Jorge Bucay

La lectura de los siguientes cuentos os ayudará en vuestra vida.

Jorge Bucay (Buenos Aires, 30 de octubre de 1949) es un psicodramaturgo, terapeuta gestáltico y escritor argentino. Nació en el barrio porteño de Floresta.

https://es.wikipedia.org/wiki/Jorge_Bucay

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Cuentos para Pensar

Juan Sinpiernas

(… o el arte de igualar para abajo)

Juan Sinpiernas era un hombre que trabajaba como leñador.

Un día Juan compró una sierra eléctrica pensando que esto aligeraría mucho su trabajo.
La idea hubiera sido muy feliz si él hubiera tenido la precaución de aprender a manejar primero la sierra, pero no lo hizo.

Una mañana mientras trabajaba en el bosque, el aullido de un lobo hizo que el leñador se descuidara… La sierra eléctrica se deslizó entre sus manos y Juan se accidentó hiriéndose de gravedad en las dos piernas.

Nada pudieron hacer los médicos para salvarlas, así que Juan Sinpiernas, como si fuera víctima de la profética determinación de su nombre, quedó definitivamente postrado en un sillón por el resto de su vida.

Juan estuvo deprimido durante meses por el accidente y después de un año, pareció que poco a poco empezaba a mejorar.

No obstante, algo conspiró contra su recuperación psíquica e imprevistamente, Juan volvió a caer en una profunda e increíble depresión.

Los médicos lo derivaron a psiquiatría.

Juansinpiernas, después de una pequeña resistencia, hizo la consulta.

El psiquiatra era amable y contenedor. Juan se sintió en confianza rápidamente y le contó sucintamente los hechos que derivaron en su estado de ánimo.

El psiquiatra le dijo que comprendía se depresión. La pérdida de las piernas -dijo- era realmente un motivo muy genuino para su angustia.

– Es que no es eso, doctor -dijo Juan- mi depresión no tiene que ver con la pérdida de las piernas. No es la discapacidad lo que más me molesta. Lo que más me duele es el cambio que ha tenido la relación con mis amigos.

El psiquiatra abrió los ojos y se quedó mirándolo, esperando que Juan Sinpiernas completara su idea.

– Antes del accidente mis amigos que me venían a buscar todos los viernes para ir a bailar. Una o dos veces a la semana nos reuníamos a chapotear en el río y hacer carreras a nado. Hasta días antes de mi operación algunos de los amigos salíamos los domingos de mañana a correr por la avenida costanera. Sin embargo, parece que por el sólo hecho de haber sufrido el accidente, no sólo he perdido las piernas, sino que he perdido además las ganas de mis amigos de compartir cosas conmigo. Ninguno de ellos me ha vuelto a invitar desde entonces.

El psiquiatra lo miró y se sonrió…

Le costaba creer que Juan Sinpiernas no estuviera entendiendo lo absurdo de su planteo…

No obstante, el psiquiatra decidió explicarle claramente lo que pasaba. El sabía mejor que nadie que la mente tiene resortes tan especiales que pueden hacer que uno se vuelva incapaz de entender lo que es evidente y obvio.

El psiquiatra le explicó a Juan Sinpiernas que sus amigos no lo estaban evitando por desamor o rechazo. Aunque fuera doloroso, el accidente había modificado la realidad. Le gustara o no, él ya no era el compañero de elección para hacer esas mismas cosas que antes compartían…

-Pero Dr. -interrumpió Juan Sinpiernas- yo sé que puedo nadar, correr y hasta bailar. Por suerte, pude aprender a mejorar mi silla de ruedas y sé que nada de eso me está vedado…

El doctor lo serenó y siguió su razonamiento: Por supuesto que no había nada en contra de que él siguiera haciendo las mismas cosas, es más, era importantísimo que siguiera haciéndolas. Simplemente, era difícil seguir pretendiendo compartirlas con sus relaciones de entonces.

El psiquiatra le explicó a Juan que en realidad él podía nadar, pero tenía que competir con quienes tenían su misma dificultad… que podía ir a bailar, pero en clubes y con otros a quienes también les faltara las piernas… podía salir a entrenarse por la costanera, pero debía aprender a hacerlo con otros discapacitados.

Juan debía entender que sus amigos no estarían con él ahora como antes, porque ahora las condiciones entre él y ellos eran diferentes….

Ya no eran sus pares.

Para poder hacer estas cosas que él deseaba hacer y otras más, era mejor acostumbrarse a hacerlo con sus iguales. Tenía, entonces, que dedicar su energía a fabricar nuevas relaciones con pares.

Juan sintió que un velo se descorría dentro de su mente y esa sensación lo serenó.

