Un día, hace mucho tiempo, en una tierra llamada 54, una niña llamada Zelda tenía 122 años y nadie lo sabía. Lo normal era tener como máximo 70 años, porque en ese planeta todas las personas morían a esa edad. Pero, para que nadie lo descubriera, cada 10 años se cambiaba de ciudad. Iba a la otra parte del mundo, sabía hablar el idioma porque tenía un poder que le dejaba hacer eso, y era inusual.
La niña se despertó un martes a las 9 de la mañana. Se preparó el desayuno tranquilamente porque no podía morir y tenía todo el tiempo del mundo. Le gustaba mucho desayunar huevos fritos con beicon. Cuando bajó a la calle, encontró a unas personas que se escondían. Uno era alto y fuerte, y el otro era extraño, tenía cicatrices en la cara y era muy delgado. Como ella era tan chismosa, fue a ver y a escuchar. Escuchó a las dos personas hablando, estaban diciendo…
―Hay que encontrar a la niña.―dijo Trix.
―Pero hay gente que nos sigue y no sabemos dónde está el mundo. Es gigante y no tenemos ninguna pista.―dijo Rab.
―Comencemos con lo primero y luego la encontramos. Antes hay que dispersar a los guardas y después distraerlos.―dijo Trix.
―Vale, tú por la derecha y yo por la izquierda. Nos vemos ahí en 5 minutos.―dijo Rab.
―Okay, hasta ahora.―dijo Trix.