Me hicieron llamar Ricardo el Avaricioso puesto a que, en tiempos lejanos, la riqueza me acechaba como la pobreza acecha al pordiosero. Orgulloso estaba de mi título, pues entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero. Vivía entre azucenas de plata y narcisos de oro que rodeaban la inmensa fortaleza del Alcázar de Segovia. Si mis prioridades he de nombrar no son muchas las que he de confesar: de día mis esfuerzos iban destinados a la caza; mientras que, cuando la luna alcanzaba la cumbre, soñar en mi fortuna era de gran placer. En esos tiempos, como podéis ver, yo era hombre grato hijo de Fortuna. Sin embargo, todo cambió tras su aparición.
Una noche como cualquiera, Fortuna interrumpió uno de mis sueños codiciosos enunciando las siguientes palabras: “Vuestra conducta debéis cambiar si la verdadera riqueza queréis hallar, pues sois hombre de gran riqueza y poco corazón”. Era de esperar que sus palabras me alarmaron, así que, por orden de mi señora, decidí cambiar mi voluntad. Dejé atrás mis pertenencias (incluyendo el castillo y las azucenas de plata y los narcisos de oro) para dedicarme al espectáculo a la plaza de San Miguel. Durante meses estuve viviendo a costa de nada con el único propósito de entretener a mi pueblo, pero nunca conseguí hallar la fortuna que nombró mi señora aquella noche. Pasaban los días y pocos eran los lugareños que había de entretener, pues el pueblo me desechaba por ser el rey. Los pocos campesinos que se me cruzaban lanzaban su cosecha para enmudecerme. Nunca llegué a entender esta desgracia hasta que un mozuelo se me acercó e hizo su confesión: “Mi rey, ojalá se ahogue en su oro y en su plata, mientras que nosotros ni siquiera tenemos océano donde sucumbir”. A lo que respondí: “Joven, tenéis razón al criticar el comportamiento ingrato que he tenido hacia mi pueblo. Si más no, juro ya no ser el rey que nunca os hizo bien.”
Llegados a ese punto, me dirigí al alcázar que abandoné tiempo atrás por orden de mi señora. Esta vez, pero, mi única prioridad fue la de hacer bien al pueblo que descuidé durante tantos años. Así pues, cogí mi fortuna, la repartí a todo al que la necesitaba y, pese a que después de esta acción me encontré con el alcázar vacío, finalmente supe que la verdadera riqueza se hallaba en el corazón.
PSEUDÒNIM: Ricardo el Avaricioso
AUTORA: Joana Nyemb
FINALISTA DE PROSA EN CASTELLÀ, 1r de Batxillerat