PARA TIEMPOS INCIERTOS

nadal11

En estos tiempos difíciles e inciertos me repito a menudo una frase de Camus:

“En lo profundo del invierno finalmente aprendí que dentro de mi existe un verano invencible”

Con ella y el recuerdo de lo mucho que Harold Lloyd me ha hecho reir durante este año que termina os deseo lo mejor, con todo mi cariño.

UNA HIERBA EN LA MACETA

En la maceta del cactus apareció el mes pasado una nueva planta. No es algo extraño estando como estamos rodeados de jardines, así que miré la nueva planta con una distraída curiosidad. Pasaron los días y la planta crecía mucho, no se parecía a ninguna de las otras ni del patio ni del jardín, pero me resultaba familiar. Finalmente me di cuenta de que ¡era una hierba!
Y este descubrimiento me emocionó porque de pronto recordé lo mucho que yo había jugado en mi infancia con hierbas como aquella que, en un tiempo infantil con pocos juguetes, lo mismo era una verdura para vender o cocinar, que una flor que adornaba la cabaña o el castillo, que un collar, un brazalete o una corona con la que disfrazarnos de princesas.
Cogí la cámara e hice unas fotos a las hierbas que crecen al lado del camino. La hierba de la maceta se va a quedar ahí, recordándome mi infancia, hasta que el invierno se la lleve y ella u otra cualquiera aparezca de nuevo el año que viene.

PAPÁ

Papá tiene casi novena años y recuerda, con todo lujo de detalles y un gran cariño, todas y cada una de sus jornadas de caza, que fueron muchas. Rememorarlas, recordar a sus perros, a sus compañeros cazadores, volver a vivir con la imaginación tantos quilómetros recorridos tras un vuelo de perdices le hace – y me hace- feliz.
¿Qué recordaré yo con tanto entusiasmo cuando sea una anciana?

“En puridad, el Cazador no siente la fatiga o el hambre o el frío sino cuando la ausencia de caza es total; cuando tras horas y horas de patear el monte no salta la pieza, ni se observa rastro de ellas, como si ese trozo de mundo hubiese sido previamente arrasado para su propio escarnio. Basta, sin embargo, que una perdiz se arranque en ese instante para que toda la molestia se disipe; para que surja, de nuevo, el hombre íntegro y ávido que era el Cazador al iniciarse la jornada. Ante una perdiz que apeona surco arriba o en raudo vuelo hacia el monte, el Cazador se electriza, en fulminante metamorfosis se convierte en hombre-primitivo, se estimulan sus facultades de acecho, mimetismo y simulación. En suma, ante una perdiz que se escapa, el Cazador se siente desafiado. Toda una ardua jornada de fatigas e incomodidades no logrará sino enconar el reto. El cazador no cejará mientras no procure a su rival un escarmiento”

Delibes, Miguel. “La caza de la perdiz roja” en Viejas historias de Castilla la Vieja (1964)

!!!OH LA LECTURA!!! (3)

“Iñaki Echavarne, bar Giardinetto, Calle Granada del Penedés, Barcelona, julio de 1994. Durante un tiempo la Crítica acompaña a la Obra, luego la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto. Luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco vayan acompasándose a su singladura. Luego la Crítica muere otra vez y los Lectores mueren otra vez y sobre esta huella de huesos sigue la Obra su viaje hacia la soledad. Acercarse a ella, navegar su estela es señal inequívoca de muerte segura, pero otra Crítica y otros Lectores se le acercan incansables e implacables y el tiempo y la velocidad los devoran. Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres. Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia”

Bolaño, Roberto. “Los detectives salvajes” (1998)

EL FILO DE LA NAVAJA

“(…) Pues es el caso que hombres y mujeres no son solamente ellos mismos, sino que además tienen algo de la comarca en que nacieron, de la casa urbana o de la rústica alquería donde aprendieron a andar, de los juegos con que de niños disfrutaron, de las consejas que les fueron narradas, de la comida que los alimentó, de los colegios en que estudiaron, de los deportes que practicaron, de las poesías que leyeron y del Dios en quien creyeron.”

Maugham, William Somerset. “El filo de la navaja” (1944)

MANHATTAN TRANSFER

“El crepúsculo redondea suavemente los duros ángulos de las calles. La oscuridad pesa sobre la humeante ciudad de asfalto, funde los marcos de las ventanas, los anuncios, las chimeneas, los depósitos de agua, los ventiladores, las escaleras de incendios, las molduras, los ornamentos, los festones, los ojos, las manos, las corbatas, en enormes bloques negros. Bajo la presión cada vez más fuerte de la noche, las ventanas escurren chorros de luz, los arcos voltaicos derraman leche brillante. La noche comprime los sombríos bloques de casas hasta hacerles gotear luces rojas, amarillas, verdes, en las calles donde resuenan millones de pisadas. El asfalto rezuma luz. La luz chorrea de los letreros que hay en los tejados, gira vertiginosamente entre las ruedas, colorea toneladas de cielo.

