Me gustaría no caer en los planteamientos dicotómicos, ni en aquellos parámetros de competitividad que nuestra sociedad suele potenciar de manera simple y sesgada. No obstante, puesto que tanto escriben y hablan, desde otras perspectivas, algunos sabios y expertos que no pisan un aula desde su infancia, voy a plantear algunas preguntas, como maestro de a pie.
¿Consideraríamos mejores padres a aquellos que apuntan a sus hijos a un mayor número de actividades extraescolares?
¿Consideramos “mejores” maestros a aquellos que organizan más actividades en la escuela?
Si la renovación pedagógica que reclamamos (exigiendo los medios y las condiciones que otros países no ignoran) y que en estos momentos parece debatirse, se va a reducir a un activismo inducido que nada tiene que ver con los principios de la escuela activa, estaremos remozando la fachada una vez más.
No es la cantidad, sino el sentido, la mesura, el cómo. La escuela necesita calma para transmitir calma, necesita tiempo para conceder tiempo a nuestros alumnos, necesita libertad para enseñar a ser libres.
¿Se puede reflexionar, meditar, dialogar, crear, imaginar… sometidos a la presión de un activismo desenfrenado?
Quien demasiado abarca
se descoyunta
y ni acaricia.
¿Más Sócrates y menos pamplinas?