En una novela tan extensa y de influencias tan variadas como es LVSECS (1975), podemos situar tres temas centrales en torno a los cuales se estructuran las peripecias de los personajes de la primera obra de Eduardo Mendoza.
Aunque se señala al inicio de la novela que los personajes y los hechos que la protagonizan son imaginarios, es evidente el trasfondo historiográfico que en ella se contiene. La riqueza y el hundimiento de la empresa Savolta tienen su causa en el origen y final de la I Guerra Mundial, ante la que España fue neutral, lo que permitió enriquecerse a sectores industriales como la burguesía barcelonesa, pues suministraba armas y otros enseres a los contendientes. Solo así puede explicarse el ascenso social y vertiginoso de oportunistas como Lepprince, a quienes esta oportunidad histórica les permitió acaparar una gran fortuna. Para beneficiarse de esta situación, era necesario estar a buenas con los poderes de la Restauración, el larguísimo régimen político de apariencia democrática que gobernó España desde 1874 hasta 1930. Solo con un sistema oligárquico era posible transformar la riqueza económica en poder político. Así, el maquiavélico francés Lepprince aspirará, en la cresta de la ola, a ser alcalde de Barcelona, lo que le lleva a interesarse por las prácticas caciquiles de manipulación electoral. Los adláteres de Lepprince, como Miranda, ayudarán a su ascenso político una vez que desea convertir en él su riqueza. El beneplácito del régimen se muestra, en la novela, con la visita del Rey a su mansión, donde Lepprince recibe a la vez las bendiciones de un poder que tres años más tarde debería aliarse con un dictador militar para perpetuarse.
El contrapoder político, en esta época, estaba fuera de la ley: las ideas anarquistas que pueblan Barcelona de atentados actúan de contrapeso frustrado a un régimen que no dudaba en utilizar la violencia para perpetuar sus privilegios. En este sentido, se desarrolla en la novela el segundo gran tema que la estructura: las tensiones sociales. Y es que la guerra subterránea entre patronos y anarquistas violentos aparecen en la obra de Mendoza. Claudedeu, el temido jefe de personal de la empresa, había perdido la mano en el famoso atentado del Liceo de Santiago Salvador, cometido en 1892. También, el mefistofélico Lepprince estuvo a punto de perder la vida en la acción violenta que Lucas el ciego intentó llevar a cabo también en el teatro. En este ambiente de miedo y represalias hacia las ideologías libertarias, se explica la injusta condena del grupo de la CNT que es fusilado injustamente en Montjuich, pues las piezas encajaban a la hora de culparles de la muerte de un patrono como Savolta. Se detecta cierta simpatía del autor por las manifestaciones pacíficas e intelectuales del anarquismo, patente en personajes represaliados mediante injusticia como el mestre Roca, o las simpáticas Misioneras del amor libre, el grupo feminista divulgador del amor libre.
Pero la alta burguesía industrial participaba también de la violencia para defender sus intereses de clase. Al inicio de la novela, el consejo de administración de la empresa es quien se sirve de la fuerza ilegal para apalizar a los cabecillas sindicales que promovían una huelga laboral. La novela deja bien claro que la alta burguesía se aprovechaba de esta tensión para reforzar sus privilegios, pues también manejaba los hilos de la fuerza policial, como se ve en los interesados traslados del comisario Vázquez, promovidos por Lepprince, cuando este se ve amenazado por su investigación.
Pero Mendoza no ha escrito solo una novela social o política, pues sus personajes no solo se relacionan mediante el deseo de poder, sino a través de sentimientos. El género melodramático, o folletinesco, configura las relaciones amorosas entre algunos de ellos con sus huidas, identidades ocultas, muertes fingidas y situaciones al límite. No obstante, el amor más realista es el que se asegura a través de las relaciones de poder, como es el caso del deseo de Lepprince hacia María Coral, que se cimenta en una red de intereses que incluye un matrimonio de interés (el de Miranda con la artista). Todo ello en una sociedad que procura mantener las apariencias; y es que las hipócritas convenciones sociales de la burguesía quedan a la vista en sus noviazgos, fríos, ceremoniosos y convencionales, como el de Lepprince y María Rosa Savolta, o sus matrimonios superficiales que a menudo ocultan otras relaciones, como se evidencia en los cotilleos que protagonizan las fiestas de la alta sociedad barcelonesa. En este contexto, Eduardo Mendoza da lugar a la esperanza de que un amor sincero y paciente, que acepte el sufrimiento, sí tenga lugar, como en el caso de Miranda hacia María Coral. Aunque es destacable que para que esta relación se consolide y se haga mutua, ambos deban alejarse geográficamente de España, que iba siendo ya un lugar sin esperanza para todo tipo de virtud.