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La Flama del Canigó.

El foc és un dels quatre elements essencials per a la Humanitat, amb l’aigua, la terra i l’aire, i per això el trobem en els rituals i festes més importants. Però el foc no es dóna a l’home, sinó que l’ha de conquerir. No n’hi ha prou de conèixer-lo sinó que l’hem de saber encendre i conservar. Així, el domini del foc és una de les grans conquestes de la humanitat. La seva troballa ens caracteritza com a humans. I és tan important per a les nostres vides, que cada grup, cada cultura n’ha fet un nus simbòlic, molt poderós. El foc acompanya les nostres festes en la roda de l’any al voltant del sol, de manera que és present en els solsticis i equinoccis, com a centre de la festa.

També als Països Catalans el foc acompanya el seguiment de l’any amb una solemnitat que assenyala el pas de l’àmbit domèstic a tot l’entorn exterior, de manera gradual i creixent. El foc comença a l’hivern, en el fogaril de les cases, amb la soca o tió que presideix la llar i crema de Nadal fins a Any Nou. En aquells moments de fred, es porta la natura a casa i es concentra en la llar, que uneix totes les generacions, des de la més nova fins als avantpassats, a través del foc i el fum que s’enfilen xemeneia amunt.

Després, el foc surt a les places i carrers, de forma molt elaborada, com la de la Fia-Faia, o més tard, per Sant Antoni en tants pobles, en la construcció del Mai que s’encén, mentre Sant Antoni passa pel davall i en surt sa i estalvi, en la renovació i recreació de la societat. La crítica a la societat arriba per Sant Josep, omplint les places de València i altres ciutats, com omplirà el mateix centre de Berga en la Patum del Corpus o en els vells i nous correfocs de tantes Festes Majors.

El foc es va estenent pel calendari fins arribar al punt més alt, en el solstici d’estiu. Sant Joan o Sant Quirc, acompanyant tot el poble, que ha anat conquerint el seu entorn, lluitant amb les tenebres i els perills que l’assetgen. El foc de Sant Joan arriba als límits de la població, i en els llocs on es fan falles, els fallaires recorren els camins de la vila, tot dibuixant-los amb el foc, des dels límits del terme municipal.

En aquest recorregut al llarg de l’any, els pobles marquen les fronteres amb els possibles perills, els mals esperits, que durant l’hivern havien reduït el territori lliure per a l’home, fins a fer-lo refugiar dins de les cases. Ara, amb Sant Joan i el solstici d’estiu, la població arriba a la totalitat del seu territori, esfuriant les ombres i les pors. Els fallaires s’emocionen perquè saben que des del centre del poble, els estan veient amb la flama que porten, des dels llocs que han arrabassat a la nit, perquè tot allò que dibuixen amb el foc és la seva terra.

I això és el que passa amb la Flama del Canigó. No fem més que repetir un ritual local i antic, fent-lo arribar fins on sentim que formem part del mateix poble. Amb la flama, anem dibuixant i assenyalant el territori del nostre poble, que el fred i la foscor de la història no ens deixava albirar. No deixem que un altre hivern ens el torni més petit i poruc!

Josefina Roma

La Segunda Internacional.

  1. La expansión del mundo obrero. Nueva tentativa de unidad proletaria internacional.

La expansión geográfica. 1880 señala una nueva fase en el movimiento obrero internacional. El desarrollo de las sociedades industriales provoca unos cambios estructurales y además las fronteras del socialismo se agrandaron por todo el continente y empezaron a apreciarse en otros continentes, como el americano. Todo esto trae consigo el aumento, en proporciones considerables, del número de trabajadores y también la concentración de dichos obreros en grandes empresas. También hay que mencionar las profundas modificaciones estructurales del movimiento obrero a causa del nacimiento de nuevas categorías profesionales.

La expansión del sindicalismo. Este aumento de fuerzas obreras provoca el aumento del número de sindicatos y la formación de federaciones sobre base, no del oficio, sino de la industria en general. El hecho de que el desarrollo económico condicione el desenvolvimiento sindical obrero acarreó diferencias en los ritmos nacionales de industrialización y las formas de sindicalización. Esto provocó que las relaciones entre socialismo y sindicalismo estuviesen bien distinguidas.

La expansión del socialismo organizado. El socialismo logró un desarrollo numérico del mismo orden que el sindicalismo. De acuerdo con las conclusiones de la Conferencia de Londres de la AIT, el socialismo tendió a cristalizarse en partidos políticos autónomos, y esto hizo necesario que todos los partidos diseminados a escala nacional se fusionaran en partidos nacionales. Esta formación de partidos socialistas en el plano nacional e internacional trajo consigo violentas luchas entre las diferentes escuelas de la socialdemocracia marxista; pero en la práctica, la adaptación a las estructuras específicas de cada país determinó las particularidades de organización y funcionamiento de los partidos. El modelo teórico fue el Partido Socialdemócrata Alemán, fundado en 1875 en el Congreso de Unificación de Ghota. Este partido no era modelo desde el punto de vista de su organización, sino en cuanto a la noción misma de partido, determinado por la conciencia del papel motor y dirigente que desempeña, respecto a las fuerzas proletarias, espíritu marxista. El modelo belga se distinguió por su estructura de organización, ya que el Partido Obrero Belga (1885) era una federación de tres clases de organización obrera: secciones socialistas, secciones sindicales y cooperativas de consumo; y todas dirigidas por un Consejo General constituido por los delegados de cada rama. En Francia, hasta finales del siglo XIX, no hubo un partido, sino una pluralidad de partidos. En Inglaterra, la amplitud que tomó el movimiento trade-unionista fue tan vasto que impidió durante mucho tiempo la aparición de un socialismo autónomo. La noción de partido se extendió también a los países de estructura agraria, tras haber triunfado en los países en vías de industrialización.

La expansión de la influencia socialista. El socialismo penetraba en la opinión pública cada vez más, pero el advenimiento de la sociedad industrial, que se traducía en el advenimiento del parlamentarismo, hizo que debiera reflejarse la conquista de la opinión pública en la composición de los parlamentos nacionales. Esta expansión del socialismo europeo trajo consigo la cuestión de la reanudación de las relaciones internacionales, la Internacional, debiendo ser el estado mayor del ejército proletario y el internacionalismo la vía que conduciría a la revolución. La Internacional fijaba el objetivo a alcanzar, pero para eso tuvo que salvar varios obstáculos a causa de la diversidad nacional debido a variadas coyunturas, fuerzas y tendencias obreras y al mismo tiempo sin trabar la autonomía de cada país. Este período de la historia del socialismo que comienza después de la Comuna y termina en agosto de 1914, determinaron la especificidad institucional y las formas de manifestación de la II Internacional.

2. La creación de la II Internacional.

Las tentativas de reconstruir la AIT. La idea de reunir a los representantes de las organizaciones obreras y los socialistas se debatió varias veces en los años siguientes a la disolución de la AIT. Pero sus esfuerzos resultaron baldíos por causa de la oposición de la socialdemocracia alemana y, especialmente, de Marx y Engels, para quienes el problema no residía en volver a un estado de cosas ya superado, sino crear partidos poderosos y coherentes en los países decisivos de la Europa occidental, Inglaterra, Alemania y Francia.

Engels tenía varias razones para explicar su posición. En primer lugar, el fracaso de la Comuna sugería que el advenimiento de la revolución no se situaba a corto plazo. En segundo lugar, el carácter de masa de los movimientos obreros y socialistas de los países en vías de industrialización, acentuándose la necesidad de adaptar para cada uno de ellos, según su coyuntura nacional, su táctica política. Pero sobre todo era la pluralidad de escuelas socialistas y la discordia en sus programas lo que entrañaba el riesgo de forzar de nuevo a los dirigentes del marxismo a luchar por la dirección del movimiento como en los tiempos de la I Internacional. Ciertamente, el marxismo se había impuesto como corriente dominante, y Engels impidió que las divergencias de interpretación del pensamiento marxista tomasen un giro público. Aunque en la Europa central el marxismo era preeminente, en otras partes debía vencer la resistencia de las demás corrientes socialistas. Por eso, en torno a Engels y dirigidos por él, se agruparon teóricos que conducen una ardiente polémica doctrinal contra las ideologías y grupos socialistas no marxistas; en particular contra los anarquistas y los neobakunistas – localizados en los países latinos, en Rusia, en Holanda – que, disponiendo de una audiencia internacional, buscan refuerzo cerca de aliados ocasionales como el trade-unionismo inglés o el posibilismo francés.