(…)

El sol le goteaba la cara a través del sombrero de paja. Iba deprisa dando pasitos cortos a causa de la estrechez de la falda. A través de la fina seda, el sol le hacía cosquillas, como una mano que acariciase su espalda. En el bochorno, las calles, las tiendas, la gente endomingada, sombreros de paja, sombrillas, tranvías, taxis, surgían a su alrededor rozándola con reflejos cortantes, como si fuera andando entre virutas de metal. Ella se abría camino por entre una inextricable maraña de ruidos chirriantes como dientes de sierra.
(…)

(…) En el abismo de su alma, millares de gnomos edificaban altas torres, frágiles, resplandecientes.”

Dos Passos, John. “Manhattan Transfer” (1925)

LA QUINTA PARTIDA

La conocí de niña y, ya de mayor, me sorprendió por su escritura sensible, inteligente, poética y tremendamente lúcida. Ahora que Estrella de Nieve ha cerrado su blog, quiero recordarla aquí con uno de sus textos de abril de 2010.

“A Síntesis lo conocí estando en una habitación.
Fue el final de una época en la que todavía me aferraba a la negación de que me había quedado jugando sola en la última partida. Supongo que lo hice porque era preferible engañarme a aceptar que mi mejor amigo, Egoísmo, se había estado nutriendo de mis sentimientos para llenarse de lo que él no se podía dar. No hubo final feliz. Egoísmo jugó con el silencio -el de los cobardes- a modo de as en la manga. Lo hizo hasta que mi esfuerzo por construir un amor de verdad le sobrepasó, hasta que mi mente le aterrorizo. Él se retiró por la puerta de atrás con su preciada carta. Yo seguí creyendo en un juego inexistente porque me costaba concebir la idea de que el que sentí como mi mejor amigo me había hecho trampas.
La recuerdo como una etapa importante en la que saqué algo magnífico de estar en una partida idealizada. Jugando conmigo misma al juego del amor, mi mente fue tejiendo una visión, proyecté por primera vez mi propia conclusión.
El amor hay que jugarlo como lo imaginó John Forbes Nash, esa mente atormentada por ausencia de reconocimiento, que descubrió que en juegos no cooperativos existen equilibrios al cooperar donde todos ganan y el beneficio global es mayor al de la suma individual. Nadie pierde, se obtiene más. Su teorema, y luego su vida, ha sido uno de los grandes descubrimientos de mi temprana existencia, pero requiere que se den unos supuestos que no todo jugador va a poder desarrollar.

Hay que ejecutar las estrategias sin errores, los jugadores deben tener inteligencia suficiente para deducir los propios equilibrios y los de los demás, jugadores que suponen que el hecho de cambiar su propia estrategia no provocará desviaciones en las estrategias de los otros. Además, existe un conocimiento común tanto de las reglas como de los supuestos de racionalidad.
Mirando hacia atrás, cuatro jugadores se han dado en mi vida: el caso de Egoísmo o, el caso anterior de Locura, el previo de Inseguridad o, el del primero, Adicción. Egoísmo no tenía la inteligencia suficiente para deducir mis equilibrios, Locura desviaba su estrategia cuando la mía cambiaba. Inseguridad no conocía las verdaderas reglas del amor, Adicción erró en la ejecución.
Leí en alguna parte que no es grato clasificar exnovios. En mi experiencia ha sido necesario. Mi mayor logro como economista es haber aprendido a racionalizar en la partida del amor. Para clasificar los errores que había en mi corazón he tenido que entenderlos y, para entenderlos, reconocer quien los causó, su denominador común. Analizar mis cuatro partidas me ha permitido saber y asimilar quien soy yo en realidad, alcanzando de este modo la que veo como mayor victoria en mi reciente historia, darme mi propia escalera real de color, encontrar por fin la aceptación dentro de mi corazón.

Pero volvamos a Síntesis.
La primera vez que me crucé con Síntesis me atravesó una corriente gratamente especial. Hacía tiempo que no tenía a nadie con quién jugar y, a través de su vibración, me empapé de su potencial. Anduve muchos días conviviendo con él sistemáticamente. Y llegó un momento en el que de tanto profundizar en su expresión, su melodía me impactó en el alma y entró en resonancia con mi interior. Salieron versos sin tenerlos que retocar. Eran sinceros, eran reales, brotaban en fluidez visceral. Síntesis sonaba a mi pasado, lo escuchaba dentro de mí, acompañaba el presente de mi soledad. Intuía en ello esencial que aprendí con Egoísmo, Locura, Inseguridad y Adicción.

