Trilla considera que “la sociedad debe decidir también qué nivel de riesgo está dispuesta a aceptar, porque el riesgo cero no existe, pero si no se quiere correr riesgos, entonces hay que adoptar alertas y medidas”.

La gripe A no fue tan grave como se temía (aunque dejó sus víctimas), pero la razón de que los científicos sigan viendo como una gran amenaza una pandemia por un virus de gripe nuevo es que es un microbio con una gran facilidad para recombinar sus genes y mutar, lo que hace que la población no esté inmunizada. De todas maneras, Raoult cree que, aunque cabe otra pandemia, probablemente ya nunca se repitan mortandades como en épocas pasadas, porque el sistema científico y sanitario dispone de muchos recursos para buscar una vacuna contra el virus, tratar a los enfermos…

“Ahora sabemos, por ejemplo –dice el microbiólogo francés–, que muchas muertes (hasta el 80%) en epidemias gripales como la del 1918 obedecían no al virus de la gripe, sino a una complicación de la infección, la neumonía. Esta la causa una bacteria que se puede tratar en muchos casos con antibiótico. Parece una contradicción, porque hay que recordar que los virus no responden a antibióticos, pero en estos casos, no se trata la gripe sino la bacteria pneumococo. Y funciona. Ahora ensayaremos si se puede generalizar el tratamiento”.

Es cierto también que hay patógenos para los que, pese al esfuerzo investigador, no se halla vacuna ni cura. Ahí está el sida, con casi 30 millones de muertos en 30 años y más de 33 millones de personas viviendo con el virus VIH. Los avances médicos la han convertido en una enfermedad tratable, pero no se sabe curar ni evitar aún.

Raoult se lamenta de que no hay un suficiente control de los reservorios animales (en simios, aves y cerdos viven muchos patógenos que luego saltan a los humanos). Los expertos temen (y, por ello, muchos los investigan) estos patógenos que saltan la barrera de la especie porque la lista es larga y se tiene la experiencia de lo dañinos que pueden ser: VIH, ébola, marburgo…

El factor de riesgo decisivo para las epidemias es hoy el mundo globalizado, coinciden todos los expertos. La inmensa movilidad de personas y productos facilita la propagación de cualquier patógeno cuando se da un brote infeccioso o favorece que se den brotes en lugares muy alejados de donde el virus, la bacteria o el parásito se circunscribía originalmente. Que el dengue o el chikungunya, parásitos de ámbitos tropicales, por ejemplo, se asienten en Europa son amenazas reales, señala Pedro Alonso. En el virus chikungunya, detectado en África en los años 50, se han constatado pequeñas mutaciones que aumentan su carga viral, y puede variar de mosquito transmisor y viajar más.

Este riesgo del mundo sin fronteras se constata en los brotes de infecciones alimentarias. Algunos científicos ya han alertado de que no suelen llegar a epidemias, pero que cada día se dan más brotes y menos localizados. La infección por la bacteria Escherichia coliE. coli que se produjo el año pasado en Alemania (con casos en varios países europeos) y de la que se culpó erróneamente a pepinos importados de España, provenía, al parecer, de una contaminación de brotes germinados de Egipto y Alemania. La bacteria resultó ser más virulenta de lo que se conocía hasta entonces.

Estas infecciones alimentarias, aunque causen pocos muertos y el brote no sea extenso, generan una gran alarma social y conflictos comerciales (y diplomáticos) que acaban suponiendo elevados costes económicos, elementos que complican la toma de decisiones ante un brote epidémico como son las medidas de contención o su comunicación. Por ello, se han convertido en otro de los principales quebraderos de cabeza para los investigadores.

“El mundo cambia, los ecosistemas también, aparecen nuevos microbios, viajan, y lo que pasará no podemos saberlo, sólo prepararnos para ello”, concluye Didier Raoult, cuyo equipo ha identificado en las últimas décadas 150 nuevos microbios. Él aboga por extremar los controles y extender las redes centinela (médicos de atención primaria, urgencias, que avisan a los centros de referencia) para identificar enseguida cualquier infección, más si parece nueva. “Para evitar una epidemia no es lo mismo detectar los primeros 10 o 100 casos que cuando ya ha habido 1.000”, dice el científico francés.

Los patógenos con mayor riesgo de generar epidemias son los que se contagian cuando el infectado no muestra aún síntomas de enfermedad, pues al no tener conocimiento de la infección no se toman precauciones y es más fácil la propagación.