Ella está tumbada, boca arriba, con los ojos mirando al cielo. Es joven, ni siquiera debe llegar a los treinta. Su vestido blanco hasta los tobillos, impecable, sin una mancha, colocado de una forma primorosa. Su rostro, al igual que toda su piel, se encuentra pálido, sin ninguna imperfección o marca. Sus labios están ligeramente enrojecidos. Al observarla, es prácticamente imposible averiguar la causa de la muerte. Mi compañero empieza a plantear que la envenenaron con algún tipo de droga o sustancia nociva. Pero, como ya he dicho, a simple vista no hay ningún tipo de indicio que pueda dar pie a esa sospecha. Así que, Troy, mi compañero de investigación, lo suelta. Siempre lo dice. Parece mentira que sea parte del FBI, cuando cada vez que tiene la oportunidad, sin tener ningún tipo de prueba, le gusta comentar que estamos ante el crimen perfecto. Muy necio de su parte, lo sé. ¿El crimen perfecto?. Claro, como si eso existiera. Es imposible. Siempre hay alguna prueba, algún hilo del que tirar. No puedes simplemente asumir que alguien ha muerto así, sin más, y que no haya alguna explicación o motivo. Y por eso me hice investigadora: porque a mi nada se me escapa. Sé cuando la gente miente, cuando ocultan algo, cuando debes vigilarlos de cerca. Sé que suena obsesivo, pero es que un asesino es un ser obsesivo. Quizá no todos, ya que dicen que cualquier persona es capaz de asesinar, sobretodo si se encuentra en una situación extrema, o algún motivo importante. Pero esa es la clave: el motivo. Todo tiene un motivo, y como siempre hago, pienso averiguar el de este crimen. Así que dos días después, cuando el laboratorio ya nos ha mandado los resultados de la autopsia, nos ponemos manos a la obra. Claramente primero me rÍo en la cara de Troy por lo que dijo. Y después de eso, si que nos ponemos manos a la obra. Lo principal que ahora ya sabemos es la causa de la muerte. La mujer fue envenenada con una de las sustancias más toxicas que existen: tetrodotoxina. O mejor conocida como veneno de pez globo. Una pequeña dosis es letal. Se la echaron en la copa de vino. Pero en la escena del crimen, no había ninguna copa de vino, ni siquiera una botella de vino. Alguien se tomó el tiempo de recoger todo, mientras observaba como ella se ahogaba y moría. Y después de eso, la desvistieron y le pusieron ese vestido blanco. La colocaron tumbada en el suelo, con los brazos, piernas, cabello, y vestido colocados a la perfección. Fue un crimen premeditado, a sangre fría. Alguien tenía muchas ganas de acabar con ella, pero fue paciente, se lo tomó con calma. Lo disfrutó. Ring, ring. Empieza a sonar el teléfono principal de la oficina. Alguien está llamando, y por la cara de Troy, que ha atendido el teléfono, parece importante. Cuelga el teléfono, se pone su chaqueta y me dice que me ponga la mía, que debemos irnos ya. Le pregunto que ocurre, y me cuenta que hay movimientos sospechosos por parte de la pareja de la víctima. Que ha usado tarjetas de crédito para comprar maletas, mucha ropa nueva, y un billete de avión a otro continente. Esta huyendo. Cuando alguien huye después de que haya ocurrido un crimen, es una mala, muy mala señal. Y probablemente ya tengamos a nuestro asesino. Así
que nos dirigimos hacia el aeropuerto junto con algunas patrullas más. Hay que detenerlo. Si coge ese avión, será muy difícil capturarlo. Llegamos justo a tiempo. Y me quedo sorprendida al verlo. Su rostro no es para nada parecido al del perfil de un asesino. Es un chico joven, apuesto. Al ver que está rodeado de la policía, ni siquiera se inmuta. Ni se mueve. Solo levanta las manos, se rinde. Así, tan fácil. No se, esto no pinta bien. Parece una trampa. Decido hablar: – Simon Munch, no oponga resistencia y acérquese para que le esposemos. Queda usted detenido por ser sospechoso del asesinato de su pareja. – ¿Sospechoso? Vamos, estoy huyendo del continente detective, atrévase a decir que soy el culpable. – ¿Es eso una confesión, señor Munch? – Sí, lo es. Yo la maté. Pero no era mi pareja, era mi mujer. – ¿Estaban ustedes casados? ¿ Y por qué la mató? – Estábamos casados, pero a ella le gustaba compartir la cama con más gente, señorita detective. Y yo no soporto la traición. Y mucho menos, cuando nos juramos amor eterno el día de nuestra boda. Y ella no lo cumplió. Pero yo sí lo hice, señorita detective. Juré que la amaría hasta la muerte, lo juré de corazón. Pero, ¿quién dijo que hablaba de la mía? Se mueve. Demasiado rápido. Quiere huir. Un movimiento muy estúpido de su parte. Pero mis compañeros se asustan, y reaccionan. Le disparan cuatro veces en el pecho. Cae, el suelo blanco empieza a llenarse de sangre. Está muerto. Él está muerto. Ella está muerta. El amor que había entre ellos, ahora, también lo está.
Pseudónimo: LBC
LAURA BUENO, 3A1
Primer premi de Prosa castellana, Categoria 2