Cuando llegué a esa habitación, lo primero que me llamó la atención fue un reloj de Los Beatles que había colgado, ocupando gran parte de la pared que se encontraba delante de mí. Después, mi mirada se clavó en aquel libro tan insignificante, que tenía algo que no me dejaba apartar la mirada. Mi pasión por la lectura ya era incontrolable. Era interesante ver un libro sin ningún dato en la portada, al menos para mí. Eso me hacía sentir inquietud por saber el autor, o el tema, o únicamente si estaba realmente escrito. Un libro no es un conjunto de palabras escritas sobre hojas, sino un conjunto de conocimientos que alguien, en cierto momento, decidió dejar marcado. Me acerqué a él, aparté una hoja arrugada y vieja que tenía encima, y lo cogí. Medio segundo antes de abrirlo, mi teléfono sonó. Recordé que tenía que irme, que iba con prisas, y lo único que me había llevado a aquella habitación era un error, una equivocación al guiarme por aquel hotel, un tanto extraño. Sin pensar en los problemas que aquello podía traerme, me guardé el libro en mi mochila y salí rápidamente.
Apagué mi teléfono para desconectar de aquel estrés que llevaba tanto tiempo arrastrando, me adentré en un parque en el que un buen músico tocaba su guitarra, mirándola con ojos de enamorado. Sonaba Let it be. Me tumbé en un banco que siempre me ha llamado la atención por estar rodeado de unos árboles magníficos y grandes, dejé que los rayos del sol relajaran mi cara, y saqué el libro. Al abrirlo, mi cara de paz y armonía cambió a sorpresa, ya que el libro estaba completamente en blanco, con las páginas numeradas, pero en blanco. Seguí pasando hojas, hasta que en la página 142, encontré una frase, que sigue marcada en mí.
Benjamín Disraeli, un día dijo: “Cuando necesito leer un libro, lo escribo.”
Marina Martínez García (4t A)