Normalmente se habla de las emociones, se sufren o disfrutan, pero la mayoría apenas las siente conscientemente.

María Ibáñez y Jesús Jiménez

Es habitual que las personas no sepan describir dónde sienten o cómo son las diferentes emociones, emociones como la tristeza, la ira, el miedo, la angustia o la alegría. Se suele decir que se sienten «en el corazón», o «en el alma»; esto en realidad son convencionalismos, respuestas aprendidas. Sin embargo, las emociones, y también los sentimientos, se sienten en el cuerpo, en diferentes partes del cuerpo, no se piensan, y si se piensan son pensamientos, no emociones ni sentimientos.

Lo que sentimos, es decir, las sensaciones y emociones, son una parte fundamental de cualquier experiencia, y también de los conflictos. Y no podremos solucionar los conflictos sin aprender a afrontar las sensaciones y emociones que llevan asociados. La mayoría de las estrategias que se suelen utilizar para solucionar el malestar, incluidas muchas terapias psicológicas, prescinden de lo que la persona siente, o bien tratan de controlar lo que siente, utilizando como únicas herramientas el pensamiento y la acción, (por ejemplo el pensamiento positivo…). Otras veces se fomenta la liberación o descarga de la energía emocional, que aunque puede producir un cierto alivio, no soluciona la verdadera causa de la tensión emocional, por lo que ésta volverá a manifestarse. Estas formas de abordar las emociones no pueden funcionar a largo plazo, pues carecen de la comprensión necesaria de las causas emocionales del problema. 

Hay que sentir, no pensar

Para explorar y redescubrir las emociones hay que sentir, no pensar sobre lo que se siente. Así, tampoco es necesario saber intelectualmente qué es una emoción para poder sentirla; incluso dos personas pueden llamar de la misma manera a emociones diferentes. Esto ocurre muy habitualmente con los síntomas de la ansiedad.

Para simplificar podemos llamar a la unidad de medida de todo lo que se siente sensación. Observando las diferentes sensaciones que sentimos en el cuerpo, por ejemplo las sensaciones físicas (picor, calor, frío, dolor, presión, transpiración, movimiento, hormigueo…), podemos empezar a explorar el mundo del sentir. Tampoco es necesario nombrar estas sensaciones como picor, calor, etc., sólo prestar atención y sentirlas, explorarlas, y emplear las palabras solamente cuando queramos explicarle a alguien lo que hemos sentido. En términos generales, sentir conscientemente algo agradable aumenta el bienestar y evita la euforia, y su consecuente abatimiento. Sentir conscientemente algo desagradable ayuda a perder el temor a sufrir, aumenta la capacidad de afrontar la vida y la estabilidad emocional.

Prestando atención a las sensaciones, no imaginadas mentalmente sino sensaciones reales que sentimos en el cuerpo, podemos despertar de nuevo la capacidad de sentir, herramienta fundamental para abordar la parte emocional y comprender los condicionamientos de nuestra mente, origen del sufrimiento y base de nuestro comportamiento.

Explorar las sensaciones

Si se quiere zambullir en la exploración de las sensaciones y emociones, le ayudará comprender que al observar las sensaciones corporales (que están ahí de todos modos aunque no les prestemos atención, por ejemplo pruebe a observar lo que siente en este momento en la planta del pie), suele ocurrir que las sensaciones que se exploran parecen agrandarse e intensificarse. Lógicamente no es posible ni razonable pensar que prestar atención a las sensaciones que acontecen en el cuerpo nos pueda perjudicar. Si al explorar surge algún temor, que al principio es habitual, se puede prestar atención y descubrir las sensaciones de miedo y, de este modo, perder el miedo al miedo.

Por otro lado, el objetivo no es conseguir que desaparezcan las sensaciones ni que permanezcan, sino explorarlas, perder el miedo a sentir y aprender de ello. Sin embargo, ayuda entender que por mucho que aumente una sensación, ésta tiene un límite de intensidad y tiempo de permanencia; tarde o temprano deja de aumentar su intensidad, y tarde o temprano cambiará o desaparecerá.

Y lo más importante, se puede sentir cualquier sensación sin sufrir, incluido el dolor físico, aprendiendo a no permitir que los viejos patrones del pensamiento intervengan, y experimentando como si fuera la primera vez, conscientemente. Si no se consigue enseguida, tómese su tiempo, el hábito de rechazar las sensaciones desagradables es muy fuerte y antiguo, la clave del éxito está en no desanimarse.

