Monthly Archives: gener 2014

25.- El infierno desde la literatura clásica.

ÉPOCA CLÁSICA Y SUS DERIVACIONES

1.- El descenso de Ulises al inframundo en la Odisea.

2.- El descenso de Eneas al inframundo en la Eneida.

3.- El viaje moral de Dante al infierno en la Divina Comedia.

4.- El uso de infierno como espejo de vicios caricarurizados por Quevedo en el Sueño del infierno.

ÉPOCA MODERNA

1.- El racionalismo del siglo XVIII y el empirismo del siglo XIX acercan el inframundo al mundo empírico.

CRISIS FINISECULAR XIX-XX

1.- El infierno interior. Los poetas simbolistas y bohemios. Max Estrella.

EL SIGLO XX.

1.- Los campos de concentración.

24.- El infierno clásico. Exposiciones.

a) Los poemas épicos clásicos. Aïda.
b) Biografía y obras de Homero. Diana.
c) Biografía y obras de Virgilio. Sonia.
d) Biografía y obras de Dante. Daria.
e) Episodios de la Iliada. Laura H.
f) Episodios de la Odisea. Laura M.
g) Episodios de la Eneida.
h) Las tres partes de la Divina Comedia. Maria.
i) Valoración de Ulises. Gema.
j) Presentación de Los sueños, de Quevedo. Ivana.

23.- Los cuatro niveles hermenéuticos de lectura.

Dante, El banquete, libro II.
CAPITULO I.

Llámase el uno LITERAL, y es el que no va más allá de las imágenes suscitadas por las palabras, como son las fábulas de los poetas.

Llámase el segundo ALEGÓRICO, y es el que se esconde bajo el manto de estas fábulas, y es una verdad escondida en una bella mentira: y así es como Ovidio dice que Orfeo con la cítara amansaba las fieras, y que se le acercaran los árboles y las piedras, lo que quiere decir es que el hombre sabio con el instrumento de su voz amansa y humilla a los corazones crueles, y mueve a voluntad a los que carecen de una vida de ciencia y arte: pues los que no tienen vida racional ninguna son casi como piedras. Y el porqué de que los sabios hallaran este escondite, se explicará en el penúltimo tratado. A decir verdad, los teólogos toman este sentido en forma diferente de los poetas, pero como mi intención es aquí seguir el modo de los poetas, tomo el sentido alegórico en la forma que lo usan los poetas.

El tercer sentido se llama MORAL, y es el que los intérpretes deben atentamente descubrir en los textos, para utilidad suya y la de sus descendientes: y así en el Evangelio se puede interpretar, que cuando Cristo subió al monte a transfigurarse, de los doce Apóstoles llevó consigo a tres; en lo que moralmente se puede entender que para las cosas muy secretas debemos tener poca compañía.

El cuarto sentido se llama ANAGÓGICO, es decir súper-sentido; y es éste cuando espiritualmente se expone una escritura, la cual bien que todavía es verdadera en el sentido literal, por lo significado trata de las cosas sublimes de la gloria eterna: como puede verse en aquel canto del Profeta que dice que con la salida del pueblo de Israel de Egipto, Judea fue sanada y liberada. Que aunque manifiestamente sea verdad según la letra, no menos es verdad lo que espiritualmente se entiende, es decir que con la salida del pecado, se ha hecho el alma santa y libre en su propia potestad.

22.- Eneas en el infierno.

LA RUTA.

Así clamaba Eneas, abrazado al altar, y así le contestó la
Sibila: Descendiente de la sangre de los dioses, troyano, hijo
de Anquises, fácil es la bajada al Averno; día y noche está
abierta la puerta del negro Dite; pero retroceder y restituirse
a las auras de la tierra, esto es o arduo, esto es o difícil; pocos,
y del linaje de los dioses, a quienes fue Júpiter propicio,
o a quienes una ardiente virtud remontó a los astros, pudieron
lograrlo. Todo el centro del Averno está poblado de
selvas que rodea el Cocito con su negra corriente. Más, si un
tan grande amor te mueve, si tanto afán tienes de cruzar dos
veces el lago Estigio, de ver dos veces el negro Tártaro, y
estás decidido a probar la insensata empresa, oye lo que has
de hacer ante todo. Bajo la opaca copa de un árbol se oculta
un ramo, cuyas hojas y flexible tallo son de oro, el cual está
consagrado a la Juno infernal; todo el bosque le oculta y las
sombras le encierran entre tenebrosos valles, y no es dado
penetrar, en las entrañas de la tierra sino al que haya desgajado
del árbol la áurea rama; la hermosa Proserpina tiene dispuesto
que sea ese el tributo que se lleve. Arrancado un
primer ramo, brota otro, que se cubre también de hojas de
oro, búscale pues, con la vista, y una vez encontrado, tiéndele
la mano, porque si los hados te llaman, él se desprenderá
por sí mismo; de lo contrario, no hay fuerzas, ni aun el
duro hierro, que basten para arrancarle. Además, tu ignoras
¡Ay! que el cuerpo de un amigo yace insepulto, y que su triste
presencia está contaminando toda la armada mientras estás
en mis umbrales pidiéndome oráculos. Ante todo, entrega
esos despojos a su postrera morada, cúbrelos con un sepulcro,
e inmola en él algunas negras ovejas; sean estas las primeras
expiaciones. De esta suerte podrás, en fin, visitar las
selvas estigias y los reinos inaccesibles para los vivos.” Dijo,
y enmudeció su cerrada boca.