El Congreso de París (1889). En el transcurso del año 1888, y con ocasión del centenario de la toma de la Bastilla, se registran dos iniciativas para lograr la convocatoria de un Congreso Internacional en París. La primera, formulada por el partido alemán, la hizo suya el Partido Obrero Francés (guesdistas). La segunda lo fue por la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia (posibilistas) que previamente se habían asegurado el  apoyo de las Trade-Unions inglesas. Esta querella francesa es también internacional. Los socialistas belgas y suizos, así como los líderes alemanes Liebknecht y Bebel buscan en vano una solución de compromiso. Finalmente, dos Congresos paralelos y rivales se reunieron en París del 14 al 21 de julio de 1889, uno de tendencia marxista (llamado “de la sala Pétrelle”), y el otro posibilista (llamado “de la calle de lancry”).

En el Congreso de la sala Pétrelle fue donde se creó la II Internacional (organizado por los guesdistas, los blanquistas y la Federación de las Cámaras Sindicales de París). Reunidos por primera vez al cabo de diecisiete años, los delegados de veintitrés países, tras exponer los progresos realizados en sus países, ensalzaron la vocación internacionalista del movimiento. Sin embargo, la oposición de los socialdemócratas marxistas, hizo fracasar la tentativa de reconstruir la antigua Internacional (del Partido Socialdemócrata Alemán en primer lugar).

En el Congreso posibilista, las divisiones sobrevenidas en el seno del grupo posibilista permitieron que en 1890, y gracias a la habilidad de Engels, se reuniera en Bruselas, del 18 al 23 de agosto de 1891, un solo congreso que terminó con la victoria del marxismo, tanto en los principios, como en la táctica.

La resurrección de la Internacional. En el Congreso de Bruselas se reconoció el renacimiento de la Internacional, pero su concepción y funcionamiento se impusieron en una nueva forma. Al contrario de la AIT, se rehúsa dar una estructura centralizada e incluso se afirma como una organización permanente. Federación de partidos y de grupos nacionales autónomos, asegura las relaciones internacionales entre los movimientos de los diversos países en forma de Congresos internacionales – cada tres años -, que se denominan “futuro parlamento del proletariado”. Los dirigentes socialistas del mundo entero encuentran una tribuna representativa en estas asambleas para plantear los términos del movimiento en términos europeos, zanjar cuestiones de principio y extraer soluciones políticas y métodos de acción. Las resoluciones son tomadas como normas de la acción socialista, ejerciendo una influencia de orden moral, en la definición del programa y la política de partido. Hay que destacar que los Congresos internacionales evitan intervenir en asuntos internos de las secciones nacionales que conservan su competencia en materia táctica.

En resumidas cuentas, el rasgo propio de la II Internacional es la pertenencia a una misma institución de representantes de todas las tendencias socialistas y su preocupación por respetar la autonomía de las secciones nacionales.

Tradiciones e innovaciones. El primer período de la historia de la II Internacional abarca los dos últimos decenios del siglo XIX, teniendo que hacer frente a una atmósfera tradicional y a nuevos problemas. Los militantes de la antigua internacional agravan esta situación. Lo que ante todo sigue siendo tradicional es la perspectiva: hasta finales del siglo, el mundo socialista cree en la viabilidad a corto plazo de la revolución proletaria, por tanto la tarea del socialismo es organizar al proletariado con vistas al último asalto, siendo el papel de la Internacional, la coordinación de la batalla desarrollada a escala nacional. La nueva, en el contexto de las grandes luchas sociales, es el amplísimo lugar que ocupan las reivindicaciones inmediatas del proletariado industrial. Esto replantea la cuestión de la dialéctica de las luchas económico-políticas planteadas ya en la AIT (El ejército internacional proletario triunfaría primero al conseguir su emancipación económica, que a su vez debería asegurar su emancipación política, o bien conquistaría el poder político, el cual permitiría seguidamente su emancipación íntegra).

La lucha contra los anarquistas. Esta doctrina fue el sustrato de todos los debates internacionales; la corriente anarquista, con las tendencias hostiles al marxismo (trade-unionismo, posibilismo), sostenía el primer punto de vista. Los anarquistas se vieron en primer lugar excluidos del Congreso de Bruselas (agosto de 1891). En segundo lugar, el Congreso celebrado en Zurich del 6 al 12 de agosto de 1893, adoptó la moción de Bebel, tras la expulsión de los delegados anarquistas alemanes: son admitidos en el Congreso todos los sindicatos profesionales obreros así como aquellos partidos y asociaciones socialistas que reconocen la necesidad de la organización obrera y la acción política. Pero en el Congreso de Londres (26 de julio a 2 de agosto de 1896) fue necesario entablar debates tumultuosos para decidir la expulsión de los anarquistas que rechazaban la acción legislativa y parlamentaria como medio de combate en la lucha anticapitalista. Los resultados de la lucha contra los anarquistas desembocaron en la consagración de la preponderancia del partido en tanto que forma superior de organización y de acción obreras. Por este motivo, en el Congreso de París de 1889, son aún, los componentes de la Internacional, múltiples y predominan en él representantes de las organizaciones obreras y sindicales, la organización en partidos nacionales pasa a ser la regla general a fines del siglo XIX. Ahora bien, el proceso de separación del partido de todas las demás formas de organización obrera conduce al propio tiempo a replantear la cuestión de las relaciones entre él y los sindicatos especialmente.

La Internacional y los sindicatos. En este punto, la Internacional se dividió en tres fracciones en cuanto a la oportunidad de admitir en su seno a las organizaciones sindicales. Los socialdemócratas alemanes impusieron su punto de vista en los cuatro primeros congresos, de donde cristalizaron las formas modernas de organización profesional (federaciones, confederaciones, etc.). Pero una fracción del socialismo francés se declaró resuelta a mantener el carácter político de los Congresos internacionales, y separándose de ambas posturas, los trade-unionistas ingleses, apoyados por los sindicalistas franceses, solicitaron que se hiciese una distinción entre partidos y sindicatos cuyo tipo de organización obrera estuviera para los dos en un mismo plano de igualdad.

En en Congreso de Londres de 1896 se llegaron a unos compromisos efímeros, y a partir de 1900, en el plano internacional, se consumó la separación entre el movimiento socialista y el sindical, aunque se siguió discutiendo en los Congresos Internacionales problemas y cuestiones sindicales.

3. La alternativa: reforma o revolución. La división de la Internacional.

En el capitalismo se produce una nueva fase, la del imperialismo, produciendo un nuevo crecimiento de las fuerzas del socialismo. La Internacional entra en una segunda fase de su historia, reuniendo grandes partidos nacionales, políticamente influyentes y numéricamente poderosos.

Se establecen las instituciones de la Internacional. Tras diez años de tanteos, la nueva Internacional se afirma como una organización universalmente reconocida y por tanto debía consolidar su armazón, y por eso, en el Congreso Internacional de París de 1900, se decidió la creación del Buró Socialista Internacional (BSI), cuya misión fue asegurar las actividades de la Internacional en el intervalo de los congresos, participando en sus reuniones anuales personalidades del socialismo de la época. Por iniciativa del BSI se decidió, en 1904, la constitución de una Comisión Socialista Interparlamentaria, con la misión de coordinar las actividades parlamentarias socialistas de todo el mundo.

La crisis revisionista. En el ámbito ideológico se produce también, y debido al viraje del siglo XIX, la crisis revisionista. Cuando era más necesario desarrollar un esfuerzo teórico, se produjo la muerte de Engels, en 1895, que gozaba de una autoridad universal e indiscutible. Es entonces cuando E. Bernstein reflexiona sobre el marxismo, que él estima superado por la evolución de la sociedad moderna, y sugiere su sistemática puesta al día en una obra titulada “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”. En ella preconiza el establecimiento de relaciones pacíficas entre las naciones y las clases, un socialismo fundado en la convicción de que el capitalismo debe evolucionar progresivamente y pacíficamente hacia el socialismo. Concluye que es menester emanciparse de una fraseología superada por los hechos y aceptar ser un partido de reformas socialistas y democráticas. Esto le conduce a rehusar que el proletariado reivindique la exclusividad del poder, por no estar lo bastante desarrollado para asumirlo. Por tanto la socialdemocracia debe aliarse con la izquierda, para alcanzar el socialismo por un proceso de reformas para transformar la sociedad capitalista.

En defensa del marxismo y contra Bernstein, tomaron posición las grandes personalidades de la socialdemocracia. Kautsky afirma que la calma es provisional y la aparición del imperialismo agravará el antagonismo entre clases. En cambio, el ala izquierda alemana se muestra deseosa de renovación, pero en el marco del marxismo y para eliminar toda tentación reformista.

El Congreso de París (23-27 de septiembre de 1900). El caso Millerand, en Francia, da al Congreso una dimensión práctica a la discusión hasta entonces teórica. El Congreso se ve obligado a centrar sus trabajos en la estrategia propicia para la conquista del poder político y de la táctica correspondiente al problema de las alianzas con los partidos burgueses. Los debates apasionados terminan con una resolución de compromiso. En materia de táctica, la Internacional deja libres las manos a sus secciones; por lo tanto, la entrada de los socialistas en un gobierno burgués sólo es un expediente “forzado, transitorio y excepcional”. En lo tocante a la cuestión de las alianzas se produce la misma ambigüedad.

