DON JAIME DE JUAN

El aula de Ciencias del instituto era enorme: techos muy altos y un estrado con una gran mesa donde estaban sentados los miembros del tribunal de selección de las becas rurales. Allí nos vimos por primera vez Don Jaime y yo. Luego, cada trimestre, íbamos a Inspección a enseñarle las notas y él, siempre amable, nos hacía preguntas y nos daba ánimos… hasta que un día nos dijeron que le habían trasladado y salió de nuestras vidas.
Muchos años después, cuando terminé Magisterio, tuve ganas de comunicárselo y le escribí pensando que apenas me recordaría. Pero me recordaba y me contestó de una forma encantadora diciéndome que le haría muy feliz que continuara escribiéndole.
Y así, a pesar de la diferencia de edad, nos hicimos amigos. Una amistad entrañable que -aunque nunca hablamos por teléfono y sólo nos vimos un par de veces- duró, incluso más que mi larga vida profesional, hasta su muerte en marzo de 2014.
Fue un amigo extraordinario, de los que aceptan como natural que no siempre se sigan sus consejos, pero que siempre están ahí para lo que sea, uno de los que te convierten en mejor persona y cuyo cariño te sigue acompañando durante toda tu vida.

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