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Professor de llengua i literatura castellana a l'IES Angeleta Ferrer i Sensat

UN MAESTRO MUERTO

ANTONIO VILANOVA (1924-2008) · Profesor universitario, escritor, editor y secretario del premio Nadal

Memoria viva de un maestro

ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ  – 08/02/2008

Avanzado de la crítica literaria, Vilanova impulsó proyectos editoriales de gran calidad

El maestro Antonio Vilanova ha muerto. Su magisterio en las aulas de la Universitat de Barcelona durante cerca de medio siglo (1946-1994) sirvió para que la literatura – su gran pasión- se convirtiera en la matriz humana e intelectual de infinidad de estudiantes. El horizonte sin fronteras de la literatura tuvo en su retórica profesoral, pausada y descriptiva, enjundiosa y sugestiva, la mejor herramienta para abrir caminos que se bifurcaban por doquier. El maestro Vilanova comentaba a Cervantes guiado por Erasmo, a Quevedo por Plauto, a Góngora por un haz de preceptivas que se remontaban a la tradición clásica. El maestro Vilanova adoraba a William Shakespeare, a Michel de Montaigne, a Voltaire, a Sterne…, sobre los que ofrecía incisivos juicios siempre que la tertulia lo permitía. Vilanova …

HOMENAJE A ÁNGEL GONZÁLEZ y 3

YA NADA ES AHORA

Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora
-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-

podrá evitarlo:
exento, libre,

como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,

creciente en un espacio sin fronteras,

ese amor ya sin ti me amará siempre.

OTRO TIEMPO VENDRÁ…

Otro tiempo vendrá distinto a éste. 
Y alguien dirá: 
«Hablaste mal. Debiste haber contado 
otras historias: 
violines estirándose indolentes 
en una noche densa de perfumes, 
bellas palabras calificativas 
para expresar amor ilimitado, 
amor al fin sobre las cosas 
todas.»
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.

ME BASTA ASÍ

Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando  -luego-  callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.

 

Para que yo me llame Ángel González

Y tantos, tantos otros versos… Gracias, Ángel.

HOMENAJE A ÁNGEL GONZÁLEZ 2

A MANO AMADA

A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;

allí,
en la esquina más  negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde,
                                                                   otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
                                          me reclaman.

Reconozco los rostros.
                                                No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
                                            la memoria.

  EN TI ME QUEDO

De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la
calle donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente
hijo de viuda sexagenaria y pobre
expulsado de la escuela vespertina en la que era becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.

La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.

La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te odio),
del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo),
del todo (me hace daño) al nada (me lastima).

No importa, sin embargo.

Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros
de mí mismo,
de prisa,
muy de prisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de setenta kilómetros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca ahora.
Consciente de esa circunstancia,
en muchas ocasiones emprendo largos viajes;
pero apenas me desplazo unos milímetros
hacia los destinos más remotos,
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
-como dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que la amamos,
– de acuerdo con mi personal experiencia de la patria-
tiene también bastante de presidio.

Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus piernas y tus brazos,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descansando en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el mundo inquietante
que se extiende -imposible- detrás de tu sonrisa.

TODO AMOR ES EFÍMERO

Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te amaba:
                                                        mi vida entera.
 

TODOS USTEDES PARECEN FELICES…

…Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen , incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo ocultarla
por más tiempo; esta
desesperante, estéril, larga
ciega desolación por cualquier cosa
que -hacia donde no sé-, lenta, me arrastra.

 

VALS DE ATARDECER

Los pianos golpean con sus colas
enjambres de violines y de violas.
Es el vals de las solas
y solteras,
el vals de las muchachas casaderas,
que arrebata por rachas
su corazón raído de muchachas.

A dónde llevará esa leve brisa,
a qué jardín con luna esa sumisa
corriente
que gira de repente
desatando en sus vueltas
doradas cabelleras, ahora sueltas,
borrosas, imprecisas
en el río de música y metralla
que es un vals cuando estalla
sus trompetas.

