Tres anécdotas infantiles

Caramelos

por Jan Saurav Guillamón Castellví

Mis padres trabajaban en una residencia cuando yo era un crío de unos seis años. Eran empresarios y no tenían mucho tiempo para dedicárselo a su hijo. Yo me quedaba todos los días en la “empresa”. Me crie rodeado de abuelos. Digamos que no tuve una infancia como la de la mayoría de niños de seis años. Aun así, todo lo vivido allí me sirvió mucho para madurar. Sobre todo ver cosas que quizá no tendría que haber vivido a esa edad. De todos modos, tampoco lo entendía. Solo recuerdo que un día jugaba con los abuelos y al día siguiente echaba de menos a uno. Ya sé que no eran mis abuelos, pero vivía con ellos; y como dicen: “La familia no es únicamente quien lleva tu sangre, sino quien te cultiva y te hace crecer”. Para mí, la familia eran los abuelos.

Recuerdo que un día, pocas semanas antes de morir, una abuela me subió encima de la carretilla que usaba para sentarse, y me llevó a su cuarto como hacía cada tarde a las cuatro y media. Siempre me daba caramelos de azúcar que tenía guardados en el pupitre de la habitación. Veíamos juntos una novela de TV3 que se titulaba “La Riera”. Pero… esta vez cerró la puerta, apagó la televisión y se acercó a mí. Cogió su carretilla y señalando la distancia que hay entre una manilla y la otra, la empleó como si fuera la línea del tiempo. Me dijo que yo estaba en el principio de la línea, que tenía mucho por vivir, y que ella ya estaba llegando a la meta.

Era demasiado pequeño para entender todo lo que me decía. Yo no entendía nada.

Fue al cabo de dos semanas que lo entendí. Ese día, al llegar a la residencia no la encontré. Una trabajadora me dijo que había fallecido hacía dos días. Esa fue la primera pérdida que me afectó. Profundamente. En ese momento lo entendí todo. Creo que lo que me estaba diciendo era como un “adiós” sin decirme “adiós”… Una despedida que no quería que doliera tanto a un niño de seis años.

Eso me hizo más fuerte. Me costó remontar y superar esa pérdida. Me enseñó que puedo con todo. Que por muy difícil que sea la situación o por muchos muros que me encuentre en la vida, hay que seguir adelante. Porque lo que no te mata te hace más fuerte.