El Congreso de Amsterdam (14-20 de agosto de 1904). La sutil resolución de Kautsky no ponía fin a la lucha entre las tendencias: “La conquista del poder político por el proletariado se producirá por un largo y penoso trabajo de organización proletaria en el terreno económico-político, de la regeneración de la clase obrera y de la conquista de las municipalidades y de las asambleas legislativas”. En 1903 el Partido Socialdemócrata Alemán, reunido en el Congreso de Dresde, termina sus sesiones con la derrota de los partidarios de Bernstein y vota una resolución cuyo texto es presentado en el Congreso de Amsterdam y finalmente aprobado. El Congreso condena enérgicamente a las tendencias revisionistas que intentan cambiar la táctica que se basa en la lucha de clases. Otra resolución sobre la huelga general consumó la derrota del revisionismo. Algunos meses después, la primera revolución rusa, acentuaba más la radicalización del movimiento obrero.

La Revolución Rusa de 1905. Marx y Engels ya habían subrayado que la caída del zarismo liquidaría el baluarte de la contrarrevolución en Europa. La II Internacional también había fustigado la aristocracia rusa. A su vez, tras el “Domingo Rojo”, el BSI apela a la opinión pública. El movimiento revolucionario ruso exaltaron las huelgas reivindicativas occidentales. Con su preconización de nuevas formas de lucha – huelgas generales políticas y soviets – demostró la necesidad de una estrategia revolucionaria y de una táctica fundada en la lucha de clases. Pero la derrota final de la revolución y el descorazonamiento de los socialistas rusos, hicieron inclinar la balanza a favor de los moderados. El reformismo vuelve al ataque, pero sin un brillo doctrinal excesivo.

4. La lucha de las tendencias.

Desde 1900, la lucha entre las diferentes tendencias constituye la trama de los debates de la Internacional. De hecho, las discusiones sobre los problemas tácticos revelaban la naturaleza de las divergencias que separaban a los reformistas, los ortodoxos, los radicales y los sindicalistas revolucionarios acerca de la significación de la reivindicación proletaria del socialismo.

Partidos y sindicatos. En Stuttgart (18-24 de agosto de 1907) la cristalización de las tendencias dificulta la prosecución del diálogo, sobre todo a propósito de las dos centrales cuestiones inscritas en el orden del día. Es ante todo la cuestión de las relaciones entre partidos y sindicatos, pero su significación ha cambiado porque en el siglo XIX solo se trataba el socialismo en el movimiento obrero, pero ahora había que precisar la naturaleza de las relaciones entre las dos instituciones. Por tanto se oponen dos tesis esenciales: la primera entiende mantener la autonomía completa de los sindicatos respecto a los partidos; la segunda, colocar los sindicatos bajo la dirección política de los partidos. La resolución que cierra el Congreso no es más que un compromiso verbal: los sindicatos cumplirán su deber en la lucha de emancipación de los obreros a condición de que sus actos se inspiren en un espíritu socialista. El Partido tiene el deber de ayudar a los sindicatos en la lucha por la mejora de la condición social de los trabajadores.

La Internacional y la cuestión colonial. La cuestión colonial ya figuraba en el orden del día del Congreso Internacional de 1900. El análisis socialista seguía reduciendo el fenómeno colonial al de la expansión del capitalismo. Correspondió a H. van Kol reclamar en Stuttgart que la Europa capitalista asumiera una misión civilizadora a fin de acelerar, mediante la colonización, la evolución de los países subdesarrollados. La mayoría rechazó esta tesis y se atuvo a un anticolonialismo en contra del racismo y la opresión. En la resolución final, el Congreso se fija como tarea educar a los colonizados para hacerlos aptos a la independencia; trata el tema el del colonialismo desde el ángulo de la defensa de la paz entre las grandes potencias europeas.

La lucha por la paz. Este es el punto de tensiones, entre las tendencias, más críticas. Desde 1900, tanto los congresos como la actividad del BSI intentan lanzar las fuerzas del socialismo internacional en la lucha por preservar a la clase obrera de una lucha o guerra local o generalizada. El movimiento socialista veía la guerra como un fenómeno directamente derivado del capitalismo, pero discrepaba en los métodos de combate contra ella. En 1905, Vaillant sometió al BSI una proposición en la que se preveía que los partidos socialistas internacionales examinaran las medidas a tomar: primero por los partidos de los países afectados y segundo, conjuntamente por todo el partido socialista internacional, mediante una acción concertada, con objeto de prevenir e impedir toda guerra. En 1907, la acción del proletariado contra la guerra figuró en la orden del día del Congreso de Stuttgart, reapareciendo nuevos antagonismos, y manifestándose por primera vez la radical oposición entre dos dialécticas: la que replica la guerra con la paz y la que responde con la revolución. Bebel exige que se distinga entre guerra ofensiva y guerra defensiva, en tanto que Adler afirma que el socialismo internacional debe dar al proletariado tal conciencia que la guerra se haga imposible, impidiéndola, mejor que detenerla cuando haya estallado. Franceses y alemanes se entendieron sobre la perspectiva general de una acción preventiva contra la guerra, al adoptar la famosa consigna de “guerra a la guerra”. El Congreso declara: ante la guerra, a la amenaza de tal, es deber de la clase obrera, los parlamentos del Buró Internacional, etc., realizar todos los esfuerzos para impedir la guerra mediante los medios que les parezca adecuados, variando según la lucha de clases y la situación política general. En el polo opuesto de este pacifismo esencial, la minoría de izquierda formula la alternativa revolucionaria. Estos presentan una enmienda que fue adoptada: en caso de estallar la guerra, tiene el deber de intervenir para cesarla, utilizando la crisis económica y política creada por ésta, a fin de agitar a las capas populares y precipitar la caída de la dominación capitalista.

Los medios quedaban por definir, y de ello se trató en Copenhague, del 28 al 30 de septiembre de 1910 que llevó al zénit la II Internacional. El debate gira en torno a las cuestiones de arbitraje y de desarme. Se sugiere, en una enmienda, la huelga general, sobre todo en las industrias que suministran a la guerra sus instrumentos, así como la agitación y la acción popular en sus formas más activas. Se decide debatir dichas cuestiones nuevamente en las sesiones que la Internacional debe celebrar en Viena en 1913, pero estas sesiones, primero son aplazadas, y posteriormente suspendidas sine die. Entre tanto el BSI intenta movilizar a la opinión pública internacional por medio de manifestaciones con ocasión de crisis cada vez más frecuentes y graves que ponen en peligro la paz europea. Cuando estalla la guerra balcánica, el BSI apela al recurso supremo, convocando con urgencia en Basilea, los días 24-25 de noviembre de 1912, un congreso extraordinario. La acción concordante del proletariado mundial quizá contribuyó al feliz desenlace de la crisis balcánica. La Internacional creyó que el peligro de la guerra se alejaba, y cuando estalla la crisis en julio de 1914, es acogida con sorpresa. El BSI no tarda en reunirse en Bruselas los días 29-30 de julio, tomándose la decisión de convocar el Congreso Internacional en París para el día 9 de agosto.

La Segunda República.

1. INTRODUCCIÓN

Entre otras figuras políticas antimonárquicas, habían suscrito El Pacto de San Sebastián, Lerroux, Prieto, Azaña y Alcalá Zamora, que fue nombrado presidente del Comité revolucionario.

Cuando el 14 de abril de 1931 fue proclamada la República, este Comité se convirtió en gobierno provisional, presidido también por Alcalá Zamora, cuyo programa de actuación (reforma agraria, libertad de cultos, respeto a la propiedad privada) estaba basado en las decisiones del Pacto. Inmediatamente, se convocaron elecciones para unas Cortes constituyentes (mediante sufragio universal de los varones mayores de 23 años), ya que el nuevo régimen no podía sustentarse sobre la base de la Constitución de 1876. Antes de celebrarse las elecciones (convocadas para finales de junio) hubo graves problemas de orden público (quema de conventos en Madrid, huelga en la Telefónica, amenazas de la derecha), que obligó a promulgar una Ley de defensa de la República.

2. LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LA CONSTITUCIÓN

A lo largo de la campaña para las elecciones se fueron perfilando los distintos partidos políticos, que agruparemos en derechas, centro e izquierdas. Incluiremos también en esta visión de conjunto algunos partidos formados posteriormente.

1. Los partidos de derechas.

Los defensores de la monarquía se hallaban divididos entre carlistas y alfonsinos, lo que mermó sus fuerzas y más aún si tenemos en cuenta que muchos monárquicos se adscribieron a otros partidos de derechas que acataban el régimen republicano.

Los carlistas se agruparon en la Comunión Tradicionalista, de carácter abiertamente antirrepublicano, que reunía a los políticos más conservadores y esgrimía la cuestión de los fueros. Los monárquicos alfonsinos no constituyeron hasta 1933 su partido Renovación Española, del que llegaría a ser dirigente José Calvo Sotelo. Entre estos dos partidos monárquicos actuó de enlace el grupo Acción Española, del que formaba parte Ramiro de Maeztu.