Todavía inquietas,
vuelan las flautas hacia el cordelaje
de las arpas ancladas en la orilla
donde los violoncelos se han dormido.

Los oboes apagan el paisaje.
Las muchachas se apean en sus sillas,
se arreglan el vestido
con manos presurosas y sencillas,
y van a los lavabos, como después de un viaje.

HOMENAJE A ÁNGEL GONZÁLEZ 1

12 enero

HA MUERTO ÁNGEL GONZÁLEZ!!!

ELEGÍA PURA

Aquí no pasa nada,
salvo el tiempo:
irrepetible
música que resuena,
ya extinguida,
en un corazón hueco, abandonado,
que alguien toma un momento,
escucha
y tira.

Representante de la generación del 50 (con Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez, Carlos Barral, José Ángel Valente…), nos deja uno de los poetas más lúcidos e irónicos de la “poesía de la experiencia”: siempre es un placer leer y releer sus poemas traspasados de humor, amor y ternura. Una pequeña muestra de algunos de mis favoritos como homenaje: 

CUMPLEAÑOS

Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.

BREVES ACOTACIONES PARA UNA BIOGRAFÍA

Cuando tengas dinero regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
cuando no sepas qué hacer vente conmigo,
pero luego no digas que no sabes lo que haces.

Haces haces de leña en las mañanas
y se te vuelven flores en los brazos.
Yo te sostengo asida por los pétalos,
como te muevas te arrancaré el aroma.

Pero ya te lo dije:
cuando quieras marcharte ésta es la puerta:
se llama Ángel y conduce al llanto.

A VECES

Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
¡no pasa nada!
Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo:
“Lo digo y no me corro”.
Pero él disimulaba.

ASÍ NUNCA VOLVIÓ A SER

Como llevaba trenza
la llamábamos trencita en la tarde del jueves.
Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba
a una extraña región de la que nunca volveríamos.
Porque es casi imposible abandonar
aquel olor a tierra de su cabello sucio,
sus ásperas rodillas todavía con polvo
y con sangre de la última caída
y, sobre todo,
la nacarada nuca donde se demoraban
unas gotas de luz cuando ya luz no había.
Allí me dejó un día de verano
y jamás regresó
a recoger mi insomne pensamiento
que desde entonces vaga por sus brazos
corrigiendo su ruta, terco y contradictorio,
lo mismo que una hormiga que no sabe salir
de la rama de un árbol en el que se ha perdido.

BRINES: Antología 2

CON QUIÉN HARÉ EL AMOR

En este vaso de ginebra bebo
los tapiados minutos de la noche,
la aridez de la música, y el ácido
deseo de la carne. Sólo existe,
donde el hielo se ausenta, cristalino
licor y miedo de la soledad.
Esta noche no habrá la mercenaria
compañía, ni gestos de aparente
calor en un tibio deseo. Lejos
está mi casa hoy, llegaré a ella
en la desierta luz de madrugada,
desnudaré mi cuerpo, y en las sombras
he de yacer con el estéril tiempo.

Vuelve la hora feliz. Y es que no hay nada
sino la luz que cae en la ciudad
antes de irse la tarde,
el silencio en la casa y, sin pasado
ni tampoco futuro, yo.
Mi carne, que ha vivido en el tiempo
y lo sabe en cenizas, no ha ardido aún
hasta la consunción de la propia ceniza,
y estoy en paz con todo lo que olvido
y agradezco olvidar.
En paz también con todo lo que amé
y que quiero olvidado.

Volvió la hora feliz.
Que arribe al menos
al puerto iluminado de la noche.

CUANDO YO AÚN SOY LA VIDA

La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.

PALABRAS PARA UNA DESPEDIDA

A Juan Gil-Albert

Está la luz despierta,
y se adentra en los ojos el contorno del monte,
y el grito de los pájaros desvanece el oído
al venir de los húmedos huertos.
Los blancos pueblos de la costa,
felices de lujuria y juventud,
alientan junto al mar, lejanos.
No estoy allí, mas lo que fui deseo:
la dicha viva, los sentidos borrados,
ahora que en el jardín el tiempo se arrincona
                                           en las sombras,
y el olor de las rosas sube al aire.
Hay humos blancos y calladas palomas
en la altura, y voces que se alejan,
hay demasiada vida para una despedida.

