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Encetem el Club de Lectura el dia 19 de desembre a l’hora del pati

El laberinto, de MICHAEL ENDE

El hijo se había soñado alas bajo la experta dirección de su padre y maestro. Durante muchos años las había creado, pluma por pluma, músculo por músculo y huesecillo por huesecillo en largas horas de trabajo, de sueño, hasta que tomaron forma. Las había dejado crecer de sus omóplatos en la posición correcta —era especialmente difícil percibir con toda exactitud la propia espalda en sueños—, y había aprendido poco a poco a moverlas adecuadamente. Había sido una dura prueba para su paciencia seguir practicando, hasta que tras interminables y vanos intentos fue por primera vez capaz de elevarse en el aire por unos instantes. Pero luego cobró confianza en su obra, gracias a la benevolencia y severidad inquebrantables con que le guiaba su padre. Con el tiempo se había acostumbrado tan por completo a sus alas que las sentía como parte de su cuerpo, tanto que experimentaba en ellas dolor o bienestar. Al final había tenido que borrar de su memoria los años en que había estado sin ellas. Ahora era como si hubiese nacido con alas, como con sus ojos o manos. Estaba preparado.

No estaba en absoluto prohibido abandonar la ciudad-laberinto. Al contrario, quien lo lograba era mirado como un héroe, un bienaventurado, y su leyenda era contada durante mucho tiempo. Pero eso solo les estaba reservado a los dichosos. Las leyes a que estaban sometidos todos los habitantes del laberinto eran paradójicas, pero inmutables. Una de las más importantes decía: solo quien abandona el laberinto puede ser dichoso, pero solo quien es dichoso puede escapar de él.

Pero los dichosos eran raros en los milenios.

El que estaba dispuesto a intentarlo, tenía que someterse antes a una prueba. Si no la superaba, no era castigado él, sino su maestro, y el castigo era duro y cruel.

El rostro de su padre había permanecido muy serio cuando le dijo: «Esta clase de alas únicamente sostiene al que es ligero. Pero solo hace ligero la felicidad.» Después había escudriñado largamente a su hijo y preguntado por fin:

¿Eres feliz?

Sí, padre, soy feliz —había sido su respuesta.

¡Oh, si de eso se trataba, no había peligro alguno! Era tan feliz que creía poder volar incluso sin alas, pues amaba. Amaba con todo el fervor de su joven corazón, amaba sin reservas y sin la sombra de una duda. Y sabía que su amor era correspondido de la misma manera incondicional. Sabía que la amada le esperaba, que al final del día, tras superar la prueba, iría a su habitación azul celeste. Entonces ella se echaría en sus brazos, ligera como un rayo de luna, y en ese abrazo infinito se elevarían sobre la ciudad, dejando atrás sus muros como un juguete arrinconado; volarían sobre otras ciudades, sobre bosques y desiertos, montañas y mares, lejos y más lejos, hasta los confines del mundo.

No llevaba sobre el cuerpo más que una red de pescador que arrastraba como una larga cola por las calles y callejas, los pasillos y habitaciones. Así lo quería el ceremonial en aquella última prueba decisiva. Estaba seguro de que la superaría, aunque no la conocía. Solo sabía que siempre se adecuaba por completo a la personalidad del candidato. De esta manera ninguna prueba se parecía jamás a la de otro. Podía decirse que la prueba consistía precisamente en adivinar a través del autoconocimiento en qué consistía aquella. El único mandamiento severo al que podía atenerse decía que bajo ningún concepto debía entrar durante la duración de la prueba, es decir, antes de la puesta del sol, en la habitación azul celeste de la amada. En caso contrario, quedaría inmediatamente excluido de todo lo demás.

Sonrió al pensar en la severidad casi furiosa con que su respetado y bondadoso padre le había comunicado este mandamiento. No sentía la más mínima tentación de quebrantarlo. Ahí no había peligro alguno para él, en ese aspecto estaba tranquilo. En el fondo nunca había entendido bien todas aquellas historias en las que un mandamiento semejante hacía que alguien se sintiese precisamente impulsado a vulnerarlo. En su marcha por las desconcertantes calles y edificaciones de la ciudad-laberinto había pasado ya varias veces ante la construcción en forma de torre en cuyo piso más alto, cerca del tejado, vivía la amada, y dos veces incluso ante su puerta, sobre la que figuraba el número 401. Y él había pasado de largo, sin detenerse. Pero eso no podía ser la verdadera prueba. Habría sido demasiado sencilla, excesivamente sencilla.

