ANA ROSSETTI: PUNTO UMBRÍO
HUBO UN TIEMPO…
I
Hubo un tiempo,
tiempo de la invención y la  torpeza,
en el que la soledad era un esplendoroso y pavoroso
exilio,  donde se conspiraba contra la lección que no se
quería aprender y se espiaba  el misterio que se quería
arrebatar.
Era una gruta húmeda que enrejaba la  luz en los helechos,
era el rincón de los castigos donde lágrimas  larvadas
entronizaban, al fin, su soberanía,
era la pesadilla que aleteaba  acorralada en una alcoba
irreconocible,
o un corazón agazapado en su  escondite maquinando
citarse con venganzas, rebeldías y secretos  ilícitos.
Era un tiempo de infancia y la soledad prendía su
bengala tras  el escudo impenetrable del silencio.
Y el punto umbrío donde se cobijaba sólo  era un
mágico amparo para su terco y glorioso resplandor. 
II
Hubo un tiempo en el que el amor era un
intruso  temido y anhelado.
Un roce furtivo, premeditado, reelaborado  durante
insoportables desvelos.
Una confesión perturbada y audaz,  corregida mil
veces, que jamás llegaría a su destino.
Una incesante y  tiránica inquietud.
Un galopar repentino del corazón ingobernable.
Un  continuo batallar contra la despiadada infalibilidad
de los espejos.
Una  íntima dificultad para distinguir la congoja del
júbilo.
Era un tiempo  adolescente e impreciso, el tiempo del
amor sin nombre, hasta casi sin  rostro, que merodeaba,
como un beso prometido, por el punto más umbrío de  la
escalera. 
*
Y así, cada minuto se alarga en  lentos
túneles
flotando en el vacío
y la raya que marca el término del  día
es un infranqueable y elástico tabique.
Y el diablo, con su lengua  vibrante, inducente,
su lengua aljofarada de insidias y tristezas,
su  lengua fulgurante como un lirio escarlata,
como una onda, dúctil, pero tan  decisiva
como la trayectoria de un arpón;
su lengua, me enloquece.
Si  esto es lo que te espera, si esto es ya para siempre,
él me dice,
si esto  es lo que le resta al resto de tu vida,
él me dice,
¿merecerá la  pena?
año tras año, así, ¿resistirás?, me dice.
Pero mi voluntad no  consiente en plegarse
a la razón del tiempo y su artificio
ni se deja  atrapar por las prórrogas
que estiran pesadillas, por feroces pantanos
de  la imaginación, por convenios impuestos
al destino, por esta  incautación
de toda mi existencia.
Mi albedrío consiste en poder desertar.  
SI RECORDARAS, AMOR MÍO…
Si recordaras,  amor mío, qué es lo que te aguarda tras las
seguras paredes de la  espera.
Si recordaras cómo ¡y qué cruelmente! el deseo atendido
oculta su puñalada de decepción.
Si recordaras que, una vez que la pasión  estalla, el secreto
deja de ser escudo y huída,
no me insistirías  para que te mostrara, para que te ofreciera,
para que te  otorgue.
Sino que te resignarías a sobrevivir dentro de mí en el dúctil
territorio de los sueños, donde todos los modos de ternura
que  puedas inventar son permitidos, toda tempestad música
y ningún temor es  irrevocable.
Si recordaras, Amor mío, qué es lo que te aguarda tras  las
seguras paredes de mi corazón,
no me obligarías a levantarme en  armas contra ti, a detenerte,
a desmentirte, a amordazarte, a  traicionarte…
antes de que te me arrebaten, dulce silencio mío,
mi único  tesoro, insensato e irreductible sentimiento.
CREÍ QUE TE HABÍAS MUERTO…
Creí que te habías muerto, corazón  mío,
en Junio.
Creí que, definitivamente, te habías muerto:
sí, lo  creí.
Que, después de haber esparcido el revoloteo púrpura
de tu  desesperación, como una alondra caíste en el
alféizar; que te extinguiste  como el fulgor atemorizado
de un espectro; que como una cuerda tensa te  rompiste,
con un chasquido seco y terminante.
Creí que, acorralado por tus  desvaríos, traicionado por
los todavías, alcanzado por las evidencias,  exhausto,
abatido, habías sido derribado al fin.
Y contigo, se  desvanecieron los engarces entre
sentimientos, imágenes, suposiciones y  pruebas.
Se me fueron abriendo las costuras de la memoria: ya
me estaba  acostumbrando a vivir sin ti.
Pero tus fragmentos estallados se han  ido
buscando, encontrando, cohesionándose como gotas de
mercurio, sin  cicatriz ni señal.
Y ahí estás, otra vez inocente, sin acusar enmienda  ni
escarmiento, guiando, dirigiendo, adentrando en ti el
peligro, como si  fueras invulnerable o sabio, como si,
recién nacido apenas, ya fueras capaz  de distinguir, en
el mellado filo del clavel,
la espada.
Más poemas de Ana Rossetti en http://amediavoz.com/rossetti.htm
Punto umbrío (1995) es una hermosa meditación sobre la fugacidad del tiempo y los inconstantes recovecos del amor. La voz poética de Ana Rossetti, encasillada en el registro erótico-religioso, una mixtura tan antigua como la “religio amoris” medieval pero renovada por una voz atrevida, explícita en las referencias carnales pero enriquecida por el barroquismo contemporáneo andaluz de un Alberti, por ejemplo, padre espiritual de la criatura. Más allá del escándalo (buscado conscientemente) de sus primeros libros (Los devaneos de Erato, Indicios vehementes o Devocionario), aquí alcanza la madurez poética de la mano de un versículo apasionado y exuberante que desconoce y desdeña los límites de la métrica. Su concepción unitaria, la riqueza de imágenes, comparable a la del mejor Neruda, su amplitud de vuelo lírico y la emoción y sinceridad que destila, hacen de Punto umbrío uno de los mejores libros de poesía de los últimos 25 años. Invito al curioso y desocupado lector a comprobarlo con estas bellísimas muestras que no son siquiera los mejores poemas del libro. Por cierto, la autora es de Cádiz y quizás el sugerente título tenga relación con la Punta umbría gaditana, un lugar cuyo nombre no puede olvidarse.