LOS SACRIFICIOS.
Hecho esto, se apresura a ejecutar los preceptos de la Sibila.
Había cerca de allí una profunda caverna, que abría en
las peñas su espantosa boca, defendida por un negro lago y
por las tinieblas de los bosques, sobre la cual no podía ave
alguna tender impunemente el vuelo: tan fétidos eran los
vapores que de su horrible centro se exhalaban, infestando
los aires, de donde los Griegos dieron a aquel sitio el nombre
de Averno. Allí llevó Eneas, lo primero, cuatro novillos negros,
sobre cuyo testuz derramó la sacerdotisa el vino de las
libaciones, y cortándoles las cerdas entre las astas, las arrojó
al fuego sagrado, como primeras ofrendas, invocando a voces
a Hécate, poderosa en el cielo y en el Erebo. Otros degüellan
las víctimas y recogen en copas la tibia sangre; el
mismo Eneas con su espada inmola en honor de la madre de
las Euménides y en el de su grande hermana una cordera de
negro vellón, y a ti, ¡Oh Proserpina! una vaca estéril. Enseguida
erige los altares para los sacrificios nocturnos que han
de hacerse al rey del Estigio y pone en las llamas las entrañas
enteras de los novillos, derramando abundante aceite sobre
ellas, cuando he aquí que, al despuntar el alba, empezó a
mugir la tierra bajo los pies, retemblaron las selvas, y grandes
aullidos de perros en las sombras anunciaron la llegada de la
diosa. “¡Lejos, lejos de aquí, profanos! exclama la profetisa;
salid de este bosque, y tú, Eneas, echa a andar y desenvaina
la espada. Esta es la ocasión de mostrar entereza y valor.”

LA ENTRADA. CARONTE.
De allí arranca el camino que conduce a las olas del tartáreo
Aqueronte, vasto y cenagoso abismo, que perpetuamentE
hierve y vomita todas sus arenas en el Cocito. Guarda aquellas
aguas y aquellos ríos el horrible barquero Caronte, cuya
suciedad espanta; sobre el pecho le cae desaliñada luenga
barba blanca, de sus ojos brotan llamas; una sórdida capa
cuelga de sus hombros, prendida con un nudo: él mismo
maneja su negra barca con un garfio, dispone las velas y
transporta en ella los muertos, viejo ya, pero verde y recio en
su vejez, cual corresponde a un dios. toda la turba de las
sombras, por allí difundida, se precipitaba a las orillas: madres,
esposos, héroes magnánimos, mancebos, doncellas,
niños colocados en la hoguera a la vista de sus padres, sombras
tan numerosas como las hojas que caen en las selvas a
los primeros fríos del otoño, o como las bandadas de aves
que, cruzando el profundo mar, se dirigen a la tierra cuando
el invierno las impele en busca de más calurosas regiones.
Apiñados en la orilla, todos piden pasar los primeros y tienden
con afán las manos a la opuesta margen; pero el adusto
barquero toma indistintamente, ya a unos, ya a otros, y rechaza
a los demás, alejándolos de la playa. Sorprendido y
conturbado en vista de aquel tumulto, “Dime, ¡Oh virgen!
pregunta Eneas, ¿Qué significa esa afluencia junto al río?
¿Qué piden esas almas? ¿Y por qué distinción ésas tienen
que apartarse de la orilla y esotras surcan esas lívidas aguas?”
En estos términos le responde brevemente la anciana sacerdotisa:
“Hijo de Anquises, verdadera progenie de los dioses,
viendo estás los profundos estanques del Cocito y la laguna
Estigia, por la cual los mismos dioses temen jurar en vano.
Esta turba que tienes delante es la de los miserables que yacen
insepultos: ese barquero es Caronte, esos a quienes se
llevan las aguas, los que han sido enterrados, pues no le es
permitido transportar a ninguno a las horrendas orillas por la
ronca corriente antes de que sus huesos hayan descansado
en sepultura: cien años tienen que revolotear errantes alrededor
de estas playas; admitidos entonces por fin, logran cruzar
las deseadas olas. Párase el hijo de Anquises triste y pensativo y profundamente compadecido de aquel destino cruel.
Allí ve entre los infelices privados de sepultura a Leucaspis y
Oronte, capitán de la escuadra licia, a quienes el austro anegó
a un mismo tiempo juntamente con sus galeras, viniendo
con él de Troya por los borrascosos mares.

PALINURO.
En esto descubre al piloto Palinuro, que, en su reciente
travesía por el mar de Libia, mientras iba observando los
astros, cayó de la popa en medio de las olas. Apenas hubo
reconocido al desdichado en las espesas tinieblas, díjole así:
“¿Cuál dios ¡Oh Palinuro! te arrebató a nosotros y te precipitó
en medio del piélago? Dímelo pronto, porque Apolo,
que antes nunca me había engañado, sólo me engañó al vaticinarme
que cruzarías seguro la mar y llegarías a las playas
ausonias. ¿Es esa, di, la fe prometida?” , “No, respondió
Palinuro, no te engañó el oráculo de Febo, ¡Oh caudillo hijo
de Anquises! no me sepultó un dios en el mar. Arrancado
por acaso con gran violencia el timón que me habías confiado,
y que yo tenía asido para dirigir el rumbo, le arrastré en
mi caída, y te juro por los terribles mares que no temí entonces
tanto por mí cuanto porque tu nave, perdido el timón y
privada de piloto, no pudiese resistir el empuje de aquellas
tan terribles olas. Tres borrascosas noches me arrastró el
violento noto por los inmensos mares; sólo el cuarto día
divisé a Italia desde la altura a que me levantó una grande
oleada. Poco a poco llegué nadando a tierra, y ya estaba en
salvo, cuando una gente cruel, considerándome por engaño
presa de valía, me acometió con espadas en el momento en
que, bajo el peso de mis ropas mojadas, pugnaba por asirme
con las uñas a la áspera cima de un collado: juguete del
viento y del mar, mi cuerpo yace ahora en la playa. Por la
deleitosa luz del cielo y por las auras te lo suplico; por tu
padre y por el niño Iulo, tu esperanza, libértame ¡Oh héroe
invicto! de estas miserias. O bien, pues está en tu mano, da
sepultura a mi cuerpo, que encontrarás en el puerto de Velia;
o bien, si es posible, si tu divina madre te sugiere algún remedio para ello (pues no creo que sin especial favor de los dioses
te prepares a surcar la terrible laguna Estigia), tiende la
diestra a este infeliz y llévame contigo por esas aguas, para
que en muerte a lo menos descanse en plácidas moradas!”
Dijo y al punto la habla así la Sibila: “¿De dónde te viene
¡Oh Palinuro! esa insensata aspiración? ¿Tú, insepulto, habías
de visitar las aguas estigias y el tremendo río de las Euménides,
y sin mandato de los dioses habías de pasar a la opuesta
orilla? Renuncia a la esperanza de torcer con tus ruegos el
curso de los hados, pero guarda en la memoria estas palabras,
como consuelo en tu cruel desventura. Sabrás que todos
los pueblos comarcanos, aterrados en vista de mil
prodigios celestes, aplacarán tus manes, depositando tus
huesos bajo un túmulo, instituirán en él solemnes sacrificios,
y aquel sitio conservará eternamente el nombre de Palinuro.”

