Ayer me topé con una amiga. Iba distraída, como casi siempre. Quizás algo más. Tuve que retenerla por el brazo para que se fijase en mí y su sorpresa fue mayúscula. No, no era porque encontrarse conmigo fuese algo inesperado sino porque la obligué a aterrizar bruscamente de sus cavilaciones. Me contó, emocionada, que acababan de ofrecerle un trabajo, un trabajo que le apetecía mucho, algo que había llegado a su vida de modo inesperado y que le abría nuevos horizontes; en un centro de rehabilitación de enfermos mentales, un grupo de pacientes de edad avanzada venía reclamando desde hacía tiempo unas clases de lectoescritur. Querían aprender a leer y a escribir.
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Pues sí, sigue habiendo quijotes; y como siempre, a veces, la realidad supera a la ficción.