Y un día habrá de ser,
sin que la grata luz, las voces de la casa,
los cultivos del huerto, los días recordados
de la remota y breve juventud,
ni tampoco el amor que me tenéis,
retrasen la obligada despedida.

Tendré que aposentarme en la aridez
y perdida la imagen de este mundo
y perdido yo mismo,
siento que aquel reposo será estéril,
que la vida no fue, que el fervor
de cualquier despedida es un engaño.

 

BRINES: Antología 1

SIEMPRE NOS QUEDARÁ… BRINES

Decía Valverde que toda poesía debe optar por ser cántico (elogio del presente, de la belleza del mundo, confianza, por qué no, en el futuro) o elegía (melancólico intento de fijar el paso con las palabras el paso del tiempo, apego al pasado como única certidumbre). En estos tiempos aciagos un poeta se pasea siempre nostálgico de la mano de la más pura elegía, como en eterna despedida de todo aquello que amamos: personas, paisajes, momentos… Brines, de la misma generación que Ángel González o Jaime Gil de Biedma, es un maestro en amasar la palabra con el tiempo y su mejor registro es el nostálgico, el carpe diem, las imágenes que perduran en el recuerdo… Siempre nos quedará Brines.

A PUNTO DE UN VIAJE EN COCHE

Las ventanas reflejan
el fuego de poniente
y flota una luz gris
que ha venido del mar.
En mí quiere quedarse
el día, que se muere,
como si yo, al mirarle,
lo pudiera salvar.
Y quién hay que me mire
y que pueda salvarme.
La luz se ha vuelto negra
y se ha borrado el mar.

ALOCUCIÓN PAGANA

¿Es que, acaso, estimáis que por creer
en la inmortalidad,
os tendrá que ser dada?
Es obra de la fe, del egoísmo
o la desolación.
Y si existe, no importa no haber creído en ella:
respuestas ignorantes son todas las humanas
si a la muerte interroga.

Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,
o grandes monumentos funerarios,
las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.
O aceptad el vacío que vendrá,
en donde ni siquiera soplará un viento estéril.
Lo que habrá de venir será de todos,
pues no hay merecimiento en el nacer
y nada justifica nuestra muerte.

CAUSA DEL AMOR

Cuando me han preguntado la causa de mi amor
yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza.
(Y aún es posible que existan rostros más hermosos.)
Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu
que siempre me mostraba en sus costumbres,
o en la disposición para el silencio o la sonrisa
según lo demandara mi secreto.
Eran cosas del alma, y nada dije de ella.
(Y aún debiera añadir que he conocido almas superiores.)

La verdad de mi amor ahora la sé:
vencía su presencia la imperfección del hombre,
pues es atroz pensar
que no se corresponden en nosotros los cuerpos con las almas,
y así ciegan los cuerpos la gracia del espíritu,
su claridad, la dolorida flor de la experiencia,
la bondad misma.
Importantes sucesos que nunca descubrimos,
o descubrimos tarde.
Mienten los cuerpos, otras veces, un airoso calor,
movida luz, honda frescura;
y el daño nos descubre su seca falsedad.

La verdad de mi amor sabedla ahora:
la materia y el soplo se unieron en su vida
como la luz que posa en el espejo
(era pequeña luz, espejo diminuto);
era azarosa creación perfecta.
Un ser en orden crecía junto a mí,
y mi desorden serenaba.
Amé su limitada perfección.

FRANCISCO BRINES: COLLIGE, VIRGO, ROSAS

Estás ya con quien quieres. Ríete y goza. Ama.
Y enciéndete en la noche que ahora empieza,
y entre tantos amigos (y conmigo)
abre los grandes ojos a la vida
con la avidez preciosa de tus años.
La noche, larga, ha de acabar al alba,
y vendrán escuadrones de espías con la luz,
se borrarán los astros, y también el recuerdo,
y la alegría acabará en su nada.