A todas partes donde llegaba se encontraba con desdichados que le miraban o seguían con ojos admirados, nostálgicos o llenos de envidia. Conocía a muchos de ellos de antes, aunque tales encuentros no podían producirse nunca intencionadamente. En la ciudad-laberinto, la situación y disposición de las casas y calles cambiaba ininterrumpidamente; por eso, era imposible darse cita en ella. Cada encuentro sucedía casual o fatalmente, según como se quisiera entender.

Una vez el hijo sintió que la red que arrastraba quedaba prendida y volvió sobre sus pasos. Bajo el arco de una puerta vio sentado a un mendigo cojo que enganchaba una de sus muletas en las mallas de la red

Qué haces? —le preguntó.

¡Ten piedad! —contestó el mendigo con voz ronca—. A ti no te pesará, pero a mí me aliviará mucho. Tú eres un hombre dichoso y escaparás del laberinto. Pero yo permaneceré aquí para siempre, porque nunca seré feliz. Por eso te pido que te lleves una pequeña parte al menos de mi desdicha. Así participaré un poco en tu evasión. Eso me daría consuelo.

Los dichosos raramente son duros de corazón, tienden a la compasión y dejan participar a otros de su abundancia.

Está bien —dijo el hijo—, me alegra poder hacerte un favor con tan poco.

Ya en la siguiente esquina se encontró con una madre angustiada, vestida con harapos, acompañada de tres niños hambrientos.

Supongo que no nos negarás a nosotros —dijo llena de odio— lo que concediste a aquel. Y prendió una pequeña cruz sepulcral de hierro en la red.

A partir de ese momento la red se hizo cada vez más pesada. Había un sinnúmero de desdichados en la ciudad-laberinto y todos los que se encontraban con el hijo prendían cualquier cosa en la red: un zapato, una prenda de vestir o una estufa de hierro, un rosario o un animal muerto, una herramienta o hasta una puerta.

Caía la tarde y se aproximaba el final de la prueba. El hijo avanzaba penosamente paso a paso, inclinado hacia adelante como si luchase contra una gran tempestad inaudible. Su rostro estaba cubierto de sudor, pero todavía lleno de esperanza, pues creía haber comprendido en qué consistía su misión y se sentía, a pesar de todo, con las suficientes fuerzas para llevarla a cabo.

Entonces anocheció y seguía sin venir nadie para decirle que ya bastaba. Sin saber cómo había llegado con la interminable carga, que arrastraba, a la terraza de aquella casa como una torre en la que estaba la habitación azul celeste de su amada. Nunca se había percatado de que desde allí se divisaba una playa, aunque tal vez esta no había estado nunca en aquel lugar. Profundamente preocupado, el hijo se dio cuenta de que el sol descendía detrás del horizonte brumoso.

En la playa había cuatro hombres alados como él y, aunque no podía ver al que hablaba, oyó claramente cómo eran absueltos. Preguntó a gritos si le habían olvidado, pero nadie le prestó atención. Tiró con manos temblorosas de la red, pero no logró quitársela de encima. Gritó una y otra vez, llamó a su padre para que viniese a ayudarle inclinándose todo lo que podía sobre la barandilla.

En la última luz del crepúsculo vio cómo allí abajo su amada, envuelta en velos negros, salía conducida por la puerta. Luego apareció, tirado por dos caballos negros, un coche negro cuyo techo era un gran retrato, el rostro lleno de dolor y desesperación de su padre. La amada subió al coche y este se alejó hasta que desapareció en la oscuridad.

En ese instante el hijo comprendió que su misión había sido ser desobediente y que no había superado la prueba. Sintió cómo sus alas creadas en sueños se marchitaban y caían como hojas otoñales, y supo que nunca volvería a volar, que nunca podría ser otra vez feliz y que, mientras durase su vida, permanecería en el laberinto. Pues ahora formaba parte de él.

“Un món feliç”, d’Aldous Huxley

Societat o barbàrie

Una ressenya de Pau Rodríguez

Aldous Leonard Huxley va néixer a Godalimng (Regne Unit) l’any 1894 i va morir a Los Ángeles l’any 1963. Va ser un reconegut escriptor que va tractar temes filosòfics en la seva obra.

Mitjançant les seves novel·les i assaigs, va fer una sàtira dels rols, convencions, normes i ideals socials. En la seva etapa adulta es va interessar per temes espirituals com la parapsicologia i el misticisme. Temes tractats lògicament en la seva carrera artística amb llibres com “Eyeless in Gaza”. Per tots aquests fets se’l considera com un dels pares del pensament modern.

“Un món feliç” (Brave New World) va ser publicada l’any 1932 però un fet molt important és que, a la seva maduresa, l’autor va elaborar el pròleg del llibre on esmenta una opció alternativa als dos mons representats i fa una correcció de diferents errors de l’obra. Alhora també fa un moviment magistral comparant la seva obra amb el món real.

