(…)
Yo no pertenecía a ese segundo tipo atrevido y emprendedor, sinó al primero callado, más soberbio y más sutil, però también más expuesto a ser borrado u olvidado con promptitud, y a partir de aquella tarde me alegré de correr ese riesgo (…)
Consideraba una bendición, una suerte, que él callara desde aquella tarde, que no me solicitara, verme libre de sus pesquisas i capciosidades, de su olisqueo de la verdad, de encararme de nuevo con él, de no saber a qué atenerme ni cómo tratarlo ahora, de que me inspirara miedo y repulsa mezclados seguramente con atracción y enamoramiento, porque estas dos últimas coses no se suprimen de golpe y a voluntad (…)
(…)
Fue a partir de entonces cuando el proceso de atenuación empezó de veras, tras el primer acto de desentendimiento, tras pensar por primera vez –o sin llegar a pensarlo, quizá no tanga que ver con la mente sinó con el ánimo, o con el mero aliento-: “En realidad a mí que me importa, que se me da todo esto”.
Javier Marías: “Los enamoramientos” 2011