Hola, me llamo Silvia Williams y vivo en Inglaterra desde que tengo memoria, con mi madre Carol Williams y antes con mi padre Jhonathan Williams, que por desgracia hace unos años, cuando yo aún era bastante pequeña, a la edad de 4 años, tuvo un terrible accidente de coche.
Por lo que recuerdo, éramos la familia envidiada entre el vecindario, teníamos riquezas, una buena casa, un buen trabajo y sobre todo una familia alegre; éramos felices y no necesitábamos nada más. Hasta que sucedió la tragedia.
Mi padre volvía de trabajar; como cada día, siempre cogía el coche, ya que las oficinas donde iba estaban bastante lejos, y un miércoles cualquiera, volviendo a casa, un coche lo golpeó tan rápido por la velocidad que ya os podéis imaginar qué pasó: no sobrevivió.
Esa noche, cuando apareció la policía al cabo de unas horas del suceso, me di cuenta de que no era yo a la que habían destrozado con la terrible noticia, sino a mi madre. Verle la cara de tristeza y horror que se le puso… Ojalá no haberla visto. Me quedé petrificada en mi lugar viendo la escena.
Desde ese día, ya nada ha vuelto a ser igual; sin mi padre nos costaba mantenernos económicamente más que antes. Mi madre se sumergió en el trabajo no porque nos costará llegar a fin de mes, que era una razón, sino porque no podía ya verme a la cara ni estar conmigo porque le recordaba a él y los bonitos momentos que pasó a su lado.
Pasaron los meses y todo seguía igual, la misma rutina de siempre. Casi nunca quería volver a casa, ya que estaba sola; me tenía que preparar la cena cada día porque mi madre, cómo no, nunca volvía más tarde de las 10 con la excusa de que tenía muchos documentos y trabajo que entregar.
Sonó la campana de la última clase de hoy. Como siempre, recogí mis cosas y me preparé para volver al sitio lúgubre y triste llamado mi casa. Llegué, me cambié y me puse el pijama; todo estaba en un silencio profundo y decidí ponerme a leer un poco para concentrarme en algo que no fuesen mis propios pensamientos. Escogí uno de mi inmensa estantería, el cual ya había leído más de la mitad. Al abrirlo, me di cuenta de que no tenía punto de libro, y ya que yo soy muy maniática con eso, me puse a buscar uno por mi cajón del escritorio, ya que normalmente acostumbro a tener siempre todo allí metido. Pero resultó que no tenía; me sorprendió bastante, la verdad, pero dio igual. Entonces fui a la habitación de mi madre pensando que ella podría tener uno por allí tirado.
No entraba allí desde antes del incidente; ahora incluso intentaba no acercarme siempre que podía, ya que siempre estaba mi madre dentro y era bastante incómodo. Me costó abrir la puerta porque ver uno de los lugares donde pasaba el rato mi padre me recordaba a él, y en el fondo de mí, por mucho que me costase, intentaba pasar página.
Dejé de pensar en todo eso y abrí la puerta de una vez; todo estaba como antes. Me sorprende que mi madre no tocase nada, pero me puse a lo que vine y busqué un punto para mi libro. Miré por todos los cajones y armarios, pero no tenía nada similar, hasta que vi una caja en el suelo y decidí buscar allí a ver si había algo parecido a lo que buscaba. Removí un poco y resulta que la caja era de objetos de mi padre. Me sentí un poco extraña entonces, ya que eran cosas de mi padre muerto y mi madre guardaba y era raro, pero seguí buscando y al fin encontré un trozo de papel que me serviría. Estaba a punto de irme, ya que no quería pasar más tiempo de lo necesario en esa habitación, pero me llamó la atención un pequeño libro dentro de la caja. Me acerqué y lo cogí y ponía:La Cenicienta. Me gustó la portada y me lo llevé a mi habitación.
Justo cuando salía de la habitación, sonó el timbre de la puerta. Abrí y resultó ser mi madre. Como dije antes, mi madre siempre llegaba bastante tarde, pero hoy resultó que no, o sea que me pareció un poco extraño, pero no le pregunté el porqué, parecía cansada y no quería molestarla. Preparé la cena mientras se cambiaba y cenamos. Durante la cena compartimos pocas palabras hasta el final de la comida, que nos fuimos cada una a su habitación al terminar.
Aún tenía el libro de papá guardado en el cajón de mi escritorio y decidí que era buen momento para ver de qué trataba; solo espero que mamá no se dé cuenta de que le falta el libro en su habitación.