Ser consciente

Explorando el campo del sentir, descubrimos unas sensaciones más «físicas» (frío, calor, presión, dolor…), y otras más sutiles o indefinidas (una presión en el pecho, un peso en los hombros, flojera en las piernas…). Unas estarán más localizadas en un punto y otras pueden ser cambiantes o recorrer el cuerpo; más a flor de piel o más internas, etc. Diferentes grupos de sensaciones en diferentes partes del cuerpo suponen, por ejemplo, las diferentes respuestas emocionales que una persona emite en una circunstancia concreta.

Estas sensaciones corporales, como expresión de las emociones, tienen una relación muy estrecha con los pensamientos. Un pensamiento sobre algo desagradable llevará aparejadas sensaciones que nos resultarán desagradables; y a la inversa, sensaciones desagradables propiciarán, a menos que se les preste atención, pensamientos desagradables. La solución al malestar, sin embargo, no puede ser pensar sólo cosas agradables para sentir cosas agradables, igual que la solución a una lesión en la mano derecha no puede ser retirar la atención de ella y utilizar sólo la mano izquierda. La solución es prestar atención, aprender a explorar sin rechazar lo que se siente, empezar a ser consciente. Y cuando uno es consciente de lo que siente, cuando es capaz de explorar lo que le ocurre sin rechazo, comienza a descubrir y entender profundamente las causas del malestar y, con ello, a solucionarlo.

Cuando uno comprende sus conflictos, entonces también puede entender mejor a los demás, sin acritud, con afecto.

EL DIARI DE L’EDUCACIO. 19/10/2015

OPINIO

Per què hem prohibit als nens poder gaudir dels carrers sols?

Al Japó és habitual que els nens, fins i tot els més petits, vagin sols al col·legi sense acompanyants adults.

Un parell de germans vaguen pels carrers de la seva ciutat amb una missió. Són minúsculs, són japonesos i tenen entre quatre i sis anys. La seva mare els ha encarregat que comprin una mica de carn, unes patates i una mica de fruita. I ho han de fer sols. Al principi els costa, ploren, es despisten, s’astoren, però a poc a poc acaben concentrant-se en la tasca i la rematen amb èxit. Tot és part d’un programa, un reality de la TV japonesa que es diu El meu primer encàrrec i que porta en antena 25 anys.

El descobreixo en un interessant article de The Atlantic titulat Per què els nens japonesos poden anar caminant a l’escola sols. Això del programa de TV és tan sols la cirereta exòtica dins d’un text que no té desperdici. Pel que sembla, al Japó no és gens estrany veure nens anar a l’escola caminant i en transport públic. Nens sols, sense vigilància de cap tipus, sense altres adults a l’aguait. Ho repeteixo una altra vegada per si de cas algú està llegint en diagonal: allà és normal veure nens de sis anys anant a la seva bola sols per Tòquio.

L’autora del text, Selena Hoy, dóna exemples de nens que ho fan i de pares que ho permeten amb tranquil·litat absoluta perquè ells ho van fer també quan tenien l’edat dels seus fills o fins i tot abans. I es recolza per explicar-ho a l’aclaparat lector occidental en el punt de vista d’una antropòloga experta en el tema que assegura que tot es basa en com d’estès està allà el fet de caminar a tot arreu i usar transport públic, però també en la confiança en el grup, en què els japonesos aprenen des de petits a fer-se càrrec al cole d’assumptes com la neteja i servir el menjar i que per això tenen de grans aquest sentit de la responsabilitat que fa que les seves ciutats estiguin netes com una patena i que els nens vagin sols i tan tranquils sabent que la resta del carrer està pendent d’ells.

Estan bojos aquests japonesos, podria pensar en llegir tot això i passar a una altra cosa en teoria més propera però gairebé millor que no. Ens hauríem de preguntar per què, a Espanya, però crec que en bona part del món presumptament civilitzat, hem estat capaços de prohibir la circulació de nens sols a les nostres ciutats i les nostres societats. Per què el que abans era normal, fer un encàrrec, jugar, anar a l’escola, ficar-se en un cinema, ara és impossible per a menors de tretze o catorze anys.