Entre los partidos derechistas que acataron la Constitución se encontraban el Partido Agrario, que aglutinaba a los agricultores medios de Castilla y León, y el Partido Liberal Demócrata, portavoz del mundo financiero. El partido más eficaz de las derechas iba a ser Acción Popular, que contaba con un programa de política social católica, bajo la inspiración del cardenal Herrera Popular pretendía atraerse a la juventud y a las masas obreras frente al socialismo y en 1933 se fundió con la Derecha Regional Valenciana para constituir la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas).

También en 1933 nació Falange Española, fundada por José Antonio Primo de Rivera, el hijo del Dictador, y fusionada posteriormente con las preexistentes Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas (JONS), constituidas en Valladolid.

Entre los partidos autonomistas se incluye en el grupo de las derechas la Liga Regionalista de Catalunya, cuyo nacimiento a principios de siglo ya conocemos y que en este momento defendía las aspiraciones autonomistas de la alta burguesía catalana, representada por su dirigente Cambó.

2. Los partidos de centro.

Los dos grandes partidos de centro fueron el Partido Radical y el constituido por los republicanos moderados. El Partido Radical de Lerroux tenía unas bases ideológicas muy débiles (anticlericalismo) y una excesiva demagogia que le hizo perder sus mejores hombres. Sin embargo, el partido lerrouxista contaría con suficientes votos para que su jefe pudiera ser presidente del Gobierno en tres ocasiones, aunque inclinándose cada vez más a la derecha.

Entre las figuras del republicanismo moderado se encontraban Miguel Maura, hijo de don Antonio y Niceto Alcalá Zamora, republicanos recientes y fundadores, respectivamente, del Partido Republicano Conservador y del Partido Progresista. Alcalá Zamora, que sería primer Presidente de la República, era un terrateniente andaluz y abogado católico, muy apreciado en los medios políticos moderados del país. Después de haber sido desposeído de su cargo por las Cortes, marchó a Francia y a Argentina, donde murió en 1942.

3. Los partidos de izquierdas.

Entre los partidos de izquierdas destacó Acción Republicana, fundado por Manuel de Azaña, que no quiso adherirse al partido radical de Lerroux y prefirió la colaboración con los socialistas. Posteriormente, este partido pasó a denominarse Izquierda Republicana. Azaña, abogado y escritor de gran prestigio entre los republicanos, llevó a cabo una amplia labor reformista como ministro y jefe de gobierno, pero como presidente de la República se vio desbordado pos las discusiones de partido y el desorden público. Al terminar la guerra pasó a Francia, donde murió en 1940.

Entre los partidos obreristas destaca el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), quizás el mejor organizado entre las izquierdas, que contaba con el apoyo de un poderoso sindicato, la UGT. Entre sus figuras más importantes se cuentan Julián Besteiro, Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, secretario general de la UGT.

El Partido Comunista de España tenía todavía muy poca fuerza en 1936, cuando la victoria del Frente Popular le permitirá desarrollarse en el escenario político. Junto con los comunistas, los anarquistas constituían el elemento más extremista de las izquierdas. Por su ideología apolítica, los anarquistas no constituían un partido político, sino que como ya sabemos, se hallaban agrupados en la Federación Anarquista Ibérica (FAI), que intervino en varias acciones violentas. Un dirigente de la CNT, Ángel Pestaña, fundó en 1933 el Partido Sindicalista.

Entre los partidos autonomistas de izquierdas alcanzó gran importancia Esquerra Republicana de Catalunya, dirigido sucesivamente por los dos presidentes de la Generalitat, Macià y Companys, que en su enfrentamiento a la Lliga dieron a la Esquerra un matiz social además de catalanista. Otros partidos regionalistas fueron el Partido Catalanista Republicano y la Organización Regional Gallega Autónoma, cuyo dirigente, Casares Quiroga, se unió a Azaña en Izquierda Republicana. En el País Vasco, el Partido Nacionalista Vasco comenzó colaborando con los carlistas, pero se fue corriendo hacia la izquierda en consecución de su principal reivindicación: la autonomía.

4. Las elecciones.

Las elecciones para las constituyentes de 1931 alcanzaron una participación del 65 por 100 del electorado y dieron mayoría en los escaños a los socialistas y los republicanos:

 

CUADRO 1________________________________________________________

DISTRIBUCIÓN DE LOS ESCAÑOS PARLAMENTARIOS EN EL CONGRESO DE DIPUTADOS

ELECCIONES 1931

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partidos                                            nº escaños

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Socialistas                                              117

Radicales                                                  93

Radical-Socialistas                               59

Monárquicos                                           36

Esquerra                                                    32

Acción Republicana                             27

Progresistas                                             27

Partidos de Derechas Agrarios        26

ORGA                                                           16

Agrupación al Servicio de la República  14

Federales e Independientes de Izquierda  14

Vasco-Navarros                                      14

Liberales Demócratas                             6

Lliga                                                                3

TOTAL                                                          484

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Fuente: Tamames, R. “La República. La era de Franco”

5. La Constitución de 1931.

Entre las cuestiones que se discutieron en las Cortes hubo dos que dieron lugar a un mayor apasionamiento: las relaciones Iglesia-Estado y la autonomía de las regiones. Los artículos anticlericales de la Constitución, defendidos por Azaña y por los socialistas, triunfaron a pesar de la oposición de los moderados, por lo que Alcalá Zamora dimitió, haciéndose cargo Azaña del gobierno provisional.

El artículo primero de la Constitución, aprobada en diciembre de 1931, exponía sus principios básicos: “España es una república democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de libertad y de justicia. Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo. La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los municipios y de las regiones”.

Lo que podríamos llamar declaración de derechos de los españoles incluía: libertad religiosa, de expresión, reunión, asociación y petición, el derecho de libre residencia y de circulación y de elección de profesión, inviolabilidad de domicilio y de correspondencia. Por otro lado, se suprimía todo privilegio de clase social y de riqueza, lo que equivalía a anular la nobleza como entidad jurídica. Se apuntaba también la posibilidad de socialización de la propiedad y de los principales servicios públicos, aunque en definitiva los proyectos de nacionalización de la tierra, las minas, los bancos y los ferrocarriles nunca se llevaron a cabo.

En cuanto a las Cortes, quedaban constituidas en un único Congreso de diputados, elegidos para cuatro años por sufragio universal, incluso femenino. Además de sus funciones legislativas y de apoyo al ejecutivo, las Cortes debían elegir, conjuntamente con un número de compromisarios igual al de diputados, elegidos por sufragio universal, al presidente de la República, con un mandato de seis años.

3. EL ENFRENTAMIENTO CON LOS PROBLEMAS POR PARTE DE LA REPÚBLICA DE IZQUIERDAS.

La Constitución había resultado un triunfo de los republicanos de izquierda, dirigidos por Azaña, y de los socialistas. Por ello, fueron estos dos grupos quienes iniciaron la labor de poner en marcha la República, aunque las Cortes nombraron presidente a Alcalá Zamora, quien confirmó en la jefatura del gobierno a Azaña.

Durante dos años, hasta fines de 1933, azañistas y socialistas intentaron encontrar solución a los principales problemas del país, pero el problema religioso agrandó la separación entre derechas y izquierdas, mientras los partidos en el poder se veían atacados desde la derecha porque pretendían hacer demasiadas reformas (pronunciamiento fracasado del general Sanjurjo en agosto de 1932) y desde la izquierda, que los acusaba de hacerlas con demasiada lentitud (movimiento revolucionario anarquista de la zona industrial del Llobregat en enero de 1932). Los problemas a que se enfrentó la república de izquierdas son fundamentalmente el religioso, militar, social, agrario, y los de la enseñanza y la cultura.

1. El problema religioso.

La cuestión religiosa, que ya había originado graves conflictos durante el reinado de Alfonso XIII, se agravó durante este período. Aunque la fuerza del anticlericalismo era muy grande, también el catolicismo seguía arraigado en amplios núcleos de la población. En relación con la separación Iglesia-Estado, se promulgó la extinción en dos años del presupuesto del clero y culto y el sometimiento de las órdenes religiosas a una ley especial.

A lo largo de 1932 y 1933 se fueron promulgando una serie de leyes y decretos complementarios: disolución de la Compañía de Jesús y confiscación de sus bienes; matrimonio civil, divorcio y secularización de cementerios; prohibición de la enseñanza a las órdenes religiosas. Esto último fue un gran fallo de previsión, puesto que el Estado no contaba con aulas ni profesores ni con medios para hacerse cargo de toda la enseñanza del país.

Todo esto significó una situación de constante oposición entre la Iglesia y la República, como quedó bien patente con la expulsión del país del cardenal Segura, primado de España, por su actitud abiertamente antirrepublicana.

