MERCÈ BELTRAN – Barcelona Qué pasa en una clase de un instituto de un barrio periférico de una gran ciudad en la que coinciden una veintena de alumnos de entre 13 y 15 años de distintas etnias y con necesidades educativas especiales? Un (casi) fiel relato de lo que sucede durante un curso en un aula de esas características está en el libro de François Bégaudeau Entre les murs (Ed. Gallimard) –La clase (El Aleph Editores y Ed. Empúries, en catalán)– y en la película del director Laurent Cantet (Palma de Oro en el Festival de Cannes del 2008), basada en la obra de Bégaudeau.
Periodista y escritor, Bégaudeau fue profesor de lengua en el instituto François-Dolto de París, un centro situado en un barrio popular del distrito XX, catalogado como zona de educación prioritaria (ZEP). Coguionista de la película, con Cantet y Robin Campillo, Bégaudeau protagoniza, con unos cuantos de sus alumnos y el equipo de docentes, la cotidianidad de un curso en una cinta que –aunque más esquemática que el relato– supone una inmersión, sin concesiones ni amabilidad, en el sistema educativo francés, en concreto en un centro ZEP.
El relato evidencia las contradicciones, dificultades, fracasos y éxitos de un sistema educativo en el que muchos docentes pueden sentirse reflejados. No hay moralejas ni
conclusiones. Se dejan para cada espectador.
La clase es una invitación a pensar sobre el sistema educativo, en el que participan (o
deberían) diferentes agentes y que a menudo se ve atrapado entre los muros de una clase. Responsables de la política educativa, como la ministra Mercedes Cabrera y el conseller Ernest Maragall, directores de instituto, pedagogos y docentes reflexionan sobre algunas cuestiones que plantea Entre les murs (La clase). La complejidad añadida de gestionar la diversidad de las aulas es algo que sobrevuela en todas las opiniones.
Ni héroes ni villanos. “Los docentes acertamos y nos equivocamos. Lo hacemos lo mejor que podemos, y si algo debemos tener claro es que nuestras acciones siempre tienen una repercusión en el alumnado, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello”, señala Jaume Cela, pedagogoydirector del centro de educación infantil y CEIP Escola Bellaterra.
Son muchos los docentes que intentan “sacar lo mejor de sus alumnos, aunque no siempre se consigue”, comenta la ministra Mercedes Cabrera. Coincide con esta apreciación el conseller Ernest Maragall, quien tras destacar la profesionalidad del profesorado, no tiene empacho en reconocer que ante la complejidad de las aulas, carecen de instrumentos o conocimientos suficientes para enfrentarse a la realidad de las aulas.
“Conocen la fisonomía, pero no la fisiología (del alumnado)”. A eso se le llama educación emocional, algo que echa de menos Enriqueta Díaz, profesora del IES Arnau Cadell (Sant Cugat) en la formación del profesorado.
El respeto se gana.
La falta de consideración hacia el profesorado es una actitud frecuente. El respeto, apunta Enriqueta Díaz, “tienes que ganártelo día a día. No lo tienes por el mero hecho de ser docente”. No es tan fácil. Joan Estruch, profesor del IES Balmes (Barcelona), expresa la dificultad para conciliar un sistema abierto, participativo y democrático con la exigencia de orden y respeto, porque el alumnado no siempre sabe dónde está el límite. Díaz considera indispensable que, además de profundizar en los valores democráticos, “los estudiantes confíen en ti y tú en ellos”. Carles Mata, director del IES Salvador Espriu (Barcelona), rechaza el igualitarismo porque el alumnado debe saber que profesores y estudiantes “no somos iguales”. Al respecto, el conseller Maragall se muestra partidario de “modernizar “el concepto de autoridad.
El valor del esfuerzo.
La escuela no es un aval de mejora social ni garantiza la integración. Así lo creen muchos jóvenes. En este apartado hay una coincidencia casi generalizada: el mensaje de que la formación es un pasaporte para ser mejor que los padres “no les llega”, pero es que deben saber que el sistema, por sí mismo, no garantiza el progreso, que depende mucho de ellos y de su esfuerzo. Mata añade otro apunte para la reflexión:
“El modelo que hemos hecho no responde a lo que habíamos diseñado”.
Compromiso social.
La escuela precisa de la actitud colaboradora de los padres y del apoyo de la sociedad, “que no tiene conciencia de que es uno de sus cimientos fundamentales. Es toda la sociedad la que debe tomar las riendas de la educación”, opina Mercè Miralles, directora del IES Pau Claris (Barcelona).
Bajar los muros.
La escuela está inmersa en la sociedad. Es el microcosmos que mejor refleja la realidad de una ciudadanía que, con frecuencia, prefiere levantar muros para no ver o para sortear su cuota de responsabilidad. “¡Ojalá esta película provoque en España un profundo debate sobre la educación!”, opina la ministra. ¡Ojalá ese debate concluya en una revalorización de la escuela!, apostilla Mata.
En las brasas de la República
LLUÍS URÍA François Bégaudeau y Laurent Cantet sólo pretendían con su película La clase (Entre les murs) arrojar un poco de luz sobre el mundo cerrado –y, por tanto, misterioso– de una escuela en un barrio difícil de la Francia de principios del siglo XXI. Mostrar, describir una realidad compleja y difícil, en absoluto juzgar, esa era su intención. Sin embargo, su relato ha servido para emitir no pocos juicios. El triunfo del filme en el festival de Cannes y su posterior estreno, en la primavera del año pasado, no abrió en Francia ningún debate –ni sobre la escuela ni sobre la integración– que no estuviera ya bien abierto, aunque sí contribuyó a atizarlo.
Cada cual, eso sí, leyó sus fotogramas al trasluz de su propia percepción del problema. Para unos, la película –por despolitizada– enmascara la realidad de la segregación social y escolar en Francia y blanquea la responsabilidad del Estado. Para otros, pone en evidencia el fracaso de un modelo educativo demasiado tibio en la defensa de la ley y la autoridad.
En cualquier caso, La clase ilumina un rincón del cuarto trastero de la República, allí donde crepitan las brasas de la exclusión y la violencia.