La imagen que he elegido forma parte de la serie de ilustraciones de Dalí sobre el libro de Cervantes. En ella, se puede observar a don Quijote, cabalgando sobre Rocinante, y a Sancho Panza, sobre su burro Rucio, ambos dibujados como garabatos. Al fondo de la ilustración, se puede observar a una mujer de rojo. De esta manera, Dalí nos muestra una espera en la distancia: la de Dulcinea a su caballero andante.
Mi elección de esta obra se debe más al título que a la obra en sí. Dalí la tituló Sueño imposible, lo que, en mi opinión, se refiere al anhelo de don Quijote por convertirse en un caballero andante, como los que él leía en sus amados libros de caballerías. De esta manera, el pintor nos muestra su visión excéntrica y la personalidad de don Quijote.
Sara, ante todo, quisiera aclarar que la imagen que tú has utilizado se halla dispuesta en sentido contrario a la del original, esto es, como si estuviese reflejada en un espejo. Los personajes deberían orientarse según inclinación oblicua hacia la derecha de nuestra mirada, no hacia la izquierda.
Yo, como tú, me inclino a pensar que la mujer que aparece en la lontananza del cuadro es doña Dulcinea del Toboso, a quien regocija la llegada de su caballero andante. Es, efectivamente, un Sueño imposible, pues en la novela, en la cual don Quijote no va del amor a la aventura sino de la aventura al amor, uno y otra no comparten nunca espacio. La amada de nuestro héroe es, ante todo, un personaje evocado. No puede ser de otra forma: Dulcinea solo existe en el interior de don Quijote; fuera quien hay es Aldonza Lorenzo. Si don Quijote es la vertiente humana idealista y al ideal, ya desde Platón, se llega mediante el amor, ha de comprenderse que la única aventura en que este Caballero de la Triste Figura no puede fracasar (y, de hecho, no fracasa) se llama Dulcinea. De ahí que la realidad nunca llegue a cruzar sus caminos.
Otro comentario que me suscita tu entrada viene al hilo del rucio, palabra que tú escribes con mayúscula, otorgándole así entidad de nombre propio. Lo cierto es que el burro de Sancho carece de nombre propio, en contraste con el caballo (animal de mayor nobleza) de don Quijote, el cual, como es sabido, se llama Rocinante. En lo que sí coinciden ambos cuadrúpedos es en que sus respectivos apelativos (común, uno; propio, el otro) son de base descriptiva. Rocinante antepone al sufijo propio de los participios activos el lexema “rocín”, cuyo significado es ‘caballo de malas trazas’ o ‘caballo de trabajo’. Rucio, por su parte, hace referencia al color de las bestias: ‘pardo claro, blanquecino o canoso’ y no es sino un adjetivo que, sustantivado, se usa a menudo para aludir al jumento de Sancho, sobre todo en la segunda parte de la obra. De hecho, las primeras ocasiones en que Cervantes escribe “rucio” en su Quijote, lo hace como adjetivo con el que don Quijote califica al caballo del barbero a quien robará la bacía. Curiosamente, el tal caballo no es sino un burro, como el de Sancho (en fin, y la bacía es bacía y no yelmo, etc.).