
Era viernes, María, Juan y Mario estaban esperando a Ana a que saliera de clase. Veían que todos los de su clase salían menos ella. Entraron en su clase y la vieron llorando. Ellos le preguntaron por qué lloraba pero ella no les quiso decir por qué. María acompañó a Ana al baño para que se limpiara la cara. Mientras, Juan y Mario se fueron al baño de los chicos.
Cuando salieron de los baños se dieron cuenta de que alguien los había encerrado en el colegio. Todas las ventanas estaban forzadas, les habían cortado el agua y la luz.
Sabían que hasta el Lunes no entraría nadie en la escuela, así que decidieron buscar algo de comida y bebida. Las chicas se fueron a la sala de profesores a por algo de comida. Los chicos estaban esperando a las chicas, cuando de pronto escucharon un ruido. La escuela era tan grande que no sabían de dónde venía, así que entraron en la primera sala que encontraron. Al entrar Mario encendió una pequeña bombilla que iluminaba un rincón de la sala. Esta sala era un sitio nunca visto, con telarañas, làmparas muy sucias y un gran espejo donde decía, escrito con un color rojo como la sangre; MORIRÉIS. Los chicos no les dijeron nada a las chicas, pero las fueron a buscar. Los cuatro niños subieron a una de sus clases y se escondieron debajo de uno de los escritorios.
María, al cabo de un rato, se dio cuenta de que se habían dejado la comida y la bebida en un banco del pasillo. Ella decidió ir a buscarlo, mientras los otros intentaron impedirlo, pero no pudieron. Veían que María no subía, pero de repente oyeron una voz que les parecía familiar. ¡Era la de María! Bajaron a buscarla, pero se la encontraron en el medio del pasillo; MUERTA. Detràs de ellos oyeron un ruido, se giraron y…