Nada de esto pudo acabar con la fuerza interna de la Iglesia, que intervino en el juego político a través de Acción Popular.

2. El problema militar.

El ejército, que se había mostrado abiertamente monárquico durante la crisis de 1917, podía representar un peligro para el régimen republicano. Así opinaba Azaña, quien durante su jefatura de gobierno desempeñaba la cartera el Ministerio de la Guerra y era partidario de llegar a conseguir un régimen político desmilitarizado.

El ejército español adolecía en este momento de un exceso de oficialidad (más de 20.000 oficiales para 100.000 hombres) y de material escaso y anticuado, aunque el ejército de África estaba más modernizado y su oficialidad estaba técnicamente más preparada.

Azaña decidió llevar a cabo rápidamente una depuración pacífica del ejército: la llamada “Ley Azaña” (abril de 1931) admitía el retiro, con el sueldo íntegro, de todos los generales y oficiales que no quisieran prestar juramento de fidelidad a la República. Casi la mitad de los posibles beneficiarios se acogieron a la Ley, con lo cual se resolvió el problema del exceso de oficialidad y la República se aseguraba la lealtad del ejército.

Algunas disposiciones complementarias tendieron a continuar la “republicanización del ejército”: régimen de reclutamiento, posibilidades de ascenso, cierre de la Academia militar de Zaragoza, desmilitarización de Marruecos, que pasó a depender de la administración civil. Sin embargo, en el ejército siguió existiendo un foco antirrepublicano, como demostró el pronunciamiento de Sanjurjo y la creación de un organismo secreto, Unión Militar Española, ante la posición antimilitarista del gobierno.

3. El problema regional.

La cuestión de la diversidad nacional dentro de España fue uno de los primeros problemas que tuvo que plantearse la República, pues en Barcelona la República había sido proclamada horas antes que en Madrid por Macià, dirigente de la Esquerra y del “Estat Català”, crisis que fue resuelta por dos ministros catalanes del gobierno provisional.

La Constitución mencionaba la posibilidad de conceder autonomía a las regiones que lo solicitasen y, celebrado un plebiscito en Catalunya, sobre el proyecto de un estatuto regional, fue favorable en más del 90 por 100.

Así pues, se inició en las Cortes el estudio de esta cuestión, que se alargó durante casi todo el año 1932 y fue muy debatido por la fuerza que poseían los partidarios del Estado unitario, a pesar de que Azaña era gran defensor del proyecto. El pronunciamiento de Sanjurjo contribuyó a reforzar la posición de las izquierdas y esto favoreció la aprobación con alguna modificación del Estatuto de Catalunya por las Cortes en septiembre.

Mediante el Estatuto, Catalunya se convertía en región autónoma, que sería regida por un gobierno propio, la Generalitat, formada por un presidente, un parlamento y un consejo ejecutivo. La Generalitat tendría facultades legislativas y ejecutivas en hacienda, economía, educación y cultura, transportes y comunicaciones, y el gobierno de la República se encargaría de las relaciones exteriores, el orden público y el ejército. Catalán y castellano serían los idiomas oficiales de Catalunya. Macià fue elegido presidente de la Generalitat, siendo sustituido a su muerte por Lluís Companys, hasta entonces presidente del parlamento.

En el País Vasco y Navarra también tenía mucha fuerza el movimiento autonomista, pero estas regiones estaban preocupadas al mismo tiempo por conservar lo que quedaba de sus antiguos fueros. El carácter fuertemente confesional del Partido Nacionalista Vasco dificultó las conversaciones con el gobierno de izquierdas sobre el futuro estatuto de Euskadi, que no llegó a ser aprobado hasta 1936.

Otras regiones (Aragón, Castilla la Vieja-León, Valencia, Galicia, Baleares, Andalucía) iniciaron también estudios y proyectos para conseguir su autonomía, pero no llegaron a realizarse.

4. El problema social.

Recordemos los puntos esenciales de la situación económica de la España republicana: incidencia de la crisis económica mundial de 1929 que repercute en la disminución de la producción minera y en el estancamiento de la industria textil y siderúrgica. De ahí que el paro obrero constituya uno de los elementos dominantes del panorama social entre 1931 y 1936:

 

CUADRO 2________________________________________________________

 

EVOLUCIÓN DEL PARO FORZOSO EN ESPAÑA 1932-1936

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1932 (I)                                   389.000

1932 (VI)                                 446.263

1933 (XII)                                618.947

1934 (XII)                                667.898

1935 (XII)                                674.161

1936 (VI)                                 801.322

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Fuente: Tamames, R. “La República. La era de Franco”

La legislación laboral alcanzó gran amplitud durante los dos primeros años de la República, siendo ministro de Trabajo el socialista Largo Caballero: leyes de jornada máxima, de contratación laboral, de jurados mixtos, de accidentes en la agricultura, regulación del derecho a la huelga.

Seguía una línea única. En los socialistas de la UGT se advierten dos tendencias: un grupo desea mantener un socialismo “académico”, con un desarrollo social pausado, mientras otros eran partidarios de un proceso rápido, temerosos de los progresos de la CNT, pero no del comunismo, cuyo ámbito de acción era aún reducido. En la práctica, el socialismo sólo presentó una actitud de oposición violenta durante el bienio derechista. En cuanto al anarquismo, se advierten también dos tendencias: la que se negaba a aceptar ningún tipo de programa y la sindicalista, postulada por Ángel Pestaña y Juan Peiró. En general, la oposición anarquista a la República fue muy violenta, por medio de huelgas y sabotajes.

 

CUADRO 3________________________________________________________

HUELGAS EN ESPAÑA (1931-1935)

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Años     Número de huelgas       Número de obrero           Total de la

declaradas en el año     huelguistas       empresa          jornadas perdidas

1931            734                         236.177                287.711                3.843.260

1932            681                         269.104                443.512                3.589.473

1933          1.127                        843.303              937.368               14.440.629

1934            594                         741.878                                                  11.115.318

1935            164                           32.800

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Fuente: Tamames, R. “La República. La era de Franco”

5. El problema agrario.

Junto con la autonomía de Catalunya, la cuestión de la reforma agraria fue el otro gran problema vigente desde el primer momento de proclamación de la República, discutido por las Cortes a lo largo de 1932 y aprobado también como contestación al pronunciamiento de Sanjurjo. El gobierno provisional promulgó durante 1931 varios decretos, encaminados a evitar una posible insurrección en el campo y a preparar la reforma agraria (congelación de arrendamientos, jornada laboral de ocho horas, métodos de contratación de trabajadores).

La ley establecía la expropiación con indemnización de las grandes fincas que no fuesen directamente cultivadas por sus dueños, así como las incultas y las de regadío no regadas, para ser repartidas entre familias de campesinos o entre colectividades de agricultores. Las tierras de la nobleza y las de los que habían participado en el levantamiento del general Sanjurjo fueron confiscadas sin indemnización.

Para llevar a cabo la redistribución de las tierras se creó el Instituto de Reforma Agraria, del que dependían las juntas provinciales y las comunidades de campesinos. Se otorgó al Instituto un crédito anual de 50 millones de pesetas y se proyectó asentar anualmente de 60 a 75 mil campesinos.

El mecanismo de actuación sería el siguiente: las tierras expropiadas o confiscadas pasaban a ser propiedad del Instituto, que las transfería a las juntas provinciales, que a su vez las entregaban a las comunidades de campesinos, para su explotación colectiva o individual, según hubiesen decidido previamente los campesinos. Los problemas que se presentaron para la realización de esta labor fueron numerosos y graves, sin contar con la oposición de los terratenientes expropiados o confiscados: el carácter excesivamente burocrático del Instituto, la falta de datos para conocer las tierras pertenecientes a un mismo dueño, la falta de estudios previos sobre calidad y rendimientos de la tierra, la exclusión de las tierras de pastos, con las que se marginaba la ganadería. En definitiva, en vez de los 60.000 campesinos asentados anualmente que se había proyectado, después de dos años de actuación del Instituto apenas se habían rebasado los 12.000, y lo que había sido una reforma esperada con tanta ansiedad, se convirtió en una cuestión embrollada, muy difícil de solucionar.

6. El problema de la enseñanza y de la cultura.

En el campo de la educación, el problema básico con el que tuvo que enfrentarse la República fue el elevado índice de analfabetismo (superior al 30 por 100) y la falta de escolaridad de casi la mitad de la población infantil. Los proyectos iniciales de creación de aulas se vieron frenados por falta de presupuestos, a pesar de lo cual en dos años se crearon más de 13.000, junto a las 35.000 que ya existían. Esta labor resultó, sin embargo, frenada a consecuencia de la política anticlerical, que pretendió suprimir la enseñanza por religiosos antes de poseer aulas y maestros seglares en número suficiente.

