Tres anécdotas infantiles

Anécdota sin título

por Anónimo

A veces, antes de irme a dormir pienso sobre mi día y sobre mi infancia. Aunque no recuerdo casi nada de mi pasado, la mayoría de recuerdos que tengo son experiencias y momentos desagradables. Sin embargo, hay un día que atesoro en mi memoria porque desde entonces no soy el mismo.

En ese “entonces” yo tenía diez años, nadie me tomaba en serio. Los adultos ignoraban mi opinión porque era “pequeño e inmaduro” y los niños de mi edad no me entendían. Siempre había sido tratado como alguien que no sabe lo que es y lo que quiere por su edad, eso me daba mucha rabia. Ese día discutí con mis padres y me escapé de casa y corrí hacia el bosque donde me escondí entre lágrimas. Al cabo de unos minutos de estar allí, escuché unos pasos y me levanté sobresaltado. Un chico alto, un poco mayor que yo, de ojos marrones y pelo negro se acercó. Le pedí que se fuera, pero no lo hizo. Un “¿Cómo te llamas, chica?” se escapó de sus labios, en ese momento exploté, y le grité que no era una chica, que era un chico y que estaba harto de que nadie me hiciera caso. Él se sobresaltó un poco, pero después sonrió y me dijo “Perdón, mi error, ¿cómo te llamas, chico?”.

Esa fue la primera vez que alguien me tomó en serio y me trató como lo que era, un chico. No me juzgó, no me dijo que era muy joven para determinarlo. Él fue la primera persona que me respetó y me reconoció. Desde entonces supe que no había nada malo en mí y que merecía respeto.