Ahora vuelvo a soñar. ¿Será con Síntesis con quien jugaré la quinta partida? A estas alturas donde ya no tengo nada que perder ni ganar, donde se acabó la competición de obtener para dar, he decidido mostrar mis reglas para obtener un equilibrio en cooperación, donde prime la comunicación. Porque la partida más importante en la vida, más que un trabajo, más que cualquier ambición, se basa en elegir bien con quien vas a jugar tu amor.”

HAROLD LLOYD

harold

Qualsevol nit pot sortir el sol és, a banda del títol d’una cançó d’en Sisa que m’agrada molt, una frase que em repeteixo quan, tot d’una, em trobo amb una cosa nova que em crida l’atenció: ara em passa amb en Harold Lloyd.
Com a molta altra gent “Harold Lloyd” només em suggeria la imatge d’un home penjat de les busques d’un rellotge. Fa un mes, un dvd de la biblioteca em va descobrir un personatge extraordinari.
Les pel·lícules d’en Lloyd –que era un molt bon actor- són d’allò més divertides i et fan riure amb un humor que mai no és cruel, ni sentimentaloide, ni cínic i que mostra sempre alegria i optimisme. Però, a més, tenen un ritme trepidant i una tècnica molt mesurada que converteix en senzill allò que és el resultat d’una elaboradíssima posada en escena.
Vista ara, l’obra d’en Harold Lloyd és també un testimoni fantàstic de la història del cinema (amb molta influència en obres i gèneres posteriors) i de la vida quotidiana als Estats Units durant el primer terç del segle XX.
És per tot això que em sento molt afortunada d’haver-lo –encara que amb molt de retard- descobert.

UN CENTINAIO DI RRRRRRRRRRRRRRR

Rosaria, una ragazza raffinata residente a Roma, raffreddata e rinchiusa in casa, non riusciva a riposarsi.
Rivedeva il ritratto del ragioniere Riccardo e ricordava le loro risate nel rione, dove rileggevano romanzi sul Romanico, il Rinascimento e il Risorgimento e risparmiavano per viaggiare in Russia. Rifugiati tra i rododendri e i rosmarini mentre volavano le rondini, ascoltavano la radio e i rumori delle rane e dei rospi sulla riva. Rosaria, col rimmel e il rossetto, si vedeva raggiante come la regina di una rivista. Riccardo, robusto e romantico, recitava rime rivoluzionarie.
Ma questo rapporto senza ricompense materiali era rischioso e Rosaria, dopo un ragionamento responsabile e razionale, aveva rovinato tutto, senza riconciliazione possibile.
Ora aveva un rapporto recente (prima opponeva resistenza, non gli dava retta) con un ricco rauco, reumatico, retrogrado, reazionario e anche razzista, il quale aveva una risatina ripugnante che lei trovava repellente, ruffiana e ridicola (lui voleva ringiovanire rapidamente però non usava bene nemmeno il rasoio).
Rosaria era sicura che lui, rimbambito come era, ruttasse e anche russasse, ma con le sue richezze la riempiva di regali e di rose rosse, e la portava in ristoranti e rosticcerie perché a lei piacevano i risotti, la ricotta e i ravioli.
Rosaria era infelice. La sua mente (come quella di un robot rabbioso) ripeteva: rimorso, rimpianto, rimprovero, risentimento, repressione, rancore, rappresaglia…
Allora si ricordò del revolver e respirò rilassata.

SPIRITO DI CONTRADDIZIONE

Finita la terza media, credevo che la mia fosse una classe indimenticabile, dato che:

A Rosa piacevano i romanzi gialli; Chiara e Bianca, siccome erano gotiche, indossavano abiti neri; Franca, una bugiarda compulsiva, diceva in ogni momento il contrario di quello che stava pensando; Livia aveva le guance rosee; Benedetta era una vipera: metteva sempre zizzania tra noi, finché Rocco, Pietro, Ruggero e Leone, i più sensibili, mettevano pace; Silvio e Silvana non potevano andare al campeggio perché erano allergici al polline; Domenico era il più attivo e non si riposava mai; tutti noi, anche il nano Marcantonio detto “il microbo”, dovevamo proteggere Salvatore, che era sempre in un mare di guai; il fiore favorito di Margherita era la mimosa e quello di Gigliola il papavero; Viola suonava il pianoforte; Bruno era biondo; a Luciano piaceva il buio; Massimo era il meno inteligente e Serafina ed Angelo i più cattivi; Vittoria arrivava all’ultimo posto in tutte le gare; Assunta aveva paura di viaggiare in aereo.
Si capisce perché, dopo il primo mese con noi, Giovanna, la nostra vecchia professoressa, avesse decisso di andarsene in pensione.