Hubo interesantes proyectos en el campo educacional, contando con el antecedente de la labor de la Institución Libre de Enseñanza y la Junta de Ampliación de Estudios (modernización de la universidad, ampliación de los centros y alumnos de bachillerato) e importantes realizaciones en el campo cultural (bibliotecas ambulantes, misiones pedagógicas).

7. Crisis en la república de izquierdas.

A pesar de los logros de la República durante sus dos años de vida, a mediados de 1933 eran evidentes algunos síntomas de inestabilidad, pues ninguno de los problemas abordados había sido resuelto a fondo. Especialmente conflictiva era la cuestión de la reforma agraria, cuya lentitud dio lugar a algunos levantamientos de matiz anarquista, como el que tuvo lugar en Casas Viejas (Cádiz), cuya dura represión hizo tambalear al gobierno de Azaña, mientras los radicales iniciaban su elaboración de la CEDA. En septiembre de 1933 Azaña dimitió, a causa de la oposición parlamentaria, y Alcalá Zamora decidió convocar nuevas elecciones. La crisis parecía demostrar que la alianza de azañistas y socialistas no había dado resultado, por lo que se planteaba la posibilidad de cambiar el rumbo de la política española.

Ajuste de la población en la era preindustrial.

Un modelo gráfico muy sencillo puede ayudar a explicar la forma en que actuaban los dos principales mecanismos de ajuste de la población en la era  preindustrial. La acción discurre en el sentido de las flechas, y el signo que lleva cada una de éstas significa lo siguiente: el signo +, que la relación existente entre el factor de donde arranca la flecha y aquél al que se dirige es directa (cuando aumenta el primero, aumenta también el segundo, y cuando disminuye el primero, lo hace igualmente el otro); y signo -, que la relación es inversa (cuando aumenta el primero, disminuye el segundo, y cuando disminuye aquél, aumenta éste). De los dos circuitos, el más importante es el que actúa a través de la mortalidad. Su acción puede explicarse brevemente así: cuando la población aumenta, hay que roturar nuevas tierras para alimentar las nuevas bocas. Esta ampliación del cultivo significa que hay que utilizar tierras de inferior calidad, puesto que se supone que las mejores son las que se han roturado en primer lugar. Sembrar estas tierras marginales es aumentar el riesgo de que cualquier circunstancia adversa (y ante todo una meteorología desfavorable) arruine las cosechas, con lo cual aumenta paralelamente el peligro de que, perdida parte de la cosecha, se desencadene la sucesión de hambre y epidemia que conduce a una mayor mortalidad y a disminuir la población a un nivel que permita prescindir de las peligrosas tierras marginales.

Existe un segundo circuito, menos espectacular y visible, que contribuye a producir los mismos efectos de regulación al actuar sobre la natalidad. Si la población aumenta sin un incremento paralelo de los recursos disponibles, los ingresos medios que obtenga cada habitante disminuirán: son más a repartir el mismo caudal. Esta reducción de recursos desanima a las parejas que van a contraer matrimonio y las hace retrasar la fecha en que lo harán. Cuanto más tarden en casarse menos hijos tendrán, por imperativos de la edad, lo que ocasionará un descenso de la natalidad y contribuirá a limitar de nuevo la población.

J. Fontana, La historia, Ed. Salvat

Los orígenes del estado burgués.

  1. El antiguo régimen

1.1.           Estructura económico-social del antiguo régimen

Sabido es que en toda Europa Occidental y en parte de América, el siglo XVIII preparó el cambio de una sociedad feudal a una sociedad con neto predominio de la burguesía. La Revolución Industrial y las revoluciones políticas de la burguesía fueron los signos de este cambio. A lo largo de este siglo XVIII o de la Ilustración, el modelo agrario del feudalismo, basado en el señorío, tiende a transformarse en una agricultura de tipo capitalista, que era el modelo impuesto por la burguesía. Al mismo tiempo, las empresas industriales artesanas van siendo sustituidas por las empresas de signo capitalista. Por otra parte la vieja ordenación de la sociedad en dos estamentos privilegiados, la nobleza y el clero, y un estamento sin privilegios y estatuto jurídico distinto, el estado Llano, empezaba a resquebrajarse y a surgir una división más real de la sociedad basada en los que tenían propiedad y los que no la tenían. O sea el germen de lo que serán las clases sociales a lo largo del mundo contemporáneo.

Todos estos cambios en la estructura económica y social van acompañados de un crecimiento de la población y de una extensión de las doctrinas ilustradas entre amplias capas de la misma.

1.2.           Los contrastes regionales

¿Y España? España, como el resto de Europa estará afectada por el ascenso de la burguesía. Sin embargo, el proceso no se verá coronado por el éxito inmediato de la misma como ocurrió en Francia, donde una revolución transformó el estado feudal en un estado burgués, de forma violenta y relativamente rápida.

El estudio del siglo XVIII español es el estudio del fracaso de un sector considerable de nuestra burguesía en el intento de hacer del país un estado burgués y moderno.

Antes de iniciar el estudio de este momento de la historia peninsular, es necesario aclarar que aún cuando España es una unidad política clara al iniciarse este siglo se cometería un error si se quisiera emprender el estudio de la estructura social y económica de la Península como si se tratara de una unidad. Bajo una aparente unidad política subsistían en el siglo XVIII español fuertes diversidades en el terreno social, económico e incluso administrativo. Es por ello que se impone hacer un análisis detallado de cada uno de los fragmentos del país.

Empezando por el extremo N-O nos encontramos con las tierras gallegas. Su agricultura era considerada muy pobre ya que no disponía de aquello que más se apreciaba: trigo, vino y aceite. Sin embargo, la introducción de cultivos americanos, tales como la patata y el maíz, mejoró en el siglo XVIII el sustento de sus habitantes. La ganadería y la pesca eran un complemento importante a esta agricultura poco desarrollada. La situación costera de Galicia hacia fácil el transporte marítimo, mientras el transporte interior, hacia Castilla, era casi inexistente. Por otra parte los bosques gallegos, aunque degradados, favorecían la construcción naval, siendo esta industria relativamente próspera en algunos puertos. Esta variedad de recursos hacía que sus habitantes, a pesar de cierta fama de míseros, estuvieran más y mejor alimentados que otros de regiones más ricas. Con abundante población rural y escasísimos núcleos urbanos (Coruña, cerca de 3000 habitantes y Santiago cerca de 10000 a principios de siglo), era Galicia una zona abandonada por el poder central. Sin embargo, era una provincia muy poblada lo cual favorecía una secular emigración hacia otras tierras del sur. A pesar de estas características, Galicia no era un reino paradisíaco: el estancamiento de las técnicas agrícolas, la devastación de los bosques, el minifundio de los campos, reducía al campesinado a un estado miserable. El pan de trigo era un lujo inalcanzable, la mejor carne era para vender, la sal gravada por impuestos era carísima y las viviendas del campesino eran chozas. El régimen señorial era duro en todas las tierras gallegas: los veintitrés monasterios gallegos, junto con los obispados y cabildos catedralicios eran los mayores propietarios. Galicia era un país rural y señorial, quizás más que los otros pueblos de la Península.

Asturias y Cantabria eran en frase de Domínguez Ortiz “una Galicia más rural, con menos contactos exteriores, donde no había grandes casas nobles sino una numerosa masa de hidalgos rurales y una masa de pecheros de los que apenas sabemos nada”. Las ciudades eran islotes de casas en medio de un campo con núcleos muy pequeños. Oviedo no llegaba a los 2000 habitantes. La falta de núcleos urbanos impedía la formación de centros consumidores importantes, por lo que el comercio se reducía a las ferias locales, con existencia del trueque y marginación de la economía monetaria. El trigo era muy difícil de cultivar, al igual que en Galicia, por lo que el maíz y la patata salvó a Asturias del hambre crónica que padecía antes. En un informe de 1711 se dice, refiriéndose a una comarca de Asturias: “La habitan gran número de familias tan pobres que en los años más fértiles casi no prueban el pan, carne ni vino y se alimentan con leche, mijo, fabas, castañas, y otros frutos silvestres. Su desnudez llega a ser notoria deshonestidad, y lo mismo sucede en sus lechos y habitaciones, porque al abrigo de sus pajas y debajo de una misma manta suelen dormir padres, hijos e hijas, de lo que resultan no pocas ofensas contra Dios”. Feijoo por su parte escribió que en todo el país “no hay más libros que los míos”, cita que, con evidente exageración, ponía de manifiesto la opinión que se tenía de Asturias en amplios círculos de las clases ilustradas españolas.

