La ausencia de personas, las malas hierbas que crecían entre las grietas del suelo, los animales que empezaban a adueñarse de nuestros espacios, y los pobres desatendidos, ocupando las terrazas de los bares cerrados, y la ansiedad que generaba el aislamiento.

Las calles, antes transitadas y alegres , estaban desiertas y tristes. En una plaza de Barcelona, ​​vi un par de jabalíes que se movían entre los contenedores, aprovechando la ausencia de los humanos. Espacios, donde yo no recuerdo haber visto vegetales, vi que las malas hierbas se apoderaban del terreno. En una escalera de mi barrio, sentí una pelea atribuible a la ansiedad ocasionada por la reclusión.

Un día, para evadirme un poco, salí a pasear por la calle, y desde un balcón, me llegó la voz de un niño: ¡Abuelo, a casa!.

¡Ah!. Desde mi balcón, yo veía un trozo de acera, y donde antes, estaban las mesas de un bar, se había instalado una familia de indigentes, con su colchón, sus bolsas y sus cartones.