Jo no tinc fills i per això no sé el que se sent al segle XXI deixant-los lliures per anar per la ciutat però sí que veig que el que passa ara no passava abans. El que passa ara és que no es veuen nens sols. El que passa ara és que hi ha moltes pors que ho impedeixen. Por a la inseguretat, a la violència sexual, a les desaparicions. Suposo que també por al trànsit, el més lògic de tots ells per això de les estadístiques, que s’entesten a demostrar que les ciutats espanyoles són més segures que mai en tota la resta menys en això.

No entraré aquí a si hi ha o no sobreprotecció a la infància, no tinc respostes a mà per això i no em ve de gust inventar-me-les. El que m’agradaria és reflexionar sobre com la solució a aquestes pors potser no hauria de ser la que és sinó la contrària. És a dir, hem de tancar els nostres nens a casa perquè no els passi res o ens hem d’ocupar que a fora no els pugui passar res?

Crec que ja he explicat per aquí alguna vegada com van canviar les ciutats holandeses (i les daneses, per exemple), com es van transformar de ser ciutats per als cotxes a ciutats per a les persones. Va ser la gent, la mateixa societat, la que així ho va voler, farta d’haver d’enterrar sobretot nens i nenes que no sabien que, per entrar en el joc del progrés, calia deixar de jugar al carrer o, si no, morir aixafat sota les rodes d’un cotxe. Aquí tenim una solució per a una de les pors. Es tracta que ens adonem que exercint això que pensem que és la llibertat de circulació per la ciutat en vehicle privat estem prohibint a la infància la llibertat d’ús del seu entorn. No hauria de ser tan difícil, encara que veient les reaccions als embussos i talls de trànsit dels últims dies pinta malament.

Però, i les altres pors? Tampoc és moment que em posi a teoritzar sobre la histèria provocada per la forma de consumir notícies de successos que ens agrada tant. El fet és que no confiem en el carrer perquè no confiem en els altres. Per això sí que és moment que recordi Jane Jacobs. En realitat, quan s’escriu i es pensa sobre ciutat, sempre és moment per recordar-la.

La Jacobs, al seu llibrot Vida i mort en les grans ciutats repeteix constantment com un valor de les zones urbanes sanes és permetre que uns veïns estiguin pendents dels altres i així es creïn entorns urbans segurs per a totes les edats. No és cosa fàcil aconseguir-ho o mantenir-lo, segons explica la tia Jane, i depèn de coses diverses com la densitat, la diversitat, els espais públics i moltes altres. Era més fàcil i freqüent el 1961, quan ella va escriure aquest llibre, tant a Nova York com aquí. Però també ho va ser quan jo vaig créixer en un Madrid molt més ple de navalles, cadenes, heroïna i delinqüència que aquest i, malgrat això, més amable i compartit que ara.

Què ha passat perquè haguem deixat de prestar-nos atenció els uns als altres? Sento dir que tampoc en tinc la resposta. O dic, més aviat, que potser la resposta l’haguem de reflexionar cadascun en solitari i després trobar-la en comú.

Aquest és un article publicat al blog ‘Des de mi bici’

Contra la vergonya, teaaatre!

PALOMA ARENÓS

La pràctica del teatre per als infants és un escenari ple de beneficis. Un dels més evidents és que els joves intèrprets, amb el temps, s’espolsen de sobre la vergonya i guanyen seguretat personal. Si, a sobre, tenen l’oportunitat de passar d’assajar l’extraescolar de l’aula a dalt d’un escenari professional i amb un públic desconegut, la timidesa se’n va per la porta d’emergència, i no torna. És el que poden viure 33 alumnes de les escoles públiques Concepció i Vila Olímpica de Barcelona que fan l’extraescolar de teatre. Els hi imparteixen els educadors de la productora Lazzigags i fins al 16 de març inclou actuar -només el cap de setmana- a l’obra Tom Sawyer detectiu, al Jove Teatre Regina.

Des de fa 20 anys, els actors i directors teatrals Lídia Linuesa i Miquel Agell capitanegen Lazzigags, des d’on preparen petits actors però també formen pedagògicament diplomats per l’Institut del Teatre perquè esdevinguin professors de teatre escolar. “Comptem amb educadors per a 19 centres que imparteixen l’extraescolar a prop de 800 alumnes. Treballem des de P-3 fins a sisè d’una manera totalment coordinada amb els continguts pedagògics de l’escola”, detalla Linuesa.

