Encerrado en tus palabras

Al abrir la puerta, una bocanada de aire se estrelló contra mi cara. El aire, frío y enrarecido por los años de abandono, resultaba asfixiante. Reprimí las ganas de echarme atrás y crucé el umbral. Al otro lado sólo me esperaba la negrura.

«Tú, que me has visto crecer, me conociste desde pequeño y marcaste la vía de mi enseñanza: se te ocurre pensar que he madurado gracias a ti, pero no es cierto; no puede serlo. No traes contigo nada más que silenciosa soledad. Sigues creando las mismas ilusiones que yo creí. ¡Riges mentiras despiadadas y en ellas aprisionas a tantos ingenuos…! Muestras mundos llenos de puertas a vidas increíbles que conmueven corazones, pero el tuyo no; el tuyo no late.»

Encendí la linterna que guardaba en la mochila. “Todas las aventuras suceden entorno a quien lleva la linterna”, murmuré para mí misma. Cautelosamente, avancé por un pasillo flanqueado por altas y viejas estanterías de madera. El suelo crujía a mi pasar, levantando nubes de polvo brillante a la luz de mi linterna. Desde los estantes, los libros me mostraban sus lomos viejos y desgastados, carcomidos por el tiempo y la inutilidad. ¿Cuánto hacía que no eran leídos de nuevo?

«Tú siempre esperas, paciente, el momento de actuar. Como un cazador acecha a su presa, no eres más que una trampa a la libertad. Cuando consigues atraer miradas, no las sueltas jamás. Controlas todos y cada uno de mis pensamientos. Mueves los hilos de la imaginación que yo creía verdaderamente libre. Aunque tú estés en mis manos, yo soy el títere que danza a tu merced. Acompasas mi respiración, te apoderas de mis ojos y de mis emociones. Me haces sentir rabia, angustia y dolor por seres inexistentes. Me haces conocer miles de personas distintas, reír con ellas, ¡vivir!, pero son espejismos que has creado y que desechas una vez terminas de construir. He llorado ríos de agua salada mientras tú te empeñabas en mostrarme lo mismo una y otra vez. ¡¿Hasta dónde quieres llegar?!»

El pasillo desembocaba en una zona abierta, donde confluían pasillos de estanterías contiguas. Una única ventana grande y ovalada, se hallaba sellada en la pared de piedra. Probablemente, antaño, aquella entrada de luz natural fuera agradecida por los lectores que frecuentaran el lugar. Ahora permanecería cerrada para siempre. Entre el halo de luz de mi linterna, divisé varios escritorios distribuidos por donde me encontraba. Roídos por las ratas, parecía increíble que aún se mantuvieran en pie. Pronto encontré lo que buscaba: en el escritorio del centro de la sala, abierto por la primera página, reposaba un libro con portadas de cuero. La tinta se había ido borrando poco a poco pero aún se entendían la mayoría de palabras. Cuando toqué la primera página, amarillenta y apergaminada, se desenganchó del lomo. Escrita a mano, había estado gritando las palabras de un loco durante décadas:

«Me confundes diciendo que sólo transmites el mensaje de alguien como yo. Que sólo muestras lo que otros ya han visto e imaginado. Eres tú quien yo tengo, pero no son tuyas tus palabras. Si fuera por ganas de recuperar el tiempo que he perdido en tus fantasías, ¡te que-maría ahora mismo! Te apuntaría en un índice de obras prohibidas, te daría de comer a las ratas, o peor aún, te guardaría en esta biblioteca, sepultado entre las rocas de este antiguo monasterio, dónde no pudieras abrirte al mundo. Pero nada de esto tendría sentido, no puedo concebir mi tiempo contigo como algo perdido. Porque de entre todas, tus historias siempre han conseguido acallar mis inquietudes. Porque has brindado calma, alegría, compañía y diversión con tus utopías. Porque has abierto la puerta de mis sueños más allá de lo que la realidad podrá hacer jamás. Brindas compañía cuando la realidad la enfría, brindas felicidad. Porque hasta en las historias pesimistas hay un hilo marcado por la esperanza. Por eso, y más, no dudaría en abrirte de nuevo y disfrutar del viaje.»

Me quedé atónita. Puede que muchos dijeran que antaño existió un personaje que escribía cartas a los libros; un tipo excéntrico y chiflado y loco. Puede que fuera cierto, pero para mí, en aquél texto se encontraba el sentimiento de alguien que ha dedicado su vida a la lectura. A quien haya desengañado leer realismo y encontrar fantasía tras la portada, o al revés, no lo ha abandonado la cordura.

Sara Doménech Moreno (2n Batx.)

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