En el pequeño pueblo de San Miguel, donde el sol siempre parecía estar presente y las tardes se llenaban del sonido de balones rodando, había un equipo juvenil llamado Los Halcones. No eran los mejores, pero tenían un corazón que podía competir con cualquier campeón.
El capitán del equipo era Tomás, un chico de 15 años, flaco pero rápido, conocido por su increíble resistencia y liderazgo. Tomás soñaba con llegar lejos, con jugar algún día en un estadio lleno de gritos y banderas ondeando su nombre. Sin embargo, no todo era fácil. Los Halcones nunca habían ganado un campeonato, y eso los marcaba como “los perdedores” del pueblo. La gente decía que su tiempo ya había pasado. Sigue leyendo