LA LAGUNA ESTIGIA
Estas palabras calmaron su afán y ahuyentaron un poco el
dolor de su triste corazón, complacido a la idea de que un
lugar de la tierra había de llevar su nombre.
Prosiguen, pues, Eneas y la Sibila el comenzado camino y
se acercan al río, cuando el barquero, al verlos desde la laguna
Estigia ir por el callado bosque, encaminándose hacia la
orilla, les ataja enojado el paso con estas palabras: “Quienquiera
que seas, tú, que te encaminas armado hacia mi río,
ea, dime a qué vienes y no pases de ahí. Esta es la mansión
de las Sombras, del Sueño y de la soporífera Noche; no me
es permitido llevar a los vivos en la barca Estigia, y a fe no
tengo motivos para congratularme de haber recibido en este
lago a Alcides, a Teseo y a Piritoo, aunque eran del linaje de
los dioses y de invicta pujanza; el primero amarró con su
mano al guarda del Tártaro, y le arrancó temblando del trono
del mismo Rey; los otros intentaron robar de su tálamo a la
esposa de Dite.” Así le respondió brevemente la sacerdotisa
del Anfriso: “No abrigamos nosotros tales insidias; serénate;
estas armas no arguyen violencia; siga en buen hora el gran
Cerbero en su caverna espantando a las sombras con eterno
ladrido, y continúe la casta Proserpina en la mansión de su
tío. El troyano Eneas, insigne en piedad y armas, baja a las
profundas tinieblas del Erebo en busca de su padre. Si no te
mueve la vista de tan piadoso intento, reconoce a lo menos
este ramo”; y sacó el que llevaba oculto bajo el manto, con lo
que al punto desapareció el enojo de Caronte. Nada añadió
la Sibila. El, admirando el venerable don de la rama fatal, que
no había visto hacía mucho tiempo, da vuelta a la cerúlea
barca y se acerca a la orilla, haciendo que despejen el fondo
las sombras que lo ocupaban, y las que iban sentadas en los
largos bancos, al mismo tiempo que recibe en ella al grande
Eneas. Crujió la sutil barca bajo su peso, y rajada en parte,
empezó a hacer agua; mas al fin desembarcó felizmente en la
opuesta orilla a la Sibila y al guerrero en un lodazal cubierto
de verde légamo.

EL CAN CERBERO.

En frente, tendido en su cueva, el enorme Cerbero
atruena aquellos sitios con los ladridos de su trifauce boca.
Viendo la Sibila que ya se iban erizando las culebras de su
cuello, le tiró una torta amasada con miel y adormideras, la
cual él, abriendo su trifauce boca con rabiosa hambre, se
tragó al punto, dejándose caer enseguida y llenando con su
enorme mole toda la cueva. Al verle dormido, Eneas sigue
adelante y pasa rápidamente la ribera del río, que nadie cruza
dos veces.
En esto, empezaron a oirse voces y lloros de niños, cuyas
almas ocupaban aquellos primeros umbrales; niños arrebatados
del pecho de sus madres, y a quienes un destino cruel
sumergió en prematura muerte antes de que gozaran la dulce
vida. Junto a ellos están los condenados a muerte por sentencia
injusta. Dan aquellos puestos jueces designados por la
suerte; el presidente Minos agita la urna, él convoca ante su
tribunal a las calladas sombras, y se entera de sus vidas y
crímenes. Cerca de allí están los desdichados que, vencidos
de la desesperación y aborreciendo la luz del día, se quitaron
la vida con su propia mano. ¡Ah, cuánto darían ahora por
arrostrar en la tierra pobreza y duros afanes! pero los hados
no lo consientes, y las tristes aguas del lago Estigio, con sus
nueve revueltas, los enlazan y sujetan en aquel odioso pantano.
No lejos de aquí se extienden en todas direcciones los
llamados Campos Llorosos, donde secretas veredas que circundan
una selva de mirtos, ocultan a los que consumió en
vida el cruel amor, y que ni aun en muerte olvidan sus penas;
en aquellos sitios ve Eneas a Fedra, a Procis y a la triste Erifile,
enseñando las heridas que le hiciera su despiadado hijo,
y a Evadne y a Pasifae, a quienes acompañan Laodamia y
Ceneo, mancebo en otro tiempo, y ahora mujer, restituida
por el hado a su primitiva forma.

DIDO.

Entre ellas vagaba por la gran selva la fenicia Dido,
abierta aún en su pecho la reciente herida. Apenas el héroe
troyano llegó junto a ella y la reconoció entre la sombra obscura,
cual vemos o creemos ver a la luna nueva alzase entre
nubes, rompió a llorar, y así le dijo con amoroso acento:
“¡Oh desventurada Dido! ¡Conque, fue verdad la nueva de tu
desastre, y tú misma te traspasaste el pecho con una espada!
¿Y fui yo ¡Oh dolor! causa de tu muerte? Juro por los astros
y por los númenes celestiales y por los del Averno, si alguna
fe merecen también, que muy a pesar mío dejé ¡Oh Reina!
tus riberas. La voluntad de los dioses, que ahora me obliga a
penetrar por estas sombras y a recorrer estos sitios, llenos de
horror y de una profunda noche, me forzó a abandonarte, y
nunca pude imaginar que mi partida te causase tan gran dolor.
Detén el paso y no te sustraigas a mi vista. ¿De quién
huyes? ¡esta es la postrera vez que los hados me consienten
hablarte!” Con estas palabras, cortadas por el llanto, procuraba
Eneas aplacar la irritada sombra, que, vuelto el rostro,
fijos en el suelo los torvos ojos, no se mostraba más conmovida
por ellas que si fuera duro pedernal o mármol de Marpesia.
Aléjase al fin precipitadamente, y va a refugiarse
indignada en un bosque sombrío, donde su antiguo esposo
Siqueo es objeto de su ternura y corresponde a ella. Eneas,
empero, traspasado de dolor a la vista de tan cruel desventura,
la sigue largo tiempo, compadecido y lloroso (…)