El País Vasco Navarro era la única región que había conservado sus fronteras que lo aislaban del resto de España; sus fueros que les eximían del servicio militar y de algunos impuestos y un alto grado de autogobierno, a pesar de la administración centralizada de la España borbónica del siglo XVIII. En todo el País Vasco no existían los acusados contrastes entre ricos y pobres que se observaban en las demás áreas del país. Junto a una agricultura desigual, Euskadi era conocido ya por el país del hierro, gracias a su minería, sus bosques y la metalurgia de la ría del Nervión. Durante el primer tercio del siglo el hierro y herraje del País Vasco eran muy solicitados, y puede decirse que no había flota ni embarcación que fuese a las Antillas y no los llevase. Junto con los artesanos, una parte de la nobleza se dedicó al comercio, enriqueciéndose. Fue el comercio el que dio base al crecimiento de Bilbao y San Sebastián, teniendo la primera una población que a mediados de siglo sobrepasaba los 15000 habitantes.

En la Meseta del Duero, lo que había sido la parte más activa de Castilla en siglos anteriores, no quedaba más que el recuerdo y la mole inmensa de las catedrales construidas y que eran el símbolo del poder temporal de la Iglesia castellana. El campesinado, agrupado en miserables albergues, nada podía hacer para mejorar unos cultivos que seguían con técnicas tan arcaicas como las mismas catedrales medievales que contemplaban. Las ciudades estaban igualmente arruinadas, excepto sus palacios llenos de obras de arte adquiridas por una nobleza parasitaria. El viñedo retrocedía frente al cereal que se convertía en un monocultivo. Los precios el grano eran los más bajos de España, pero no se podían exportar a otras regiones por los altos costes del transporte y el mal estado de los caminos. El pesimismo del campesinado se apoyaba en el hecho de que las manos muertas eran muchas; el absentismo de los propietarios y la codicia de los administradores junto con la existencia de un duro régimen señorial impedían toda transformación. La economía rural castellana vivía replegada sobre sí misma. Los contrastes comarcales, eran sin embargo notables, con comarcas vinícolas como La Rioja, con cierta prosperidad y zonas ganaderas míseras, ya que los rebaños de la Meseta eran una sombra de lo que habían sido antaño.

La artesanía había dado lugar, sin embargo, a una incipiente industria pañera en algunas zonas, tales como Béjar y especialmente, Segovia, la ciudad pañera de Castilla. Sin embargo, las ciudades de Valladolid, con sus 20000 habitantes, Salamanca, con 16000, y Burgos, con unos 4000, aparecían como una sombra de la vieja tradición urbana castellana. De hecho el crecimiento de Madrid en el siglo XVIII las perjudicó quizás. Sólo Segovia, con su industria pañera ya aludida y la fábrica real de moneda resistió mejor esta larga decadencia. En la región hay muchos señoríos seculares y eclesiásticos, que constituyen una de las causas de la miseria de la misma, junto con el malestar y enfrentamientos agudos entre nobles y plebeyos, que al parecer fueron más duros aquí que en otros sitios de España.

La Meseta Sur en muchos aspectos se parecía a la Norte. Toledo y Madrid eran los núcleos urbanos que más destacaban. Toledo, antigua ciudad imperial, con sus ricas mansiones había sido abandonada por la mayor parte de la nobleza que se trasladaba a la Corte. El clero, era sin embargo, el más numeroso de España: 26 iglesias y 39 conventos. La industria sedera conoció un ligero auge en el siglo XVIII. Por lo demás, las tierras de la Meseta Sur estaban sujetas al dominio señorial de la aristocracia castellana. Muy importante era el territorio del duque del Infantado. Los territorios realengos eran reducidos.

Madrid era la ciudad más populosa de España. Sin embargo, comparada con otras capitales europeas resultaba un tanto pueblerina. Durante el siglo XVIII pasó de 140000 habitantes a 180000 a principios del XIX. Era una ciudad aislada en medio de un campo estéril. Sus alrededores eran desoladores. La falta de un rio navegable hacía difícil aprovisionar la ciudad. Las mejoras introducidas por los Borbones en el urbanismo y en los servicios de la ciudad no lograron cambiar el aspecto de una capital abigarrada, descuidada y sucia, falta de edificios notables, sin catedral y sin Universidad. Aun cuando la ciudad había reducido la inmigración, los bajos fondos eran importantes y contrastaban con la concentración de riqueza que suponía la Corte, con nobleza y burguesía rica y próspera.

Andalucía era reputada a lo largo del XVIII como la región más rica de España, tanto por sus producciones agrarias, como por sus manufacturas y, sobre todo, porque era el punto de llegada y partida del tráfico comercial con las Indias. Característica del Valle del Guadalquivir era la gran prosperidad y la vida concentrada en núcleos populosos. La situación social del campo andaluz era, sin embargo, peor que en otras partes reputadas como pobres. En los años normales los jornaleros vivían en el límite de la subsistencia, trabajando hombres, mujeres y niños. En los años malos el hambre hacía estragos. Como complemento de la agricultura las ciudades andaluzas tenían una artesanía variada. Sevilla y Cádiz eran las dos ricas metrópolis andaluzas. La primera con sus 85000 habitantes y la segunda con una activa burguesía comercial y 70000 almas. Córdoba estaba estancada. Domínguez Ortiz cita una carta del Intendente al Conde de Floridablanca, entonces todopoderoso ministro, en la que dice lo siguiente. “En una provincia en que las tierras están entre comunidades religiosas y un corto número de caballeros, y por consecuencia mal repartidas, debiera haberse cuidado de introducir en ellas todo género de industrias para ocupar a la gente del pueblo que no puede medrar en la agricultura. Pero lejos de haber fábricas florecientes se han acabado”.

Los territorios de la Antigua Corona de Aragón, presentaban unas diferencias muy notables. La subida al trono de los Borbones, tras la larga guerra de sucesión en la que los estados de la Corona de Aragón, singularmente Catalunya y Valencia eligieron el partido austracista, que salió perdedor de la contienda, tardaron algún tiempo en recuperarse de las destrucciones y de la fuerte represión posterior. Aragón era un reino pobre, con enormes llanuras dedicadas al ganado lanar, poca ganadería vacuna y menos de cerda. La zona pirenaica era un traspaís atrasado y mísero, casi desconocido. Un francés escribía de este reino: “Aragón carece de recursos. La banca es allí casi desconocida, sólo hay dos o tres mercaderes que mantienen un pequeño giro de letras de Zaragoza a Madrid; los demás no conocen más comercio que el de mercancías”. La ciudad de Zaragoza con sus 60000 almas no tenía apenas industria si se exceptúa la de curtidos. El poder de la Iglesia de Zaragoza se dejaba notar en un país pobre.

Catalunya, después de la guerra, sufre la más fuerte represión de todas las tierras peninsulares. La instauración de una administración centralizada y castellana, la abolición de todas las antiguas leyes e incluso la represión lingüística, fueron las secuelas de la guerra. Sin embargo, la política anticatalana de los primeros Borbones tenía su contrapartida positiva: al no tener confianza en los catalanes se les dispensaba del servicio militar obligatorio; fueron destruidas las trabas del desarrollo comercial al suprimirse las aduanas interiores y se racionalizó el sistema de impuestos, que aunque al principio resultaba gravoso, luego, con la subida de los precios y el aumento de la riqueza fue bajando el porcentaje de gravamen que representaba, con lo que resultó un tipo de contribución más justo y racional que los que imperaban en el resto de la Península, especialmente en Castilla. La administración castellana, con sus intendentes y sus Audiencias intentaba reformar profundamente las estructuras políticas y administrativas de la antigua Corona de Aragón.

La racionalización de la administración, junto con la peculiar estructura del agro catalán, en el que el campesino estaba seguro de no poder ser desalojado de la tierra, permitió un trabajo duro de mejoras, con bancales, terrazas, regadíos, junto con sólidas viviendas para el campesino, las masías, que convirtieron el campo en una fuente de riqueza sin paralelo en la Península. Por otra parte, el régimen señorial de Catalunya no fue tan opresor como en el resto de la Península. El labrador, sólo o con jornaleros, cultivaba una tierra que era prácticamente suya desde que en el siglo XV, mediante la Sentencia arbitral de Guadalupe desaparecieron “els remensas”. A su vez, en amplias zonas del Campo de Tarragona y el Penedés, el cultivo de la viña desplazando al trigo dio lugar a una industria de aguardiente, que se comercializaron hacia América y las Antillas.

Junto con la primitiva acumulación de capital procedente del viñedo y del aguardiente, Barcelona destacaba por su actividad comercial y manufacturera. Dicha ciudad tenía en 1805 166 comerciantes matriculados, cuatro grandes Compañías de Seguros, 23 agentes consulares, 91 fábricas de algodón y estampados. Todo ello ocupaba a centenares de obreros. En 1800 rebasaba la ciudad los 100000 habitantes y los pueblos circundantes crecían a gran ritmo. Las crisis agrarias lanzaban a la ciudad a campesinos que eran absorbidos por la industria textil, cada vez con más auge.

La actividad de los comerciantes catalanes los lleva a emprender agresivas acciones en otras partes de la Península. Así los vemos traficando con corales en el reino de Murcia, actuando de empresarios entre los pescadores gallegos, con secaderos de pescado, etc. Todas estas actividades dieron lugar a una burguesía establecida en Catalunya, fuerte y emprendedora que será la base de la expansión industrial del siglo siguiente.