Empecé a leerlo, trataba de una chica con una familia feliz que luego dejó de serlo por la muerte de la madre de la chica, que después de eso vivía sola y triste. Me recordó a mi vida un poco y me interesé por la historia. Al cabo de 1 hora y media me lo había terminado, me encantó porque, a pesar de lo que pasaba, la chica acababa teniendo un buen final y estaba feliz. Pensé que me podría pasar a mí también, por eso me enganché al libro, que me conmovió, pero también me dio esperanza. Me acabé durmiendo con el libro abierto encima de la cama por el sueño, recordando cada escena de la historia de la triste Cenicienta.
Abrí los ojos y me levanté aún medio dormida, miré a mi alrededor y algo me parecía extraño; no sé si era por el sueño o porque estaba alucinando, pero me froté los ojos para ver mejor y, cuando los abrí, no me lo podía creer: ¡¡¡estaba en un bosque!!!
Estaba entrando en pánico, no sabía dónde estaba, ¡¿estaba sola en un bosque?! Bueno, lo primero fue calmarme porque si no, no podía pensar en cómo salir de allí, así que respiré hondo un par de veces hasta calmarme. Miré mejor a mi alrededor y no era un bosque sino un claro verde. Es raro porque en Inglaterra en esa época del año era invierno, no primavera. Mientras pensaba cómo podía ser eso, oí una voz; era muy leve el sonido, pero lo suficientemente fuerte para que se oyera. Miré a mi alrededor, pero no veía nada. La volví a oír; no paraba de repetir.
—-Abajo, que mires debajo.
Miré donde me decía la voz y me encontré con un pequeño ratón gris; lo cogí con las manos para verlo y oírlo mejor. Yo creo que me tomé algo o me di en alguna parte de la cabeza porque no es normal; los ratones no hablan, ¡nunca! Pero volvió a hablar.
Me vas a decir algo, ¿a que te has quedado como si hubieses visto un fantasma?
Reflexioné unos minutos sobre lo que acababa de pasar y le dije:
— No sé tú, pero de donde vengo los animales no hablan.
— Sí, ya lo sé, pero es que no soy un animal corriente.
— Como que no, si eres un ratón, ¿verdad?
— No soy tu guía en esta historia, me llamo Remy, me envía el creador de esta historia.
— ¿Cómo que el creador? ¡Dile que me devuelva a mi casa ya!
—No puedo hacer eso, estás aquí por una razón, debes terminar esta historia, si no, tu amada Cenicienta y este mundo desaparecerán y tú dentro de él.
— ¿Cómo? ¿Por qué yo y no otra persona? Seguro que serían más aptas para eso.
— No lo sé, el creador te escogió por algo y yo confío en su criterio.
—¿Y qué hago, dónde tengo que ir para encontrarla?
—Tú solo sigue el camino; él te llevará a Cenicienta.
Miré a mi alrededor y, en efecto, a la derecha había un pequeño camino de tierra.
— Bueno ya es hora de irme. Adiós, Silvia, si necesitas algo, solo llámame.
— Remy, no te vayas, ¡¡tengo más preguntas, espera!!
No te olvides que el destino de este mundo está en tus manos.
— ¡Espera!
Y así sin más se fue desapareciendo entre el claro del bosque.
No me quedó de otra y tuve que seguir el camino a ver si termina esto de una vez. Decidí confiar en Remy y hacer lo que me ha dicho; total, no tenía otra opción. Y me adentré en el camino.
AL CABO DE 1 HORA
Ya llevaba demasiado rato caminando; me empecé a cuestionar si había hecho bien en hacer caso a Remy, pero justo después me pareció ver un pequeño pueblo. No estaba segura, pero lo pude confirmar al acercarme más. En efecto, ¡era un pueblo! Seguí el camino hasta estar dentro del pueblo, pero el camino seguía. Lo seguí hasta llegar a una casa como lúgubre donde ponía “La mansión Tremaine”.
Como Remy dijo que el camino me llevaría a Cenicienta, supuse que debía ser su casa. Esperé cerca del portal a ver si la veía salir, ¡pero no salía nadie! Esperé hora tras hora, minuto tras minuto; me estaba empezando a desesperar y a dormir la verdad, pero de golpe escuché el chirrido de la puerta abriéndose. Me desperté y en efecto era Cenicienta.
La seguí hasta el mercado; por lo visto iba a hacer la compra. Me despisté un momento con la comida que vendían, que parecía tan deliciosa, aunque también ayudaba que no había comido desde hace horas. Mientras yo miraba la comida embobada, Cenicienta se estaba alejando; de repente se paró y nos encontrábamos.
A las afueras del mercado, junto a un pequeño árbol, yo estaba escondida, por supuesto. Hasta que de golpe apareció en frente mío; yo, sobresaltada, pegué un pequeño grito y empezó a hablarme.
— ¡¿Por qué me estás siguiendo?!
Me quedé unos segundos en silencio, sorprendida aún de que me hubiesen pillado, hasta que le respondí.
—-Me llamo Silvia, porque…
— ¿Por?
