Las ilustraciones de Paul Gustave Doré destacan entre la inmensa cantidad de representaciones de la obra cervantina y la que aquí se muestra no es excepción. La escena representada se sitúa en la segunda parte del Quijote, donde se observa al famoso hidalgo de la Mancha vendado y señalado por las uñas de un gato.
He elegido esta interpretación del Quijote, ya que me ha parecido interesante por su cariz melancólico y taciturno ante las desgracias del protagonista, sobre las cuales el mismo protagonista reflexiona durante el capítulo en cuestión. Además, cabe destacar que el estilo iconográfico de esta representación, y en general de toda la obra de Doré, refleja por excelencia el matizado trasfondo de la obra.
Ciertamente, el gran ilustrador del Romanticismo grabó en las páginas de los libros, como en la mente de los lectores, no solo del Quijote, sino de numerosas obras literarias (La divina comedia, Orlando furioso, los cuentos de Perrault…) una estampa de hechos y personajes que ha perdurado en el acervo cultural de la humanidad.
A primera vista, la escena de este grabado puede parecer la del final de la novela, cuando Alonso Quijano está postrado en su lecho de muerte; sin embargo, tal como bien apuntas, se sitúa en el inicio del capítulo 48 de la segunda parte, cuando «estaba mohíno y malencólico el malferido don Quijote, vendado el rostro y señalado, no por la mano de Dios, sino por las uñas de un gato, desdichas anejas a la andante caballería». La pendencia con uno de los gatos que el caballero creía malignos encantadores había tenido lugar dos capítulos antes, durante «el discurso de los amores de la enamorada Altisidora». Tras ello el narrador dedica un capítulo al gobierno de la ínsula imaginaria por parte de un Sancho que ha ganado independecia y relieve narrativo en la segunda parte de la obra cervantina. Lo curioso del caso es la fluctuación que existe en la cantidad de días de recuperación de don Quijote. Al final del capítulo 46, al lector se le dice que su recuperación le costó «cinco días de encerramiento y de cama», mientras que, al final del siguiente capítulo, se indica que el caballero «no sanó en ocho días» y, al iniciarse el 48, son seis los días que «estuvo sin salir en público».
En fin, una más entre las numerosas contradicciones que Cervantes siembra a lo largo de su inmortal texto.