LOS CONDENADOS.
Vuélvese entonces Eneas, y ve al pie de una roca que se
extiende a la izquierda mano, una gran fortaleza, rodeada de
triple muralla, que el rápido Flegetonte, río del Tártaro, circunda
de ardientes llamas, arrastrando en su corriente resonantes
peñas; en frente se ve una puerta enorme y con
jambas de un acero tan duro, que ninguna fuerza humana, ni
aun la espada de los mismos dioses, podría derribarlas. Una
torre de hierro se alza en los aires; sentada Tisifone, ceñida
de un manto de color de sangre, guarda el vestíbulo, despierta
día y noche; óyense allí de continuo gemidos y crueles
azotes y el rechinar del hierro y ruido de cadenas arrastradas.
Paróse Eneas, despavorido, y se puso a escuchar con profunda
atención. “Qué especie de crímenes se castigan aquí?
Dime, ¡Oh virgen! ¿Qué tormentos son éstos? ¿Quién exhala
esos gritos tan lastimeros?” Así comenzó entonces la profetisa:
“Inclito caudillo de los Teucros, a ningún justo le es lícito
penetrar en ese asilo de los crímenes, pero cuando Hécate
me destinó a la custodia de los bosques infernales, ella misma
me declaró los castigos que imponen los dioses y me
condujo por todos estos sitios. El cretense Radamanto ejerce
aquí un imperio durísimo, indaga y castiga los fraudes, y
obliga a los hombres a confesar las culpas cometidas y que
vanamente se complacían en guardar secretas, fiando su expiación
al tardío momento de la muerte. Al punto de pronunciada
la sentencia, la vengadora Tisifone, armada de un
látigo, azota e insulta a los culpados, y presentándoles con la
mano izquierda sus fieras serpientes, llama a la turba cruel de
sus hermanas. Abrense entonces por fin las sagradas puertas,
rechinando en sus goznes con horrible estruendo. “¿Ves,
prosiguió la Sibila, qué centinela está sentada en el vestíbulo? ¿Cuál horrible figura guarda estos umbrales? Pues dentro
tiene su morada una hidra más horrible todavía, con sus cincuenta
negras fauces siempre abiertas; luego se abre el mismo
Tártaro, espantoso precipicio, que profundiza debajo de
las sombras el doble de lo que se levanta sobre la tierra el
etéreo Olimpo. Allí, en lo más hondo de aquel abismo, ruedan
precipitados del rayo los Titanes, antiguo linaje de la
Tierra. Allí vi a los dos hijos de Aloeo, enormes gigantes, que
intentaron quebrantar con sus manos el inmenso cielo y precipitar
a Júpiter de su excelso trono; vi también a Salmoneo,
padeciendo horribles castigos en pena de haber querido
imitar los rayos de Júpiter y los truenos del Olimpo. Tirado
por un carro de cuatro caballos y blandiendo teas, iba ufano
por los pueblos de Grecia y cruzaba su ciudad de Elix, reclamando
para sí los honores debidos a los dioses. ¡Insensato,
que creía simular con el bronce batido por los cascos de
sus caballos el crujido de las tempestades y del inimitable
rayo!, pero el Padre omnipotente le disparó entre densas
nubes un dardo (no teas, no humeantes llamas) y le precipitó
en el profundo abismo. Vi también a Ticio, hijo de la Tierra,
que produce todos los seres, cuyo cuerpo tendido ocupa
siete yugadas enteras; un enorme buitre mora en lo hondo de
su pecho y con su corvo pico le roe y le devora el hígado y
las entrañas, que nunca mueren, y renacen siempre para padecer
sin momento de tregua. ¿A qué hablar de los Lapitas
Ixión y Piritoo, sobre cuyas cabezas pende un negro peñasco,
amagándolos siempre con su caída? Delante tienen voluptuosos
lechos de áureas columnas y festines dispuestos
con regio lujo; pero la principal de las Furias vela tendida a
su lado, y en cuanto intentan llevar las manos a la mesa, se
levanta blandiendo su tea y se lo impide con tonantes voces.
Allí habitan los que en vida aborrecieron a sus hermanos o
hirieron a su padre o vendieron el interés de su cliente; los
que, numerosísima muchedumbre, incubaron riquezas atesoradas
para ellos solos, sin dar una parte a los suyos; los que
perdieron la vida por adúlteros; los que promovieron impías
guerras o no temieron hacer traición a sus señores; todos
estos, encerrados allí, aguardan su castigo. No intentes saber
qué castigo es el suyo; unos hacen rodar un gran peñasco,
otros penden amarrados a los radios de una rueda. El infeliz
Teseo está sentado y lo estará eternamente, y Flegias, el más
desgraciado de todos, amonesta a los demás y va clamando
entre las sombras con grandes voces: “¡Escarmentad con mi
ejemplo; aprended con él a ser justos y a no despreciar a los
dioses!” Este vendió por oro su patria y le impuso un tirano;
hizo y deshizo leyes por su solo interés. Ese incestuoso atropelló
el lecho de su hija; todos osaron concebir grandes maldades
y las llevaron a cabo. No, aun cuando tuviese cien
lenguas y cien bocas y una voz de hierro, no podría expresar
todas las formas de los crímenes ni decirte todos los nombres
de sus castigos.”

19.- Breve historia del infierno.

*Artículo de Vision Journal sobre el infierno. http://www.visionjournal.es/visionmedia/article.aspx?id=41044&rdr=true&LangType=1034

1.-La tradición del inframundo en las culturas budista, del medio Oriente, Egipto, Grecia. (Infierno budista: los narakas, http://es.wikipedia.org/wiki/Reino_de_los_Narakas).

