― ¡Vete a la mierda! ―Escuché gritar a mi madre hacia mi padre, sin embargo, ya estaba acostumbrada, porque no era la primera vez que sucedía y seguramente tampoco sería la última. Aparte, ya estaba harta, cada día era lo mismo y, aunque no me gusta decir esto, la verdad es que me estaba afectando mucho.
Decidí salir a tomar el aire, hace tiempo que en casa ya no me sentía cómoda y, cuando sucedian este tipo de cosas, prefería estar en todos lados menos ahí.
Pero cometí el error de dejar que los problemas de mis padres afectasen a mi vida, me metí en muchos líos y con gente muy peligrosa, por ejemplo, me acuerdo de esa vez en la que, borracha, decidí pelearme con un tío al que le debía dinero que me doblaba en edad y fuerza. Acabó, como era de esperarse, conmigo tumbada en el suelo, y con la nariz rota. Tumbada en el suelo me puse a llorar, me sentía realmente mal y sentí que decepcionara a mis padres. Pasaron las horas, y cuando me desperté de madrugada con un fuerte dolor de cabeza, y desubicada, me fui a mi casa. Esa noche, mis padres ni siquiera se preguntaron dónde estaba, si estaba bien, o lo más obvio, que me había pasado en la nariz. Decidí quedarme a dormir en casa de mi amiga, y a la mañana siguiente, cuando volví a la mía, en vez de preguntarme donde había pasado la noche, mis padres me regañaron por no haber tendido la ropa, que según ellos, era mi única responsabilidad.