Per aquesta actriu -que també és mestra-, l’actuació “ajuda a millorar l’autoestima i dóna més capacitat per comunicar-se amb els altres”, explica, convençuda. “A través del teatre, els infants són més creatius i receptius i aprenen a trobar el seu camí a la vida”. A primària, el professorat de Lazzigags treballa a les aules “amb els sentiments i des de les improvisacions, tot i que a cada nivell s’hi introdueix alguna especialització: els contes tradicionals i les cançons a P-3, el clown a quart, la Commedia dell’Arte a cinquè…” “Quan permets un espai en el qual deixes aflorar les emocions és terapèutic. Hi ha nens que s’han transformat i s’han obert gràcies al teatre”, explica.

Seguretat personal

Linuesa recorda un cas de timidesa extrema que la va colpir. “Teníem una alumna que era muda selectiva; només parlava, i molt fluixet, amb les persones que l’acceptaven. A casa parlava en hebreu i anglès perquè els pares eren estrangers, i a l’escola en català i castellà. Els pares la van apuntar a l’extraescolar de teatre i quan va acabar sisè havia superat aquesta barrera mental i interpretava, declamava, era capaç d’improvisar i fer riure. El teatre la va ajudar a superar les seves pors”, detalla satisfeta.

La pedagoga Maite Dias, especialitzada en pedagogia teatral, subratlla que la interpretació ajuda a desenvolupar l’expressió verbal “afavorint que el nen millori la manera de comunicar-se mitjançant la dicció, la fluïdesa, la claredat i el vocabulari, entre altres canvis”. A més, destaca que el teatre millora l’expressió corporal, ja que l’infant pren consciència del cos i de l’expressió de sentiments i sensacions. Així mateix, els proporciona “seguretat en ells mateixos”, indica Dias.

Els assajos i les posades en escena fan que se sentin més segurs, estiguin més desinhibits i guanyin confiança en ells mateixos. La feina en grup es reforça, ja que l’actuació ajuda els més petits a relacionar-se amb els seus companys pel fet de “tenir un objectiu comú i aprendre a treballar en equip, on la feina de tothom és important perquè hi hagi un bon resultat”, argumenta Dias. Reconeix que les criatures “aprenen a connectar-se amb les seves emocions i a reflexionar-hi perquè s’han de posar en el lloc del personatge que representen”. Així, diu, “poden arribar a comprendre diferents maneres de veure el món on viuen”.

A LaSala i el Regina

Les classes extraescolars, els assajos per a una obra a final de curs o per pujar a un escenari real els “ajuden a entendre i valorar la constància en la feina”. Aquí la meta no és immediata, sinó que el nen ha de treballar durant un temps per aconseguir l’objectiu, “al mateix temps que estimula creativitat i imaginació”.

Els que coneixen bé aquestes sensacions són alguns dels alumnes de l’Escola Vila Olímpica de Barcelona. Els germans David (6è) i Laia (5è) Meneses, i també la Cristina Abelaira, la Sara Capdet, el Tomàs Frost o la Xia Busquets (tots quatre de 5è), van participar en la preestrena del musical Tom Sawyer detectiu com a figurants -que canten i ballen- el 15 de febrer al Teatre LaSala de Sabadell. Però des del 22 de febrer pugen a l’escenari del Regina (només els caps de setmana), alternant-se amb altres companys del seu centre i de l’Escola Concepció de Barcelona. “Hem hagut de fer un assaig intensiu durant una setmana fora de l’extraescolar, perquè venim aquí voluntàriament. Ens fa molta il·lusió actuar en un teatre de veritat, amb un públic que paga l’entrada”, apunten els germans Meneses. Els pares han hagut de fer mans i mànigues per aquests assajos extres i els nens són conscients de la seva responsabilitat. “Ho hem de fer bé perquè volem que el públic gaudeixi i que en vingui molt”.

Tant la Laia Meneses com la Sara Capdet es defineixen com a tímides, però reconeixen que des que fan teatre se senten “més segures”: “Ja no passem tanta vergonya”. La Sara és filla de l’actor Xavier Capdet -ara roda una producció internacional de terror- i de Núria Mestres. La mare reconeix: “Tot i que la Sara continua sent tímida, fer teatre l’ajuda en tots els sentits, la fa feliç i en gaudeix molt. Potser si no hagués fet teatre encara seria més vergonyosa…” El pare està satisfet de veure-la dalt d’un escenari professional: “Sap que això és professional i és molt enriquidor”, conclou l’actor.