2.- El infierno en la Grecia clásica. El Hades.
El Infierno de la Grecia Clásica. El Hades.

http://sobreleyendas.com/2011/02/07/el-tartaro-la-mazmorra-de-los-condenados/

a) El descenso de Ulises al infierno. Canto XI de La Odisea. Descensus ad inferos.
OBTENCIÓN DE LAS INDICACIONES.
.
«”Circe, cúmpleme la promesa que me hiciste de enviarme a casa, que mi ánimo ya está
impaciente y el de mis compañeros, quienes, cuando tú estás lejos, me consumen el
corazón llorando a mi alrededor.”
«Así dije, y al punto contestó la divina entre las diosas:
«”Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, no permanezcáis más
tiempo en mi palacio contra vuestra voluntad. Pero antes tienes que llevar a cabo otro
viaje; tienes que llegarte a la mansión de Hades y la terrible Perséfone para pedir oráculo
al alma del tebano Tiresias, el adivino ciego, cuya mente todavía está inalterada. Pues
sólo a éste, incluso muerto, ha concedido Perséfone tener conciencia; que los demás
revolotean como sombras.”
«Así dijo, y a mí se me quebró el corazón. Rompí a llorar sobre el lecho, y mi corazón
ya no quería vivir ni volver a contemplar la luz del sol.
«Cuando me había hartado de llorar y de agitarme, le dije, contestándole:
«”Circe, ¿y quién iba a conducirme en este viaje? Porque a la mansión de Hades nunca
ha llegado nadie en negra nave.”
«Así dije, y al punto me contestó la divina entre las diosas:
«”Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, no sientas necesidad de guía
en tu nave. Coloca el mástil, extiende las blancas velas y siéntate. El soplo de Bóreas la
llevará, y cuando hayas atravesado el Océano y llegues a las planas riberas y al bosque de
Perséfone -esbeltos álamos negros y estériles cañaverales-, amarra la nave allí mismo,
sobre el Océano de profundas corrientes, y dirígete a la espaciosa morada de Hades. Hay
un lugar donde desembocan en el Aqueronte el Piriflegetón y el Kotyto, difluente de la
laguna Estigia, y una roca en la confluencia de los dos sonoros ríos. Acércate allí, héroe
-así te lo aconsejo-, y, cavando un hoyo como de un codo por cada lado, haz una libación
en honor de todos los muertos, primero con leche y miel, luego con delicioso vino y en
tercer lugar, con agua. Y esparce por encima blanca harina. Suplica insistentemente a las
inertes cabezas de los muertos y promete que, cuando vuelvas a Itaca, sacrificarás una
vaca que no haya parido, la mejor, y llenarás una pira de obsequios y que, aparte de esto,
sólo a Tiresias le sacrificarás una oveja negra por completo, la que sobresalga entre
vuestro rebaño. Cuando hayas suplicado a la famosa rata de los difuntos, sacrifica allí
mismo un carnero y una borrega negra, de cara hacia el Erebo; y vuélvete para dirigirte a
las corrientes del río, donde se acercarán muchas almas de difuntos. Entonces ordena a
tus compañeros que desuellen las víctimas que yacen en tierra atravesadas por el agudo bronce, que las quemen después de desollarlas y que supliquen a los dioses, al tremendo
Hades y a la terrible Perséfone. Y tú saca de junto al muslo la aguda espada y siéntate sin
permitir que las inertes cabezas de los muertos se acerquen a la sangre antes de que hayas
preguntado a Tiresias. Entonces llegará el adivino, caudillo de hombres, que te señalará el
viaje, la longitud del camino y el regreso, para que marches sobre el ponto lleno de
peces.”
«Así dijo, y enseguida apareció Eos, la del trono de oro. Me vistió de túnica y manto, y
ella; la ninfa, se puso una túnica grande, sutil y agradable, echó un hermoso ceñidor de
oro a su cintura y sobre su cabeza puso un velo. Entonces recorrí el palacio apremiando a
mis compañeros con suaves palabras, poniéndome al lado de cada hombre:
«”Ya no durmáis más tiempo con dulce sueño; marchémonos, que la soberana Circe me
ha revelado todo.”
«Así dije, y su valeroso ánimo se dejó persuadir. Pero ni siquiera de allí pude llevarme
sanos y salvos a mis compañeros. Había un tal Elpenor, el más joven de todos, no muy
brillante en la guerra ni muy dotado de mientes, que, por buscar la fresca, borracho como
estaba, se había echado a dormir en el sagrado palacio de Circe, lejos de los compañeros.
Cuando oyó el ruido y el tumulto, levantóse de repente y no reparó en volver para bajar la
larga escalera, sino que cayó justo desde el techo. Y se le quebraron las vértebras del
cuello y su alma bajó al Hades.
«Cuando se acercaron los demás les dije mi palabra:
«”Seguro que pensáis que ya marchamos a casa, a la querida patria, pero Circe me ha
indicado otro viaje a las mansiones de Hades y la terrible Perséfone para pedir oráculo al
tebano Tiresias.”
«A sí dije, y el corazón se les quebró; sentáronse de nuevo a llorar y se mesaban los
cabellos. Pero nada consiguieron con lamentarse.
«Y cuándo ya partíamos acongojados hacia la nave y la ribera del mar derramando
abundante llanto, acercóse Circe a la negra nave y ató un carnero y una borrega negra,
marchando inadvertida. ¡Con facilidad!, pues ¿quién podría ver con sus ojos a un dios
comiendo aquí o allá si éste no quíere?»