Un món feliç narra un Londres distòpic, situat en un futur llunyà, en el qual el govern ha fet un pas de gegant en la ciència i pot crear humans clonant òvuls i fent-los créixer artificialment. Aquest fet seria positiu si no fos perquè gràcies a això s’ha creat un sistema de castes la inferior de les quals és creada perquè tingui menys intel·ligència. I la cosa no acaba ni molt menys aquí, des de petits es condiciona els nens mitjançant la hipnopèdia i se’ls controla amb una droga coneguda com a Soma. L’acció inicial es centra en el personatge d’en Bernard, un noi de la casta màxima (un alfa més), el qual té més intel·ligència i una visió més real d’aquest hipotètic “món feliç” que la resta de la població pel fet d’haver-se’n allunyat, relativament. Tot reflexionant decideix anar a una reserva de Salvatges (població antiga que no s’ha adaptat a la nova societat) per veure si s’identifica millor amb aquests humans. En tornar d’aquest viatge ho farà amb la Linda i el seu fill John i és aquí on un hi haurà un gir brutal dels fets.

Aquesta obra té tres adaptacions cinematogràfiques que no em dignaré a citar, ja que no són gens fidels a l’obra original ni pel que fa als personatges ni pel que fa als fets.

“Un món feliç” m’ha apassionat des del primer moment i em sembla una lectura obligatòria per qualsevol a qui li agradi la literatura. Huxley té una intel·ligència gegant per crear personatges i l’espai que els envolta alhora que té una capacitat per narrar explosiva i gens repetitiva. En resum, em sembla una obra deu.

“Macbeth”, de William Shakespeare

Una reseña de Judith Tena

William Shakespeare es considerado el escritor más célebre en lengua inglesa y (junto con Miguel de Cervantes) de la literatura universal. Escribió obras de teatro y poemas. La mayoría de las primeras fueron publicadas años después de su muerte, en el First Folio, que las divide en dramas, comedias y obras históricas. Sus tragedias y comedias se siguen representado en todos los teatros del mundo, en sus versiones originales o adaptadas a la modernidad.

Esta obra teatral fue probablemente escrita en 1606, aunque algunos investigadores la datan de 1602-1603, y en comparación con Hamlet, Macbeth resulta más sencilla y lineal. Se basa en la paradoja del Hado, es decir, que el hombre tiene su destino escrito en los astros, pero si lo pregunta, se le revelará de tal manera que le engañe para su perdición. Algunos afirman que ciertos pasajes podrían ser adiciones posteriores del dramaturgo Thomas Middleton, cuya obra La bruja tiene múltiples afinidades con Macbeth. La obra, de 5 actos, está ambientada en la Escocia del siglo XI y está libremente basada en Macbeth, rey de los escoceses entre 1040 y 1057.

La obra comienza con tres brujas, las cuales realizan un hechizo para encontrarse con Macbeth, un noble que vuelve de la guerra junto con Banquo. El rey de Escocia, Duncan, propone darle el título de barón de Cawdor a Macbeth por su valentía.

De camino a Forres se encuentran con las brujas, que le dicen a Macbeth que será barón de Cawdor y pronto rey. Un mensajero notifica a Macbeth que tiene el título de barón y este piensa que la profecía se está cumpliendo con éxito y que, por lo tanto, las brujas estaban en lo cierto. Esto aumenta su deseo de poder, que se podrá ver reflejado a lo largo de la obra.

Con tal de conseguir su deseo, la pareja Macbeth asesina cruelmente a varios personajes, haciendo así un plan maestro que saldrá mal, ya que la desconfianza de otros personajes lleva a Macbeth a la perdición, como a su esposa al suicidio. Al final podemos observar arrepentimiento y conciencia al darse cuenta de que las predicciones de las brujas eran engañosas, pero ciertas, pues todo lo que dicen se cumple, pero no de la manera en la que el protagonista lo interpreta.

En esta tragedia podemos apreciar el deseo de poder y la traición de Macbeth y su señora. Esta la que menos humanidad tiene, pues en numerosas ocasiones intenta que su marido no abandone la misión, aunque él quiera rectificar sus actos. También nos encontramos con varias visiones, ya sean por la culpa que sienten debido a los asesinatos o mostradas por las brujas, para dar así un mensaje a algún personaje.

Esta tragedia me ha parecido muy interesante, pues nos muestra lo fácil que se puede llegar a corromper alguien por algo tan mezquino como es el poder, realizando las peores acciones, traicionando a amigos simplemente para alcanzar su deseo. Creo que cualquiera que esté medianamente acostumbrado a leer podrá entender esta obra, pues su vocabulario no resulta complicado y adentrarse en la trama tampoco.