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Els àpats en comú dels espartans

Una de las extrañas costumbres de los espartanos eran las fidicias (o syssitias).

Todos los varones adultos tenían la obligación de comer juntos. Para ello se formaban “cofradías” de alrededor de quince personas -las mismas que, en la guerra, compartían una carpa más algunos ancianos- y cada uno debía aportar una cantidad establecida de alimentos por mes. Los cofrades debían suministrar: unos 60 Kg, de harina de cebada, 26 litros de vino, 2Kg.de queso y 1 Kg. de higos, amen de una muy pequeña suma de dinero en efectivo para otras compras.

Síganme, por favor, y hagamos un poco de cuentas. Con este aporte por parte de 15 personas los alimentos ascienden a: 900 Kg, de harina, 390 litros de vino, 30 Kg. de queso y 15 Kg. de higos. Esto quiere decir que, por día y por persona (suponiendo un mes de 30 días de acuerdo al calendario de Solón) cada uno de los cofrades podía comer: 2 Kg. de harina; 0,86 litros de vino; 66 gramos de queso y 33 gramos de higos; más lo que se pudiese comprar con la pequeña suma de dinero. Evidentemente ningún espartano corría peligro de engordar.

A todo esto, estaba terminantemente prohibido comer fuera del marco de la cofradía. El que, para mitigar la excesiva frugalidad de la mesa común, comía a escondidas en su casa era severamente amonestado por su “glotonería”. Tampoco había borrachos. Platón nos confirma que, si en Esparta un ebrio se hubiera atrevido a salir a la calle, lo hubieran molido a palos inmediatamente.

El plato nacional de los lacedemonios era la famosa “sopa negra“. Los atenienses ironizaban diciendo que “Después de probarla se comprende por qué los espartanos van con tanta alegría a la muerte”. Plutarco, por su parte, nos relata el caso de un rey del Asia Menor quien, habiendo oído hablar de la susodicha sopa, hasta contrató a un cocinero espartano para que se la preparara. Luego de la primer cucharada, parece que el buen monarca montó en tal cólera que casi se come al cocinero. El pobre, para salir del paso, no encontró mejor excusa que decir: “¡Majestad! ¡Lo que sucede es que a esta sopa hay que ingerirla luego de bañarse en el Eurotas!”. Con todo, no es imposible que éstas fuesen tan sólo viles calumnias atenienses. Probablemente, la “sopa negra” – sin llegar a ser el delirio de un gourmet – era bastante pasable. Aunque, como es universalmente admitido, sobre gustos no hay nada escrito…

Con o sin sopa, el hecho es que las comidas comunes eran realmente una institución importante en Esparta. El espíritu de cuerpo que debió reinar en las cofradías queda bastante bien ejemplificado por la discreción con que se trataban las palabras que pudiesen haberse pronunciado durante las conversaciones de sobremesa. Cuando entraba algún comensal, el más anciano de los presentes le señalaba la puerta y le advertía: “¡Por esta puerta no sale palabra alguna!”

En otro orden de cosas, mucho se ha criticado la sanción social que recibía quien -por cuestiones económicas- no podía ya aportar la cantidad mensual de alimentos. El que no cumplía con sus aportes no sólo era expulsado de la cofradía sino, además, resultaba desclasado de su posición social. Dejaba de ser un homoioi para convertirse en perieco. Eso significaba, ni más ni menos, que debía ir a trabajar. Con ello dejaba de ser un auténtico guerrero pues, como todo el mundo sabe, los guerreros auténticos no trabajan. Se juegan la vida. Pero no trabajan.

Font: La editorial virtual