Más, aunque así suceda, enciéndete en la noche,
pues detrás del olvido puede que ella renazca,
y la recobres pura, y aumentada en belleza,
si en ella, por azar, que ya será elección,
sellas la vida en lo mejor que tuvo,
cuando la noche humana se acabe ya del todo,
y venga esa otra luz, rencorosa y extraña,
que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido.

FRANCISCO BRINES, El otoño de las rosas

J.M. COETZEE: PLATERO Y YO

J. M. Coetzee

             Platero y yo se considera habitualmente como un libro para niños. En efecto, dentro de la industria del libro se comercializa como tal. Sin embargo, en esta serie de estampas unidas por la figura del burro Platero hay mucho que un niño impresionable a duras penas podrá soportar y, además, mucho que supera el ámbito de interés de los niños. Por ello, creo más apropiado concebir Platero y yo como las impresiones de la vida de un pueblo, el pueblo natal de Juan Ramón Jiménez, Moguer en Andalucía, tal como es visto por un adulto que, siendo un poeta de gran sensibilidad, no ha perdido el contacto con la inmediatez de la experiencia de la infancia, y registrado con tal delicadeza y contención como es conveniente cuando a nuestro lado, acompañándonos en nuestro recorrido diario, tenemos una audiencia cuya mirada es inocente y cuyas almas son las almas impresionables de los niños.

 Junto a la omnipresente mirada del niño, hay una segunda y más obvia mirada en el libro: la mirada del propio Platero. Los burros no son, para los seres humanos, criaturas especialmente bellas –no tan bellas como (por hablar sólo de los herbívoros) las gacelas o incluso los caballos –pero tienen la ventaja de poseer bellos ojos: amplios, oscuros, líquidos –sentimentales, a veces los llamamos- y de largas pestañas. (Los ojos de los cerdos, que son más pequeños y más rojos, nos parecen menos bellos. ¿Es ésta la razón por la que nos cuesta tanto amar o ser amigos de estos animales inteligentes, simpáticos, divertidos? En cuanto a los insectos, no tienen ni siquiera ojos que podamos reconocer como ojos, lo que les hace tan extraños que no es fácil hallar para ellos un lugar en nuestros corazones.)

 En la novela de Dostoievsky Crimen y castigo hay una terrible escena en la que un campesino borracho golpea a una yegua exhausta hasta matarla. Primero la golpea con una barra de hierro, luego la golpea atizándole sobre los ojos con un palo, como si lo que ha de suprimirse fuera, sobre todo, la imagen de sí mismo en los ojos de la yegua. En Platero y yo leemos sobre una yegua vieja y ciega a la que sus propietarios ahuyentaron pero que insiste en volver, enojándolos hasta el punto de que la matan a palos y a pedradas. Platero y su amo (esta es la palabra que nuestra lengua nos proporciona –no es, desde luego, la palabra que Juan Ramón Jiménez emplea) encuentran a la yegua yaciendo muerta al borde del camino; sus ojos privados de la vista parecen  ver por fin.

 Cuando mueras, el amo de Platero promete a su burrito, no te abandonaré al borde del camino sino que te enterraré al pie del gran pino que amabas.

 Es la mirada mutua, entre los ojos de este hombre –un hombre del que los gitanillos se burlan como loco, y que prefiere escribir sobre Platero y yo antes que sobre Yo y Platero– y los ojos de “su” burro (aunque jamás piensa en Platero como en un artículo de su propiedad), lo que establece el profundo vínculo entre ellos, más o menos del mismo modo que se establece un vínculo entre madre e hijo en el momento en que sus miradas se entrecruzan por primera vez. Una y otra vez la mirada mutua del hombre y del animal se refuerza.   “De vez en cuando, Platero deja de comer, y me mira… Yo, de vez en cuando, dejo de leer, y miro a Platero…” (166)

 Platero adquiere existencia como un individuo –como un personaje, en realidad- con una vida y un mundo de experiencia propio en el momento en que el hombre al que llamo a la ligera su amo, el loco, ve que Platero lo ve, y en el acto de verse lo reconoce como un igual. En ese momento “Platero” deja de ser una mera etiqueta y se convierte en la identidad del burro, su verdadero nombre, todo lo que posee en el mundo.

