El 22 de noviembre de 1963, a las ocho de la tarde (hora española), la noticia de la muerte del presidente de los Estados Unidos, John Filtzgerald Kennedy, saltaba a las portadas y a los noticieros de los medios de todo el mundo.
En España, ABC titulaba simplemente “Murió asesinado”, en grandes letras junto a una ilustración del rostro de Kennedy, y como subtítulos “El Gobernador de Tejas, John Connally, gravísimamente herido por los disparos”, y “Jaqueline Kennedy estaba con el presidente cuando se produjo el atentado”, terminaban de componer el cuadro.
Franco no sintió la muerte de JFK. El dictador tuvo una reacción tan fría ante el asesinato de Kennedy que la embajada norteamericana en Madrid informó a Washington D.C. A Franco le disgustaba Kennedy probablemente en la misma medida que a Kennedy le disgustaba Franco. Revisada parte de la documentación archivada en Estados Unidos, resulta que John F. Kennedy (JFK) fue el presidente norteamericano que menos disimuló sus simpatías personales hacia los demócratas españoles, circunstancia que fue constante motivo de preocupación de la diplomacia española y también de la americana. Cuando Kennedy fue asesinado en Dallas el 23 de noviembre de 1963, Franco no dio tan solo el pésame al embajador, Robert Forbes Woodward, al que se limitó a hacer un comentario despectivo cuando coincidieron apenas una semana después en el aeropuerto de Barajas. Un observador concluyó que el comportamiento de Franco tal vez obedecía a la manera de ver el mundo de un peculiar jefe del Estado que nunca había viajado.
Tras el asesinato, Franco se mostró oficialmente conmovido por la muerte de Kennedy. El mismo día del crimen la prensa se hizo eco de que “su excelencia el Jefe del Estado” había enviado un telegrama de condolencia al nuevo presidente, Lyndon B. Johnson, en el que le rogaba que aceptara el “más sentido pésame por el fallecimiento del presidente John F. Kennedy, cuyo asesinato ha llenado de dolor al pueblo español que unánimamente condena el criminal atentado”. Franco añadía que la muerte de Kennedy era una gran pérdida para “todo el Occidente cristiano” y firmaba con nombre y dos apellidos. El dictador también envió otro brevísimo mensaje de pésame a la Casa Blanca dirigido para “la señora viuda del presidente”, Jacqueline Lee Bouvier, a la que no citaba.
Franco se mostró tan frío y distante con la víctima del magnicidio que realmente provocó el comentario de los diplomáticos norteamericanos.
Nunca se cayeron bien; nunca sintonizaron. Franco encontró en Kennedy al presidente estadounidense más distante y menos predispuesto a ayudar al régimen franquista. Aunque… el interés norteamericano por el valor geoestratégico de las bases en España acabó por imponerse.