DOÑA CONSTANCIA

Cuando nos conocimos yo tenía cinco años y ella sesenta. Nos separaba la cronología, la experiencia, los conocimientos y la escala social (ella era de buena familia, tenía criada en una casa de dos pisos de su propiedad y le hacían las gasillas de los vestidos en Santa Eulalia, la famosa casa de modas de Barcelona.)
Fui a la clase de la señorita Constancia con un año de adelanto y estuve allí un año más de lo que me correspondía porque me tenía muchísimo cariño. Por eso, cuando se convocaron por primera vez becas rurales, ella fue la persona más determinante para que yo me presentara y la que más se alegró de que ganara la beca.
Nunca intentó imponerme sus puntos de vista. Me escuchaba atentamente y siempre me animaba y estaba orgullosa de mí: cuando estudié magisterio, cuando me matrículé en Historia (su asignatura favorita) en la universidad, cuando aprendí inglés y especialmente cuando viajaba al extranjero (un sueño que ella no pudo cumplir hasta que, a una edad muy avanzada, participó en una peregrinación a Roma.)
Siempre elegante, conservando sus facultades mentales y con una profunda fe religiosa, murió como había vivido, con discreción y estilo. En mi recuerdo sigue viviendo y acompañándome con el mismo cariño de siempre.

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