LA LIBERTAD EN DECADENCIA

El otro día, curioseando en la colección de discos de mi padre, me llamó la atención uno que no era ni de jazz, ni era un clásico del rock que yo conociera: Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols, primer disco de los inspiradores del punk. De este trabajo me llamaron la atención las letras, sobre todo la de la mítica God Save The Queen, donde la reina de Inglaterra es criticada sin pelos en la lengua.

Algunos creen que hay un límite entre lo que se puede y no se puede decir. No obstante, a mí me parece que estos chavales drogadictos y extraordinarios, que eran en aquel entonces, que además pueden presumir de haber inspirado a grandes artistas que vinieron después, decían y cantaban lo que les daba la gana, en los setenta, y en el Reino Unido. En este caso, la libertad para pensar y crear que tuvieron estos punks fue clave para la historia de la música y del arte. Pero realmente, ¿qué es esto de la libertad de expresión? ¿Hasta dónde llega? ¿Tiene límites?

El filósofo inglés, John Stuart Mill decía: “la libertad de uno termina donde empieza la libertad de otro”, lo que se conoce como el principio del daño, que consiste en que el individuo libre puede realizar acciones con total libertad, siempre que no cause daño a otro individuo. Idea que podemos ver reflejada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La tensión del Procés ha hecho que la in-justicia española sacara su peor versión para erradicar las malas hierbas que no interesan al poder. Esta actitud sería válida cuarenta años atrás, pero ahora en democracia y en la era de la información, donde un hecho en cuestión de minutos pasa a ser mediático, es, no solo inconcebible, sino, también, insensata. Acaso el poder (sea judicial o ejecutivo) no conoce el efecto Streisand: cuando se quiere prohibir o censurar algo, lo que muchas veces pasa es que se dispara la mediatización de este. Exactamente, lo que ha sucedido con las descargas de Valtonyc en iTunnes, o con las ventas de Fariña en Amazon.

El poder español está cruzando el límite que defendía Stuart Mill. Puede ser que Valtonyc, en sus letras, expresara algo merecedor de condena, pero conozco demasiados artistas alternativos, como para no poner el grito al cielo cuando oigo que le condenan a tres años y medio de prisión.

Pol Martí Rovira

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