CANTO XI DESCENSUS AD INFEROS

«Y cuando habíamos llegado a la nave y al mar, antes que nada empujamos la nave
hacia el mar divino y colocamos el mástil y las velas a la negra nave. Embarcamos
también ganados que habíamos tomado, y luego ascendimos nosotros llenos de dolor,
derramando gruesas lágrimas. Y Circe, la de lindas trenzas, la terrible diosa dotada de
voz, nos envió un viento que llenaba las velas, buen compañero detrás de nuestra nave de
azuloscura proa. Colocamos luego el aparejo, nos sentamos a lo largo de la nave y a ésta
la dirigían el viento y el piloto. Durante todo el día estuvieron extendidas las velas en su
viaje a través del ponto.
«Y Helios se sumergió, y todos los caminos se llenaron de sombras. Entonces llegó
nuestra nave a los confines de Océano de profundas corrientes, donde está el pueblo y la
ciudad de los hombres Cimerios cubiertos por la oscuridad y la niebla. Nunca Helios, el
brillante, los mira desde arriba con sus rayos, ni cuando va al cielo estrellado ni cuandode nuevo se vuelve a la tierra desde el cielo, sino que la noche se extiende sombría sobre
estos desgraciados mortales. Llegados allí, arrastramos nuestra nave, sacamos los
ganados y nos pusimos en camino cerca de la corriente de Océano, hasta que llegamos al
lugar que nos había indicado Circe. Allí Perimedes y Euríloco sostuvieron las víctimas y
yo saqué la aguda espada de junto a mi muslo e hice una fosa como de un codo por uno y
otro lado. Y alrededor de ella derramaba las libaciones para todos los difuntos, primero
con leche y miel, después con delicioso vino y, en tercer lugar, con agua. Y esparcí por
encima blanca harina.
«Y hacía abundantes súplicas a las inertes cabezas de los muertos, jurando que, al
volver a Itaca, sacrificaría en mi palacio una vaca que no hubiera parido, la que fuera la
mejor, y que llenaría una pira de obsequios y que, aparte de esto, sacrificaría a sólo
Tiresias una oveja negra por completo, la que sobresaliera entre nuestros rebaños.
«Luego que hube suplicado al linaje de los difuntos con promesas y súplicas, yugulé los
ganados que había llevado junto a la fosa y fluía su negra sangre. Entonces se empezaron
a congregar desde el Erebo las almas de los difuntos, esposas y solteras; y los ancianos
que tienen mucho que soportar; y tiernas doncellas con el ánimo afectado por un dolor
reciente; y muchos alcanzados por lanzas de bronce, hombres muertos en la guerra con
las armas ensangrentadas. Andaban en grupos aquí y allá, a uno y otro lado de la fosa,
con un clamor sobrenatural, y a mí me atenazó el pálido terror.
«A continuación di órdenes a mis compañeros, apremiándolos a que desollaran y asaran
las víctimas que yacían en el suelo atravesadas por el cruel bronce, y que hicieran
súplicas a los dioses, al tremendo Hades y a la terrible Perséfone. Entonces saqué la
aguda espada de junto a mi muslo, me senté y no dejaba que las inertes cabezas de los
muertos se acercaran a la sangre antes de que hubiera preguntado a Tiresias.

ELPENOR.
«La primera en llegar fue el alma de mi compañero Elpenor. Todavía no estaba
sepultado bajo la tierra, la de anchos caminos, pues habíamos abandonado su cadáver, no
llorado y no sepulto, en casa de Circe, que nos urgía otro trabajo. Contemplándolo
entonces, lo lloré y compadecí en mi ánimo, y, hablándole, decía aladas palabras:
« “Elpenor, ¿cómo has bajado a la nebulosa oscuridad? ¿Has llegado antes a pie que yo
en mi negra nave?”
«Así le dije, y él, gimiendo, me respondió con su palabra:
«”Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, me enloqueció el Destino
funesto de la divinidad y el vino abundante. Acostado en el palacio de Circe, no pensé en
descender por la larga escalera, sino que caí justo desde el techo y mi cuello se quebró
por la nuca. Y mi alma descendió a Hades.
«Ahora te suplico por aquellos a quienes dejaste detrás de ti, por quienes no están
presentes; te suplico por tu esposa y por tu padre, el que te nutrió de pequeño, y por
Telémaco, el hijo único a quien dejaste en tu palacio: sé que cuando marches de aquí, del
palacio de Hades, fondearás tu bien fabricada nave en la isla de Eea. Te pido, soberano,
que te acuerdes de mí allí, que no te alejes dejándome sin llorar ni sepultar, no sea que me
convierta para ti en una maldición de los dioses. Antes bien, entiérrame con mis armas,
todas cuantas tenga, y acumula para mí un túmulo sobre la ribera del canoso mar -¡desgraciado de mí!- para que te sepan también los venideros. Cúmpleme esto y clava en mi tumba el remo con el que yo remaba cuando estaba vivo, cuando estaba entre mis compa-
ñeros.”
«Así habló, y yo, respondiéndole, dije:
«“ Esto lo cumpliré, desdichado, y realizaré.”
«Así permanecíamos sentados, contestándonos con palabras tristes; yo sostenía mi
espada sobre la sangre y, enfrente, hablaba largamente el simulacro de mi compañero.

ANTICLEA.
«También llegó el alma de mi difunta madre, la hija del magnánimo Autólico, Anticlea,
a quien había dejado viva cuando marché a la sagrada Ilión. Mirándola la compadecí en
mi ánimo, pero ni aun así la permití, aunque mucho me dolía, acercarse a la sangre antes
de interrogar a Tiresias.

