DOS POEMAS DE BERNARDO ATXAGA
Un largo día finlandés
Necesito un día finlandés,
necesito un largo día finlandés,
tan largo como 40 días corrientes.
Quiero un largo día finlandés
para seguir hablando contigo;
tus palabras me ayudan mucho.
Te comenté algo del paraíso
y tú me dijiste, ten cuidado con el paraíso
el infierno puede estar allí.
¿Es posible cambiar de vida?
¿Cuántas veces se puede empezar de cero?
Tú eres mi amiga, te quiero.
El cielo de Finlandia siempre es azul
y en verano el sol parece una naranja,
y la luna lo mismo, otra naranja.
Quiero un largo día finlandés
con dos naranjas en el cielo,
quiero seguir hablando contigo.
El erizo
El erizo despierta al fin en su nido de hojas secas,
y acuden a su memoria todas las palabras de su lengua,
que, contando los verbos, son poco más o menos
veintisiete.
Luego piensa: El invierno ha terminado,
Soy un erizo, Dos águilas vuelan sobre mí;
Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto,
¿En qué parte de la montaña os escondéis?
Ahí está el río, Es mi territorio, Tengo hambre.
Y vuelve a pensar: Es mi territorio, Tengo hambre,
Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto
¿En qué parte de la montaña os escondéis?
Sin embargo, permanece quieto, como una hoja seca más,
porque aún es mediodía, y una antigua ley
le prohíbe las águilas, el sol y los cielos azules.
Pero anochece, desaparecen lás águilas, y el erizo,
Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto,
Desecha el río y sube por la falda de la montaña,
Tan seguro de sus púas como pudo estarlo
un guerrero de su escudo, en Esparta o en Corinto;
Y de pronto atraviesa el límite, la línea
que separa la tierra y la hierba de la nueva carretera,
de un solo paso entra en tu tiempo y el mío;
Y como su diccionario universal
no ha sido corregido ni aumentado
en estos últimos siete mil años,
no reconoce las luces de nuestro automóvil,
y ni siquiera se da cuenta de que va a morir.
Dos poemas de Bernardo Atxaga, el autor de Obabakoak, esa fascinante y sutil trenza de relatos realistas y mágicos. De “Un largo día finlandés” me seduce su sencillez, su aparente ingenuidad naif (el sol y la luna son dos naranjas), su estilo coloquial y sincero (tú eres mi amiga, te quiero) y sobre todo la posibilidad del paraíso -perdido, olvidado o aún no encontrado- que quizás, por qué no, esté en la tierra del fin del mundo donde los días son tan y tan largos. “El erizo” es un cronopio con púas, de pocas palabras (veintisiete, para ser exactos), con un mapa plegado de su territorio, regido por la antigua ley del hambre y la supervivencia, la indómita arrogancia de Esparta o de Corinto, la rotunda rutina de siete mil años que atraviesa el límite con la afilada intuición de los animales, los niños y los ángeles, que no conocen la muerte