Si cuando yo tenía diez años hubiese conocido la palabra “glamour” seguro que se la hubiera aplicado porque consideraba a Paquita la más encantadora, elegante y distinguida de todas las personas que conocía.
Ahora, tantos años después, continuo pensando lo mismo, dándole al encanto de Paquita muchísimo más valor porque mi conocimiento de la vida me permite valorar mejor las circunstancias en las que esa fascinación se producía.
Huérfana desde muy joven, ni la responsabilidad de sacar a su familia adelante en un contexto de pobreza, ni la gris situación de la posguerra española, ni su delicado estado de salud, consiguieron disminuir nunca en Paquita su alegría, sus ganas de vivir y su búsqueda incesante de la belleza en todos sus aspectos y muy especialmente en el de la moda.
Siempre estaba radiante, no sólo en su aspecto externo adecuado a la situación, sino en su trato, en su cordialidad y en su cercanía.
En su casa me disfracé y canté culpes, leí por primera vez revistas de cine y vi figurines de moda. Nunca he llevado ropa tan bonita como entonces, cuando ella seleccionaba para mí modelos y tejidos.
Aunque sé que nunca llegaré a ser como ella Paquita sigue viviendo en mis recuerdos como un modelo cada vez más querido y añorado.