TIRESIAS.
«Y llegó el alma del Tebano Tiresias -en la mano su cetro de oro-, y me reconoció, y
dijo:
«”Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, ¿por qué has venido,
desgraciado, abandonando la luz de Helios, para ver a los muertos y este lugar carente de
goces? Apártate de la fosa y retira tu aguda espada para que beba de la sangre y te diga la
verdad.”
«Así dijo; yó entonces volví a guardar mi espada de clavos de plata, la metí en la vaina,
y sólo cuando hubo bebido la negra sangre se dirigió a mí con palabras el irreprochable
adivino:
«”Tratas de conseguir un dulce regreso, brillante Odiseo; sin embargo, la divinidad te lo
hará difícil, pues no creo que pases desapercibido al que sacude la tierra. Él ha puesto en
su ánimo el resentimiento contra ti, airado porque le cegaste a su hijo. Sin embargo,
llegaréis, aun sufriendo muchos males, si es que quieres contener tus impulsos y los de
tus compañeros cuando acerques tu bien construida nave a la isla de Trinaquía, escapando
del ponto de color violeta, y encontréis unas novillas paciendo y unos gordos ganados, los
de Helios, el que ve todo y todo lo oye. Si dejas a éstas sin tocarlas y piensas en el
regreso, llegaréis todavía a Itaca, aunque después de sufrir mucho; pero si les haces daño,
entonces te predigo la destrucción para la nave y para tus compañeros. Y tú mismo,
aunque escapes, volverás tarde y mal, en nave ajena, después de perder a todos tus
compañeros. Y encontrarás desgracias en tu casa: a unos hombres insolentes que te
comen tu comida, que pretenden a tu divina esposa y le entregan regalos de esponsales.
«”Pero, con todo, vengarás al volver las violencias de aquéllos. Después de que hayas
matado a los pretendientes en tu palacio con engaño o bien abiertamente con el agudo
bronce, toma un bien fabricado remo y ponte en camino hasta que llegues a los hombres
que no conocen el mar ni comen la comida sazonada con sal; tampoco conocen éstos
naves de rojas proas ni remos fabricados a mano, que son alas para las naves. Conque te
voy a dar una señal manifiesta y no te pasará desapercibida: cuando un caminante te salga
al encuentro y te diga que llevas un bieldo sobre tu espléndido hombro, clava en tierra el
remo fabricado a mano y, realizando hermosos sacrificios al soberano Poseidón -un
carnero, un toro y un verraco semental de cerdas- vuelve a casa y realiza sagradas
hecatombes a los dioses inmortales, los que ocupan el ancho cielo, a todos por orden. Y
entonces te llegará la muerte fuera del mar, una muerte muy suave que te consuma
agotado bajo la suave vejez. Y los ciudadanos serán felices a tu alrededor. Esto que te
digo es verdad.” «Así habló, y yo le contesté diciendo:
«”Tiresias, esto lo han hilado los mismos dioses. Pero, vamos, dime esto e infórmame
con verdad: veo aquí el alma de mi madre muerta; permanece en silencio cerca de la
sangre y no se atreve a mirar a su hijo ni hablarle. Dime, soberano, de qué modo
reconocería que soy su hijo.” ,
«Así hablé y él me respondió diciendo:
«”Te voy a decir una palabra fácil y la voy a poner en tu mente. Cualquiera de los
difuntos a quien permitas que se acerque a la sangre te dirá la verdad, pero al que se lo
impidas se retirará.”
«Así habló, y marchó a la mansión de Hades el alma del soberano Tiresias después de
decir sus vaticinios.
«En cambio, yo permanecí allí constante hasta que llegó mi madre y bebió la negra
sangre. Al pronto me reconoció y, llorando, me dirigió aladas palabras:
«”Hijo mío, cómo has bajado a la nebulosa oscuridad si estás vivo? Les es difícil a los
vivos contemplar esto, pues hay en medio grandes ríos y terribles corrientes, y, antes que
nada, Océano, al que no es posible atravesar a pie si no se tiene una fabricada nave. ¿Has
llegado aquí errante desde Troya con la nave y los compañeros después de largo tiempo?
¿Es que no has llegado todavía a Itaca y no has visto en el palacio a tu esposa?”
«Así habló, y yo le respondí diciendo:
«”Madre mía, la necesidad me ha traído a Hades para pedir oráculo al alma del tebano
Tiresias. Todavía no he llegado cerca de Acaya ni he tocado nuestra tierra en modo
alguno, sino que ando errante en continuas dificultades desde al día en que seguí al divino
Agamenón a Ilión, la de buenos potros, para luchar con los troyanos.
«”Pero, vamos, dime esto e infórmame con verdad: ¿Qué Ker de la terrible muerte te
dominó? ¿Te sometió una larga enfermedad o te mató Artemis, la que goza con sus
saetas, atacándote con sus suaves dardos? Háblame de mi padre y de mi hijo, a quien
dejé; dime si mi autoridad real sigue en su poder o la posee otro hombre, pensando que ya
no volveré más. Dime también la resolución y las intenciones de mi esposa legítima, si
todavía permanece junto al niño y conserva todo a salvo o si ya la ha desposado el mejor
de los aqueos.”
«Así dije, y al pronto me respondió mi venerable madre:
«”Ella permanece todavía en tu palacio con ánimo afligido, pues las noches se le
consumen entre dolores y los días entre lágrimas. Nadie tiene todavía tu hermosa
autoridad, sino que Telémaco cultiva tranquilamente tus campos y asiste a banquetes
equitativos de los que está bien que se ocupe un administrador de justicia, pues todos le
invitan.
«”Tu padre permanece en el campo, y nunca va a la ciudad, y no tiene sábanas en la
cama ni cobertores ni colchas espléndidas, sino que en invierno duerme como los siervos
en el suelo, cerca del hogar -y visten su cuerpo ropas de mala calidad-, mas cuando llega
el verano y el otoño… tiene por todas partes humildes lechos formados por hojas caídas,
en la parte alta de su huerto fecundo en vides. Ahí yace doliéndose, y crece en su interior
una gran aflicción añorando tu regreso, pues ya ha llegado a la molesta vejez.
«”En cuanto a mí, así he muerto y cumplido mi destino: no me mató Artemis, la certera
cazadora, en mi palacio, acercándose con sus suaves dardos, ni me invadió enfermedad
alguna de las que suelen consumir el ánimo con la odiosa podredumbre de los miembros, sino que mi nostalgia y mi preocupación por ti, brillante Odiseo, y tu bondad me privaron
de mi dulce vida.”
«Así dijo, y yo, cavilando en mi mente, quería abrazar el alma de mi difunta madre.
Tres veces me acerqué -mi ánimo me impulsaba a abrazarla-, y tres veces voló de mis
brazos semejante a una sombra o a un sueño.
«En mi corazón nacía un dolor cada vez más agudo, y, hablándole, le dirigí aladas
palabras:
«”Madre mía, ¿por qué no te quedas cuando deseo tomarte para que, rodeándonos con
nuestros brazos, ambos gocemos del frío llanto, aunque sea en Hades? ¿Acaso la ínclita
Perséfone me ha enviado este simulacro para que me lamente y llore más todavía?”
«Así dije, y al pronto me contestó mi soberana madre:
«”¡Ay de mí, hijo mío, el más infeliz de todos los hombres! De ningún modo te engaña
Perséfone, la hija de Zeus, sino que ésta es la condición de los mortales cuando uno
muere: los nervios ya no sujetan la carne ni los huesos, que la fuerza poderosa del fuego
ardiente los consume tan pronto como el ánimo ha abandonado los blancos huesos, y el
alma anda revoloteando como un sueño. Conque dirígete rápidamente a la luz del día y
sabe todo esto para que se lo digas a tu esposa después.”
«Así nos contestábamos con palabras. Y se acercaron -pues las impulsaba la ínclita
Perséfone- cuantas mujeres eran esposas e hijas de nobles. Se congregaban
amontonándose alrededor de la negra sangre y yo cavilaba de qué modo preguntaría a
cada una. Y ésta me pareció la mejor determinación: saqué la aguda espada de junto a mi
vigoroso muslo y no permitía que bebieran la negra sangre todas a la vez. Así que se iban
acercando una tras otra y cada una de ellas contaba su estirpe. (…)

