la verdad puede ser negada pero no puede ser eliminada

“Hijo, tú eres mucho más       importante para mí que tu papá”. “Hija, tú eres mucho más valiosa en mi       corazón que tu mamá”. “Hijo/a no quieras a tu padre, desprécialo como yo y       sobre todo no seas como él”. “Hijo/a, no logro entender cómo pude querer a       tu madre, pero sin duda tú me importas mucho, tú eres mejor que       ella”.

 

Aunque no se digan abiertamente en las familias, estas y otras frases       parecidas a veces son verdades interiores para los padres y nutren la       atmósfera familiar de dinámicas fatales en la tríada relacional más       importante que vivimos a lo largo de la vida: la tríada padre, madre e       hijo.

Conviene tener presente, en primer lugar, que los hijos no atienden       tanto a lo que los padres dicen sino a lo que los padres sienten y hacen:       los hijos se hacen sensibles a su verdad. Entre otras cosas, porque la       verdad de nuestros sentimientos puede ser negada o camuflada pero no puede       ser eliminada, y por tanto actúa y se manifiesta en nuestro cuerpo. Nos       constituye.

Importa, por tanto, que trabajemos con nuestra verdad y la transformemos si es menester y genera sufrimiento en nosotros o en       nuestros hijos. Es obvio que ayuda el abstenerse de expresiones hirientes       para con el otro progenitor delante de nuestros hijos, por muy enojados o       cargados de razones que estemos. No obstante es un logro todavía mayor el       trabajar en uno mismo para restaurar el amor y el respeto, y darle el       mejor lugar al otro progenitor frente a nuestros hijos, incluso cuando se       trata de una pareja infeliz o de una separación dolorosa y turbulenta.       Recordemos que los hijos no se separan de los padres. Para ellos, los       padres siguen juntos como padres. Los padres se separan como pareja (vivan       juntos o no), pero no es posible separarse como padres.

En segundo lugar, conviene tener conciencia de que las vivencias y       posiciones que tomamos en esta tríada fundacional con nuestros padres       determinarán grandes consecuencias, favorables o desfavorables, en nuestra       vida y en que vislumbremos unos horizontes afectivos felices o       desdichados. Es clave para el futuro de los hijos que estén bien       insertados en el amor de sus padres y que éstos logren amarse, al menos       como padres de sus hijos, ya que en la mayoría de casos algún día del       pasado se eligieron y se quisieron como pareja. Y los hijos llegaron       después como fruto y consecuencia de esa elección.

Una joven pareja con su       bebé recién nacido (imagen: Grupo       Punset Producciones).

Quizás no esté diciendo nada que no se sepa y, sin embargo, estas ideas       que son de sentido común sorprenden por lo poco comunes que resultan en la       realidad. De hecho, escribo sobre el amor entre padres e hijos después de       regresar muy conmovido de mi último taller de constelaciones familiares.       Siempre es impactante para mí observar los devastadores efectos       emocionales que causa la inobservancia de una regla fundamental: los       padres están primero frente a los hijos, y son más importantes que ellos.       Además, tiene una gran importancia amar en el hijo al otro progenitor.

Me sorprendo una y otra vez al ver como los padres se dirigen y se       orientan a los hijos por encima del otro padre. Y esta actitud, que puede       parecer razonable en ocasiones –la desdicha suele llegar vestida con       ropajes argumentales impecables pero exentos de amor-, no ayuda al hijo.       Ellos no necesitan ser los más importantes; al contrario, necesitan sentir       que la pareja del padre o la madre es más importante, y que los padres       están juntos como pareja dándose una recíproca primacía frente a los       hijos. Cuando un hijo es más importante que nadie para uno de los padres,       no se le hace un regalo, sino que se le da una carga y sacrificio; no es       abono, sino sequedad disfrazada de encantamiento. Los hijos no necesitan       sentirse especiales ni tienen que ser el todo para los padres. Eso es       demasiado.

Es frecuente que aquello que a un padre le falta de su       pareja, o de sus propios padres, o aquello que le faltó en su familia de       origen, o aquel sueño que no pudo cumplir, lo lleve a su hijo. Y que éste,       por amor, acepte el reto. Al precio, claro está, de su libertad y de la       plena fuerza para seguir su propio camino a su propia manera. Los hijos       necesitan sentirse libres para cumplir su cometido en la vida. Y les va       mejor cuando tienen el apoyo de sus padres y sus anteriores, y cuando se       encuentran en orden con ellos. En cambio, sufren cuando uno de los padres       desprecia al otro o ambos se desprecian mutuamente. Si los padres se       desprecian, el hijo encuentra dificultades para no despreciarse a sí mismo       y no parecerse a la peor versión diseñada por el padre o la madre sobre el       otro progenitor.

Pensemos en hijos que casi tuvieron la función de pareja invisible de       uno de los padres, o que significaron el todo para la madre o el padre, o       que sintieron la prohibición de amar a un padre que cometió algún tipo de       violencia o traición con la madre o viceversa… Tristemente, en       constelaciones familiares es habitual identificar dinámicas y resultados       fatales como enfermedades, delincuencia, violencia, pasotismo,       dificultades en la pareja y mucho sufrimiento emocional. Pues, en lo       profundo, un hijo no puede prescindir de amar a ambos padres y no deja de       hacer acrobacias emocionales para ser leal a ambos, incluso imitando su       mal comportamiento, o su alcoholismo, o sus fracasos y desatinos, etc.

“Hijo, en ti sigo queriendo a tu padre/madre, en ti sigo viéndolo y       respetándolo a él”. “Hija tú eres el fruto de mi amor y mi historia con tu       padre/madre y lo vivo como regalo y bendición”. “Hijo, respeto lo que       vives y como es con tu otro padre/madre”. “Hija, yo solo soy el       padre/madre, más es demasiado”. Estas son frases que apuntan al       bienestar y el regocijo en los hijos. ¿Qué ayuda, pues?       Que los hijos reciban uno de los mayores regalos posibles en su corazón:       ser queridos tal como son y muy especialmente que en ellos se quiera a su       otro progenitor, porque así se sienten completamente amados, ya que en       fondo el hijo no deja de sentir que de alguna forma también es sus padres.       Ambos.

Joan Garriga


 

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