-Es difícil explicarle cuanto le agradezco su ayuda, doctor – dijo Juan – Vine casi forzado por sus colegas pero ahora comprendo que tenía razón… He entendido su mensaje y le aseguro que seguiré sus consejos, doctor. Muchas gracias ha sido realmente útil venir a la consulta.

-Nuevas relaciones con pares. – Se repitió Juan para no olvidarlo.

Y entonces Juan Sinpiernas salió del consultorio del psiquiatra, y volvió a su casa…
y puso en condiciones su sierra eléctrica…

Planeaba cortarles las piernas a algunos de sus amigos, y “fabricar” así…. algunos pares.

Jorge Bucay

El Dr. Jorge Bucay es argentino
Este cuento es del libro “Cuentos para pensar”
Editorial Nuevo Extremo

El oso.

Hay cuentos que son particularmente significativos para mí.
Uno de ellos es ésta antiquísima historia que me contó alguna vez mi abuelo y que quiero contarte, tal como hoy la recuerdo.

Esta es la historia de un sastre, un zar y su oso.

Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído.

El zar era caprichoso, autoritario y cruel (como todos los que se enmarañan por demasiado tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón mandó a buscar al sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo.

Nadie contradecía al emperador de todas las Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí a su muerte.

Al atardecer, cuando el guarda cárcel le llevó al sastre la última cena, este meneó la cabeza y musitó:

– Pobre Zar.

El guardia no pudo evitar la carcajada:

– ¿Pobre del Zar?. Pobre de ti. Tu cabeza quedará bastante lejos de tu cuerpo mañana mismo.

– Tú no entiendes – dijo el sastre- ¿Qué es lo más importante para nuestro zar?

– ¿Lo más importante? – contestó el guardia – No sé. Su pueblo.

– No seas estúpido. Digo algo realmente importante para él.

– ¿Su esposa?.

– Más importante!!

– Los diamantes!! – creyó adivinar el carcelero.

– ¿Qué es lo que más le importa al zar en el mundo?

– Ya sé!!!. Su oso.

– Eso. Su oso.

– ¿Y?

– Mañana, cuando el verdugo termine conmigo, el zar perderá su única oportunidad para conseguir que su oso hable

– ¿Tú eres entrenador de osos?.

– Un viejo secreto familiar… – dijo el sastre – Pobre zar…..

Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano su descubrimiento:
El zar estaba encantado. Mandó a buscar inmediatamente al sastre y cuando lo tuvo frente a sí le ordenó:

– Enséñale a mi oso nuestro lenguaje!!

El sastre bajó la cabeza y dijo:

– Me encantaría complacerte ilustrísima, pero enseñar a hablar a un oso es una tarea ardua y lleva tiempo…. y lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo….

– ¿Cuánto tiempo llevaría el aprendizaje? – preguntó el zar

– Depende de la inteligencia del oso…

– El oso es muy inteligente!! – interrumpió el zar – De hecho es el osos más inteligente de todos los osos de Rusia.

– Bien, si el oso es inteligente….. y siente deseos de aprender….

yo creo….. que el aprendizaje duraría….. duraría….. no menos de….. DOS AÑOS.

El zar pensó un momento y luego ordenó:

– Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tú entrenas al oso. Mañana empezarás!

– Alteza – dijo el sastre – Si tú mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estaré muerto, y mi familia se las ingeniará para sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, ya no tendré tiempo para dedicarme a tu oso… deberé trabajar de sastre para mantener a mi familia…..

– Eso no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu familia estarán bajo la protección real. Serán vestidos alimentados y educados con el dinero del zar y nada que necesiten o deseen les será negado….. Pero, eso sí….. Si dentro de dos años el oso no habla…. te arrepentirás de haber pensado en esta propuesta… Rogarás haber sido muerto por el verdugo…. ¿Entiendes, verdad?.

– Si, alteza.

– Bien… Guardias!! – gritó el zar – Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte, denle dos bolsas de oro, comisa y regalos para sus niños. Ya…. Fuera!!!.

El sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse mientras musitaba agradecimientos.

– No olvides – le dijo el zar apuntándolo con el dedo directamente a la frente – Si en dos años el oso no habla…
…..Cuando todos en la casa lloraban por la pérdida del padre de familia, el sastre apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos.

La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes había sido llevado al calabozo volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante…

Cuando estuvieron solos el hombre le contó los hechos.

– Estás LOCO – chilló la mujer – enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni siquiera has visto un oso de cerca. Estás loco.

Enseñar a hablar a un oso…. Loco, estás loco…

– Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer, ahora tengo dos años…. En dos años pueden pasar tantas cosas…

En dos años… – siguió el sastre – se puede morir el zar….. me puedo morir yo…. y lo más importante… por ahí el oso habla!!!