— ¡Porque no soy de este mundo! Resulta que me transporté a la realidad del cuento que estaba leyendo, y me apareció un ratón parlante que me dijo que debía salvar el final del cuento y, si no lo hacía, quedaría atrapada en este sitio para siempre!
Estaba un poco alterada después de todo lo que le había dicho. No dijo nada, así que o no había entendido nada o se había quedado en shock, pero al final respondió.
— ¿Cómo que no eres de este mundo?
— Sí, no soy de aquí, sé que suena apresurado, pero no tengo tiempo para explicártelo mejor; el tiempo se acaba y, si hacemos algo, todo se destruirá.
— ¿¡Como! ¿Que se destruirá todo?
—-Sí, así que cuento con tu ayuda.
—-Bueno todo esto me parece un poco raro, pero si lo que dices es verdad y si no hacemos algo, mi mundo se destruirá. No quiero quedarme de brazos cruzados, así que te ayudaré.
Volvieron a casa, y justo al cabo de unos días llegó a todo el pueblo la invitación para el baile real.
Silvia sabía que allí empezaría todo.
Pasaron semana tras semana y Silvia, mientras tanto, cosía un hermoso vestido junto a Cenicienta, sabiendo que sus hermanas se lo robarían, pero debería suceder así; por eso Silvia prefirió no contarle nada a Cenicienta.
Llegó la noche y todas en la casa estaban contentas, unas más que otras, ya que a Cenicienta no le dejaron ir, y Silvia le tocó consolarla. Cuando la madrastra de Cenicienta y sus hermanastras se fueron, la pobre seguía triste por no poder ir, y yo hablé con ella de que si no teníamos vestido o cómo ir al baile, tendríamos que encontrar otra forma de llegar y terminar la historia. Justo cuando conseguí que Cenicienta se calmase, ¡apareció de golpe Remy!
—-Hola chicas, os veo en problemas.
A buenas horas apareces, ¿eh?
—Sí, es que me demoro un poco, bueno, manos a la obra; necesitáis poneros guapas para el baile.
— ¿Nosotras?
— ¿Cómo habías pensado ayudarla con el príncipe, si no?
—-Es verdad, Remy, tienes razón; con todo este jaleo no lo había pensado.
—Entonces… (sacó una rama de su bolsillo y la agitó) Bidibi badibi bu.
—-Esto debería servir para vosotras, ahora un poco por allí y por allá. (Apuntó unos animalillos y unas calabazas).
De pronto apareció una carroza preciosa, justo como lo describe en el libro de mi padre, y me miré un momento y yo también llevaba un vestido y zapatos preciosos, ¡justo como Cenicienta, que también le había cambiado la ropa a un vestido azul como el del cuento!
Nos estábamos a punto de subir al carruaje justo cuando Remy nos dijo:
Eso sí, espero que te acuerdes de que el conjuro solo dura hasta medianoche; luego se deshará.
—Sí, sí me acuerdo. Adiós,Remy, gracias por la ayuda.
Justo después desaparecimos por el camino al palacio. Estábamos ya delante del hermoso castillo; era espectacular y al fin entramos. Estaban todos bailando, pero cuando entramos, todas las miradas se pusieron en nosotras. Bajamos la escalera y yo me fui a comer algo y cuando me giré vi al príncipe hablando con Cenicienta. Ella me miró como desconfiada de la situación, pero le dije que se divirtió y bailase con él y efectivamente ella lo hizo.
Iban pasando las horas y yo iba viendo lo perfecto que estaba saliendo todo. Me alegraba que, por fin, si esto acaba bien, me podría ir a casa. No estaba del todo segura al principio de querer volver a casa, pero al pasar las semanas (tiempo), me di cuenta de que añoraba mi casa y, en el fondo, al estar lejos de mi madre, decidí que también la extrañaba y que, cuando volviera, lo arreglaría todo entre nosotras.
Llegó la hora, era medianoche y fui a llamar a Cenicienta para volver a su casa, ¡pero no estaba en el salón de baile! Salí fuera a ver si estaba ya en el carruaje esperándome, y la vi con el príncipe, pero así no es como pasaba en la historia; los hechos tendrían que estar dentro bailando y ella correr porque se le acababa el tiempo del hechizo, pero no pasó eso. No me dio tiempo a sobre pensar por qué no había pasado lo de la historia original hasta que el príncipe golpeó a Cenicienta, quedando inconsciente, y la subió a un carruaje.
Corrí detrás del carruaje gritando a todo pulmón, pero no se detuvo, hasta que al final lo perdí de vista y yo quedé sola en el bosque sin saber por qué el príncipe había hecho eso y había sucedido así la historia, hasta que empezó a abrirse una grieta en el suelo de un tamaño descomunal y ahí supe que, si no lo arreglaba pronto, este mundo junto a mí se terminaría y pronto.
FIN