EL ESPÍRITU DE AGAMENÓN
«”Noble Atrida, soberano de tu pueblo, Agamenón, ¿qué Ker de la triste muerte te ha
domeñado? ¿Es que te sometió en las naves Poseidón levantando inmenso soplo de
crueles vientos?, ¿o te hirieron en tierra hombres enemigos por robar bueyes y hermosos
rebaños de ovejas o por luchar por tu ciudad y tus mujeres?”
«Así dije, y él, respondiéndome, habló enseguida:
«”Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, no me ha sometido
Poseidón en las naves levantando inmenso soplo de crueles vientos ni me hirieron en
tierra hombres enemigos, sino que Egisto me urdió la muerte y el destino, y me asesinó
en compañía de mi funesta esposa, invitándome a entrar en casa, recibiéndome al
banquete, como el que mata a un novillo junto al pesebre. Así perecí con la muerte más
miserable, y en torno mío eran asesinados cruelmente otros compañeros, como los
jabalíes albidenses que son sacrificados en las nupcias de un poderoso o en un banquete a
escote o en un abundante festín. Tú has intervenido en la matanza de machos hombres
muertos en combate individual o en la poderosa batalla, pero te habrías compadecido
mucho más si hubieras visto cómo estábamos tirados en torno a la crátera y las mesas
repletas en nuestro palacio, y todo el pavimento humeaba con la sangre. También puede
oír la voz desgraciada de la hija de Príamo, de Casandra, a la que estaba matando la
tramposa Clitemnestra a mi lado. Yo elevaba mis manos y las batía sobre el suelo,
muriendo con la espada clavada, y ella, la de cara de perra, se apartó de mí y no esperó
siquiera, aunque ya bajaba a Hades, a cerrarme los ojos ni juntar mis labios con sus
manos. Que no hay nada más terrible ni que se parezca más a un perro que una mujer que
haya puesto tal crimen en su mente, como ella concibió el asesinato para su inocente
marido. ¡Y yo que creía que iba a ser bien recibido por mis hijos y esclavos al llegar a
casa! Pero ella, al concebir tamaña maldad, se bañó en la infamia y la ha derramado sobre
todas las hembras venideras, incluso sobre las que sean de buen obrar.”
«Así habló, y yo me dirigí a él contestándole:
«”¡Ay, ay, mucho odia Zeus, el que ve a lo ancho, a la raza de Atreo por causa de las
decisiones de sus mujeres, desde el principio! Por causa de Helena perecimos muchos, y
a ti, Clitemnestra te ha peparado una trampa mientras estabas lejos.”
«Así dije, y él, respondiéndome, se dirigió a mí:
«”Por eso ya nunca seas ingenuo con una mujer, ni le reveles todas tus intenciones, las
que tú te sepas bien, mas dile una cosa y que la otra permanezca oculta. Aunque tú no,
Odiseo, tú no tendrás la perdición por causa de una mujer. Muy prudente es y concibe en
su mente buenas decisiones la hija de Icario; la prudente Penélope. Era una joven recién
casada cuando la dejamos al marchar a la guerra y tenía en su seno un hijo inocente que
debe sentarse ya entre el número de los hombres; ¡feliz él! Su padre lo verá al llegar y él
abrazará a su padre -ésta es la costumbre-, pero mi esposa no me permitió siquiera saturar
mis ojos con la vista de mi hijo, pues me mató antes. Te voy a decir otra cosa que has de
poner en tu pecho: dirige la nave a tu tierra patria a ocultas y no abiertamente, pues ya no
puede haber fe en las mujeres.

SÍSIFO, HÉRCULES.
«Y vi a Sísifo, que soportaba pesados dolores, llevando una enorme piedra entre sus
brazos. Hacía fuerza apoyándose con manos y pies y empujaba la piedra hacia arriba,
hacia la cumbre, pero cuando iba a trasponer la cresta, una poderosa fuerza le hacía
volver una y otra vez y rodaba hacia la llanura la desvergonzada piedra. Sin embargo, él
la empujaba de nuevo con los músculos en tensión y el sudor se deslizaba por sus
miembros y el polvo caía de su cabeza.
«Después de éste vi a la fuerza de Héracles, a su imagen. Éste goza de los banquetes
entre los dioses inmortales y tiene como esposa a Hebe de hermosos tobillos, la hija del
gran Zeus y de Hera, la de sandalias de oro.
«En torno suyo había un estrépito de cadáveres, como de pájaros, que huían asustados
en todas direcciones. Y él estaba allí, semejante a la oscura noche, su arco sosteniendo
desnudo y sobre el nervio una flecha, mirando alrededor que daba miedo y como el que
está siempre a punto de disparar. Y rodeando su pecho estaba el terrible tahalí, el cinturón
de oro en el que había cincelados admirables trabajos osos, salvajes jabalíes, leones de
mirada torcida, combates, luchas, matanzas, homicidios. Ni siquiera el artista que puso en
este cinturón todo su arte podría realizar otra cosa parecida. Me reconoció al pronto
cuando me vio con sus ojos y, llorando, dijo aladas palabras:
« “Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, ¡también tú andas
arrastrando una existencia desgraciada, como la que yo soportara bajo los rayos del sol!
Hijo de Zeus Cronida era yo y, sin embargo, tenía una pesadumbre inacabable. Pues
estaba sujeto a un hombre muy inferior a mí que me imponía pesados trabajos. También
me envió aquí en cierta ocasión para sacar al Perro, pues pensaba que ninguna otra
prueba me sería más difícil. Pero yo me llevé al Perro a la luz y lo saqué de Hades. Y me
escoltó Hermes y la de ojos brillantes, Atenea.”
«Así habló y se volvió de nuevo a la mansión de Hades. Yo, sin embargo, me quedé allí
por si venía alguno de los otros héroes guerreros, los que ya habían perecido. También
habría visto a hombres todavía más antiguos a quienes mucho deseaba ver, a Teseo y
Pirítoo, hijos gloriosos de los dioses, pero se empezaron a congregar multitudes
incontables de muertos con un vocerío sobrenatural y se apoderó de mí el pálido terror,
no fuera que la ilustre Perséfone me enviara desde Hades la cabeza de la Gorgona, del
terrible monstruo.
«Entonces marché a la nave y ordené a mis compañeros que embarcaran enseguida y
soltaran amarras. Y ellos embarcaron rápidamente y se sentaron sobre los remos.
«Y el oleaje llevaba a la nave por el río Océano, primero al impulso de los remos y
después se levantó una brisa favorable. »