 Juan Ramón Jiménez no humaniza a Platero. Humanizarlo sería traicionarlo en su esencia asnal. La experiencia de Platero sobre el mundo queda oculta a los seres humanos por su propia naturaleza asnal, y resulta impenetrable. Sin embargo, de vez en cuando esta barrera de hierro se rompe cuando por un instante la visión del poeta, como un rayo de luz, penetra e ilumina la experiencia de Platero; o, para afirmar lo mismo con palabras diferentes, cuando los sentidos que nosotros, los seres humanos, tenemos en común con los animales, imbuidos del amor de nuestro corazón, nos permiten, por la mediación del escritor, intuir esa experiencia. “Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre.” (105)

 “Yo trato a Platero cual si fuese un niño… Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar… Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños.” (132) Aquí nos estremecemos en el preciso momento, tan fervientemente anhelado por los niños en sus vidas plenas de fantasía, en el que la barrera entre las especies cae y nosotros y los animales que han estado durante tanto tiempo desterrados de nosotros nos reunimos formando una unidad mayor (¿Cuánto tiempo han estado desterrados? En el mito judeo-cristiano, el destierro data de nuestra expulsión del Paraíso, y el fin del destierro es ansiado como el día en el que el león yacerá junto al cordero).

 En este momento vemos al loco, al poeta, comportándose con Platero tan alegre y tan cariñosamente como los niños pequeños se comportan con los perritos y con los gatitos; y Platero responde como lo hacen los cachorros con los niños pequeños, con igual alegría y cariño, como si supieran, así como el niño lo sabe (y el serio, el prosaico adulto no), que al fin y al cabo en este mundo todos somos hermanos y hermanas; y también que no importa lo humildes que seamos debemos tener a alguien a quien amar o, de lo contrario, nos consumiremos y pereceremos.

 Al final Platero muere. Muere porque ha tragado veneno, pero también porque la duración de la vida de un burro no es tan grande como la de un hombre. A no ser que decidamos entablar amistad con los elefantes o con las tortugas, lloraremos las muertes de nuestros amigos los animales con mayor frecuencia que ellos las nuestras: esta es una de las duras lecciones que Platero y yo no elude. Pero en otro sentido Platero no muere: este “borriquillo tonto” siempre regresará a nosotros, rebuznando, rodeado por las risas de los niños, adornado con flores amarillas. (117)

JRJ: PLATERO Y YO

He encontrado un artículo interesante y emotivo sobre el burrito Platero del premio nobel JRJ escrito por otro nobel ´mucho más reciente, J.M. Coetzee. A veces tienen que valorar desde fuera nuestros clásicos recientes para que nos volvamos a fijar en ellos porque aquí sufren un extraño desprestigio u olvido prematuro. Aunque “Platero y yo” es uno de esos libros con los que nos traumatizaron en la infancia (una experiencia de pérdida y duelo similar al vía crucis de Marco o Heidi para los sufridos niños telespectadores de mi generación), me sigue pareciendo una lectura imprescincible, de gran calidad literaria, tierna e iniciática para niños y no tan niños, como El Principito de Saint-Exupery. Yo lo he experimentado estos días compargtiendo fragmentos escogidos con chicos y chicas de 15-16 años y pocos han podido ocultar la emoción que les producía la lectura: ¿qué tendrán los animales, como la Cordera de Clarín, que pueden provocar esos sentimientos de empatía e identificación, de melancolía y solidaridad, de ternura…? ¿Será que viven en perpetuo presente, cual decía el filósofo, que son como bebés de grandes ojos asombrados, que sienten puramente la vida desde la emotividad sencilla de lo natural? ¿Será que nos responden a algunas preguntas fundamentales incluso antes de que las formulemos? Yo me voy de nuevo con Platero, una de las cumbres más altas de la poesía de JRJ.