En Antiguo Reino de Valencia, afectado por la represión al igual que Catalunya, se vio favorecido igualmente por la supresión de las barreras aduaneras. Sin embargo, la dureza del régimen señorial en el antiguo reino, quizás a causa de la falta de mano de obra que provocó en el siglo XVII la expulsión de los moriscos, dificultaba el crecimiento económico del sector agrario. La plantación de arroz, junto con la introducción de regadíos, hizo posible el aumento de la densidad de población hasta grados realmente elevados en la época. La manufactura textil creció en algunas ciudades, tales como Alcoy, donde un tercio de los habitantes eran cardadores y tejedores. Sin embargo, Valencia ejercía con sus 80000 habitantes una clara supremacía.

1.3.           Causas de la crisis

Una de las características más notables y persistentes del siglo XVIII fueron los privilegios fiscales y de todo tipo que tuvo la nobleza frente a las clases populares, incluida la burguesía. Desde que, en el siglo XV, los Reyes Católicos estructuraron la monarquía autoritaria, hasta fines del llamado Antiguo Régimen, ningún cambio importante se efectuó en el estatuto legal de los estamentos privilegiados, nobleza y clero.

A pesar de la influencia de la nobleza dentro del cuerpo social español, y de la aparente inmovilidad de este estamento, a lo largo de los siglos se hacen perceptibles unos cambios que lentamente afectaron a la solidez del brazo nobiliario.

Algunas de las más rancias casas nobles tenían desde hacía mucho tiempo una mala situación financiera. La falta de inversiones productivas, el exceso de gastos, el amor al austo, la conservación de sus palacios, el atender a sus obras pías, el sostenimiento de las catervas de criados, mozos, damas, etc., unido a que los derechos propiamente señoriales estaban cada vez más sometidos a una creciente devaluación, situaba a la nobleza en trances realmente apurados. La despoblación rural creciente, las crisis de finales del siglo XVIII, así como el surgimiento de una economía paralela capitalista castigaba las bases económicas de la aristocracia española. A pesar de todo, en querían renunciar a su austo tradicional, formando un conjunto abigarrado de ostentación aparente y secretas miserias”. Muchos nobles estaban endeudados con la burguesía urbana, mercaderes, banqueros y artesanos. Si ésta era la situación de una parte de la alta nobleza, cabe imaginar cómo sería la situación de la nobleza provinciana y la de los hidalgos donceles y escalones más bajos del estamento nobiliario. Quevedo, conocedor de la vida de la Corte ridiculizó cruelmente a los hidalgos en diversos capítulos de su obra La vida del Buscón. En boca de un hidalgo coloca esta frase: “somos susto de los banquetes, polilla de los bodegones y convidados por fuerza; sustentámonos así del aire, y andamos contentos”. Cadalso, dice de la nobleza provinciana: “Antes de visitar a un forastero o admitirle en sus casas indagan quién fue su quinto abuelo, aunque sea un magistrado lleno del más alto mérito y ciencia o un militar lleno de heridas y servicios. Todo lo dicho es poco en comparación con la vanidad de un hidalgo de aldea”.

Frente a esta nobleza, la burguesía aparecía como la clase social ascendente, con nuevos impulsos económicos, políticos y estéticos. Con el neoclasicismo encontraría su forma de expresión artística.

El retorno a las formas arquitectónicas simples y reposadas, de inspiración greco-romana, se entenderá como la lucha contra el decorativismo minucioso y frívolo del rococó, representativo de los intereses aristocráticos. Así, la belleza vuelve a ser entendida como proporción y medida, en edificios que, aunque continúan al servicio de los poderes establecidos (iglesia y nobleza), resumen las ideas de simplicidad planteadas por la burguesía. Por lo tanto, la incapacidad de la burguesía española para imponer su dominio de clase se patentiza en la estética neoclásica, que plantea una renovación de forma, pero no de fondo.

Este hecho es todavía más evidente en la producción pictórica, en la que junto al desarrollo de temas históricos y mitológicos, que entran dentro del gusto de reyes y nobles, comienza el triunfo del tema popular que satisface los gustos de la burguesía. Pero incluso, estas escenas costumbristas, parecen vistas desde presupuestos aristocráticos.

1.4.           Crisis estructural del Antiguo Régimen

Durante el reinado del reformador Carlos III, la clase dominante del clero y la aristocracia feudal intentaron adoptar una serie de medidas para sostener el modo de producción feudal. Sin embargo, el nacimiento y desarrollo de núcleos burgueses en el seno mismo de la estructura feudal de la Monarquía, con reformadores tales como los ya aludidos Jovellanos, Campomanes, Floridablanca, etc., creaba cada vez más dificultades de adaptación. La monarquía necesitaba concentrar en manos del Estado el poder financiero, la incipiente industria catalana quería aranceles proteccionistas, y la reforma agraria la necesitaba el Estado y la burguesía.

La irregularidad de los suministros americanos de plata – a causa de las guerras con Inglaterra – ponía a la monarquía al borde de la bancarrota. La desamortización de los bienes del clero era un imperativo para la propia Corona. Si las manos muertas y los enormes bienes de los cabildos no contribuían al sostén del Estado, éste no podía continuar. Desamortizar parte de los bienes del clero fue la intención de Godoy, el cual no se atrevió a hacer lo mismo con los de la nobleza feudal. Así el reformismo, para evitar el desmoronamiento del Estado, recurría a enajenar los bienes de uno de sus puntales: la Iglesia, frente a la indiferencia del otro, la Nobleza.

Esta crisis de la propia estructura económico-financiera estaba agravada por hechos circunstanciales como la permanente derrota militar frente a Inglaterra, los malos años de finales de siglo que generaron hambres notables y las críticas que por doquier circulaban sobre la actuación de los ministros y de la misma figura del Rey.

Si el estado reformaba sus estructuras para salvarse de la bancarrota, se enfrentaba con el clero, y si no las reformaba, la crisis financiera lo incapacitaba para pagar su deuda. Este era el dilema.

De todo lo dicho sobre las tierras y regiones que componían el Estado español, se puede deducir lo siguiente:

En el terreno de la agricultura, una situación muy desigual:

a)     Regiones con técnicas arcaicas, con barbecho, poca productividad y mercados poco desarrollados. (Las dos submesetas, parte de Andalucía, Aragón, etc.)

b)     Regiones con cultivos nuevos, pero no comercializados, sin economía monetaria y con altos grados de Autarquía (Galicia, Asturias, etc.)

c)      Tierras con introducción de cultivos rentables, regadíos y comercialización de excedentes (Calalunya, valencia, etc)

En el terreno de la industria, predominaba en todo el país la industria de tipo artesano, con mercados muy reducidos y casi siempre locales. En algunas zonas había las Manufacturas de tipo francés, que fabricaban bajo el control del gobierno.  Eran las Manufacturas Reales, que actuaban bajo el proteccionismo estatal, como el implantado por Colbert en Francia en el siglo XVII, pero por la baja calidad de su producción, tuvieron que ser cedidas a los gremios madrileños y a los diez años todas estaban arruinadas al preferir obtener un mayor beneficio de los paños extranjeros.

Sólo en Catalunya, al ocaso del siglo, existe una industria con más de 100000 obreros, siendo el único foco realmente importante en el que la burguesía pudo iniciar su revolución industrial.

A finales del siglo XVIII la estructura económica del Antiguo Régimen empieza a sufrir una aguda crisis:

  1. Malas cosechas, con sus secuelas de carestía impiden abastecer los mercados de las ciudades, y el hambre hace estragos en el campo.
  2. Las crisis de subsistencia afecta a la demografía que sufre un freno en su crecimiento, al mismo tiempo que las guerras y los suministros al Ejército y a la Marina provocaron graves pérdidas.
  3. El progresivo deterioro del comercio con América estrangula el crecimiento de la burguesía periférica. Causa de este deterioro comercial fue tanto la guerra contra Inglaterra como la progresiva emancipación económica de las Indias y su vinculación con las colonias inglesas del Norte, independientes desde 1776, con el nombre de EE. UU. de América.

Así el siglo XVIII español  demostraba la impotencia de la burguesía para transformar el Estado. Las tímidas reformas de los hombres Ilustrados de la burguesía, chocaban con los poderosos intereses de las clases privilegiadas. Reformadores como Jovellanos, Floridablanca o Campomanes fracasarían en sus intentos de cambio. La burguesía tendría que esperar circunstancias más favorables para hacer su revolución.

Ejercicios:

  1. Resumen de las principales ideas.
  2. Señala esquemáticamente las diferencias económicas entre las diferentes regiones españolas durante el siglo XVIII.
  3. ¿Crees que la burguesía española consiguió transformar el Antiguo Régimen en igual medida que los franceses o los ingleses? Razona tu respuesta.