Jorge Bucay

El temido enemigo

La idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique Mariscal. Me permití, a partir de allí, prolongar el cuento para transformarlo en otra historia con otro mensaje y otro sentido.. Así como está ahora se lo regalé una tarde a mi amigo Norbi.Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba mucho sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él necesitaba, además que todos lo admiraran por ser poderoso. Así como a la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era. El no tenia espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él era el más poderoso reino.
Invariablemente todos le decían lo mismo:

– Alteza, eres muy poderoso, pero tu sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: El conoce el futuro.
(En Aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”).
El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí.

No decían lo mismo del rey.

Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.

Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago, o motivado por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan:

Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago. Después de la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría al mago si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama.

El rey estaba seguro que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Este daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cual. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, ya que se había equivocado en su predicción. Se acabarían, en una sola noche, el mago y el mito de sus poderes…

Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó…

… Después de la gran cena, el rey hizo pasar al mago al centro y le preguntó:

-¿ Es cierto que puedes leer el futuro?

-Un poco- dijo el mago.

-¿ Y puedes leer tu propio futuro?- preguntó el rey.

-Un poco- dijo el mago.

– Entonces quiero que me des una prueba-dijo el rey-

¿Qué día morirás?.. ¿Cuál es la fecha de tu muerte?

El mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.

– ¿Qué pasa mago? – dijo el rey sonriente- ¿No lo sabes?

¿no es cierto que puedes ver el futuro

– No es eso- dijo el mago- pero lo que sé, no me animo a decírtelo.

¿ Cómo que no te animas?- dijo el rey- … Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino saber cuando perderemos a sus personajes más eminentes… Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?

Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:

– No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey…

Después de unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.

El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.

Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio…

Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Se dio cuenta de que se había equivocado.

Su odio había sido el peor consejero.

– Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede?- preguntó el invitado.

– Me estoy sintiendo mal- contestó el monarca- voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.

Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones…

El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.

¿Habría leído su mente?

La predicción no podía ser cierta. Pero… ¿Y si lo fuera?

Estaba aturdido….

Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa

El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:

-Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.

-! Majestad!. Será un gran honor… – dijo el invitado con una reverencia.

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y custodiasen su puerta asegurándose de que nada le pasara…

Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando que pasaría si al mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora.

Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado.

El nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero esta vez, en cuanto el mago lo recibió, hizo la pregunta…. necesitaba una excusa.

Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.

El rey, casi sin escuchar la respuesta, alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto… (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara).

El mago- que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados- aceptó..

Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.

No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuanta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara , casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de sus decisiones.
Pasaron los meses y luego los años.

Y como siempre… estar cerca del que sabe vuelve al que no sabe, más sabio. .

Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo. Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.

Empezó a aprender que la humildad también podía tener sus ventajas.

Empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa.

Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.

El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar.

El rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos.

Hasta que un día, a más de cuatro años de aquella cena, sin motivo, el rey recordó.

Recordó que este hombre, a quien consideraba ahora su mejor amigo, había sido su más odiado enemigo.
Recordó aquel plan que alguna vez urdió para matarlo.

Y se dio cuenta de que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.

El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró, le dijo:

– Hermano mío, tengo algo para contarte que me oprime el pecho.

– Dime- dijo el mago- y alivia tu corazón

– Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber tu futuro, planeaba matarte frente a cualquier cosa que me dijeras, quería que tu muerte inesperada desmitificara tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban…. Estoy tan avergonzado…

El rey suspiró profundamente y siguió:

– Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra pensar todo lo que hubiera perdido si lo hubiera hecho.

Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia.

Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.

El mago lo miró y dijo:

– Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo, pero de todas maneras, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y acariciaste con la mano el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacia falta ser adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer. – el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como justa devolución a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí… Te confieso que inventé es absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender, quizás la más importante cosa que te haya enseñado:

Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles… y sin embargo, si nos damos tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.

Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.

El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentía en esta relación que habían sabido construir juntos…

Cuenta la leyenda….

que misteriosamente…

esa misma noche…

el mago…

murió durante el sueño. El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente…. y se sintió desolado.

No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su permanencia en este mundo.

Estaba triste por la muerte de su amigo.

¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey le pudiera contar esto al mago justo la noche anterior a su muerte?

Tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para poder quitarle su fantasía de morirse un día después.

Un último acto de amor para liberarlo de sus temores de otros tiempos….

Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.

enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como sólo se llora ante la pérdida de los seres más queridos.

Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.

Cuenta la leyenda…. que esa misma noche…. venticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía….

quizás de casualidad…

quizás de dolor….

quizás para confirmar la última enseñanza de su maestro.

Jorge Bucay

 GALLETITAS
A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.
Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.
Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.
La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe… y toma otra galletita.
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. ” No podrá ser tan caradura”, piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.
– ¡Gracias! – dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
– De nada – contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: ” Insolente”.
Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas… ¡Intacto!

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